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Capítulo 39

Capítulo 39:

Codi.

Ser el jefe de Ada tiene sus ventajas. Qué digo, tiene muchas ventajas.

Puedo molestarla durante más tiempo del normal, cómo los otros días que la encerré en la despensa por unos minutos y al salir me persiguió con una escoba por todo el local. Puedo verle el culo a cada rato porque la mando a trapear el piso más de lo que a ella le gusta, o de lo que se necesita en realidad. Puedo llevarla a su residencia estudiantil al salir del trabajo y quedarme con ella acurrucados en su pequeña cama, eso sí hay que aguantar a Emma. Puedo encerrarnos, después de cerrar, mi despacho y traspapelas papeles, giño, giño, ustedes comprenden. Me encanta verle refunfuñar cuando vienen niños pequeños al restaurante y ella debe limpiar el desastre que hacen. Empiezo a sospechar que el único crio sobre la fase de la tierra que a mi novia le cae bien es su sobrino, pero a mí también me cae de maravilla, adoro a ese enano, más cuando me dice tío y Ada infla los cachetes enojada para soltar un resoplido. Es que Ada enojada es híper-tierna.

Podría pasarme todo el capítulo describiendo cosas que adoro de Ada y como me contenta el día con su sola presencia, pero no puedo, la autora va a matarme, literal, y como es cruel no me sorprendería que aparezca un camión de la nada y me atropelle, pero eso sería muy cliché y yo soy más piola que Luke, así que, autora, te jodes.

A las ocho de la noche del día sábado, el lugar comienza a llenarse. No hay tiempo para boludeces, pues todos andamos ocupados. Mozo atiende la mayoría de los pedidos y mi novia cubre las mesas faltantes. El cocinero está a full con sus dos ayudantes de cocina, mientras yo chequeo las ordenes, me encargo de la caja y los pedidos telefónicos.

Me pone contento que el lugar se llene tan a menudo, los tratamientos de mi madre son caros y con los ingresos del restaurante cubrimos la mitad de los gastos. Hablando de tratamientos, últimamente, y a escondidas, estuve averiguando sobre un centro especializado en cáncer, el cual queda en Madrid, el único problema es que es casi imposible conseguir una cita para acordar un tratamiento, no aceptan a demasiados pacientes, y más teniendo en cuenta que mi madre no es una chiquilla adolescente que tiene "la vida por delante", pero por mi madre entrego mi vida, cueste lo que me cueste le voy a conseguir una cita en esa puta clínica europea. Así soy, supongo, cuando quiero a alguien con hago con mi alma.

Estoy preparando los platos para que Mozo y Ada los lleven a los comensales, cuando veo a mi novia acercarse hacia a mí con preocupación.

─ ¿Codi? –dice envolviendo sus dedos con la tira del delantal.

─ ¿Qué ocurre preciosa?

─ Hay un hombre que desde que llegó insiste con ver al dueño. Le eh intentado despachar, pero se niega a irse. No ordenó nada en la media hora que lleva sentado y cada vez que me acerco para tomarle el pedido vuelve a insistir con lo mismo. Tampoco me quiere decir el motivo por el cual quiere verte. ¿Vas a ir a ver lo que quiere?

─ Quiero que me señales a dicho tipo.

Nos acercamos al ventanal. Ella me señala con su dedo delgado y lleno de cicatrices, a un sujeto que me resulta muy familiar. Tiene sus codos apoyados en la mesa, como siempre, se encuentra sumergido en un fino traje que cuesta una pata y media más. Se lo nota tranquilo, jamás le he visto de otra forma, a él le chupa un huevo la vida.

¡Mierda! ¡Culero de mierda! ¡Y más mierda!

¿Por qué insiste en buscarme? Yo no le quiero, él no me quiere. ¡Qué se deje de joder! Tengo vida por si no lo sabía, y no tengo tiempo para incluirlo en ella, así como él tampoco lo tuvo.

─ Háblame a Mozo. –le digo a Ada. Me mira atenta, mete la agenda en el bolsillo de su delantal negro y se marcha a buscar a mi colega.

─ ¿Qué ocurre?

─ Escúchame Mozo, necesito que vayas a hablar con ese tipo de ahí, ─Le señalo a ese horripilante ser. –le aclares que tú eres el dueño. Has que se marche, sino llamamos a la policía.

─ ¿Es quien yo creo que es?

─ Sí, lo es.

Mozo se acerca al pelotudo molesto que se encuentra sentado en una de las mesas de afuera. Desde la ventana los observo, realizan un intercambio de palabras, el tipo mueve la cabeza en un gesto afirmativo, se pone de pie y procede a irse del lugar.

Respiro con mayor facilidad.

Gracias a Dios que el tipo se fue a la primera. Me gratifica el hecho de no haber tenido que cruzar palabra con ese hombre.

[...]

─ ¿Quién era ese tipo? –me pregunta Ada mientras damos vuelta las sillas para comenzar a limpiar.

─ No tiene importancia, olvídate de él.

─ Vamos, alcahuete. Te conozco, ese sujeto te hizo algo malo, ¿no es así?

Ella camina hasta donde me encuentro, sus pasos resuenan contra el suelo de baldosas blancas demostrando que solo quedamos nosotros dos dentro del local.

Su pálida mano se apoya en mi mejilla, con sus dedos traza círculos en mi piel. Mi mirada se desvía al suelo.

─ No luches solo. Para algo me tienes.

─ Lo sé. Ese hombre, ese-ese. –tartamudeo hipeando y comienzo a lagrimear. ─ Ese tipo es mi padre.

─ Codi. –dice Ada y me rodea la cintura.

─ Ese malnacido es quien se cogió a mi madre hace unos veintiún años atrás y se fue. ¡Cobarde de mierda! Me buscó varias veces desde que tenía quince, pero siempre que aparece me desgracia la vida. Le odio, ¡le odio con todo lo que llevo adentro!

─ Tranquilo. –dice. Estoy seguro que puede sentir como mi corazón pierde su estabilidad, porque tiene la cabeza apoyada en mi pecho.

─ ¡Y una mierda! ¿Cómo pudo hacernos eso? ¿Por qué insiste en volver y cagarme la existencia? Es bruto y no comprende que no le necesito. Cuando quise tener un papá, él no pintó en mi plano. ¡Yo también lo busqué, carajo! Lo encontré, ¿y sabes lo que me hizo? –le digo a mi princesa que no sabe qué hacer con su novio llorón. ─ Me corrió de su casa. Me trató de bastardo y me dio una patada en el culo. El tipo tiene una hija perfecta, que va a una escuela perfecta, y es putamente perfecta, por eso yo no podía entrar en su vida como el asqueroso hijito que una vez abandonó. Nadie debía enterarse de que el abogado más caro de Capital tenía un vasallo horrendo que iba a llorarle en la puerta de entrada de su casucha.

Sorbo un poco mis mocos y me paso la manga por debajo de la nariz. El agarre de mi princesa se hace más fuerte y lo agradezco, así puedo seguir en pie un poco más. Continuo.

>> Algo de lástima le debo haber dado. Pero desde hace tiempo me dejó de importar si lo tengo o no. Solo lo quiero lejos. Lejos de mí, de mi madre, de mis cosas, ¡lejos de todo mi puto mundo! No entiendo como alguien puede ser tan despreciable. Abandonar a un bebé producto de tus entrañas, que miserable. –Desesperado, acuno el rostro de Ada con mis manos─ ¡Mi amor, yo jamás te haría eso! ¡No sería capaz de abandonarte así! ¡Si mañana me enterase de que te preñé, te amaría el doble y buscaríamos juntos una manera de sobrellevarla! ¡Te juro por cada célula de mi inmundo cuerpo que Yo no soy como Él! Yo no soy como él... te lo juro... yo...

Con eso caigo de rodillas al suelo, mis lágrimas empapan el hombro de mi chica quien me abraza como si con ese simple acto pudiera mantener unidos los trocitos de mi corazón, y sí, lo hace.

Dejo salir toda la porquería que llevaba tragando desde hace tiempo. No quiero hipear, por eso me muerdo los labios con tanta intensidad que el sabor amargo de mi sangre invade mi boca. Ada acaricia mi cabello y susurra pelotudeces tratando de calmarme. Y a fin de cuentas lo logra, siempre me pone de buenas, aunque le cueste.

Luego de unos minutos sentados en el suelo, Ada decide hablarme y romper el hielo.

─ ¿Cómo te sientes? –dice entrelazando sus dedos en mi cabello proporcionando unos mimos agradables, y con su otro brazo me sostiene pegado a su cuerpo.

─ Avergonzado.

─ ¿Por qué? Es bueno sacar la mierda afuera, sino te ahogas en ella. ¡Ay Dios, sueno cómo el Doctor Webster!

Sonrío un poco. ─ No debería andar llorando por una pelotudez.

─ Ajá. Claro, pelotudez.

─ No queda bien, ya no soy un chiquillo.

─ A veces sí eres uno, señor viejo de cincuenta años.

─ Ja. Ja. Qué graciosa. Gracias por no dejarme solito.

─ No te dejaría solo ni siquiera si me lo pides. Estuve pensando en perfeccionar el arte de ser novia tóxica, estilo Chernóbil. Esas minas no dejan ni un segundo solos a sus pitos. Muy bien no me sale, pero debería comenzar por rastrearte. ¿Qué opinas?

─ Eres borde, pero no creo que puedas ser tan así.

─ Oh, claro que puedo. Ya busqué información por google. Desde mañana te voy a revisar el celular cada una hora y media, y te voy a estaclear en todas tus redes sociales.

Me rio y agrego ─Me va a doler la panza si comienzo a reírme, así que para.

─ No, señor. Si quieres que te persiga lo voy a hacer. Al parecer no soy muy buena como novia. ¿Te van las toxicas?

─No me molan las toxicas, me vas tú. Se te da bien ponerte en plan de querer conquistar el mundo y eso, pero no eres mala novia. Después de todo conquistaste mi mundo en menos de un chasquido.

─ Te quiero, tontito.

─ Y yo a ti. –ella, al oír mis palabras, deja un beso suave en mi boca.

─ Todo cursi y ya, pero ¿nos levantamos? Tengo frío el culo. –dice separándose de mí.

Me río y acepto su propuesta.

Al salir del restaurante, el viento helado me azota la cara. La luna rellena el cielo oscuro. Comenzamos a caminar rumbo a mi auto. Abro la puerta del vehículo y escucho que ella me dice;

─ Espera. Aun no nos vayamos.

Cierro la puerta, rodeo el carro para acomodarme sobre el capó junto a mi novia. Ella saca un cigarrillo de su bolsillo y lo enciende, toma una calada, retiene unos segundos el humo y luego lo suelta con lentitud.

─ ¿Quieres uno? –pregunta ofreciéndome el arrollado de tabaco.

─ Paso.

─Como gustes. Es baratísimo, pero calma la sensación de sentirte mierda.

Da otra calada mientras fija los ojos en el oscuro pavimento. Con lentitud arrimo mis dedos a su mano para arrebatarle el cigarrillo, ella no protesta ni se resiste, solo sonríe. Llevo el arma a mis labios y chupo con fuerza inundando mi caja torácica con tabaco barato. Meses han pasado desde la última vez que fumé, ese día que mi madre se enteró de que tiene cáncer, le juré no volver a fumar, promesa que cumplí hasta ahora.

Suelto el aire retenido y le devuelvo el tubito blancuzco a mi chica.

─Somos un desastre, ¿te has dado cuenta? –dice y vuelve a colocar el cigarro entre los dientes.

─Sí. Una combinación exótica.

─Tengo miedo, Codi.

─ ¿De qué?

─Estamos demasiado destrozados. ¿Y si no podemos amarnos?

─Hasta ahora lo hacemos bien. Nos hacemos bien. ¿Puedes dejar de pensar en eso?

─Lo intento, pero estamos llenos de mierda. ¿No te da pena salir con una loca?

─Las mejores personas están locas. –le digo guiñándole un ojo.

─No entiendo cómo me soportas. –dice y arroja el trocito de tabaco que le quedaba, luego lo aplasta con la suela de su zapatilla.

─De la misma manera que tú aguantas mis porquerías. Porque nos queremos. –Le beso la cien, y cambiando de tema le pregunto─ ¿Te duele todavía?

Ella desvía la mirada hacía sus costillas, levanta su camiseta y desvela una gruesa línea cubierta por costras a la altura de su pulmón derecho, también deja entrever unas líneas finas que se le escapan de la espalda. Pasa un dedo por la zona tratando de palpar cosas que solo ella puede percibir ya que es su cuerpo.

─ No tanto. Igual fue mi culpa. –dice y baja la tela de golpe. Enciende otro cigarrillo.

─No creo que fuese tu culpa.

─ ¡Claro que sí! Yo fui quien le dijo puta a Gabriela, me lo merecía.

─Tu papá no puede golpearte por eso, mi niña.

─Sí que puede, por eso lo hizo.

Es imposible discutir con ella. ─Me duele que pases por eso, Princesa.

─Me acostumbré a ser desgraciada. No quiero tu lástima. –dice y chupa del tabaco.

─ Este mundo es una mierda, dime ¿quién le vende un látigo a una persona así? –le digo.

─La misma que me vendió una navaja. Dejemos el tema ¿sí?

─Va, pero no vayas sola a verle. ¿Ok?

─ Ok.

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