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Capítulo 3 Parte 4

Consulto el reloj por tercera vez en menos de cinco minutos. Los nervios estaban apoderándose de mí rápidamente. Eran las 3:45 y Johan se había ido hacía dos horas, prácticamente había tenido que echarlo del apartamento. Me había ayudado a limpiar y a acomodar un poco el desorden de libros y material que tenía por toda la sala de estar.

Ahora, no sabía que hacer más que ver el reloj de pared, y contar los minutos, que parecían horas, hasta que Maya tocara el timbre de la puerta, cuando mi celular vibró en la mesa de café, casi vuelo hasta él. Era un mensaje de Maya, que decía que llegaba en 5 minutos, decidí revisar que el refresco que habíamos metido en el refrigerador continuara ahí…, si seguía sentado en el sillón mis nervios me matarían.

Revisé el refrigerador, revisé que todo estuviera en su sitio, acomodé los almohadones de los sillones por millonésima vez y cuando estaba asegurándome de estar presentable, sonó el timbre. Respiré profundo y vi mi expresión en el espejo, necesitaba estar sereno para poder conversar con ella.

Abrí la puerta del apartamento y ahí estaba ella, vestida con ropa casual, creo que nunca la había visto sin el uniforme del colegio, excepto por la mañana cuando la encontré en el supermercado, pero esta no era la ropa que andaba. El jean era negro ajustado y usaba una blusa blanca con tres botones dorados. Una cadenita simple sobresalía en su cuello y sus zapatos era unas botas de tacón negro. Me miraba tímida y se había sonrojado un poco.

Parecía estúpido, mirándola como un bobo y sin dejarla pasar. Entonces me corrí mientras abría la puerta y le dejé espacio para que entrara.

—Adelante, pasa.

—Gracias— su voz sonaba tímida y entonces ella entró y cerré la puerta.

MAYA
Había logrado salir de casa con la excusa de quedarme donde Angie el fin de semana. Me había costado convencerla para que me cubriera para poder encontrarme con Ian. Tuve que prometerle que no haría ninguna estupidez, entonces ella había aceptado y yo le había compartido la ubicación que Ian me había enviado cuando terminamos de hablar por la mañana.

Al entrar en el salón me sorprendí un poco, el lugar era grande pero no mucho, parecía acogedor. Imaginaba que tendría libros y cosas por todo lado, algo como su escritorio del colegio, pero todo estaba sorprendentemente ordenado, la casa olía a lavanda y miel, un aroma que llamó mi atención.

—Huele delicioso— dije volviéndome a verlo. Él estaba en el pasillo de entrada, recostado a la pared. Su mirada verde parecía leer cada uno de mis pensamientos y no puedo evitar que mis mejillas se calienten.

Había pasado horas frente al espejo tratando de controlar mis deseos y mis pensamientos. No quería que los nervios y la ansiedad se apoderaran de mí, menos después de ver lo que podía suceder en uno de esos ataques de pánico. Si quería convencerlo de que podía con esto, debía ser madura y mantener la serenidad.

Ian se separó de la pared lentamente y aquello me pareció de lo más erótico que había visto nunca. Todo su porte era de elegancia y finura. Me recordaba a mis hermanos, que caminaban con tal seguridad que parecían dueños del mundo completo. Llegó hasta donde estaba de pie y me miró fijo, esa mirada ardía, lo podía reconocer.

—Siéntate, por favor. Traeré algo para beber y entonces podemos hablar.

Solo pude asentir con la cabeza, su voz; tan cerca de mí, que sentía desmayarme de todo lo que me transmitía con ese tono tan profundo.

Los dos estábamos sentados al lado del otro en silencio, la jarra de té frío estaba comenzando a condensar su exterior con gotas de agua. No era capaz de mirarlo a los ojos y menos de emitir un sonido. Temía sobre mi autocontrol al mirar esos ojos que me consumen y me invitan a pecar sin pensar.

Me armo de valor, uno que no sabía que tenía, y me aclaro la garganta mientras vuelvo mi cabeza en su dirección, para descubrir que Ian me miraba fijamente, no sabía hace cuanto tiempo, pero la expresión de su cara al mirarme a los ojos, lo delata.

—Bien, tenemos que hablar, pero no sé por dónde empezar…

—Maya esto no es un examen, aquí no hay respuestas correctas o incorrectas. Lo primero que debemos establecer es si esto que está pasando es lo mismo para los dos. ¿Qué sientes tú?

—Bue… bueno yo…—trago despacio, los nervios apoderándose de mí.

—Tranquila…, oye, no pasa nada. No tienes que ponerte nerviosa. Yo puedo decirte que desde el día que te vi por primera vez yo… pues sentí algo dentro que no tiene explicación. Fue cómo si mi mente y mi cuerpo te reconocieran.

—Yo sentí algo parecido. Cómo si un imán me atrajera hacia ti. Cómo si mi cuerpo supiese quien eras.

Nuestras miradas se clavaron en la del otro y podía sentir la necesidad que trasmitían. Era como si nuestros subconscientes se reconocieran. Mi interior empezaba a hervir y la necesidad se volvía insoportable. Sin darme cuenta me mordí el labio inferior y la mirada de Ian fue directa hacia mi boca. Su pulgar se posó en ese punto y logro que soltara mi labio y pasó el pulgar sobre ese punto mientras mis labios se separaban un poco por el erotismo de la escena.

— ¿Quieres que veamos una película? —la voz de Ian mientras se separaba de mí logró traerme de nuevo al plano real.

—Claro, ¿tenías alguna en mente?

Pasamos todo el resto de la tarde mirando El Titanic, la cual me parecía un clásico del cine, y comiendo palomitas. No volvimos a mirarnos con deseo desenfrenado, creo que Ian temía pasarse de la línea o hacerme daño. Si tan solo supiera que nada de lo que hiciéramos me escandalizaría; no después de Daniel.

A las 8 me invito a cenar, pero la verdad es que Angie estaba desesperada por saber cosas entonces le dije que me diera un momento para llamarla. Me dijo que podía hacerlo desde su habitación, para que tuviera más intimidad si la necesitaba. Entonces entre en la habitación, que olía a él, y por un momento desee que cosas pasaran entre nosotros en esa habitación. Mi imaginación volaba por todos lados y, podía y deseaba sentir sus manos por mi cuerpo.

Luego de tranquilizar a una nerviosa Angie, y de prometerle que, a la vuelta, le contaría absolutamente todo, logre colgar la llamada y aceptar esa invitación a cenar. Entonces Ian y yo preparamos pasta en salsa de espinacas que, modestia aparte, nos quedó deliciosa. Mientras cocinábamos algunas caricias iban y venían entre nosotros; un roce del brazo, un abrazo desde atrás, una ayuda para rayar el queso parmesano.

Después de cenar, y deseando no tener que hacerlo, me despedí de Ian. Le di un beso en la mejilla y cuando me iba a retirar, agarró mi muñeca y me jalo para que nuestras bocas quedaran pegadas. Luego de un beso, que me pareció una maravilla y que no quería que se terminara, Ian se despidió de mi al lado de la puerta principal del edificio donde vivía.

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