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Epílogo

Epílogo:

Madrid no es muy diferente a mi viejo hogar en Argentina.

Hay mucho ruido, más del que estoy acostumbrado, no me agrada la idea de vivir en un departamento ubicado en pleno centro, pero bueno, es mejor que nada. Mi madre está entusiasmada y saca diversos objetos de una caja, acomoda los vasos de vidrio en uno de los estantes de la pequeña cocina. Por mi parte, me dirijo a mi nueva habitación, la cual es una mierda, parecida a un consultorio de hospital, las paredes blancas y todos los putos muebles blancos la hacen nada acogedora. Coloco mi valija sobre la cama tendida, deslizo el cierre de la misma con intenciones de abrirla y comenzar a acomodar mi ropa dentro de los cajones de la cómoda. Tomo una camiseta doblada a medias, la sacudo y la vuelvo a doblar. Un papelito sale volando cuando quiero repetir la acción con otra prenda.

¿Qué es eso? Recojo el papel doblado, me siento en la cama y comienzo a leer;

Mi querido Molesto. Soy yo, tu Princesa o como chingados se te ocurra llamarme. Cabe destacar, antes de que empieces a leer mis palabras impregnadas en estas hojas de carpeta, que las he escrito bajo los efectos de la ira y un retardo en el actuar de mis medicamentos que me mantienen sedada, así que ten paciencia y disculpa si encuentras alguna estupidez escrita.

Quería destrozar el cuarto cuando me dejaste en casa de mi madre con tu noticia de que te marcharías lejos, pero no lo hice, en su lugar te escribo esta mierda, que estoy segura  de que te entregaré de una forma u otra.

Sé que es muy cliché terminar nuestra historia con una carta, pero recuerda que te enamoraste de una chica que leía historias cursis y melosas porque sabía que nunca tendría la suya, y, sin embargo, me equivoqué. Fuiste perfecto, en todo sentido, me hiciste experimentar cosas que yo no tenía la menor idea que podía sentir. Me ayudaste a tener ganas de sanar. Y gracias a ti corroboré mi hipótesis; nadie se cura con amor. Lastimosamente es cierto, nadie puede curarse con amor. Como dijo Alice Oseman, el amor no cura enfermedades mentales. Pero siento que ayuda. Tener a alguien que te ame con todo lo que lleva dentro es una gotita de agua en medio del desierto. Agh, me siento tonta, me volví cursi, es tu culpa. Como decía, gracias Codi, tú fuiste y eres quien permite que tenga ganas de ser mejor y de curarme de mi locura, aunque será un proceso largo, doloroso y lleno de baches, más teniendo en cuenta que tengo una suerte del culo y todo lo malo me pasa a mí.

¿Qué más? Ah, sí. Te amo. Si no me fui corriendo hasta el aeropuerto, esquivé guardias y te besé con locura, te lo digo ahora, Te Amo. Así de fácil, te amo. Espero que no lo olvides nunca, porque yo no le digo esas cosas a nadie, por una simple razón, jamás las sentí antes, solo contigo.

Esta carta está siendo un asco de melosa, ¡qué asco! ¡Yo no soy así! ¿Qué pingo me hiciste, Codi? Me estropeaste, me ablandaste. Hasta tuve ganas de pensar en casarme. Por Dios, qué horror. Ignora esa parte, por favor.

Bien, voy al grano con esta mierda. Me duele decirlo, pero yo no creo en las relaciones a distancia. No quiero llorarte desde aquí mientras te acuestas con otra, ese no es mi estilo. Tampoco quiero que tengamos unos morbosos celos entre nosotros, ni que suframos porque no podemos visitarnos. Aunque la idea de tener sexo virtual por Skype es muy tentadora y tal vez podríamos intentarlo una que otra vez. Bueno, la cosa es que quiero proponerte algo... sigamos hablándonos, pero más como amigos que como novios, y si nos distanciamos poco a poco tal vez duela menos que hacerlo de golpe, en una de esas así te extraño menos. No quiero mirar tu foto en la mesa de luz desde la cama por siempre. Igual no sé cómo dejar de quererte, no me enseñaron eso, y tú solo me enseñaste a amarte, no a odiarte, aunque tenga ganas de hacerlo, no me sale. Eres imposible de odiar. Qué mala pata, me hubiera enamorado de Adrián, a él es fácil tenerle ganas de arrojarlo por un balcón y fingir que es un accidente. Pero qué le voy a hacer, te amo demasiado, tanto que duele admitirlo y decirlo.

Volviendo a la propuesta que deseaba hacerte. No me llames hasta que realmente me extrañes, no importa lo que yo te haya dicho antes de que te marcharas, y si no de dije una mierda, ignora esto. Quiero que de veras tengas ganitas de hablar conmigo, no que lo hagas por obligación civil.

Otra cosa, cuando vuelvas, no me busques a menos que sigas sintiendo algo tan intenso por mí que desees mirarme a la cara de mapache flaco que poseo. No me avises cuando volverás, me gustan las sorpresas, recibo muy pocas. Si dejas de quererme, bota ese dinosaurio de mierda que te regalé en los juegos del shopping, sé que lo apretujas entre tus dedos mientras escuchas música cursi cuando piensas en mí, pero si no vas a pensarme más, mejor tíralo a la basura. Haré lo mismo con el buzo que te robé anoche, pero solo en caso de que ya no te quiera ni un poquito. Creo no tiraré nunca esa prenda. También arrancaré la dedicatoria que dejaste en el libro que me regalaste, ahora está embarrada en mocos, lágrimas y sollozos, pero si sigues pensándome atesoraré tus líneas grabadas en tinta barata de un cartucho azul, es más, me tatuaré tu letra en el trasero. Es broma, tal vez.

En fin, precioso, no me olvides. Aunque me odies y dejes de amarme, no me olvides. Recuerda que tienes en tus manos la mitad de mi corazón, la parte que siente lo que la cabeza no puede procesar. Me tienes a mí.

Besos con aroma a café con leche. Ada.

Doblo el papel y lo apretujo entre mis dedos. Como un loco desquiciado, revuelvo mis cosas hasta encontrar mi teléfono. ¡Mierda! No tiene batería. Bufo y me recuesto sobre las sábanas blancas.

[...]

Pip, pip, pip. Resuena a través del altavoz del móvil.

Contesta, por favor, contesta.

─ ¿Hola?

─ ¿Tienes ganas de hacer lo de Skype? –digo mordiendo mis uñas y caminando de un lado al otro. Por la ventana se contempla un cielo estrellado.

─ Claro que sí, mi molesto.

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