3. PARAÍSO
Raizel
Separados por dimensiones en donde el mismísimo Edén existía como fuente de vida para los seres humanos y toda vida en la Tierra, los Clarianos descendían del Ida, nacidos para proteger su alma y revitalizar los daños colaterales causados por los mortales a la Tierra. Clarus emanaba la gracia del paraíso en la que acogía cinco Reinos posicionados en un punto cardinal como una estrella. El Reino de Chrystal se establecía como la capital de los cinco reinos, gran parte de los ciudadanos vivían en cabañas de madera amurallados por colosales templos y torres altas en cada una de las secciones, las casas desaparecían entre los árboles que rodeaban el inmenso lugar. Las estructuras de las casas del Reino se consolidaban en forma circular, por secciones.
Una torre imponente se alzaba hacia el cielo de Clarus, situada justo en el centro del Reino; relucía con su implacable albor entrecruzada por plantas hendidas en su alrededor, cinco torres más pequeñas con picos como flechas apuntaban hacía el firmamento, protegida con magia antigua, como resguardo para el dirigente del Reino. A simple vista no se advertía la forma titánica en la que se cimentaban las casas, pues los árboles ocultaban su estructura junto con las ramblas formaba un laberinto ostentoso. Por ello, cualquiera podía entrar y perderse si no conocía la salida.
Un recordatorio de lo terrible que era para Raizel aprenderse de memoria la variación de las puertas dimensionales que cambiaban cada mes solar. Despidió un suspiro despreocupado cuando el viento de aquella mañana matinal le propició una brisa suave que llenó sus pulmones, con una delicadeza que solo la misma naturaleza consagraba para cualquier ser vivo. Los árboles y las flores danzaban a modo de notas a la vibración del aire como aves jugueteando en el cielo.
El paraíso mismo se divisó ante sus ojos, elevó las manos hacía el cielo con una sonrisa que ovacionó la claridad del cielo perfilado ante ella, su mirada penetrante denotó la convicción de una chica deseosa por el conocimiento. Raizel estaba retraída debajo de un exorbitante árbol de bellasombra, uno de los más antiguos argumentaba su madre. Se encontraba en la tercera sección del reino, lo bastante grande como para no reconocer la multitud que se aglomeraba durante dos días de cada semana, estaba agradecida de vivir ahí, encontraba atractivos tantas cosas transportadas desde las grandes ciudades de los humanos, los intercambios entre mercaderes abarrotaban las calles por horas.
Al volver la vista a su casa, observó con añoranza las decoraciones antiguas hechas por su padre, el color caoba le daba una vista antigua. Él había construido una barandilla de madera en el corredor, cada año le daba mantenimiento para conservarlo lo mejor posible, las grandes ventanas en el segundo nivel denotaban los años a través de su fachada.
Las demás casas exhibían diseños hermosos, algunas pequeñas, otras más grandes. La mayoría de los Clarianos mantenían su patio lleno de flores silvestres. De pronto la preocupación pareció volver a rondar por su cabeza, no sabía que regalarle a su hermana, suspiró en sus adentros. El tiempo se le había agotado solo le queda ese día para encontrar un regalo para su adorada hermana; cumpliría los ciento cincuenta años solares. Se tranquilizó y ocultó para si su incesante lista de cosas que podían ser un buen obsequio para Eileen, sin embargo, había quedado en salir hoy en busca de algunas plantas medicinales para la clase de la siguiente asignatura. La apresurada búsqueda de recolección de plantas se debía a la reunión de los cinco Reinos, el festival de las cinco sangres. El festival estaba tan cercano, y ella sabía que lo dejaría todo a un lado para disfrutar de la fiesta más grande de todo Chrystal.
Raizel observó algunas plantas marchitas, respiró aliviada al recordar que su hermana reviviría aquellas flores. Eileen poseía un don singular, hacía florecer todo lo que tuviese el mínimo contacto con ella; inclusive sanaba lo que estaba a punto de perecer, Raizel envidiaba el gran don de su hermana, no quiso sentirse incompetente así que contempló la casa de Lara situada a apenas unos metros de la suya, estaba tan ruidosa como siempre, sus hermanos parecían un torbellino. Estaba ya impaciente por estar esperando a su hermana, dio unos cuantos pasos a la izquierda observando con encanto los lirios sembrados por Eileen, luego contempló algunas casas emitiendo humo de las chimeneas.
Como protesta a un centenar de segundos esperando a su hermana, vio con atención a los Clarianos que pasaban caminado entre las inmensas calles coloniales, algunos vestían tan extravagantes, otros tan elegantes como reyes y otros tantos como ella, normales catalogaba a media que los reconocía... Todo el atuendo se debía a que los mercaderes viajaban a las ciudades habitadas por los humanos a comprar artículos de variedades abrumadoras, envidiaba en ocasiones no poder comprar a falta de dinero, no quiso pensar en ello. Raizel se avivó al recibir la luz del sol cálido, no quemaba, llenaba de vitalidad cada parte de su ser como si su cuerpo se oxigenara con solo respirar. Mientras ella observaba todo a su alrededor, llegó a la conclusión de que Clarus era el mismísimo paraíso. Aquel momento de tranquilidad fue interrumpido por la presencia de alguien que se acercaba a ella, al menos eso le advirtieron sus nervios, de inmediato, dio la vuelta para ver quién era. ¡Nada! Iba a voltear de nuevo e irse sola cuando de la nada apareció Eileen.
—¡Bú!
—¡Eileen! Me diste un susto de muerte.
—Exageras. —Musito dándole un codazo—. ¡Vamos Rize!
Ella asintió.
Comenzaron a caminar entre las casas cruzando las ramblas durante varios minutos zigzagueando entre las calles, llegaron a la cuarta sección abarrotada de vendedores de frutas y verduras y algunas tiendas de ventas de armaduras y armas. Ahí las casas eran más grandes que el de la sección de dónde provenían. Numerosas en tamaño y proporción, vendían los mejores artículos de subasta y tiendas de segunda mano. Los mercantes gobernaban aquella sección, algunos provenientes de otros reinos instalados con permisos especiales. Ellas pronto desaparecieron entre la multitud que se aglomeraba a encontrar los nuevos artículos exhibidos en algunos almacenes imponentes.
Luego, de cruzar diversas ramblas por un tiempo hallaron una puerta dimensional a la última sección, la quinta. Las casas albergaban a los visitantes de otros Reinos. Era notorio ver a muchos desconocidos. Los diseños de las casas eran magnificas, había ciertos edificios construidos con una habilidad sorprendente y de colores llamativos, se alzaban por encima de muchos negocios pequeños, arrullaban en lo alto ventanales grandes y techos coloridos uno encima del otro dejando entrever escaleras en espiral llenos de plantas y luminarias artesanales muy bien conservados. Los fuereños se quedaban a pasar la noche con entretenimientos y bebidas. Por las noches solían hacer fiestas en las calles con música, bailes, presentaciones teatrales, pinturas y algunos combates libres en casas de remolque como los llamaban, pues cambiaban a cada poco los lugares donde las llevaban a cabo por ser ilegales. Mientras otros mostraban sus dones. Era una de las secciones más animadas de todo reino.
Raizel y Eileen tomaron la calle principal donde estaba un niño jugando. Doblaron una esquina a la derecha para salir en dirección al castillo. Después de haber recorrido todo aquel pasaje hasta dejar atrás todas las secciones de Chrystal se encontraron con un hermoso sendero entre los inmensos árboles, una llanura deslumbrante donde los baobabs que crecían ahí mostraban una fortificación como ninguna, en la copa se divisaba pocas ramas con hojas, mientras seguían caminando se dieron cuenta que un baobab estaba muriendo; Raizel observó a su hermana dirigirse hacia el árbol moribundo extendiendo con ligereza gracia su mano sobre el tronco y este simplemente desapareció.
—¿Qué hiciste Eileen?
—Ya era tiempo. —Apuntó con seguridad mientras sostenía la mano donde había estado el baobab—. Es importante continuar con el ciclo de vida, solo observa bien. Hay un nuevo árbol que vivirá en su lugar.
Raizel quedó sorprendida al ver a pequeño baobab que pronto alzaría su copa hacia lo alto. Ni ella se imaginaba poseer tal poder como el de su hermana.
—Ahora vamos. Quiero nadar un poco.
—Como diga su majestad. —Raizel se inclinó en son de reverencia a su hermana.
—Si sigues diciéndome eso, me lo voy a creer —declaró mientras reía radiantemente.
Continuaron caminando. Chrystal era raso en su mayoría, las pequeñas colinas apenas y se notaban, aunque las montañas se imponían lejanamente. El ecosistema parecía una obra singular de la creación alineado para mantener el equilibrio de toda vida emergente en ella como el renacer de las hojas en primavera después del descanso del invierno sobre sus ramas.
Dejaron los baobabs atrás para encaminarse en otra planicie verdosa. Después de haberla cruzado se encontraron con un camino repleto de arces japoneses, en ese punto supo que <estaban cerca del lago Ikal, caminar entre aquellos árboles, parecía todo un sueño. Por fin estaban en la orilla del lago reluciente de un azul cristalino. Los troncos en su orilla daban paso para caminar y adentrarse al agua, por desgracia no era solo para ellas, al otro lado del lago varios jóvenes chapoteaban con rudeza, mientras que otras chicas se encontraban a varios metros de ellas.
El perímetro del lago estaba rodeado por los arces japoneses de preciosos colores atravesados intensamente por la luz del Sol con su destello dorado y lleno de vida. El lugar pintoresco regocijaba un escape para huir de la rutina u otras obligaciones, uno de los muchos lugares donde les encantaba ir a nadar, su belleza cautivante reinventaba la mente de Raizel cuando se dejaba embriagar de su sabor y su esplendor, se sumergió al agua liberando cada centímetro de sus pensamientos para que se dejasen llevar por la viveza del agua haciéndola sentir una especie de tranquilidad; como un refugio para ella. Sentía que la abrazaba, Eileen entró al agua y se fue acercando a ella con rapidez.
—Rize, gracias por acompañarme, necesitaba algo como esto para librarme de la presión que la academia ejerce sobre mí. Esto suma un número más en nuestra lista de fugas sin el consentimiento de mamá. Me siento una hija terrible, pero prefiero que sea de esta manera. No puedo acusarte, eres mi cómplice.
Los ojos de Eileen la miraban con atisbo de tristeza. Raizel no adivinó aquel gesto desolado.
—Eileen ¡te quiero! Y pase lo que pase estaré contigo. Eres sangre de mi sangre, un vínculo que solo te pertenece a ti y nadie más. Lamento que la academia te haga sentir cansada y malhumorada, deberías buscar alguna manera de liberar tu cansancio, aunque creo que las dos somos terribles y si me traicionas sería como si tú misma murieras.
—¡Oye! ¿Acaso me estás diciendo amargada? —Eileen comenzó a chapotear entre el agua—. Debes de respetar a tu reina y obedecerla, consolarla; no que la hagas sentir peor. Eres terrible para estas cosas. —su risa se agrandó.
—Veo que lo has tomado muy a pecho. Lo tendré en cuenta, si no me ves más, sabrás que he huido a algún lugar lejano, nadie en su sano juicio se quedaría a tu lado. —Aseguró con tono de burla al tiempo que se abalanzaba encima de Eileen para hundirla al agua.
Nadaron una hora más jugueteando entre el agua. Luego salieron quedándose un tiempo para comer algo, por suerte el sol les había secado la mayor parte de sus cabellos dejando pocas gotas de humedad. Finalmente estaban listas para regresar a casa, sus pasos rápidos entre los árboles resonaban entre las hojas cuando Eileen tropezó con una rama, la risa de Raizel fue replicada por unas palabrillas de Eileen cuando se levantaba.
—¿Estas bien? —Preguntó Raizel aun riéndose.
—¡Cállate! Suenas como una foca ¿lo sabias? —Eileen bufó molesta, luego retomó su camino con pasos largos y serios dejando a su hermana detrás ahogándose en risas.
Raizel sabía que Eileen detestaba perder y enfurecía cuando le ocurrían cosas como caerse o que la dejasen en vergüenza, nadie más que ella concia lo sensible que era en ese sentido.
—Vamos por esa colina —propuso Eileen señalándola cuesta arriba, casi como una orden—. Tengo algo que mostrarte.
—¿Es en serio? —Raizel hizo un mohín en señal de desacuerdo— Mamá se molestará si llegamos tarde, además... estas de mal humor, ¿puedes siquiera caminar sin mostrarme esa cara larga y refunfuñona?
—¡Oh vamos! Querría pelear contigo ahora y hacerte enojar hasta que también comiences a decirme todo lo que has hecho por mi... Pero No ayudas en nada. —El rostro de Eileen le suplicaba por una respuesta positiva y no alargarlo a una discusión que acabaría con ponerlas de mal humor—. ¡Te lo aseguro!
—Está bien. —Aludió Raizel resignada a recibir un sermón en la noche—. ¡Vamos! Lo menos que quiero en que termines por arruinarme el día. —dijo Raizel imitando a una foca, a lo cual Eileen curvó levemente la boca.
Una pequeña colina se logró entrever a través de las hermosas hojas de los árboles, luego comenzaron a caminar por el camino de arces japoneses que se imponían con flamante belleza, entonces; una hermosa tarde crepuscular se eclipsó domando el color del cielo y la tierra con recelo. El viento comenzó a soplar suavemente despidiendo los últimos rayos del sol que se colaban en el horizonte, al dejar a un lado los árboles se encontraron con la colina llena de pasto verde.
—Esto realmente te va a encantar. —dijo Eileen con una voz cantarina, entretanto una sonrisa perspicaz se asomaba a su boca desvaneciendo toda ápice de su enfado.
—Espero que así sea, porque esta noche el sermón de mamá será magistral.
Raizel imaginó a encontrarse con algún chico traído por los engaños de Eileen. Aunque planear citas, no era lo suyo... suspiró en cómo debía de disculparse si era el caso.
—¿Oye Rize? —Eileen irrumpió su mente.
—¿Qué ocurre?
—Estamos llegando. ¡Detente! Quiero que cierres los ojos, no debes preocuparte yo te guiare. —Instruyó Eileen parándose frente a ella.
—Estas exagerando las cosas. —Raizel pensó que su hermana estaba dramatizando más de la cuenta la situación.
—No te cuesta nada hacerlo.
—¡Esta bien! Si de este modo acabamos rápido con todo esto. No hay problema.
Raizel cerró los ojos. Luego comenzaron a caminar nuevamente. Un momento después se detuvieron, ella tambaleó antes de guardar la compostura.
—¡Lista!
—Sí, me has hecho pasarla desprevenida —precisó Raizel soltándose de los brazos de Eileen.
—Abre los ojos.
Raizel estaba perpleja al ver el precioso panorama que se vislumbraba ante sus ojos, la planicie yacía inundada de preciosos tulipanes de todos los colores que había, la noche se implantó y junto a ella la claridad de la luna acogiendo el cielo como su propio hogar. Los tulipanes emanaban un color dorado en su interior como si fuese polvo de estrellas brotando en su centro, pronto las luces que veía todas las noches surgieron como luciérnagas en todo el extenso lugar jugueteando entre las flores.
—¿Es precioso verdad? —El rostro de Eileen rebosaba de felicidad—. Lo he hecho especialmente para ti. No queda duda de que tu hermana es la mejor. ¿cierto?
—¡Definitivamente lo es! —Admitió Raizel, aun con asombro—. Es espectacular, no puedo explicar lo que veo con palabras. Ahora más que nunca confirmó el Oasis en el que vivimos. ¡Gracias! Eres la mejor Eileen. —Expresó ella con voz suave y casi quebrada por la nostalgia que se desbordó en su cuerpo.
El viento se avivó haciendo danzar a los tulipanes en aquella llanura majestuosa, Raizel se adentró entre ellos; riendo sin cesar e impregnando en su piel cada partícula de aquella sensación tibia y ligera de ese lugar, su lugar. acercó el dedo a una de las luces flotantes notando que se había dividido en dos.
—Es demasiado perfecto, si es un sueño no deseo despertar y si es real ruego para que quede grabada en mi memoria para siempre. Jamás olvidaré esto hermana. ¡Nunca!
—Dije que te gustaría. ¡Oh! No escucho tu agradecimiento. —Manifestó Eileen alzando la ceja hacia Raizel
—¡Eres extraordinaria! —El corazón de Raizel revoloteaba de felicidad—. Espero algún día poder devolverte un poco de esto...
Pasaron un tiempo observando y disfrutando la magnificencia de la naturaleza ante sus ojos. Raizel deseó olvidar que su madre replicaría su injustificada tardía a casa. Pero había valido la pena. Se marcharon tomando otra ruta entre los robles. Vieron a varias ardillas correteando entre las ramas de los árboles y algunos ciervos comiendo en la lejanía, avanzaron tan rápido como pudieron. Llegaron a casa exhaustas y cuando ingresaron vieron a su madre en la cocina preparando té.
—¡Oh vaya! por fin aparecen. ¿Dónde andaban? estaba preocupada. ¿No pueden dignarse en dejar una nota?
—Lo sentimos. Nos distrajimos. —Eileen se disculpó acercándose a su madre para calmarla.
—Siempre es la misma excusa. Mis hijas tienen la manía de desaparecer sin rastro alguno, como es que no piensan que su madre detesta buscarlas en todo el Reino. Ahora vayan a ducharse antes de que pierda los estribos y las dejé encerradas de por vida, dense prisa —expresó moviendo las manos— y bajen a cenar.
—¡Está bien! —Respondieron en coro.
Obedecieron sus órdenes, bajaron a cenar, tiempo después de haberse relajado. Su madre había preparado una ensalada. Raizel optó por comer frutas, mientras que su hermana comía la ensalada hecha por su madre. Se sentaron en la mesa a comer, de pronto aquella tensión fingida se esfumó por completo. Su madre no estaba molesta, comenzó a hablar sobre hacer un pequeño pastel para Eileen, luego dijo que costaría, ella debía ir a alguna ciudad de los humanos para comprar los ingredientes del pastel, su hermana hizo saber que no era necesario, aunque se había atrevido a decirle a su madre sobre ir a algunas de las ciudades más grandes de los mortales, a lo que ella hizo caso omiso diciéndole que siguiera soñando. Ese privilegio no era para cualquiera. Ya no lo era.
—Deben descasar lo mejor que puedan hoy. Mañana será un gran día —comentó su madre levantándose de la mesa.
—Desde luego. —La voz de Eileen sonaba cansada.
Dejaron limpia la cocina, luego se fueron a descansar. Raizel ingresó a la habitación, su fortaleza. Siendo para ella la cama el mayor de los tesoros. A ella le gustaba mantenerlo ordenado y limpio, los libros que leía debidamente ordenados, y dibujos relacionados con las artes góticas.
Su padre le había regalado el libro del viaje en el tren nocturno de la vía láctea, Raizel amaba esa obra, cada palabra en ella se tornaba poderosa. Él solía viajar mucho a las ciudades de los mortales, por lo que siempre traía consigo algo nuevo para leer. Sus ojos se habían encontrado con su retrato, los años que llevaba fallecido había dejado secuelas latentes. La muerte se mostraba inevitable hasta para los seres como ellos, prolongada y una amiga al final de aquella vida, pero no todos corrían con la misma suerte.
Entregada al cansancio se desplomó en su cama, esta era tan suave que le era difícil levantarse cada mañana. Acomodándose desvió la mirada a la ventana del lado izquierdo otorgándole una vista al radiante paisaje del Chrystal. Deseó con ansias adormecerse profundamente, no obstante, le costó conciliar el sueño por alguna extraña razón. Finalmente se quedó dormida, sabía perfectamente que debía de levantarse al día siguiente antes del alba.
—¡Raizel, corre!
—¿Qué?
—Corre. —Gritó Eudett.
Una de los siete centinelas que custodiaba los pilares del Origen de los Reinos. Vestía una armadura de plata hecha a medida sobre un reconocido cuerpo esbelto y fuerte, tenía pegado algunos cabellos cortos en su rostro sudoroso cuan mirada felina destellaba desafiante y valeroso como el de ninguna mujer que hubiese conocido jamás, comprendió que debía obedecerla. además de ser la que les enseñaba artes marciales en la academia a la que Raizel había renunciado después de haber obtenido notas bajas en uno de sus cursos.
—Tu hermana está muerta. Su traición nos arrastró hacía la muerte.
—¿Qué? —las palabras la cortaron como cuchillas— No comprendo que está pasando —Raizel estaba desconcertada, trataba de acomodar el sentido de lo que había escuchado.
—El balance se ha roto, el mundo que conocemos entrará en un caos total, la traición de tu hermana fue su condena. Ella no podría ser la piedra angular si no estaba entregada a su deber. ¡Nos falló!
—¡Ella es libre! —Argumentó con enfado—. Ustedes no son dueños de su vida.
—¡Cállate! —Objetó Eudett tensando su cuerpo—, ya es tarde para eso. Observa.
Raizel bajó la mirada al suelo encontrándose con la sangre inundando su entorno. El panorama parecía desalentador con un olor nauseabundo. Se formó un nudo en su garganta. A lo lejos yacía un cuerpo. De pronto una oleada de imágenes y pensamientos se formaron en su mente, corrió donde estaba tendido el cuerpo, quedó petrificada, todo se desmoronó. Era Eileen.
Ella despertó de un salto, sintió las lágrimas inundando su rostro. Solo había sido una terrible pesadilla. Se levantó buscando la claridad de la noche en la ventana donde se quedó parada con la mirada perdida. La luz del Sol aún no se percibía en el horizonte. Fue a lavarse el rostro, al ver su reflejo en el espejo viejo, suspiró aliviada.
—Solo fue un sueño. —protestó en voz alta tratando de explicarse en sus adentros que no era verdad.
Le fue difícil pensar en algo con ese sueño aterrador invadiendo su mente. Su hermana la enorgullecía, la quería muchísimo, un lazo que mantenían sin reserva alguna. Raizel confiaba plenamente en su adorada hermana. Su optimismo por las cosas le sorprendía y la motivaban a seguir avanzando. Además de su hermoso don. Aunque algunas veces expresaba con total desaprobación el que ella pudiera tener esa clase de poder. Recordó las palabras de Eileen tomando forma en sus pensamientos.
—No es tan bueno ser el centro de atención o que todos tengan altas expectativas de ti.
A pesar de los halagos, ella sabía muy bien que Eileen se esforzaba por lograr las cosas por sí misma.
Después de lavarse, Raizel volvió a acostarse un momento más en la cama. Se quedó observando el techo perdida en sus conjeturas sin fundamento. De la nada Escuchó una voz en su cabeza pronunciar su nombre. «¡Raizel!» era un susurro. Se le pusieron los pelos de punta haciendo que ella se sostuviera de su almohada.
Se levantó sobresaltada. Pensó que se estaba volviendo loca. Era extraño, había perdido la noción del tiempo después de dar tantas vueltas en la cama sin poder volver a dormir y resignada a poder conciliar el sueño se levantó para ver el reloj de arena de la mesita, la arena era de color anaranjado eso le advirtió que estaba a punto de amanecer.
«Hoy es el cumpleaños de Eileen no pienses negativamente». se dijo así misma tratando de animarse en voz alta, luego sostuvo el retrato de su padre, con un suspiro caminó hacia la habitación de Eileen.
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