Capitulo 47: ¿Con el permiso de quién?
Parte I
La señora Judith no me permite acercarme a la cocina, lo cual me pone los nervios de punta, porque sé que de pronto no es buena idea andar vagando por la casa con Clyde siguiéndome a todas partes.
Con Clyde, nunca se sabe lo que puede surgir.
— Permítame colaborar con el almuerzo, por favor —. Nunca había deseado ayudar en la cocina más que ahora.
— Samantha, he vivido los últimos seis años sola. La ayuda en la cocina esta de más para mi — dice mientras corta en rodajas la zanahoria —. Clyde, sé útil y dale un paseo por la casa y el jardín trasero.
Pongo los ojos en blanco y observo la curva que se acentúa en los labios de Clyde. Estoy empezando a creer de que Judith es cómplice de su hijo.
Clyde se acerca a mi y me toma por los hombros.
— Si, Sam. Te noto algo tensa, un poco de aire fresco quitará esas arrugas que tienes entre tus cejas —. Clyde me dirige hacia las escaleras de madera hacia el segundo piso.
— Puedo apostar a que el aire que respiraré en el segundo piso de la casa, es exactamente el mismo al de la cocina, Clyde —. Refunfuño. Lo que menos quiero ahora es que me den un paseo por la casa.
Llegamos hacia un pasillo con una alfombra blanca con bordes rojos en el piso, puertas de habitaciones abiertas y un balcón al final. Interesante. Me separo de Clyde y camino, mientras observo que en las paredes de madera no hay nada colgado. Puedo ver que sus gustos no son nada parecidos a los de Clyde y a los míos.
— Veo que en cuanto al tema de la decoración ambos son muy distintos.
Clyde me alcanza y camina a mi lado.
— Si, es cierto. La mujer es toda simple, y eso me jode.
— ¿Por eso no vives con ella? — Pregunto.
— Tengo 24 años, Sam. La mujer y yo tenemos nuestras diferencias. Es mejor cada uno por su lado y que la fiesta siga en paz.
— ¿Creciste aquí? — Pasamos por lo que parece ser un baño social. Lo más extraño es que el espejo va desde que la pared se encuentra con el techo hasta el suelo. Un espejo de cuerpo completo.
— No. Yo crecí en la casa donde ahora vive mi padre y su novia. Me mudé cuando tenía 18 años.
Sus palabras golpean mi corazón. ¿Pudo la separación de sus padres ser la razón por la que sea como es?
— ¿Se divorciaron? — Pregunto, y no quiero que se enoje conmigo.
— Si. Mi mamá descubrió todo.
No sólo discusiones, sino infidelidad. Esto está peor de lo que pensaba. Es mejor que no siga haciendo más preguntas.
— Lo siento mucho, Clyde —. Tomo su brazo con el tatuaje de plumas y lo abrazo.
— Es un asunto del pasado, pequeña.
Retira su brazo y pone su mano en mi cintura, haciendo que nuestros cuerpos se junten.
Abre un poco la puerta en vidrio del balcón para poder salir.
— ¿Es verdad que trabajas con tu padre?
— Si — responde y ambos apoyamos nuestras manos en la baranda de madera del balcón—. Llevo la contabilidad de algunas de sus empresas, incluyendo el sitio de tatuajes donde Rob trabaja.
Sonrío. Observo los hermosos y altos pinos en el jardín de la casa. Por un momento, este escenario me lleva de regreso a San Francisco cuando iba a la casa de Hayley junto a Eloise, que por cierto no he sido diligente con el asunto de saber dónde rayos anda metida.
Nydia es quien viene a mi mente cada vez que alguien me menciona algo relacionado a empresas. Fue mi primer trabajo y la oportunidad para acercarme a el mundo de la costura.
— Tu silencio es incómodo, Sam.
Salgo de mis pensamientos. Miro las cejas de Clyde y las arrugas que se forman entre ellas. Mi cabeza da vueltas al ver lo hermoso que Clyde es con barba, pero me gusta más cuando esta creciendo de nuevo. Me doy el gusto de estudiar su rostro una vez más. Nariz fina, pestañas largas, cejas gruesas, las moderadas expansiones en sus orejas. Vaya, no había notado que tiene un pequeño lunar en su oreja izquierda. Me pregunto cómo se llamara esa parte exacta de la oreja. Tendré que preguntarle a Hayley apenas pueda hablar con ella.
Pero son sus ojos café lo que más me intriga. Es su mirada la que hace que mi voluntad dependa de él. Esa mirada tan pecaminosa como los habitantes del infierno, tan oscura como las densas tinieblas; pero hasta la oscuridad necesita de la luz para poder definirse como tal. A pesar de la distorsión que refleja su alma, puedo ver con claridad que no todo en él es malo.
Sin tenerlo previsto, Clyde me sujeta de la cintura con una mano, y con la otra toma mi cuello por detrás, dejándome sin la opción de tomar postura en la situación.
Junta su creciente erección a mi vientre y... un momento. Mierda, pero si ya lo tiene más que duro y agrandado. Separa un poco sus labios y empieza a jadear. Hago lo mismo. No sé cómo calmar este deseo que tengo por él. ¿Cómo? Si es que estamos derrochando ganas el uno por el otro.
— No me resisto a que me mires así, Sam.
Pega sus labios a los míos y ya siento que estoy en otra dimensión. Rodeo su cuello con mis brazos y dejo que mi pecho se estruje al suyo mientras me empino para tener un poco de dominio sobre él. Sus manos pasan a acariciar mi espalda y a apretar mi cadera.
Su boca no libera la mía. Componemos una excitante sinfonía de jadeos y quejidos. Su respiración se hace cada vez más fuerte, golpea mis mejillas y debo decir que me encanta. Me encanta sentir lo vivo que está ahora mismo. Me fascina pensar que no sólo hay necesidad de placer carnal en lo que hacemos. Este hombre logra complacer mi intelecto y mi alma.
Me levanta del trasero y me deja sentada en la baranda. De la sopresa, me agarro de su cadera con mis piernas, sin soltarme de se cuello.
Observo y un terrible hormigueo recorre mi cuerpo al ver la altura a la que estamos. Es demasiado para ser un segundo piso. Volteo mi cara para ver a Clyde. Tranquilidad entra en mi al sentir que soy lo único que sus ojos ven. Intento sonreír.
— No me dejes caer, Clyde —. Susurro cerca de sus labios.
— Yo estoy cayendo.
Santo cielo, esa voz ronca me hace delirar. Baja su cabeza y su lengua saborea mi cuello. Mi piel, mis poros y cada sensación provocada en mi cuerpo se rinden a el tacto de Clyde. De repente, mete su mano por debajo de mi camiseta, desabrocha mi sostén y pellizca uno de mis pezones.
— ¡Clyde! — Gimo y suelta mi pezón.
Junta su erección aun más a mi vientre y pone su dedo índice sobre mis labios.
— Sólo por hoy no quiero que gimas mi nombre. No queremos que alguien allá abajo nos escuche, ¿bien?
— Lo siento.
De nuevo, me agarra del trasero y me levanta de la baranda. Sigo sin soltar mis piernas de su cadera al ver que me lleva de regreso al pasillo. Camina y me suelta justo al frente de la puerta del baño con el gran espejo de techo a piso. Observo que es lo suficientemente ancho para mostrar el reflejo de ambos.
— ¿Qué piensas hacer? — Pregunto mientras sigo observado a Clyde por medio del espejo.
Clyde da un paso hacia mi, dejando que su miembro aún despierto llame mi atención al rozar mi trasero.
— Quiero seguir con lo que ayer iniciamos —. Susurra cerca de mi oreja.
— ¿Con el permiso de quién? — Sonrío y junto mi mejilla a la suya.
Puedo ver todo. Clyde se ve muchísimo más alto ahora que lo veo detrás de mi.
Lentamente, Clyde pone sus manos sobre mis senos. Jadeo y con sus dedos índices presiona exacto sobre mis pezones. Sus manos descienden por mi abdomen hasta llegar al elástico del jogger. Baja y jadeo en el instante que sus dedos comienzan a hacer círculos sobre mi húmedo clítoris.
— Con el permiso que tu cuerpo me ha concedido.
Muerde el lóbulo de mi oreja y se me escapa y pequeño quejido. Sin una pizca de vergüenza, Clyde me quita la camiseta. Sigo atónita de cómo Clyde puede cambiar el ambiente de lugar y hacer que todo sea único, incluso cuando esto sigue siendo nuevo para mi. Deja caer la camiseta al suelo, retira mi sostén y también lo deja sobre el piso.
Mi cuerpo de inmediato busca la forma de cubrir la desnudez de mis pechos con mis brazos. Intento cubrirme, pero la mirada de Clyde comunica desacuerdo.
— Sam — sus manos acarician mis brazos —, no tienes de qué avergonzarte.
— Todavía no me acostumbro a esto, Clyde.
— Y espero que jamás te acostumbres, Sam —. Lo observo un poco confundida, al igual que sus manos que toman las mías
— ¿Por qué?
Sonríe y acomoda su barbilla sobre mi cabeza.
— Porque tu inocencia es hermosa y digna de elogiar.
— Se que has estado con muchas mujeres, incluso más atractivas que yo.
Me odio. ¿Por qué tuve que decir eso? A veces siento que no soy lo suficientemente bonita para que un hombre me desee. Hayley es linda, y por eso es de esas chicas que a cada lugar que van son admiradas. Pero a mi nadie me ha admirado, hasta ahora.
— ¿Por qué dices eso? — Frunce el ceño.
— No lo sé —. Mi cabeza se baja de manera automática.
Percibo que el ambiente se torna un poco tenso. O de pronto sólo sea mi mente tratando de hacerme sentir peor.
— ¿Sabes? — Pregunta.
— ¿Qué? — Ladeo mi cabeza.
— No — sonríe—, no lo sabes.
— ¿Qué?— Sonrío. Como tonta.
— No sabes cuánto me encanta ver tu rostro cuando te toco.
— Apuesto a que parezco una idiota cada vez que tus manos me tocan.
Su sonrisa desaparece de sus labios.
— Idiota yo, que no controlo mis impulsos de sentir tu piel.
Santo cielo, este no puede ser Clyde Payne, ¿o si?
¿Desde cuando mi Clyde dice cosas tan cursis? ¡¿Mi Clyde?! Qué bueno que él no sabe que yo soy más idiota que él. Pero algo tenemos en común, y es que ambos queremos sentir las caricias entre nosotros.
Bajo mis brazos mientras observo cómo los ojos de Clyde se abren, intenta disimular un poco lo inesperado que fue mi acción. Aunque esté muriendo de la intriga de lo que pueda suceder, lo haré.
— Tócame.
Una sola palabra mía basta para que él haga lo que demando. Acaricia con suavidad mis senos mientras los observa por el espejo. Los estruja y los libera para volver a hacer lo mismo. Pone sus manos debajo de cada seno y asciende, dejando que mi pezón se golpee con cada uno de sus dedos separados.
Me excito más de lo acostumbrado. Es alucinante ver cómo te tocan el cuerpo, sin mencionar las sensaciones provocada.
Apoyo mi cabeza en el pecho de Clyde. Baja su mano derecha y comienza a frotar mi sexo, que está húmedo de nuevo.
— Clyde... — Me quejo y muerdo mi lengua para callar.
De inmediato, Clyde cubre mi boca con su otra mano mientras hace de las suyas en mi estado de vulnerabilidad.
Mueve sus dedos de un lado hacia el otro, haciéndome pensar en lo cruel que es que me esté masturbando de pie y no sobre su cama. Con delicadeza, intenta meter uno de sus dedos en... Oh, no. Espero que esto no haga que mi virginidad se pierda.
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