Capitulo 48: Lucy...
Parte II
Introduce uno de sus dedos y acaricia la entrada a mi cuerpo. Con la mano de Clyde tapando mi boca, me es imposible generar sonido alguno y que salga de mis labios.
Un nuevo mundo se hace visible ante mi. Es extraño este deleite de sentir su dedo acariciando las paredes de mi interior. Pongo los ojos en blanco mientras separo mis piernas para que Clyde continúe con mi tortura.
Entra y sale, forma círculos alrededor de mi. Con su defo pulgar soba mi hinchado sexo. No se detiene. Aumenta la velocidad. Abro los ojos por un instante y ya no puedo cerrarlos al ver la perversidad pura en sus ojos. No puede sentirse más feliz. Lo puedo detectar en la pequeña curva de sus entreabiertos labios. La piel se me eriza con el contacto del aire caliente que exhala sobre mi cuello. Besa mi cuello, sonríe. Ha sentido mi piel de gallina.
Pero me saca de quicio que disminuya el ritmo cuando siento que no contengo los impulsos de mi cuerpo. Gimo desde mi garganta y agarro la mano de Clyde. No quiero que se le ocurra dejarme de esta manera.
— ¿Quieres que pare? — Muevo mi cabeza de un lado al otro y sonríe — ¿Quieres que siga?
Suaviza el ritmo de sus dedos y mi cuerpo pierde dignidad y control. Me empino y muevo mi cadera hacia adelante y hacia atrás, dejando que mi trasero haga presión a lo que desde hace minutos me está practicamente punzando. Mi cuerpo halla un poco de alivio al percibir de nuevo el roce de los dedos de Clyde.
Las pupilas de Clyde se dilatan aun más. Pasa su lengua por encima de su labio inferior. Gracias al cielo, sigue masturbándome, más fuerte.
Esto es demasiado. Es mucha iniquidad junta. Sin poder jadear como quisiera, me veo obligada a liberar mi sensación de deleite y placer de otra manera. Mis ojos se llenan de lágrimas. Tengo una enorme impotencia de no poder jadear, no poder gemir el nombre de Clyde. El hombre que ha hecho que mi mente se desordene y que mi cuerpo deje de obedecerme a mi.
Observo pequeñas manchas rojas cubriendo mi pecho y parte de mis brazos. Mis pezones endurecidos y la piel de mis senos y abdomen totalmente erizada. Me fijo en mis ojos. Maldita sea, esa mujer la desconozco. Me veo completamente diferente. No veo las arrugas entre mis cejas, mi ceño se encuentra totalmente relajado. ¿Qué es lo que Clyde está haciendo en mi?
— No pienses, sólo vive. Déjame sentir cómo tu cuerpo se rinde a mi —. Susurra contra mi cuello.
Libera mi boca. Inhalo y exhalo aire con dificultad. Me cuesta mantener mi cabeza en alto, al igual que mis ojos abiertos. De reojo alcanzo a notar que mis labios se encuentran hinchados y casi rojos. Mis rodillas tienden a doblarse, mis piernas se debilitan y comienzan a temblar. Dejo caer mis brazos en cuanto siento que me envuelve un delicioso éxtasis.
Clyde acerca sus labios a los míos y me besa, como si supiera que justo en ese instante iba a gemir su nombre. Ojalá pudiera besarlo con más fuerza, pero me es imposible. Caigo en la debilidad al punto que Clyde se ve forzado a llevarme hacia el lavamanos del baño y sentarme encima. Se devuelve al pasillo a recoger mis dos prendas y regresa a vestirme. Primero el sostén y luego la camiseta.
Tomo a Clyde de la cintura y lo acerco a mi. Le doy un abrazo mientras intento recuperarme. Descanso mi frente en su hombro, mientras siento cómo organiza todo mi cabello dejándolo a mis espaldas. Tiemblo y escucho de nuevo ese fastidioso y ensordecedor sonido en mi oído. Gotas de sudor corren por mi espalda y desde mi cuello hasta humedecer mi pecho.
— ¿Estás bien, pequeña? — Susurra mientras eleva un poco mi camiseta por detrás para ventilar mi espalda.
— Tengo calor —. Logro balbucear.
— Lo sé. Fue rudo de mi parte complacerte de pie — sonrío, agradeciendo de que no pueda verme —, pero quería verte excitada frente a un espejo.
— ¿Y qué tal fue? — Murmuro. Su cuello huele a perfume de caballero.
— Fue lo más erótico que haya podido causar, presenciar y apreciar.
— Gracias —. Elevo mi rostro para poder observar su rostro.
Clyde sigue con el ceño un poco fruncido, como si estuviera pensando. Aprieta sus labios y me veo tentada a besarlo. Acerco mi rostro al suyo para darle un beso de pollito, pero cierra sus ojos y voltea el rostro.
Maldita sea, ¿por qué hizo eso? ¿Ahora qué ha pasado que yo ni me dí cuenta?
Da unos pasos hacia atrás y llega al pasillo. Me pongo de pie y me detengo bajo el umbral de la puerta.
— ¿Qué tienes? — Pregunto.
Vuelve a apretar sus labios y mira hacia el techo. Mete sus manos en los bolsillos traseros de su jean y dirige su mirada en mi.
— Esta mierda llega hasta aquí, Samantha.
Sus palabras hacen que toda ilusión, esperanza y dignidad se unte de porquería. No puede ser. ¿Está jugando conmigo? No importando la respuesta, este comportamiento es inaceptable.
Algo en mi pecho empieza a carcomer mi fe en que quizá había algo más allá del placer.
— ¿Es enserio, Clyde? — Pregunto, con la estúpida convicción de que de pronto se arrepienta de lo idiota que ha sido.
El dilema aquí es ¿qué quiero que responda?
Tensa su mandíbula y me hace sentir inferior con su mirada.
— Si —. Responde. Lo odio.
— Bien.
Termino de acomodar mi sostén. Subo un poco mi jogger para asegurarme de no mostrar más piel de lo debido.
— Voy a dejarte a la residencia, Samantha.
Pongo mis ojos en blanco y me empeño a caminar por el pasillo. Me voy. No me importa si su madre sigue por allá abajo cocinando para mi también. Que su inocente hijo se lo explique, si es que le dice la verdad.
— Soy lo suficientemente capaz de llegar a la residencia yo sola. No dependo de tu ayuda, maldito.
— Dímelo en la cara, Samantha —. Su voz se hace grave.
Me detengo en medio del pasillo, doy la vuelta encima de mi talón y sonrío casi que de oreja a oreja.
— Maldito —. Vocalizo.
— ¿Por qué putas me hablas así? — Cierra sus manos.
— Porque eso eres, Clyde "Maldito" Payne. Ni creas que podrás tenerme en la palma de tu mano como a todas las regaladas que andan detrás de ti.
— Me diste el espacio para tocarte. Sexo oral y masturbación en menos de 24 horas. Eres más fácil que el resto que he conocido.
Miserable. Es oficial, yo odio a Clyde Payne. Qué estúpida he sido, y lo peor de todo es que tiene razón. La culpa de lo que está sucediendo es sólo mía. Mis ojos quieren llorar, pero no puedo demostrar debilidad. Tristeza y enojo. Decepción e ira. ¿Cómo actuar cuándo no sé lo qué estoy experimentando en mi mente? Una solución sería darle una patada en los testículos, otra ignorarlo por el resto de mi vida, y la última es insultar.
— Métete el dedo por el culo, Clyde.
Elijo insultar. Le doy la espalda y camino rápido hacia las escaleras. Bajo y me encuentro con el comedor listo. Burritos mexicanos. Esta mujer me ha dado en el punto débil.
— ¡Oh, pequeña! — sale Judith de la cocina y se acerca a la mesa del comedor — Estaba a punto de llamarlos. ¿Te gustó la casa? Eres bienvenida cuando quieras.
Intento sonreír, pero mis esfuerzos son en vano.
— Si. Gracias, Judith.
Frunce el ceño. Se parece demasiado a Clyde con esa expresión de preocupación en su cara.
— Cariño, ¿por qué lloras? — Pregunta.
Toco mi rostro para asegurarme de lo que dice. ¿En qué instante comencé a llorar? Parpadeo y más lágrimas caen. Me seco con la palma de mi mano y recobro mi postura. Ella mira hacia otro lugar, o mejor dicho, hacia Clyde, quien disfruta de herirme y seguirme cuando intento alejarme de él.
— No, no señora. Estoy un poco estresada. Yo tengo que irme. Este fin de semana no he adelantado trabajos pendientes para esta semana y necesito obtener buenas calificaciones.
La mujer me observa desconcertada, podría decir que triste. Bajo las escaleres y me enfurece escuchar los pasos de Clyde junto a los míos.
— Quédate, cariño. Come primero y después puedes irte, ¿si?
Suspiro y sonrío hacia un lado.
— Está bien.
¿Cómo negarte a un almuerzo que han preparado con amor sólo porque tu estás de visita?
***
— Clyde puede ser un poco grosero de vez en cuando, pero está hecho de chocolate y sé que le gustas.
Judith no ha parado de hablar maravillas de Clyde mientras la acompaño a caminar por el patio. Ella obligó a Clyde a ir al supermercado a comprar unas cosas que necesitaba de última hora. Él se resistió, era como si no quisiera dejarme a solas con su madre. Al final, no tuvo otra alternativa que irse.
— Judith, él tiene razón. Nosotros no somos novios, y Clyde no es mi tipo.
— ¿Por qué no lo es? — Pregunta.
— Bien, pues, él es muy mayor para mi. Él tiene 24 años, y yo apenas voy a cumplir 19 en octubre.
— ¿6 años de diferencia? — se ríe para sí misma — Eso es gracioso, pero la edad jamás ha sido un inconveniente para que haya amor.
— Yo no soporto el misterio, Judith. Clyde está conformado por tantos secretos, que nunca sé cuál estoy descubriendo en sí.
Sus ojos se apagan al igual que su expresión. Se dirige hacia unas sillas de madera y yo la acompaño. Nos sentamos y puedo detectar que va a abrir su corazón a mi.
— Mi muchacho no siempre fue así. Su dulce y tierno modo de ser se vió afectado cuando su padre y yo nos divorciamos...
— Judith, lo siento —. Susurro y aprieto su hombro. No me imagino el dolor de una madre al ver cómo su familia se desmorona como un castillo de arena cerca al mar.
— Yo dejé mi empleo cuando supe que estaba embarazada. Clyde nació y todo seguía siendo hermoso como siempre. Nuestra economía empezó a elevarse gracias al duro trabajo de Leonard. Dos años después quedé embarazada de Lucy.
Lucy... ¡¿Lucy?! Un momento... ¡Si! Recuerdo ese nombre. Fue Rob quien me lo mencionó la noche que me llevó de regreso a la residencia. Esto es increíble. Lucy no es una ex novia de Clyde... ¡es su hermana! ¡Por fin! Tenía que quedarme a solas con Judith para saber lo que Clyde tanto había omitido.
— Todo iba de maravilla — continúa —, hasta hace 6 años. Nuestra familia en menos de 6 meses se fue de pique al pavimento. Clyde contestó un día en el trabajo el teléfono de su padre y era la otra. Clyde y Leonard tienen exactamente la misma voz, así que la mujer pensó que era Leonard. Clyde no entendía lo que pasaba pero le siguió el juego y descubrió algo más que una relación laboral. Él no soportó vivir con esa carga ni una semana. Mi muchacho tan sólo tenía 18 cuando eso sucedió. Terminó confesando y luego me dí cuenta del por qué Leonard llegaba tarde en las noches.
— No puedo imaginar lo duro que eso pudo ser para sus hijos, Judith.
Con razón. Clyde es lo que su pasado ha formado en él. Todo empieza a encajar. Clyde se fue de su casa a los 18 años de edad. Quizás Lucy también quería irse con su hermano y por eso el apartamento de Clyde tiene aún su ropa. Pero no entiendo el por qué Lucy jamás regresó por sus pertenencias.
— Desde entonces Clyde cambió de manera radical. Se fue a vivir al departamento en el que aún vive. Dos semanas después, Lucy se escapó para vivir con Clyde y...
— Si, lo sé. Es una lástima que se haya ido a vivir en otro lugar.
Judith abre sus ojos y me observa fijamente.
— ¿Qué dices?
Me empiezo a confundir.
— Es una lástima que viva en otro lugar. Le he dicho a Clyde que me gustaría conocerla pero nunca hace nada al respecto.
Escucho el motor de la camioneta de Clyde.
— Mi Lucy está muerta —. Mi vida parece detenerse y Judith llora amargamente.
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