5
—Consigue una rosa.
—¿Qué?
Miré con duda a Raptor tras esa orden, sentados en el pasillo durante el almuerzo. Todavía me invadía la vergüenza y el temor para pisar la cafetería.
—Consigue una rosa —repitió, como si yo de verdad no hubiera entendido lo que decía. Él no comía, pero me veía hacerlo sin una pizca de antojo en sus pupilas. Nunca le ofrecía de mi comida, sabía que estaba de más.
—¿Por qué?
—Con una rosa, sabrá que piensas en él. Será un buen detalle.
—¿Para Mike? No lo creo.
—Hazlo, Timba. Yo sé dónde hay.
Asentí, dispuesto a seguirlo en cuanto terminara de comer. Pero pronto algo me quitó el apetito. Una tercera persona se metió en el pasillo en el que estábamos, dando pasos lentos y pesados, como el de un cazador. Andrés. Lo conocía desde primer año de la carrera, quedó resentido después de que me pidió unos pesos para su almuerzo y yo no pude dárselos. Desde entonces me acechaba en la facultad.
En esta ocasión, como siempre que recordaba, no mencionó ni pio. Se limitó a recargarse en la pared paralela a nosotros, al costado de una puerta de un aula vacía, con las manos en los bolsillos de la chaqueta azul y una pierna descansando sobre la pared. Observando con sus ojos fríos cada uno de mis movimientos. Un cazador listo para atacar cuando quisiera.
—¿Qué quieres ahora? —le exigí una respuesta, aunque ya supiera que no la obtendría. Andrés no hablaba mucho, así era él.
Temblé al verlo. No porque fuera a lastimarme, si no porque su simple presencia me atemorizaba. Raptor tocó mi hombro y me indicó que nos fuéramos, así que obedecí. Cada paso que di hacia la esquina del pasillo, sentí los ojos de Andrés machacando mi espalda.
—Ojalá hubiera alguna forma de alejarlo de su novio... —dijo Raptor en cuanto nos alejamos lo suficiente para olvidar al intruso. Antes de que pudiera contestarle, chasqueó los dedos—. Espera, ¡sí la hay!
—No. Miguel está feliz con su novio —contesté, deteniendo sus ideas.
—Timba, ¿puede hacerte feliz alguien que te maltrata?
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