27. VIAJE
La oscuridad oscilante a la nueva dimensión era tan silenciosa que no pudo percibir nada. Sus sentidos parecían no comprender esa nueva dimensión. A la distancia percibió el destello de una pequeña estrella, le alegro, pues la oscuridad era deprimente y abominable. la gravedad la hizo flotar, el cuerpo comenzó a pesarle cuando se impulsaba su cuerpo hacía la estrella. De un momento a otro, cayó a una nueva dimensión como si la hubiese succionado un remolino, fue demasiado rápido que apenas tuvo tiempo de llevar aire a sus pulmones, pronto le ardió la cabeza al quedarse sin oxígeno, abrió los ojos después de no percibir la ráfaga de aire vibrante y fuerte entre las dimensiones, se había detenido.
Sus ojos llorosos le hicieron ver una silueta borrosa, al adaptarlos lo vio fijamente. Era un niño; estaba llorando. Su ropa desgastada y su cara sucia le hacía verse triste y abandonado. Se encontraba echado al suelo sujetando fuertemente sus rodillas, la gente al pasar susurraba al verlo, pero nadie hacía nada. Raizel no pudo reconocer el lugar donde estaba. Al inspeccionar detalladamente la zona se quedó asombrada. Los edificios imponentes, calles amplias y lustrosas acicaladas por árboles en todo su trayecto le parecieron magníficos. No los había visto en ningún lado de Clarus, al menos no de esa forma. Al meditarlo por un tiempo estuvo segura de creer estar en una ciudad habitada por los mortales, aunque desconocía el nombre de la ciudad.
Al prestar atención el cielo azul con rasgos de humo contaminante percibió que el día con una fluidez diferente. Aquel aspecto fue cubierto repentinamente por nubes tomando un tinte entre una tarde nublada a una madrugada, era insípido observar todo ese lugar, los objetos en cuatro ruedas perecían no acabar nunca. Raizel se preguntó si se encontraba en los sueños o recuerdos de alguien. ¿Y de quién? Raizel volvió su vista al pequeño cuando se levantaba del bordillo en el que se encontraba, miró hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Su mirada desconcertante dejó un aire misterioso en ella. ¿y su madre, donde estaría? ¿Lo había abandonado?
Que los mortales fueran capaces de traicionar a su propia sangre ante la hostilidad de la vida le provocó rabia. Raizel cuestionó si, ¿todos los seres humanos eran así? De pronto el pequeño dio la vuelta, dirigiéndose hacia la derecha de donde se encontraba ella, optó por seguirlo. Sus pasos eran cortos y derrotados por la tristeza en sus ojos la desconcertaron. Estaba por doblar una esquina cuando alguien lo sujeto del hombro. La mirada del pequeño se volvió gélida, el aquel hombre vestía un traje gris, muy elegante, pero su semblante advertía ser una persona déspota. Se acercó susurrándole algo al niño, a lo que asintió casi estático ante el miedo que externaba.
Él niño subió a uno de los objetos rodantes que estaba esperándolos. Raizel se vio sentada junto a ello de manera espectral, aun no estaba segura de creer en un sueño o quizá el recuerdo de otra vida... O si se había perdido entre las dimensiones que parecían inacabables. Al fijar los ojos en el hombre, denotó un aire molesto, el chofer que conducía le pregunto:
—Señor Ridder ¿Dónde desea que lo lleve?
—A casa, date prisa si quieres mantener tu empleo. — respondió con prepotencia.
El chofer pareció desconcertado y pálido por aquellas palabras. Por otro lado, el niño no había articulado ni una palabra. El silencio volvió a ser el anfitrión mientras se conducían por las calles que poco a poco se volvían vacías cuando niño levantó la mirada perdiéndose en el panorama que se pintaba en el vidrio del objeto de cuatro ruedas. Al detenerse una persona uniformada fue acercándose al chofer para pedirle algo, él le entregó una tarjeta blanca y dijo:
—¡Tenga! —se la entregó rápidamente.
—Pase. —Respondió mientras abría un portón enorme.
Aquel hombre no era muy alto, era gordo y muy lento. Todo lo contrario, al chofer del automóvil que los llevaba. Este era alto, delgado con rasgos fuertes, ojos relucientes como marfil y labios pronunciados, muy presentable. Raizel se quedó pensado en las exigencias que el señor Ridder le exigía.
Nuevamente Raizel apartó la vista, vio unas enormes casas en todo el trayecto, grandes y de estilos lujosos. Se preguntó si ¿Todos los seres humanos vivían cómodamente o solo ellos? Al avanzar más adelante; dieron con la casa más grande de toda la fila que habían dejado atrás, esta era enorme y bien conservada. Definitivamente esa era la casa de él.
El señor Ridder bajó del auto.
—¿Vas a bajar o no? —Su actitud relucía a entender que no soportaba al niño, como si él lo aborreciera.
El pequeño salió con los hombros caídos. Subieron las gradas de piedra colonial que daban a la puerta principal de la mansión. La residencia estaba rodeada por un bello jardín de olmos grandes y verdosos que albergaban de bajo de sus copas mesas y sillas de madera. Al llegar a la puerta; el señor Ridder la abrió para entrar a toda prisa, —el niño se detuvo para tomar un respiro profundo—. Entró y cerró de un portazo rigiéndose hacia unas las escaleras de madera a toda velocidad.
Al ver todas las pinturas que había en la pared blanca, Raizel percibió obras de arte valiosas y pintorescas. Los sillones de la sala de estar estaban hechos de madera de cedro con hermosos estampados de color caoba clásico adornados con lámparas en las mesas pequeñas acomodadas en fila y en cada lado de los sillones. Ella jamás había imaginó ordenar su casa de aquella manera.
Las ventanas grandes estaban adornadas con cortinas clásicas hechas de satén color ámbar que caían al suelo con pliegues como los abanicos. El piso hecho de mármol relucía limpio y conservado. La comodidad era importante para los humanos a una escala supersticiosa. Después de haberse deleitado con las decoraciones, Raizel repaso la idea de subir las escaleras para encontrar al niño, o recorrer la casa, pero estaba en recuerdos ajenos que la conducirían a comprender lo que ocurría.
Escuchó unas voces provenir de la derecha, al acercarse fue haciéndose más fuerte. Aquella habitación era la oficina del señor Ridder. La puerta se abrió abruptamente, él salió a pasos agigantados subiendo las escaleras con una seriedad intimidadora, detrás de él salió una mujer de cabello corto y rubio, de ojos claros y los labios rojos que dejaban admirar sus pómulos pronunciados y su nariz pequeña. Llevaba puesto una falda color crema que le llegaba justo en la rodilla y una chaqueta negra. Raizel pensó que era la esposa de él. Sus tacones sonaron a cada paso de que daba para tratar de alcanzar a su esposo.
—Cariño ¡Espera por favor! —Su voz sonó suplicante.
Él ya había subido. Raizel los siguió. Al subir las escaleras, se encontró con una alfombra roja en todo en pasillo. Había demasiadas puertas, no supo donde se habían ido tan rápido. Unos murmullos la guiaron por fin a ellos, provenían al fondo del pasillo. Al llegar los encontró firmes frente al niño que se encontraba a una esquina parado sin levantar la mirada.
—¿Crees que puedes hacer lo que quieres? —el señor. Ridder sonaba pesado.
—¡Compréndelo! Es solo un niño —argumentó la mujer tratando de sostener el brazo de su esposo.
—Todo el tiempo hace lo mismo. Siempre va al mismo lugar. ¡Ya me tiene harto! Este niño se encarga de manchar mi reputación.
—¡No digas eso! —Dijo la señora angustiada, la mirada de temor de ella advirtió una inquietud fuerte.
—¿Qué es lo que pretendes? —El hizo caso omiso a su esposa—, niño insolente, ya me cansé de tus tonterías.
El señor Ridder sacó el cinturón negro de su cintura. Y comenzó a pegar al niño, quien seguía inmóvil.
—¡Basta! —Gritó Raizel sin poder contenerse ante aquel acto. Recordó entonces que no la escuchaban. ¡Claro! solo era un recuerdo, nada de lo que diría cambiaria ese acontecimiento.
Él niño no gritaba por el dolor. Estaba sumido en sí. Como podía tratar a su hijo así.
—Solo porque te necesito, no me molestaría en buscar a alguien tan insignificante como tú. —El niño levantó la mirada. Su rostro lucio apático. Sin vida. elevó la mano y de pronto el Señor Ridder se quedó inerte.
Cayó al suelo inconsciente.
—¿Que has hecho Yulian? La mujer intentó despertar al señor Ridder.
—¿Yulian? —una sonrisa desalmada se formó en su rostro—, ¿no sabes quién soy? humana estúpida. —Pareció alguien totalmente diferente—, ya estoy fastidiado de sus tonterías. ¿Creen que poseer dinero los hace intocables? ¿Creen que el dinero es todo? ¿los bienes? ¿el estatus? Es solo basura. ¿Qué van a saber ustedes? Si, viven a costa de otros, humillan a los demás porque ellos no son como ustedes. Entonces; ¿eso me da derecho a mí de hacerlo con ustedes?
—¿Cómo puedes decir eso? —Expresó la señora—. Te hemos dado lo mejor.
—Estos últimos años soporté vivir aquí. ¡Ahora ya no puedo más! No los necesito. Solo debo encontrar a mi madre. Es por eso que vine a esta ciudad. Pero al parecer alguien la eliminó del mapa. ¿Cómo creen que llegue aquí? Durante mi búsqueda hallé por fin la respuesta. Sucede que ella falleció a causa de ustedes.
Raizel pensó que el señor Ridder estaba muerto, pero se levantó del suelo sujetándose de su esposa.
—¿Quién diablos eres?
—¡Vaya! Mi padre no me reconoce. Que decepción.
Raizel se quedó petrificada. El cuerpo del niño desapareció. Había tomado la forma de un muchacho. Ella se tapó la boca; Era Lain. Estaba parado justo frente a ella. Lucía más delgado con el cabello corto.
—¡Yo te maté! —Dijo el señor Ridder, sin titubear.
—¿Matarme? Un humano matarme...—rio irónicamente—, ¿qué clase de estupidez es esa? Ciertamente soy como mi madre. ¿La recuerdas?
—¡Fenómeno! —El señor Ridder sacudió su traje—. Tu madre dejó de serme útil. Solo me deshice de la basura.
—¡Te mataré! —Lain entrecerró sus puños, depositó un golpe fuerte en la cara de su progenitor haciendo que se desplomara al suelo, la esposa de él estaba aterrorizada—; Es tu turno. —Miró a la mujer.
—¡Eres un idiota! —Su padre tosió sangre, con mucha
dificultad logró ponerse de pie.
—¿Aun sigues vivo? Pero no por mucho.
Lain se acercó y levantó el cuerpo de su padre con mucha facilidad, como si no pesara. La mujer forcejeo los brazos de Lain para que lo soltara, no lo logró. Él la lanzó al suelo. Luego le rompió el cuello a su progenitor sin titubear,
—Ahora es tu turno. Nada se interpone entre nosotros. —Miró fijamente a la esposa del señor Ridder—. Tú eres una de las que me trato como una basura. Y como tal, tú morirás.
—¡Lain detente! —advirtió Raizel atemorizada. Como podría hacerlo. Él no la escucharía.
Tomó a la mujer del cuello y en un instante la atravesó con una cuchilla, Raizel ni siquiera se había percatado de que el tuviese en la mano, la sangre comenzó a entreverse en la ropa de la mujer, al retirar el arma, arrojo el cuerpo de ella encima del de su esposo. Él cuerpo de la mujer yacía en el suelo cuando su cabello se tornó largo y ondulado.
—Como... —Lain tenía la expresión desconcertada—. Cómo pudiste hacerme esto. ¡Eras tú! —Él cayó de rodillas al suelo— ¿porque? ¿Acaso me odias? ¿Cómo alguien puede tratar así a su propio hijo?
Lain estaba totalmente fuera de sí.
—¡Debía darte una vida normal! —Su madre aún estaba consiente. Le acarició el rostro manchándolo de sangre.
—¿Normal? Nunca lo fui, maldita sea. ¿Cómo pudiste? —Lanzó un grito de furia.
—¡Lo lamento Lain! Tú y yo no podíamos vivir en Clarus.
Este monstruo no es tu Padre. Él se llamaba igual que tú... lo conocí en una de nuestras exploraciones que hacíamos aquí. Siempre estuvo a mi lado cuando mi tripulación iba a morir, nos salvó. Me enamoré de él, su amabilidad, era un humano como pocos. Tiempo después quedé embarazada de ti. —Su voz se entrecortaba con cada respiración—, Quería que nacieras y crecieras en Clarus. ¡No pude! Los linajes establecieron una ley en la que no podíamos mezclarnos con los humanos. Y yo... había quebrantado esa norma. Eso me obligó a tomar una decisión. No podía abandonar a tu padre. Pero el murió unos años después. No sabía cómo íbamos a sobrevivir en este mundo que apenas empezaba a conocer ¿Qué iba a hacer contigo? no eras como los demás. Serías reconocible entre los humanos. ¡En muchas cosas llamarías demasiado la atención!
—¿Así que la solución fue abandonarme? —Respondió Lain.
—No tenía otra salida. ¡Perdóname! —Su voz fue intermitente. Su cuerpo se encontraba inundado por el charco de sangre, su último aliento fue apagándose con sus ojos vidriosos que trataron de pedir perdón por última vez...
Lain pareció hundido en sus propios pensamientos. Salió de esa habitación sin levantar la mirada. Antes de abandonar la casa, bajó las cortinas de la sala usando y usando su don les prendió fuego para luego dejarlas caer sobre los sillones que pronto comenzaron a arder. Raizel se vio siguiéndolo fuera de la mansión, al girar vio humo, luego llamas impetuosas que se alzaban por el cielo. Aquella mansión fue tumbada por el fuego. La mirada de Lain era indescifrable, fuera lo que fuera que estuviese pensando no era algo predecible. Algo cambió y él se detuvo en seco. Dio la vuelta y entonces ella tembló.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste?
Él podía verla... Raizel se cuestionó ahora si estaba en la mente de él o en una ilusión. Después de todo había caído repentinamente en aquel lugar, a descubrir una vida, un pasado que no era suyo, pero que la hizo pensar en lo peligroso que era vivir en un mundo donde el dinero, el poder, y la avaricia gobernaban a los humanos.
—¿Quién eres? —Lain le sostenía la mirada.
¿La veía; pero no la reconocía? Entonces Raizel decidió actuar, de modo que no sospechara quien era, no sabía cómo había llegado allí, pero no podía delatarse.
—¡Eso no importa! —Respondió reafirmando su voz—, la cuestión es; que vine a buscar algo que tú tienes.
—¿Y que es ese algo?
Raizel usó la información que había obtenido todo ese tiempo a su favor.
—Vine por la chica, necesito su poder. ¡La necesito! —Raizel aclaró la voz—, solo ella podrá salvarme.
—¡Ja! —Sonrió incrédulo—, ¿Quieres a la chica? Primero tendrás que matarme. —Sus músculos se tensaron—, ella no ira a ninguna parte.
—¡No te lo pregunte! Apártate de mi camino. —Raizel entró a su mente, él la llevaría hasta Eileen. No sabía de donde sacaba esas ideas; o porque... decidió creer en su instinto. Se concentró, luego sintió muchas voces en su mente seguida por por imágenes, finalmente logró vislumbrar un cuarto grande.
Estaba semi oscuro, las cortinas de la ventana eran totalmente gruesas, no dejaban entrar ni un fragmento de luz, había una cama a la derecha, y un estante de libros vacío, junto a una mesa llena de frutas y agua intactas; al fondo escuchó un susurro. A Raizel le partió el alma cuando reconoció la voz; era Eileen.
—¿Quién es? —Se levantó de la esquina.
—¡Así que eres tú! Por fin tengo el placer de conocer a la nueva Meraki. Te he estado buscando. —Raizel pensó que se reiría por lo que había referido ¡pero nada!
—Todos buscan lo mismo. Ya me cansé de todo esto —Su mirada estaba impregnanda de desasosiego.
«Pronto acabará». Afirmó Raizel para sí.
Ansiaba liberarla... Pero el propósito de todo lo que hacía era incomprensible para ella. Se cuestionó si el Delta Luminoso la había enviado ahí. Debía de descifrar la razón. Mientras se preguntaba eso. Algo llamó su atención, era el brazo derecho de su Eileen había algo resplandeciente. No sabía si su hermana era consciente de eso, pero Raizel recordó el brazalete donde concentraba toda su energía. Eso es lo que necesitaba, que otra razón habría para poder verlo.
Raizel se abalanzó hacía Eileen, ella se apartó vertiginosamente, esquivando el puño de su hermana, este impactó en la esquina haciendo trizas una mesa de noche que se hallaba acomodada entre un pilar y la cama. Ella dio la vuelta hacia Eileen, estaba agitada y nerviosa.
—No te ves bien. ¿Tienes miedo? —Dijo Raizel con frialdad para ocultar todos sus sentimientos de furia e impotencia.
—¡No te tengo miedo! —Levantó su rostro sosteniéndole la mirada con una seguridad emergente en ella—, estoy hastiada de toda esta situación, tú no eres el único tras mi don. ¡no lo obtendrás!
Raizel sintió una ola de calor en sus mejillas. Estaba orgullosa de ella. Seguía fuerte. Y ella no le fallaría a su hermana.
—Conmigo es diferente, yo siempre gano ¿y tú? —Declaró señalándola con su dedo índice—, no eres una excepción.
Raizel atacó nuevamente, esta vez Eileen levantó la mano hacía su dirección. Sintió una fuerza extraña, de un salto Raizel colisionó en la pared, el oxígeno le faltó por un breve momento, la sangre en su boca tenía un sabor metálico como a hierro.
—Nada mal —reiteró Raizel mientras limpiaba la boca llena de sangre—. Es mi turno.
Su cuerpo pareció no pesarle cuando adquirió una fuerza desconocida que fue acumulándose en su puño derecho.
«¡Perdóname! —Suplicó Raizel en sus adentros—»
Raizel ganó una velocidad como una ráfaga que la llevó a insertarle un golpe en el vientre a su hermana, Eileen cayó al suelo inconsciente. De pronto sus manos se posaron encima del brazalete, algo estuoso recorrió su piel, sintió que la quemaba como el fuego, la sensación que le causó fue fatigante haciendo que comenzara a delirar y escuchar voces y sombras desconocidas que la obligaron a arrodillarse, sitió ese poder fluir en ella, un poder que la controlaba como una marioneta, porque ella sabía que no podría ponerse de pie, pero lo hizo.
Tropezó torpemente contra una silla que se hallaba tirada en el suelo, al recuperar el equilibrio volteó a ver a Eileen, se le revolvió el estómago. Raizel no había notado los grilletes que tenía en los tobillos unidos a una cadena larga atada a una esquina cerca del sillón donde ella la había atacado, podía denotar el forcejeo en ellos. Estaba tan concentrada en su hermana que el sonido de la puerta abriéndose de golpe le aceleró la respiración. Era Lain; en ese momento ansió matarlo con sus propias manos, —por dentro estaba desecha—. Pero Raizel se juró a si misma vengarse de él. Lo mataría.
—Tú de nuevo, sí que eres latoso. —luego advirtió Raizel con tono triunfante— me gustaría quedarme a jugar, pero no necesito desperdiciar tiempo cuando ya conseguí lo que quería.
—¿Qué has dicho? —Lain miró al suelo, luego levantó el rostro con sus enardecidos de rabia y una furia que destellaba en la tensión que se formaba en su cuerpo.
—¡Adiós! —Concluyó ella riéndose secamente.
De nuevo Raizel sintió la desbordante tracción en todo el cuerpo. Fue atravesando pasajes peculiares que no podía siquiera reconocer, mares rojizos, valles muertos, tierras con habitantes desconocidos. Cuando quedó parada por segundo en la nada advirtió una caída vertiginosa que hizo sentir sus órganos casi por el cuello, luego como si su alma se separase de su cuerpo por breves instantes. Raizel tenía la cabeza ladeada por tantas caídas a esos agujeros. Pronto se disipó, estaba eufórica, entonces justo en frente de ella apareció el Delta Luminoso. Era lo único que emitía luz en esa oscuridad muda y lúgubre. No era lo mismo ver un holograma que verlo ahí mismo. Los ojos emitían un color azul cielo, era como ver el cosmos en esos preciosos ojos, parecía que las pequeñas luces se movían a un ritmo exiguo; la enigmática reliquia celestial y poderosa la cautivo.
Tomó ambos ojos en sus palmas percibiendo su docilidad suave y afable, Raizel los observó más de cerca, entonces; hubo un estallido de luz pura. Ese lugar oscuro pareció desvanecerse, mirara donde mirara solo prevalecía la luz. Al ver sus manos vacías, pensó que se habían ido a alguna dimensión de ese universo infinito tan inverosímil e indescifrable para sus sentidos. Tenía miedo a lo desconocido, a ese mundo que la empequeñecía, el miedo a estar sola y sin percibir algo que ella conociera, no estaba preparada para lo que estaba afrontando. Deseó salir de allí cerrando los ojos, luego respiró profundamente.
No pasó nada... Seguía atrapada allí. Su cuerpo comenzaba a flotar hacia ninguna dirección. En ese instante aparecieron espejos enormes rodeándola. Avanzó hacia uno de ellos para tocarlo. Su mano lo atravesó con toda facilidad. Fue extraño, Raizel estaba paralizada ¿Cuánto era real y cuanto... no? Atravesó la muralla de espejos para encontrarse con unos más ostentosos, cruzó nuevamente cada uno de ellos con el miso resultado.
—¡Qué demonios! —espetó en voz alta.
Estaba cansada. Luego quiso volver a cruzar otro espejo, en ese instante no pude hacerlo, ese era real, sus manos tropezaron con la superficie plana del espejo. Ahí estaba ella viendo su reflejo. Al dar la vuelta los espejos estaban en forma circular, en ese momento se fracturaron, como si alguien los hubiera golpeado. Todos al mismo tiempo. Raizel escuchó varias risas que provenían de todos lados, pero dejó de escucharlos al sentir sus pies arder, avanzó hasta llegar a su cintura. El dolor punzante hacía crujir sus huesos y los espejos reflejaron sus movimientos que clamaban por salvación, una que había huido de ella. Al bajar la mirada a su cuerpo no había nada...
Raizel emitió un grito ahogado. Su cuerpo se quemaba de algún modo que no entendía. Deseó salir de allí con todas sus fuerzas. Si aquello era una pesadilla quería despertar. Fue demasiado agobiante como para seguir soportándolo. Hasta que sus ojos se fueron cerrando.
Despierta se decía... no lo hagas... recuerda la advertencia....
—El dolor que tus ojos no reconocen es la que más te fragmenta... ¿Qué respuesta hay cuando lo que ves herido es tu alma? Algo que solo los dioses del universo son capaces de lastimar hasta el punto de lograr hacer renunciar a alguien a propia existencia.
Palabras que la venían de la nada... Raizel no compendia quienes eran... las muchas voces que habían hablado. Pero si, la habían destrozado, pues el dolor ya no era fuego sino filos de espadas que se insertaban en alguna parte de su cuerpo o en su alma, no lo sabía... Cedió a lo que no debía hacer. La oscuridad se volvió una compañía recurrente.
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