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Capítulo 2 Parte 6

IAN

La vi marcharse mientras sentía que el corazón me golpeaba en la garganta. Necesitaba salir de aquí ahora mismo y llegar a casa. Era tarde para echarme atrás con lo que había decidido. Mi corazón me decía que era la decisión correcta, solo esperaba poder encontrar otro trabajo pronto. ¡Dios! Mi cabeza era un cúmulo de culpa, pero mi corazón sentía que esto era real.

Caminé hasta la sala de profesores y recogí mis cosas y luego, salí del colegio antes que alguien más me viera. Lo primero que debía hacer era encontrar otro trabajo, pero sería duro, nadie contrata profesores tan avanzado el año lectivo. Podía sobrevivir un año o más con el dinero que mi padre me daba en la universidad, y que no había tocado, pero no quería depender de ese dinero. Tenían mis propios ahorros y con ellos debía sobrevivir hasta encontrar otro empleo.

De camino a casa mi celular comienza a sonar, veo en la pantalla el nombre de mi padre y dudo en contestar. Mi padre es un hombre bueno, pero su vida ha estado dictada por su padre; un hombre despiadado y sin escrúpulos. Contesto con dudas.

—Padre— digo con voz seria.

—Ian, hijo mío, me alegra escucharte— dice con la voz entrecortada. Y temo lo peor. Mi padre siempre es muy serio, nunca duda, nunca llora, bueno solo cuando murió mi madre. Escuchar su voz así me deja ver que pasa algo malo.

— ¿Sucede algo malo? —pregunto directamente.

—Para nada, pero me gustaría mucho reunirme contigo pronto.

—Bueno...—consulto mi reloj, Maya me dijo que quería que hablásemos, pero faltan unas horas para que salga de clases— podemos vernos en veinte minutos en la cafetería frente al bufete.

—Perfecto, hasta ahora hijo.

Cuelgo la llamada, mi padre sonaba raro, pero dejo de darle vueltas. Debo ir hasta la casa y luego a la cafetería, por dicha estoy cerca del apartamento. Subo hasta mi piso y entro. Mi apartamento es sencillo, no tiene gran cosa, ni recuerdos, ni fotos; una sala apenas entrar, a la derecha la cocina y una barra y a la izquierda el cuarto, el baño y una oficina. Listo, nada más. Nunca he sentido especial afinidad por la decoración cara, lo que sí hay son libros, muchos. Tengo estanterías por toda la casa.

Dejo el maletín del trabajo en la oficina y salgo de casa para dirigirme a la cafetería que está a solo un par de cuadras. Mis pensamientos viajan a la primera vez que me encontré ahí con mi padre, luego de que me desheredara. Su cara arrugada se veía todavía más avejentada. Había perdido peso y se notaba angustiado, luego de seis meses de no verlo, me impactó lo deteriorado que se veía.

Al llegar a la cafetería me encuentro a mi padre sentado en una mesa, entonces me siento frente a él y ambos nos quedamos en silencio durante unos minutos. Mi padre era un hombre alto, de tez blanca y unos ojos verdes que parecían esmeraldas. Siempre serio y con traje negro. Mi padre era la viva imagen del poder, pero si lo conocías lo suficientemente podías ver en sus ojos amabilidad y tristeza.

—Lamento si te saqué del trabajo. Pero necesitaba verte lo más pronto posible— mi padre se veía algo pálido y delgado, entonces mis preocupaciones se incrementaron.

—No te preocupes, ya había salido por hoy.

—Te pedí un café negro sin azúcar.

—Gracias.

Nos volvemos a sumir en un silencio algo incómodo, siento que mi padre quiere decirme algo, pero duda. Le dejo que se tome su tiempo para que me diga lo que necesita de mi. Al cabo de unos minutos me dice:

—Se que prometí nunca pedirte esto, pero...

—No— lo interrumpo antes de que siga, sé de sobra lo que me pedirá—Nunca seré parte del bufete, sabes que no quiero ejercer como abogado y menos con el abuelo como jefe.

—Ian, créeme que lo sé. No te obligaré a nada, pero quiero que leas estos documentos y luego tomes una decisión. Juro que respetaré lo que decidas— mi padre desliza un sobre cerrado— llámame cuando tomes una decisión.

Mi padre se levanta y sale de la cafetería. Veo el sobre y mi primer pensamiento es levantarme y dejarlo ahí. No creo que haya nada dentro que me haga cambiar de opinión. Juré nunca trabajar en derecho y menos para mí abuelo.

Mientras termino el café reflexiono, y termino tomando el sobre de la mesa, nada malo puede salir de solo tomarlo. Camino hasta casa y me tiro en el sofá, mientras pienso en todo. Mi historia con el abuelo es complicada, pero desde siempre. No recuerdo un solo momento en que mi abuelo hubiese sido cariñoso y comprensivo.

Cuando mi madre murió, yo apenas tenía cinco años, recuerdo que mi abuelo quiso que mi padre se casara de nuevo al año de su fallecimiento, también recuerdo que quería que yo fuese a un internado en el extranjero. Era el hecho de su falta de comprensión lo que más me molesta ahora, pero entonces lo que me enojaba era su rechazo. Yo soy su único nieto y su frialdad siempre ha sido increíble, para todo el de afuera éramos la familia perfecta, pero dentro de la casa de los Barrios éramos todo menos perfectos.

Dejé el sobre sin abrir en la mesilla de la sala, me volví a recostar en el sillón y en algún momento me quedé dormido. Lo supe porque Maya estaba de pie en la sala de mi casa, su aroma dulce, ese que siempre me hipnotiza, me envolvió. Un golpe seco me levantó, todo estaba oscuro, debí dormir más de la cuenta. Otro golpe, que está vez identificó como un golpe en mi puerta.

—Voy— digo poniéndome en pie para dirigirme a la puerta.

—Mierda, pensé que te había pasado algo— solo veo una cabellera azul pasar frente a mí, nada más abrir la puerta.

—Hola Johan, estoy bien.

—Amigo, casi muero de un colapso nervioso, te he estado llamando toda la tarde.

—No he escuchado el celular, ¿Qué hora es?

—Las diez y media de la noche, pensé que te habías tirado de un puente— Johan se revolvía el cabello mientras se sentaba en el sillón, dónde, al parecer, me quedé dormido por nueve horas.

¡Nueve horas! Corro a coger mi celular y miro las llamadas perdidas, tenía dos de mi padre, quince de Johan, una de la directora Salgado... Maya... mierda, no la llamé como quedamos. ¿Será muy tarde para llamarla? Debía llamarla y disculparme con ella. En eso escucho a alguien toser al lado y recuerdo que Johan está sentado a mi lado.

— ¿Qué haces? Pareces preocupado.

—No es nada...

—O sea, tiene que ver con tu alumna buenorra...

—No te expreses así Johan, es una menor.

—Mira, puede que sea una menor, pero por lo que me has contado, es mucho más madura que las chicas de su edad y está tratando de sacarte alguna reacción. Además, más claro no puede ser que le gustas. Que es un año menos de dieciocho— Johan se recuesta en el sillón con su mirada de ser inteligente.

—No solo parece, es que es muy madura, pero no deja de tener ese lado de niña asustadiza. Pero es tan hermosa...

—Amigo... estás hasta las manos con esa chica. Tienes que dejar de negarlo.

—Yo no lo niego, pero mi mente vive en conflicto...

—Por su edad— decimos los dos al mismo tiempo— a ver Ian, tienes que pensar que tú no la estás obligando a nada. Ella está tomando la decisión de acercarse a ti. Yo sé que la sociedad es condenatoria, pero a ti que te importa lo que diga la sociedad, no es como que la estás obligando a nada, además conociéndote, primero se hiela el infierno, antes de que la toques de más antes de que sea mayor de edad.

Sé que tiene razón, no debería importarme, pero lo hace. Mis valores morales viven en conflicto con mis sentimientos. Esto que siento por ella es diferente a cualquier cosa que haya sentido antes por nadie y aunque parece erróneo, no se siente así.

Johan palmea mi espalda dándome ánimos, entonces recuerdo que estuvo buscándome toda la tarde. Debe ser algo grande, porque Johan nunca molesta por nada. Lo miro por un segundo y puedo ver preocupación en sus ojos.

— ¿Qué pasa? Y antes de que digas nada, recuerda que no puedes mentirme.

—Amigo, tengo un mal presentimiento, pero se trata del bufete y sé que no te gusta involucrarte.

—Tienes razón, sea lo que sea, no creo que debas preocuparte. Mi tío y mi abuelo nunca dejarán que algo malo pase con el bufete. Creo que lo aman más que a nada en esta vida. Mira podemos tomarnos algo si me das un momento para hacer un llamado.

—Supongo que tienes razón. Yo te espero, miraré que tienes porque muero de hambre también.

Entro en la habitación y cierro. Luego miro el celular con el contacto de Maya abierto. Dudo en llamarla por la hora, pero temo que se enoje conmigo, entonces, en contra de mi mejor juicio, marco el número y espero. La línea timbra una vez, dos, tres... y cuando pienso que no va a contestar su voz adormilada se oye por la línea.

— ¿Hola?

—Hola...

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