CAPÍTULO: 11
BRUNO
El catering ha sido todo un éxito. Hasta el propio Abel Pedraza le ha mandado un mensaje a Félix felicitando su elección de platos para la velada de esta noche. Ha sido así por petición mía, de ser por Félix él mismo se habría encargado de anunciar quién era el creador de cada uno de los platos. No quería llevarme ninguna clase de protagonismo. En mi equipo, todos hemos trabajado por igual. De tener que llevarse alguien alguna mención especial deberíamos de ser todos nosotros. Así que considero que es mejor que la felicitación lleve el nombre de Andrómeda antes que el mío propio. Joder, no puedo sentirme más feliz. Trabajo con gente increíble que confía en mí, en uno de los restaurantes más populares de la ciudad. Ellos creen en mi capacidad para ser cocinero. Y, por esta noche, yo también lo creo.
Hace ya un rato que hemos terminado de recoger toda la cocina y hemos vuelto a embalar todos los utensilios que hemos traído con nosotros en la vieja furgoneta de Adrián. Ahora, este conduce de camino a casa junto a Nadia, quien se mantiene sentada en el lado del copiloto. A mí me ha tocado compartir los asientos de atrás con los gemelos, los que no dejan de gritar a pleno pulmón un antigua canción de Estopa que suena en la radio. Están felices y no es para menos. Se lo han ganado a pulso.
—¿Habéis visto la cara de esas señoras envueltas en dos kilos de plumas y brillantina cuando Bruno les ha servido el entrante? —pregunta Miguel, riéndose a carcajada limpia mientras pasa un brazo por encima de mi hombros con ganas.
—Esas se pensaban que Bruno era el entrante —asegura Nadia, sumándose a la juerga de risas que se ha formado dentro de la furgoneta—. Con pajarita incluida.
Las risas de mis compañeros se terminan solapando con la mía propia. Recordar ahora la mirada de aquellas dos pomposas mujeres me resulta cómico. Es curioso como las personas, por el mero hecho de tener grandes cantidades de dinero en sus manos, se creen capaces de dominar el mundo. Es la regla del instante. Con solo chasquear los dedos, tienen cuanto quieran tener delante de sus ojos, el capricho más insospechado que les plazca. Un viaje, una comida, un objeto, hasta una persona. Todo a golpe de billetera. No tengo nada en contra de ellos, en su día puede que me naciese cierta envidia cada vez que personas como esas señoras ocupaban portadas de periódicos o eclipsaban las pantallas de televisión con sus enormes y pesados pendientes o sus pulidas corbatas de seda. Puede que el hecho de saber que ellos vivían sin ninguna clase de problema, a tan solo media hora de autobús desde mi hogar, despertase en mí ese sentimiento de celos. Ellos, personas que nacieron del mismo modo que yo, desnudos y con toda una vida por delante, pasaban los días sin preocuparse si, al final de mes, podrían pagar todas las facturas. ¿Por qué ellos sí y mi familia no? ¿Cómo puede haber tantísima diferencia entre dos seres humanos? Con el paso del tiempo me di cuenta de que era absurdo hacer esas preguntas cada día. Mis padres han hecho esfuerzos enormes por sacar adelante un hogar y porque a mí nunca me faltase de nada. Todos los días de mi vida he tenido una pelota de baloncesto con la que jugar, medicinas si enfermaba, ropa para ir al colegio, un abrazo antes de dormir y un plato de comida sobre la mesa. Les he visto trabajar, he visto como mi madre doblaba turnos en la residencia de ancianos o como mi padre se marchaba a trabajar a dos sitios diferentes. Hace tiempo que dejé de sentir envidia porque nunca hubo un niño más afortunado que yo. El día que aprendí esa lección, abracé a mis padres y les agradecí todo lo que habían hecho por mí cada día de mi vida. Ese día me juré a mí mismo que, de ahora en adelante, nunca les faltaría un plato de comida sobre la mesa. Yo mismo quiero encargarme de devolverles todo lo que ellos me han dado, con todo su amor, siempre. Por mucho que ellos no sean mis padres biológicos, para mí un padre es aquel que te cuida, quien te enseña y te protege, aunque la sangre que corre por mis venas no sea idéntica a la suya. Es una historia algo complicada de explicar pero, mi familia...
—¡Vaya fiestón tienen montado allí!
Gabriel se inclina sobre el asiento de Nadia y señala con el dedo hacia un bloque de pisos a nuestra izquierda. Reconocería esa guirnalda de luces que cuelga de la barandilla hasta en dos kilómetros a la redonda. No por nada, pero yo mismo la instalé con ayuda de Oliver mientras Erick aseguraba que no había nada más cutre y hortera en la ciudad que adornar una terraza con luces rosas fosforitas en forma de flamenco. Emma nos hizo jurar que eran las luces más bonitas que habíamos visto en nuestra vida y que no volveríamos a subir a su casa si decíamos lo contrario. Si no recuerdo mal, Samuel tuvo que falsificar la firma de Erick si este no quería que Emma le echase un mal de ojo o algo parecido. En fin, lo importante de toda esta historia es que, la casa de donde proviene la música, la que tiene la terraza protegida por una familia de flamencos luminiscentes, es el piso de Emma. Bueno, de Emma y dos compañeras que no aparecen mucho por la casa pero pagan su parte del alquiler, así que todo son ventajas para ella.
—Adri, a mí déjame aquí —le aviso para que estacione el coche frente a un paso de cebra.
—¿Y tú a dónde vas ahora? ¿No irás a follarte a la tía del polideportivo, no? —Adrián, no entiendo muy bien por qué, se preocupa demasiado por mi vida sexual. Tanto por la calidad como por la frecuencia de la misma. En serio, roza lo enfermizo.
—¿Y a ti qué te importa? —le rebate Nadia.
—Oh no, allá van otra vez...
—Ya sabes que yo solo tengo ojos para ti, cariño.
—Me parece estupendo que solo tengas ojos para mí, pero espero también que tengas guardadita la po...
—Fiesta de cumpleaños —confieso antes de que lo de estos dos vaya a más—. Joder, voy a una fiesta de cumpleaños. La de ese piso de allí.
—Pues bien que invitas, jefe —me reprocha Miguel.
—No es mi cumpleaños.
—¿Cuándo es el cumpleaños de Bruno? —pregunta el otro gemelo, obviando el hecho de que sigo dentro del coche. Sentado. A su lado.
—¿Noviembre?
—¡Noviembre no Adrián! ¡En noviembre es el mío! —exclama Nadia mientras de da pequeños golpecitos en la barbilla con la palma de la mano, pensativa—. ¿Enero?
—¡Hostia pues no queda nada ya! —No veo importante matizar que Gabriel no es el más inteligente de todos, por muy bien que se le dé cocinar y el maridaje.
No sabría decir muy bien como me siento respecto a esta auténtica conversación de besugos, pero si llego más tarde todavía Emma es capaz de caparme. Por eso, abro la puerta del coche sin despedirme de nadie y me encamino en dirección a la puerta del bloque de edificios. De verdad, en un circo no tendríamos precio.
—¡El trece de abril! —grita Adrián por la ventana—. ¡Es el mismo día que celebro el aniversario de mi primer meneo! ¡Ya sabes que te acuerdas siempre del primera y del último! ¿Llevas protección, jefe? ¡Ay! ¡Joder Nadia que esa ha dolido!
Sin volver la vista atrás, me despido dedicándoles una peineta con mi mano derecha mientras espero a que el portero automático abra la puerta del portal. Subo rápido los tramos de escalera que hay hasta el segundo piso y, una vez en el rellano, no es complicado adivinar cuál de las dos puertas conduce hasta la fiesta. Ni siquiera reparo en la pareja de chicas que hay liándose en el marco de la puerta porque, a partir de esta noche, el día de mí cumpleaños me recuerda irremediablemente al nombre de esa chica rubia con la mirada perdida y unas tremendas ganas de salir corriendo hacia cualquier otra parte. Joder, ahora tampoco puedo sacarme de la cabeza como ese vestido de gala se ceñía perfectamente a cada una de sus curvas y...
—¡Bruno! —Emma se abalanza sobre mí procurando que el contenido de su vaso de plástico no se derrame sobre mi camisa—. ¡Has venido! Aunque ya era hora, también te lo digo.
—El catering de la fiesta se ha alargado más de lo esperado.
—Las excusas para quien se las crea que te conozco desde que comías arena en el parque. —Suelto una fuerte carcajada mientras ella me guiña el ojo de manera cómplice—. Vamos, Oliver lleva guardándote un trozo de tarta desde hace una hora.
—¿Hay tarta? Erick va a tener razón y las luces rosas de esos flamencos tuyos están afectándote al cerebro.
Podría decirse que, en las fiestas de Emma, hay entrada a todo tipo de excesos. En serio, a todos. Asistir a una de ellas no te asegura que recuerdes todo lo que has hecho a la mañana siguiente. Pero, ¿tarta de cumpleaños? Nunca y menos sabiendo lo poco que a Emma le gusta el dulce.
—Daniel ha vuelto a aficionarse con la repostería —afirma, resoplando. Daniel tiene la extraña manía de buscarse una afición nueva cada mes, pero al final todo le termina aburriendo en exceso. Esta es la tercera vez que prueba a hacer pasteles en su tiempo libre—. Así que más te vale probar esa cosa de color azul pitufo y dar tu opinión más sincera al respecto, o te juro que os colgaré a todos de adornos con los flamencos de la terraza.
Aunque parezca alguien con quien no te interesa meterte si no quieres salir con dos dientes menos, Emma es una persona genial. Nos conocemos desde su primer año en la facultad de Fisioterapia, donde también estudió Daniel y, desde el primer momento, pasaron a formar parte del grupo. Sin embargo, reconozco que Emma impone. Su larga y densa melena oscura y sus penetrantes ojos marrones podrían derretir hasta el mismísimo círculo polar ártico. No conozco a nadie que defienda a uñas y dientes todo lo que le importa como ella. Y no tiene pelos en la lengua, creo que ni siquiera conoce el significado de esa expresión. Dice todo lo que piensa, sin filtros, te guste oírlo o no. Eso sí, por las mañanas, he visto panteras en documentales que se comportan más amablemente que ella. Pero, a pesar de su fachada de mujer dura e inaccesible, es de las primeras personas a las que siempre le cuento mis problemas.
Me río a la vez que Emma reanuda sus pasos hasta llegar a un grupo de personas entre, las cuales, Oliver está sentado sobre el suelo junto a su novia Fátima y Erick permanece de pie junto a la ventana mientras Daniel reparte pedazos de su invento culinario a todos los invitados de la fiesta, ya sean conocidos o no. Nada más verme llegar, Oliver, mi mejor amigo, se levanta tan rápido que tropieza con los pies de Emma antes de abrazarme. No queda bonito que repita lo que ella ha soltado por su boca burdeos, así que me limito a devolverle el abrazo de Oliver y, después, hago lo mismo con Fátima y los demás. A la última persona que saludo es a Gala, una amiga de mi hermana Lola y de Fátima, quien rehúye de Samuel a toda costa porque está convencida de que esa tarta lleva polvos o semillas de plantas que no debería estar dentro de un postre.
—Este chico no está bien de la cabeza, ¿lo sabíais?
—¡Bruno! —exclama Daniel teniéndome un plato de cartón con dibujos infantiles y, cómo no, un enorme pedazo de tarta azul encima—. Quiero saber tu opinión como el próximo mejor chef con estrellas Michelin del planeta.
—Dan, si le tienes un poco de aprecio, aunque sea como amigo, no le des a probar de esa mierda. —Casi se me olvida comentar que Erick no es la persona del grupo con más tacto a la hora de hablar. Podría decirse que es una versión masculina de Emma.
—A mí me ha gustado.
—Fátima, tu eres incapaz de decir que algo no está bien por no herir los sentimientos de nadie —recuerda Emma mientras se sirve una nueva copa—. Es un asco, Dan. Se te daba mucho mejor el mes que decidiste hacerte adiestrador de perros.
—Y casi me muero por culpa de la alergia que me dan y que desconocía hasta entonces.
Indignado, Daniel muerde un generoso bocado de su postre y, a juzgar por la mueca que se forma en su casa, él mismo reconoce que no está nada bueno. Su cara de asco se convierte en el motivo de risa de mis amigos, incluso de Fátima, quien se cubre la boca con la mano para tratar de disimular su carcajada.
Hay demasiada gente en la fiesta y desconozco a la mayoría de las personas. Seguramente, muchas sean compañeros de la universidad de Emma, ya que he visto a Daniel hablar animadamente con un par de grupos. Pero eso tampoco es algo raro en él, Sam es la persona más sociable que conozco. Otra parte de los asistentes al cumpleaños de Emma sean a ciencia cierta amigos del gimnasio. A Emma le encanta pasar tiempo allí, le ayuda a relajarse y a desconectar. Dice que ella siente lo mismo que yo cuando contemplo las montañas en pleno silencio. Mi padre me transmitió su amor por la naturaleza y yo intento de hacer alguna escapada siempre que el trabajo me lo permite.
—¿Cómo ha ido el catering?
Por culpa del alto volumen de la música, a penas consigo escuchar con nitidez la voz de Oliver, quien me ofrece una copa con un líquido transparente en su interior.
—Todo ha salido perfecto. Ha sido toda una experiencia para mí.
—Brindemos por eso entonces.
Oliver hace chocar su vaso contra mi consumición y sonríe. Somos tan opuestos el uno del otro, tan increíblemente diferentes, que no me imagino mí día a día sin él a mi lado. Oliver es, junto a mis padres y Lola, mi mayor punto de apoyo.
La fiesta transcurre entre concursos con chupitos de tequila y canciones antiguas que todo el mundo coreografía y versiona como quiere, cantándolas a pleno pulmón. Hace más o menos una hora que a nadie le preocupa la calidad y cantidad de sueño que los vecinos de Emma van a tener esta noche.
Después de compartir mi último cigarrillo a medias con Erick, una chica rubia vestida con un impresionante vestido negro que termina sobre sus muslos se acerca hasta mí mientras mordisquea con sensualidad el borde de su vaso. Mi percato de que sus ojos son de un azul casi grisáceo, mucho más claros que los de Abril.
Céntrate, Bruno.
Resulta que es entrenadora en el mismo gimnasio al que va Emma y, por lo visto, le encanta atusarse el cabello a un lado del cuello para dejar al descubierto el pronunciado escote de su vestido. El vestido de Abril de esta noche era muy distinto. Tenía todo un hombro al descubierto y la fina tela se amoldaba perfectamente a su silueta.
¿En serio? Joder.
—¿Te apetece una copa? —le pregunto a la chica rubia, quien asiente y me toma de la mano con la intención de llegar hasta la mesa de las bebidas.
—¡Mierda! ¡No! ¡Ahora no! —Al fondo del salón, junto al pasillo, Gala golpea la pantalla de su móvil insistentemente. Resopla y, nerviosa, se lleva su teléfono a la oreja—. ¿Abril? ¿Me escuchas? ¡Mierda!
—Discúlpame un segundo.
Me deshago del agarre de mi acompañante y, con un sutil toque en el hombro, aparto a la desconocida hacia un lado y me aproximo a Gala, quien no deja de aporrear su teléfono móvil con los dedos. Por un segundo, he dejado de sentir las vibraciones de la música y todos los asistentes al cumpleaños han desaparecido del piso para mí.
—¿Gala? ¿Qué te ocurre? ¿Qué pasa con Abril?
No he sido consciente de lo tenso que me pone esta situación hasta que he soltado todas esas preguntas a toda velocidad. Los ojos de la chica se abren de par en par, como si no esperase que, de toda la fiesta, yo fuese quién se preocupase de su estado y de su amiga.
—Gala, he visto a Abril en la inauguración del hotel. He estado con ella —le explico de la forma más calmada que puedo. Lo último que necesito es que se ponga más nerviosa—. ¿Te ha llamado? ¿No tienes cobertura?
—No sé qué le pasa a mi teléfono —explica ella intentado relajarse antes de seguir hablando—. Abril me ha llamado, estaba muy agobiada... No ha venido a la fiesta, imagino que ni siquiera ha barajado la opción de decírselo a sus padres... Creo que estaba llorando y ha dicho algo sobre Fabián que no he podido entender bien y mi móvil ha muerto. ¡Joder!
—Vamos por partes —le pido—. ¿Llorando? ¿Cómo qué llorando? Esta noche la he visto irse con sus padres y un chico rubio... ¿Quién es Fabián?
Gala frunce el ceño y lleva una de sus manos hasta la sien, donde presiona ligeramente con sus dedos. No sabría decir con certeza si el gesto que se dibuja en su rostro es de asco, enfado o incertidumbre.
—Él es el chico con el que viste salir a Abril del hotel. Fabián es su novio y un capullo, si me permites añadir. —Genial, ya decía yo que la noche iba demasiado bien—. Creo que puedo saber dónde está pero necesito que me ayudes a buscarla, Bruno.
—¿Y la policía?
Mi cabeza recrea todos los escenarios donde ahora mismo puede encontrarse Abril y cada cual es peor que el anterior. Aprieto con fuerza los puños pegando mis brazos al cuerpo, sintiendo como toda la tensión se acumula sobre mis hombros. Tengo que encontrarla.
—Hazme caso, Bruno. Necesito tu ayuda. Si Abril no está donde yo creo, entonces llamaremos a la policía.
¡Soy consciente de que he tardado mil años en actualizar! Los estudios y el trabajo me ocupan todo el tiempo 😭😭
Pero bueno, aquí tenemos la fiesta del cumple de Emma... ya avisé por Instagram de que no iba a resultar indiferente para nadie... 😈
💥¡El catering de Bruno ha sido todo un éxito! ¿Qué os parece? ¿Os gusta el grupo que forma con los compañeros de trabajo?
💥Ay, ¿y el grupo de amigos? Admito que siento debilidad por Oliver, me encanta ese chico.
💥Conocemos a los últimos dos componentes del grupo: Emma y Sam (Samuel). ¿Os gustan? Los iréis conociendo poquito a poco pero aviso de que Emma es una bomba.
💥Y este sexy Bruno...¡liga allá donde va! 🔥
💥¿Qué le ha pasado a Abril? Necesito saber teorías 👀
Nos leemos pronto, bonicos ❤
María ❤
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