Capítulo 33
Capítulo 33:
Ada.
[...]
─ "Jamás os dicen: '¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?'. En cambio, os preguntan: '¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?'. Sólo entonces creen conocerle" ...
─ Mami, ¿tú crees que alguien puede conocernos de verdad?
─ Oh mi Princesita, no lo sé. Haces preguntas de grandes siendo pequeña.
─ Pero es que el Principito conoce mucho y es pequeño, yo quiero ser como él.
─ Estoy segura de que lo serás.
─ ¿De verdad?
─ Mjum, serás una hermosa princesa curiosa cuando grande.
─ Te quiero, Mami.
─ Y yo a ti, mi niña...
[...]
─ ¡No quiero hablar contigo! –grito dando grandes zancos por el interior de la casa.
─ ¡Te saqué de la cárcel, es lo mínimo que puedes hacer!
─ ¡No te pedí que lo hicieras! ¡Carajo! ¡Me hubiera podrido en ese lugar antes de venir contigo!
─ ¡Para! ¡Qué pares te digo! ─Alcanza mi andar rápido y me sujeta por el brazo, me da la vuelta con torpeza para que pueda mirarlo.
─ Saca tus asquerosas manos de mí.
─ No.
─ ¿No? ¿Quién te crees? –lo empujo con una mano sobre el pecho, pero no me suelta─ Eres un capullo ¿lo sabes?
─ Claro que lo sé. ¡Mierda! ¡Sé cómo soy contigo!
─ ¡Déjame, Alex! No tengo nada que hablar.
─ ¡Pero yo sí! ¡Por favor! Serán cinco minutos y luego vuelves a odiarme.
Así como estamos, con su mano alrededor de mi antebrazo, nos sentamos en el sofá de la sala, el mismo lugar donde suelo quedarme dormida concurridas veces.
─ Tienes cinco minutos─ le advierto.
Me libera y procede a rascar su nuca con cierto ímpetu de nerviosismo ─ No sé cómo decírtelo.
─ Pues con la boca, inteligente.
Repentinamente mi celular hace barullo dentro de mi bolsillo. Unos cuantos mensajes me llegaron, pero dada la situación procedo a ignorarlos. Observo los ojos oscuros de Alex y como enreda su cabello ámbar con los dedos buscando las palabras adecuadas para contarme su "algo". ¡Dios! ¿Justo ahora me tienen que molestar? Rendida saco el teléfono de mis pantalones, en la pantalla se ve reflejado "Molesto", que es cómo agendé a Codi. Puesto que Alex va a demorar un rato en hacer funcionar su cerebro, sin pensármelo mucho atiendo.
─ ¿Ada?
─ No. Estas llamando al teléfono de la vaca lola. Obvio que soy yo.
─ Te quería preguntar algo. Bueno, si te niegas no pasa nada. Igual no fue mi idea─ ¿Es que todos están pesados y misteriosos hoy?
─ Desembucha que no tengo tiempo─ digo bajo la atenta mirada de Alex. ¿Qué me mira tanto?
─ ¿Vendrías a comer esta noche a mí casa? ─ ¿Qué? Puedo sentir como, a través del altavoz, Codi está mordiéndose las uñas y caminando de un lado al otro para alivianar los nervios.
─ Sí. ¿A qué hora me vienes a buscar?
─ A las nueve de la noche ¿te parece?
─ Bien. Ya sabes donde resido.
Cuelgo la llamada y predispongo el aparato a su lugar dentro de mis bolsillos. Alex está que brama ¿ahora qué le pasa? Si las personas pudiésemos echar humo por las orejas, estoy segura de que, a él, se le estaría hirviendo su cerebro a punto máximo de ebullición. No me molestaría, siempre y cuando se le friten los pocos sesos que aún conserva.
─ Era "Don ojitos bonitos" ¿verdad? –dice. Sus labios se aprietan en una línea fina.
─ ¿Y a ti qué?
─ No deberías andar con él.
─Haber genio, ¿por qué?
─ Por que él no te quiere. Solo va a utilizarte. En cuanto te eche un polvo va a botarte.
Me río como si realmente él hubiera contado un chiste bien bueno ─ Si tu teoría es cierta, ya se hubiese alejado de mí hace rato.
─ ¡¿No me digas que te cogió?!
Aprieto los dientes, tengo unas terribles ganas de estamparlo contra el televisor. ¿Quién se cree que es para decirme eso? No le voy a mentir, solo no le contaré la verdad. No tuvimos sexo, pero si Codi quería alejarse de mí, lo hubiera hecho hace un largo tiempo, ya vio que estoy demente y aun así se quedó. Por eso no dejaré que este inútil humille su persona.
─ ¡Para que sepas, él es un hombre hecho y derecho! ¡No un llorón como el nenito que tengo en frente! ¡Y sí, es mi culo y meto en él lo que se me da la regalada gana!
─ ¡No hables así! ¡No debes andar como una...
─ ¿Cómo una qué? Anda, termina la frase.
─ como una puta!
Le atravieso la cara de una trompada. Mi palma resuena contra su rostro, por su lado, mis dedos poseen un cierto grado de ardor, pero me niego a prestarles importancia.
─ ¡¿Quién te crees?! ¡No eres nadie, ¿escuchaste bien?! ¡Nadie, para hacerme escenas de celos! ¡Y mucho menos puedes llamarme puta!
─ ¡Aún no lo entiendes!
─ ¿¡Qué mierda tengo que comprender!?
─ ¡Demonios! ¡Yo te quiero! –dice. En lugar de plasmarme, me cabreo un montón.
─ ¡No digas estupideces, Alex! ¡Nunca tuvimos nada! ¡Solo un beso de infantes! ¡Y tú─ le señalo el pecho─ la escogiste a ella! No te debo una mierda.
─ ¡Era un crío! ¡Parecía jodidamente tentador cogerme a una mujer adulta!
─ ¡Pero sí sigues haciéndolo! ¡Eres un desgraciado!
─ ¡No soporto que a él lo mires como si fuese un héroe, mientras que, a mí, me miras como si desearas matarme!
En este punto, ambos estamos de pie, gritándonos el uno al otro. La casa solo es inundada por Alex, por mí y por nuestras ganas de arrancarnos el corazón con un abre latas.
─ ¡No te odio por no elegirme! –le grito y apuntándole con un dedo continúo─ ¡Te odio porque me arrebataste aquello que me pertenecía! ¡Ocupaste mi puto lugar en el corazón de mi madre! ¡Por muchos años solo le importó tu culo!
─ ¡E-eso no es-s cierto!
─ ¡Claro que sí, Alex! –las lágrimas resbalan con bronca por mis mejillas─ ¡Oh pobre Alex! ¡Pequeño niño sin suerte! ¡Debo enviarlo al colegio más caro que encuentre! ¡Debo vestirlo, bañarlo y darle de comer! –digo imitando la voz de mi madre, aunque un tanto más aguda.
─ ¡T-te prohíbo q-qué hables a-así!
─ ¡E-eres una por-rquería! ¡Ya déjate de reproches pelotudos!
─ ¡Pero no puedo! ¡Joder! ¡Me he puesto como el culo cuando le sonreías, lo defendías y le tomabas de la mano! ¡Me puse celoso y no tenía idea que podía pasarme algo así!
─ ¿Te estás escuchando? ¿Te coges a mi madre y me declaras unos morbosos celos hacía mí? ¡Estás enfermo!
Con esto dicho, me predispongo a marcharme con mi dignidad intacta. Solo fue una pérdida de tiempo. Alex es el mismo idiota morboso de siempre, acostumbrado a que siempre le den cuanto su puto corazón añora. Pero yo no le voy a dar un carajo –Eso mamona, nuestro corazón magullado es de Codi─ Tú cierra la boca que el horno no está para bollos.
Busco una toalla en mi cuarto, un poco de ropa al azar y bufando me dirijo al baño. Una vez dentro, cierro con pasador dicha habitación, no vaya a ser que el mongólico de Alex decida darle de comer migajas a sus ojos. Mejor prever antes de lamentar. Abro la ducha, el vapor del agua caliente poco a poco inunda el cuarto y se instala en mis vías respiratorias. Me quito la camiseta, observo mi menudo cuerpo en el reflejo del espejo. Las clavículas amenazan con salirse de mi esquema y la palidez de mi piel es contrastada por la tinta de los tatuajes que una noche borracha me hice en el hombro.
Dios, la rabia me consume, tiene que salir por alguna parte, pero no puedo destrozarle el baño a mi madre, no ahora que hicimos las pases provisoriamente. Sin embargo, no sé qué hacer. Me entra el pánico, y el lado oscuro de mi conciencia, esa parte que no me hecha chistes, cotilleos y verdades sobre mis sentimientos, sino que es especialista en tirar un balde de mierda fresca sobre mi cabeza, comienza a susurrarme al oído.
─Alex tiene razón, eres una puta barata...Jimmy tenía razón, nadie nunca te amará... Dante tenía razón, solo sirves para coger y lo haces mal... Por eso Cristian te dejó botada, porque eres horrible...
¡Cállate!
─El chico de la cafetería te echó a patadas con razón... Ni Sofía te quiere, ya te lo dijo, eres un asco, arruinas todo...
¡Cierra la puta boca! Por favor...
Caigo sobre mí, quedando en cuclillas con los oídos tapados por mis palmas. Necesito que se callen las voces dentro de mi cabeza. El baño inundado en vapor me hace sentir asfixiada. Las manos me tiemblan y lucho contra mí misma. Tironeo con pavor mis pelos y grito reiteradas veces con los ojos bien cerrados.
─Con razón tu papi te pegaba... Debió ser más duro contigo...Yo te hubiera encerrado más días, te hubiera dado tantas galletitas de agua y palta que estuvieras asqueada de ambos alimentos...
¡Por favor!
─Por eso tu mami escogió un mocoso con pija grande antes que a ti... Porque no sirves para nada...
Pego un brinco y de pronto la pared llena de mosaicos se me es apetecible para golpear.
Juro por Dios que jamás en la vida me he autolesionado, no es algo que viaje por mi cabeza, sin embargo, mis dedos y nudillos no dirían lo mismo en este instante. Y de seguro apoyarían la noción mis brazos y torso, los cuales están llenos de aruñazos que ni idea cuando me los hice.
Moqueando y llenando de sangre el piso, continúo golpeando la pared hasta que siento un agudo dolor que me hace salir de mi cabreo. ¡Mierda! ¿Qué me hice? Contemplo la sangre esparcida sobre las cerámicas piezas que recubren la pared, ni el vapor presente pueden ocultar su escarlata color. Hipeo nerviosa, la piel que recubre los huesos de mis dedos está rasgada, ni hablar de mis nudillos. El dolor intenso que me alarmó se expande por todo mi brazo mientras mi enojo pasa a ser temor. Toco mi dedo anular con mi mano derecha. ¡Auch! En efecto, me lo he roto.
Entibio el agua de la ducha y me meto dentro. Da igual que tenga un dedo roto, no es la primera vez que me rompo uno, ni será la última. Trato en lo posible de no mover mi mano lastimada, duele como la mierda. A duras penas lavo mi cuerpo y así nomás mi cabello. Creo que eso es lo único bueno en mí, el puñetero cabello que poseo es incapaz de enredarse o lucir mal, aun cuando rara vez lo peino o le dedico cuidados, a veces ni lo lavo.
Paso mis manos empapadas sobre el charco de sangre presente en los cerámicos, el vaporcito del agua impidió que se seque y posteriormente, se pegue en la pared y el piso. Por suerte lo limpio por completo.
─ ¿Cómo te quebraste el dedo, niña? –dice el Doctor de guardia del hospital.
No me quedó de otra que tomarme un colectivo hasta el hospital, no puedo andar con el dedo roto por todos lados. Me duele como la mierda.
─ No me va a acusar ni mandar al psicólogo si se lo digo ¿verdad?
─ Eso depende, pero no creo que te hayas causado esto por diversión─ enarca una ceja dejando a medio pasar una hoja de su agenda.
Contemplo como mi dedo es inmovilizado por una pequeña barra de metal, la escayola es envuelta a lo largo de gran parte de mi mano por un ¿enfermero? Bueno, no sé cómo se llama el oficio de quién te pone el yeso, sí alguien sabe por favor corríjame. Mientras el Doctor me interroga curioso observando mis pupilas con una linternita.
─ ¡Claro que no! Le he pegado a una pared─ eso último lo murmuro con vergüenza.
El doctor me observa un par de minutos con las cejas unidas y la boca en un mohín todo torcido. Al cabo de un silencio incómodo y exasperante, procede a seguir con su atención.
─ Vamos a curarte la otra mano también. El vendaje será un poco sutil, más que nada tendrás esta escayola por lo menos hasta que el resto de tus raspones sanen. Luego, ya veremos.
Salgo del hospital sintiéndome bien pendeja. Tomo un cigarrillo de mi bolsillo y lo enciendo con el encendedor de Ahítan, como me hace falta ese cabrito ahora mismo.
Una convulsión sufre mi teléfono dentro de la tela de mi campera delgada. Lo tomo y atiendo.
─ ¿Estás lista, Princesa?
─ Algo así. Pero hay un cambio de planes...
─ ¿Qué ocurre? ¿Te pasó algo? Tendrías que haberme llamado, estoy a tu disposición.
─ Solo búscame en el hospital y no en casa de mi madre.
─ ¿E-en el hos-hospital?
─ Sí, sordo─ Doy una calada intensa al royito de tabaco que sostengo entre los dientes.
─ ¿D-ime qué no t-te metiste en em... una pelea? –Sin dudas la versión nerviosa de Codi es la mejor de todas, me resulta híper-tierna. Sonrío a medida que el humo sale de mis pulmones fundiéndose con el dióxido de carbono en el aire.
─ No─ ruedo los ojos─ Te explicaré cuando llegues.
Tres cigarrillos más tarde, encuentro al chico con el que quedé, está parado frente a mí con los brazos cruzados y un aire de nerviosismo. Ni sé en qué momento llegó o hace cuánto tiempo. Lo observo, me llevo el enrollado de tabaco reseco a los labios y calo con fuerza, me pongo de pie reteniendo el humo dentro de mi cavidad torácica, Codi se encuentra un poco curvado por lo que se me es sencillo tomarle por la nuca y bajarlo un pequeñín más. No le beso los labios, en su lugar suelto el humo cancerígeno que retenía porque en cierto punto soy masoquista. Sus carnosos, rosados y apetecibles labios son acariciados por la niebla blanca salida de mi boca.
Codi está un poco confundido y debería estarlo. No sé si lo habrás notado, pero tiendo a hacer pendejadas impulsivas, en especial luego de haber tenido un percance emocional. No tengo la puta idea de por qué sigo yendo al psicólogo si sigo igual, ¿o ustedes me notan diferente?
Volviendo al ahora. Mi chico cachetón –nuestro─ ajá. Como decía, él se inclina acortando esos cinco centímetros que había dejado entre nosotros, posa sus tibios labios sobre los míos helados. Una sensación de electricidad me recorre la espina dorsal. Es un beso casto y tosco. Codi mantiene sus manos dentro de los bolsillos, y yo solo le toco con la mano que retengo su nuca (la menos herida), ya que, con la otra, entrelazo los dedos con el cigarrillo humeante, una total imprudencia sabiendo que tengo una escayola recién hecha, pero me vale.
─ ¡Estoy impaciente por conocer oficialmente a tu mamá! –suelto dando leves palmaditas contra su muslo. Él se inquieta un poco, esconde la cabeza entre el volante y sus hombros tratando de ocultar su rubor. O soy yo o este chico siempre que estamos solos se comporta un tanto estúpido, me encanta.
─ Así que quieres conocer a tu suegra, interesante Princesa─ Como no, ya recuperó su actitud de siempre, ¿qué le cuesta seguir siendo adorable por otro ratito? Ahorita lo estoy necesitando.
─ ¡Qué no! Solo... solo quiero que estemos a mano. Tú conociste a mi insoportable madre, dos veces. Diría que conoces al ochenta por ciento de mi inmunda f-fami-lia.
─ Ajá, supongamos que te creo─ rueda los ojos─ Ahora sí, ya deja de ignorarlo, ¿cómo culo te hiciste eso en la mano? O en su defecto, ¿quién te lo hizo? Solo dime a quien asesinar.
No quiero contarle, pero Codi es cotilla hasta la mierda, así que abro la boca.
─ Me lo he hecho yo misma─ trago grueso antes de continuar─ Le pegué a la pared de sócalos del baño.
─ ¿Qué te pasó?
─ ¿Podemos evitar detalles? Por favor.
Suspira cansado, aunque acepta. Esa es una de las cosas que me gustan de él, nunca insiste demasiado cuando quiero esconderle algo por su bien, sin embargo, sigue indagando en las sombras, observándome, cuidándome, atento por si abro la boca para contarle lo que me pasa.
Frenamos frente a una casa de una planta con un bonito porche de madera.
Inspiro aire y lo suelto regularmente. Quiero causar una buena impresión, no porque sienta algo asqueroso y putrefacto por el idiota de ojos azules, sino porque esa señora de ahí dentro cree que soy una buena persona, y por una vez en la vida quiero sentirme adulada por alguien.
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