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VIII


Are you deranged like me?


En el camino de regreso a mi casa, me encontré con un policía que pude esquivar sin mucho problema, sólo hizo falta decirle que el chico en mi espalda se encontraba inconsciente por el alcohol y yo le ayudaba a llegar a su casa. Incluso me ofreció llevarnos en su patrulla. Mamá ya no se encontraba en casa, por suerte, así que el policía se terminó retirando sin hacer más preguntas.

Llegué al sótano y senté a Miguel en una silla, poniendo un cojín detrás de su cabeza para que su cuello no adoleciera al despertar. Cerré la puerta con seguro y, asegurado que nadie lograría entrar ni salir, me recosté en una esquina del cuarto, mirando a Mike para tener un merecido debate mental. ¿Estaba bien llevar a Mike a su salvación, aún sin su consentimiento? ¿O se podría negar el bienestar de una persona si es que no es lo que quiere?

Me atormenté con esa cuestión unas buenas horas, hasta que escuché movimiento en el centro del sótano. Mike se empezaba a remover para despertar. Oh, qué ansiedad. Para cuando logró abrir los ojos, sus pupilas se vieron bañadas en el desconcierto por lo desconocido. Balbuceó incoherencias al principio, todavía bajo el efecto del somnifero en sus venas, pero no fue hasta que sus ojos me encontraron en la oscuridad, que pareció recobrar la consciencia absoluta.

—¿Rubén? ¿Por qué me trajiste aquí? —me inquirió el castaño, con voz atemorizada. No quería que hablara así, pues la intención era mantenerlo a salvo.

—No estés asustado, Mike —le dije, saliendo forzado de las sombras de la esquina donde quería permanecer oculto.

—¿Por qué me trajiste? —repitió él con el mismo tono, tratando de alejarse conforme me veía más cerca a él. No pudo, se dio cuenta de los lazos que había en sus muñecas para evitar que se levantara de la silla—. Por favor, déjame ir.

—¿Por qué no quieres que te ayude, Miguel? Lo único que quiero es que estés bien y cómodo. Javier no te va a lastimar ni encontrar aquí.

—¿Javier? ¡¿Le hiciste algo a Javi?!

Me asustó su repentino volumen. ¿Por qué se veía tan disgustado a la idea de su novio maltratador siendo maltratado? Sin querer, me encogí ante el odio que encontré en el reflejo de sus pupilas brillantes.

—No le hice nada, s-sólo quería ayudarte —insistí, congelado en mi sitio, de pie a un metro de él. Me descubrí intimidado ante la mirada intensa del chico amarrado en la silla.

—Suéltame, Rubén.

—Te dije que no iba a salir bien, Timba —Mayo apareció detrás de mí, dándome apoyo con una sonrisa leve y un apretón en mi hombro. Me desanimé por completo ante su aprecio, a pesar de no haber querido ser mi cómplice.

—Mayo... ¿Por qué no está conforme con ser salvado?

—No creo que Miguel estuviera en peligro antes de esto, intenta darte cuenta, Timba.

¿Darme cuenta? ¿Cómo podía lograr diferenciar la realidad de la mentira? Si Mike estuvo pidiendo ayuda desde que me conoció. 

Tocaron la puerta del sótano, así que me apresuré a llegar para explicar la situación a cualquiera que estuviera detrás... Me encontré con Víctor, saludándome como siempre que me encontraba, sonriendo sin ápice de maldad.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté, aturdido ante la extraña situación. Necesitaba paz por un momento.

—Vine a saludar, Timba —dijo él—. Sparta también te manda saludos.

—¿Quién?

Víctor señaló detrás de mí con su otra articulación, sin dejar de agitar su mano en un infinito saludo. Dentro del sótano, se encontraba Andrés recargado en la pared detrás del chico amarrado, viéndome tan fija y fríamente como acostumbraba.

—¿Por qué estás aquí? —exigí una respuesta, llegando a él para enfrentarlo como pocas veces lo hacía. El de sudadera azul no me contestó, claro; así era él, alguien de pocas palabras.

—Timba —Mayo volvió a hablarme, mirándome con cariño irradiando de sus pupilas de color fantasía—. Tienes que calmarte.

—¿Cómo puedo calmarme? —pregunté al borde del colapso.

—¡¿Con quién putas estás hablando?!

El grito de Mike, funcionando de forma incoherente, me dio un poco de estabilidad. Lo entendí, muy dentro de mí. Ellos eran irreales para él. Me contuve las ganas de llorar, porque apenas podía controlar mis emociones en un momento así, rodeado de histeria. Las manos cálidas de Mayo volvieron para tranquilizarme, sujetándome para quedar frente a frente.

—Ve afuera. Yo cuidaré a Mike por ti.

Así que salí, sin atreverme a ver los ojos enfurecidos del chico castaño una última vez. No podía ser capaz de aceptar que me odiaba.

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