4. INSÓLITA REALIDAD
Raizel
Aún con el mal sabor de boca, Raizel se quedó parada en la puerta de Eileen apaciguando el centenar de confusión armada en su mente. Se reconfortó al verla dormida igual que un oso. Su despertador sonó emitiendo el canturreo de canarios creados por la arena de su reloj con forma de orquídea y con ello lanzó un grito ahogado.
—¡Oh cielos! Me asustaste. —Eileen se sostuvo tan fuerte como pudo de su cobertor.
Las luces de unas bombillas fueron las primeras en encenderse cuando Eileen se acomodó en la cama.
—Lo siento, —dijo Raizel entrando a la habitación de su hermana mientras se acercaba a darle un abrazo, suficiente para que todas sus preocupaciones se disiparan, la tranquilidad bordeó cada latitud de su alma cuando la estrechó.—. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! Ya eres toda una mujer.
—Hace mucho que lo soy. —Respondió ella apartando la vista a la ventana en busca de la claridad del día que aún no se dejaba ver.
—¿Ocurre algo? —Repuso Raizel curiosa por la actitud inusual de Eileen.
—No. —Negó con la cabeza—, pero me has dado un susto, creí haber visto un fantasma.
Raizel no puedo evitar esbozar una carcajada.
La habitación de su hermana tenía bastantes osos de peluche, un sillón café con varias prendas a medio doblar, una mesa antigua color cobre lleno de anotaciones desordenadas, en la mesa de noche estaba una lámpara antigua con luces colgantes en forma ondulada. Mientras que la ventana estaba adornada con algunas plantitas pequeñas. Los textos que estudiaba estaban semi acomodados en el estante. Parecía una niña pequeña aprendiendo a ordenar su propia habitación o una mujer con demasiado trabajo.
Raizel escuchó unos pasos acercarse. Era su madre, ingresó rápidamente a la habitación. Ella se dio cuenta que su mamá aún tenía el cabello alborotado, su pijama con figuritas de ositos y sus pantuflas de conejo. Era gracioso verla vestida así por las mañanas. Aun así, lucia hermosa y radiante. Su madre no era muy alta, pero su sonrisa encantadora recompensaba los centímetros que le faltaban. Aunque enojada era mejor no discutir con ella. Al verlas se le iluminó el rostro.
—Te has adelantado Rize.
—No será la primera vez. —le respondió sonriente.
—¡Feliz Cumpleaños cariño! —Se acercó dándole un beso a Eileen.
—¡Gracias mami!
—El tiempo ha transcurrido sin esperar que nosotros maduremos o mejoremos lo que somos, suena repentino, sé que lo es, pero quiero que comprendan lo que está a punto de ocurrir, es un día como ningún otro. —Su madre optó una voz seria—, no solo por ser tú cumpleaños Eileen. Hay algo que debo de entregarles a ambas, las cosas están tornándose complicadas, no quiero sacar conclusiones, pero a cómo van la cosas pueda que de ahora en adelante nos encontremos con algún decreto Reina que implique lo que nadie está preparado para afrontar.
—¿De qué hablas? Ha pasado mucho tiempo desde que se llegó a utilizar un decreto. —Raizel no sabía cómo procesar toda la información, estaba boquiabierta.
Su madre sostenía un cofre pequeño de color dorado, al abrirlo pudo ver que su interior estaba recubierto por una tela roja como la sangre lo bastante suave como la pluma de un ave, en la parte superior estaba escrito algo en un idioma diferente, no reconoció ni una letra. Su madre sacó un brazalete acicalado con detalles magnéticos e inusuales, poseía una forma espiral color ámbar con unas hojas de color verde y tres flores de diamante color zafiro que la adornaban. Era precioso. Se la entregó a Eileen.
—¡Póntelo! —Ordenó su madre.
Eileen asintió observándolo recelosa.
Al momento de colocarse el brazalete este resplandeció, las hojas que la adornaban cobraron vida, no era solo ese cambio que precisaba en ese momento, Raizel notó algo más en el aspecto físico de su hermana, sus ojos se tornaron a una tonalidad esmeralda intenso, brillaron con ese color dorado que rodeaba el iris de sus ojos, ya no parecían naturales. A Eileen pareció afectarle, ella misma percibió el cambio levantándose a toda prisa de la cama para verse en el espejo de su armario antiguo.
—¡Mamá! ¿Qué me ocurre? Parezco diferente... —Matizó pasmada, recorriéndose el rostro y los brazos.
Ella intentó quitarse el brazalete, no pudo hacerlo. Su madre se acercó a ella observándola fijamente.
—¡Eileen, cariño! a partir de ahora tu vida cambiará para siempre. El destino de Clarus está en tus manos. —Le dio un abrazo el cual se vio reflejado en el espejo.
Nuevamente su madre tomó el cofre; sacó una cadena de plata, tenía un dije de dragón que parecía sostener algo en sus garras, no hubo necesidad de palabras para saber a quién le correspondía el collar. Ella acertó. Al colocárselo consideró que el largo de la cadena era perfecto.
—Esto es tuyo Rize. Te protegerá.
Raizel levantó el colgante para verlo mejor, al tratar de descifrar algún posible secreto que su mente había inventado, concluyó en lo tonto que había sido pensar cosas que solo residían en su imaginación, aunque los detalles le hicieron amarlo enseguida, las alas estaban entreabiertas, por ello pensó en la labor con la que había sido tallada, merecía una ovación.
—¿Así que un dragón? —Pronunció por fin.
—¡Si! Rize nadie puede saber de este collar. Nunca te lo quites, ni se la muestres a nadie. ¡Entendido! Deberían atesorarlos, su padre se los dejó. Él tenía sus razones, él siempre fue... Sobreprotector —declaró casi melancólica.
—Lo que tú digas mamá. Cuando dices que no se lo muestre a nadie me da la sensación de fallarte. Suena emocionante, por lo menos espero tener una reliquia en mis manos y no solo un simple collar, de lo contrario moriré avergonzada por pensar que soy la heroína de un cuento. —Luego Raizel dijo con voz sería—; Después de todo es papá...
—Debes cuidar bien de tu hermana. —Su madre rio al escuchar a Raizel, luego dijo—: ¿De dónde sacas tantas ideas? No creas que el héroe caerá del cielo para salvarte y proclamar su amor por ti.
—No tienes por qué decirlo. —Expuso Raizel, ofendida por aquellas palabras de su madre—. Por mi hermana soy capaz de todo. Protegerla contra quien sea. Y no subestimes al destino, creer en un héroe es tener esperanza, que alguien te salve y te otorgue otra oportunidad de vivir ha de ser obra de los mismísimos dioses, quien no querría volver a empezar de nuevo y todo eso es posible si alguien nos concede ese milagro.
—Mamá creo que estas exagerando las cosas. —Dijo Eileen con inseguridad—. Entiendo porque dices todo esto, ya no soy una niña. Sé cuidarme sola. Me aterran ciertas cosas que están fuera de mi alcance, pero eso no quiere decir que vaya a huir. y bueno... —titubeó— Rize tiene razón, un héroe es como un milagro crea magia a través de sus acciones. ¿Papá lo fue para ti o no? —Eileen la observó fijamente.
—¿Cómo puedes preguntar algo así? El cambió mi vida entera.
—Entonces él fue tu héroe. —concluyó Raizel satisfecha de haber ganado la conversación con su madre.
—Esto no se basa sólo en encontrar un héroe, se trata de ti Eileen. Es diferente, no es un juego; tienes en tus manos un poder inimaginable. Tal vez tengan imaginación, pero dudo que su responsabilidad supere eso. Deben tener grabada en la memoria la historia que les he contado en repetidas ocasiones, aunque su expresión me hace pensar que debo volver a contarlo, esta vez espero que comprendan su importancia y por qué vivimos aquí. Raizel presta atención a todo lo que diga, solo espero que aguardes al final y no me estés interrumpiendo. Vamos a la biblioteca. —sonrió para que la siguieran.
Raizel y su hermana caminaron lentamente distanciándose de su madre. Eileen se acercó a su hermana tomándola del brazo al tiempo que le dedicaba una mirada de complicidad, recordaba la historia, pero le fascinaba escuchar a su madre recitarlo como la primera vez.
—Cierren la puerta. —Ordenó su madre desde el fondo con la mirada sobre sus manos que movían con agilidad las cortinas color ámbar que cubrían la ventana de la pequeña biblioteca para dejar entrar la luz matinal que se vivificaba como llamas entre las cenizas, inundaba las montañas lejanas otorgándoles la rebosante gracia que solo la estrella podía darles.
Su madre se sentó en el escritorio de su padre. Después de la muerte de él, Raizel se distanció de la biblioteca, cuando observaba la pila de libros la entristecía, supuso que su madre y hermana también les afectaba, aunque lo disimulaban mejor.
—Cuando los seres humanos poblaron la Tierra se les dispuso aprovechar cuánto pudieran para poder vivir. — comenzó a decir su madre acomodándose en la silla—. Muchos no entendieron el significado de "vivir" los mortales arrasaron con todo a su paso hasta el punto de extinguir la vida existente en el planeta, En ese período estaban al borde del colapso, la sequía se había vuelto un enemigo infalible, el agua siendo una fuente de vital importancia para la humanidad disminuyó drásticamente.
» La desesperación los dilapidó de una manera sanguinaria al tratar de encontrar la solución a la oleada de destrucción que ellos mismos provocaron, muchas de las civilizaciones comenzaron a pelearse entre sí, hasta que desaparecieron. Llegaron al declive aquellos imperios que parecían implacables. Nadie encontraba la forma de poder revitalizar el planeta, alguien tenía que pagar el precio para poder seguir viviendo. La ley de la vida ha sido escrita así, otros pagan por los desastres de otros. Para que el ciclo se estableciera otra vez debía de forjarse un nuevo vínculo. Aquel que se sacrificaría terminaría por alimentar eternamente a la Tierra y de mantenerla viva a través de la sangre agnada a las raíces del nacimiento de una nueva vida y nosotros fuimos producto de esa vida encadenada al sacrificio, descendemos de la rama principal de los Luveratu. Es así como el linaje mantuvo el poder por encima de los demás Reinos por nuestras venas corre sangre pura. Aunque ahora ya no es tan fuerte como antes.
Raizel digería aquellas palabras con aplomo, trataba de imaginar con creces como había sido ese acontecimiento. Se concentró nuevamente a la voz de su madre.
—El vínculo es poder, un poder creado del amor entre una Clariana y la tierra, por la primera mujer que gobernó Clarus. La fuerza y el poder nacieron de una sola, cautivante como el mar, fuerte como el viento, algunos pueden culparla ahora por eso, pero en realidad nos salvó, al menos por un tiempo antes de que los mortales causaran otro desastre y a cambio otra vida fuera exigida para sanar sus heridas.
» La hija del Rey Ajb'ak gobernante de las tierras altas, nació con el vínculo, es tan mencionada por la época en la que nació y lo que hizo. Una guerra comenzó en la tierra, una guerra empañó las tierras de Clarus devastándola, por primera vez el poder era lo que nos gobernaba, nadie sabe con exactitud de donde vino ese poder que nos sometió, un rey capaz de derrumbar Clarus si se lo proponía, aquella guerra duró años y años hasta que todo comenzó a destruirse, el efecto entre los dos mundos fue catastrófico. La extinción fue volviéndose cada vez más real. Finalmente, Siel otorgó su vida; no su fuerza, sino su vida. Reestableció la vida en ambos mundos mediante un don único, el sueño infinito, durmió a ambos mundos hasta sanarlos por completo y por fin despertar a los humanos y Clarianos por igual, comenzando con un nuevo ciclo de vida hasta nuestra actualidad.
Ella escuchaba intrigada todo aquel relato de su madre, se deleitaba con cada palabra, aunque no se imaginaba vivir en una época de guerra.
—¿Y qué ocurrió con el rey que sometió a los Clarianos? —preguntó Raizel curiosa.
—Rize, no se sabe nada de él, ni como murió o quien lo mató, si todo ese poder de Siel los aniquiló, me gustaría saber que más pudo hacer Siel con ese don maravilloso todo, ese poder...
—No suena agradable cuando lo dices así. —Bufó insatisfecha por la respuesta de su madre.
Raizel no quería pensar en todos esos dones genuinos y poderosos que hoy en día parecían ser leyendas.
—Mamá, entonces yo... —Interrogó Eileen sin pestañar.
—¡Sí Eileen! Tienes un don genuino, similar al de Siel.
—¿Voy a morir igual que Siel? —Preguntó Eileen de golpe.
Raizel no supo cómo reaccionar. Imaginó que tal vez ¿Sería sacrificada? Quedó helada con ese comentario que su madre había expuesto. Pensó en ella y sintió su alma hacerse añicos, —el sueño—; reaccionó en sus adentros aterrada, «¡no, no podía serlo!» no podría siquiera pensar en ello o cuando menos, hacerse realidad; sus sueños jamás acertaban.
—De ninguna manera Eileen. Solo servirás como Fuente para alimentar a Siel. Debes darle un poco de tu energía. Todo estará bien. Hoy en la velada te proclamarán como la nueva Fuente. Estaré contigo en todo momento. Hablar tanto me ha provocado un hambre terrible, vamos a desayunar debemos de preparar todo para esta noche.
Eileen estaba callada, no era propio de ella. Siempre estaba llena de energía y generalmente muy risueña; en aquel momento no parecía nada feliz. Raizel tampoco lo estaba, no se sentía bien con lo que había dicho su madre. Mientras desayunaban el silencio parecía gobernar toda la casa. Su madre se dio cuenta, pero no dijo nada. Ella les hizo saber que iba a salir por un paquete para la ceremonia, les dejó de tarea limpiar la cocina, luego desapareció a toda prisa, aunque no comprendía como es que su madre lo asimilaba sin alteración alguna, tal vez Raizel debía de confiar más en su mamá.
Rápidamente ella comenzó a lavar los platos, estaba tan retraída que al sentir un plato resbalarse de sus manos reaccionó.
—Pase lo que pase, prométeme que estarás siempre conmigo. ¡No importa cómo! solo quiero que estés ahí...
Eileen había tomado por sorpresa a su hermana con sus palabras. Su mirada destellaba un sentimiento de temor cuando terminó de recitar aquellas palabras. Raizel se lavó las manos luego se acercó y la abrazó susurrándole al oído:
—Eres lo más importante para mí y jamás te abandonaría, ¡acabemos con este ambiente tenso! —Añadió—. Salgamos a caminar. Antes de eso iré a la biblioteca para entregar unos libros de medicina que me prestó Lain.
—Porque siento que solo es un pretexto para verlo. —inquirió Eileen observando meticulosamente a su hermana, luego su sonrisa se agrandó.
Raizel estaba tan nerviosa por lo que había dicho su hermana que pasó por alto el hecho de tener en ese momento su rostro ruborizado como un melocotón.
—No es gracioso Eileen.
—Para mí lo es. Verte así por Lain. ¡No sé qué le ves! No es atractivo, además es mucho más grande que tú, quiero decir, podría tener unos quinientos años y tú apenas doscientos.
—No deberías de decir eso, recuerdo que años atrás decías no tolerar a Caleb. ¡Oh! Ahora babeas por él. Mejor me voy, regreso en dos horas.
Eileen no pudo contradecir las palabras de su hermana, al observar que no había respondido con otra acusación, Raizel
se rio en son de triunfo. Decidió ponerse en marcha, tomó varios libros de la mesilla cerca de la puerta metiéndolos en su mochila vieja de color azul. Cuando abrió la puerta su hermana dijo:
—Prepararé algo para comer. Más te vale llegar a tiempo o tendré que tomar medidas drásticas —dijo guiñando un ojo.
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