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Capitulo 45: Esa bendita lengua

Parte III

Es fuerte lo que siento por este hombre. Me confundo, porque quiero descubrir cómo ve él el mundo y todo aquello que lo rodea. Anhelo encontrar qué es lo que le da sentido a su vida, porque el mío ha cambiado. Clyde me intriga hasta el punto en el que estoy ahora: en su cama y con poca ropa.

Quiero conocer su pasado, saber por qué Clyde es así tan diferente dependiendo de las personas que están a su alrededor. Necesito comprender el motivo por el que a veces es un demente, y otras, es el hombre por el que cualquier mujer pelearía.

Necesito aclarar mi mente. Clyde me ha desmoronado en millones de formas, haciéndome entender que no en todo tengo razón, y que no ganaré siempre.

Pero además de sentir que mi alma desea acercarse a Clyde, mi cuerpo me lo pide, me lo exige.

Su piel tocando la mía da una sensación absolutamente nueva para mi. El calor de sus manos que se apropian de mi cintura es acogedor. Tanto es, que no quiero que me suelte. Sentir su respiración golpeando mi rostro, saber que está vivo. Esta justo aquí, conmigo.

¿Existe otra mujer que haya tenido la fortuna de acostarse en la cama con Clyde, que no haya sido exclusivamente para tener sexo? ¿Seré la primera a la que desee hasta verse obligado a renunciar a su propia deleite carnal, sólo por mantenerme a su lado?

Sus labios. Santo cielo, no lo soporto.

Tomo a Clyde de su rostro con mis manos y pego mis labios a los suyos. Y no, no quiero detenerme. Sé que lo he cogido por sorpresa, lo cual me fascina provocar en él. Juntamos nuestras lenguas, y creo que hasta ahora no me había permitido saborear esta deliciosa parte de su cuerpo.

Su lengua. Tan suave como para dejarme rogando por más, tan fuerte e imponente para generar en mi más ganas de las que ya tengo de él. No importa cómo, pero mi mente y piel no termina de saciarse de Clyde.

Yo sólo espero que nada de lo que haga con él sea en vano.

Clyde me toma del trasero y pega mi vientre contra su erección. Maldita sea, lo que tiene oculto bajo el bóxer se siente más grande que en días anteriores.

— Sam... — Jadea con fuerza y hace que pierda la cordura.

Hago que acueste su espalda en la cama, me monto encima de él y dejo que mi sexo se roce contra lo que se le está endureciendo a Clyde. Me palpita y no sé cómo controlar las ganas. Mis caderas me obligan a moverse para aliviar mi carne. Muerdo mi labio inferior para que no se me salga un quejido.

Me encanta esa expresión de sorpresa en el rostro de Clyde. Ni yo puedo creer lo que estoy haciendo. Me quito la camiseta, dejando a Clyde con sus ojos saltando entre mis ojos y mis senos.

— No me hagas esto, Sam —. Su voz llena de avaricia por placer carnal me dice lo contrario.

— ¿Qué cosa? — Muevo mi trasero por encima de su erección, sus pupilas se dilatan y ahoga un jadeo.

— Torturarme. Me estas tentando con tu cuerpo, cuando ya me has dicho que no me lo vas a entregar hasta que obtengas algo de mi.

— Es cierto. No te voy a entregar mi cuerpo. Sólo quiero que me ayudes en algo.

Frunce el ceño, cree que puede hacerme pensar que está confundido, pero sus manos juegan a recorrer la curva de mi trasero. Para eso si no se confunde, para nada.

— ¿Qué quieres entonces, Sam?

Desciendo hasta su rostro. Estudio sus gestos para decidir si le digo lo que quiero.

Qué carajos.

— Estoy sintiendo algo ahora mismo, Clyde. No sé qué hacer para calmarme.

— ¿Dónde lo sientes? — Pregunta.

— Aquí, abajo —. Respondo con la esperanza de que logra entenderme.

— Abajo, ¿acá? — baja su cabeza y pasa su lengua por mi cuello hasta mi oreja, jadeo y dejo caer mi cabeza sobre su hombro — O abajo, ¿aquí?

De inmediato, sin pedir consentimiento, mete su mano dentro de mis bragas. Gimo al sentir su calor en la humedad de mi sexo. Pero no mueve sus dedos, sino que se limita a dejarlos quietos.

— Ya entiendo — sonríe —. Quieres que te masturbe.

Lo miro a los ojos. Si no hace algo ahora mismo creo que lloraré de las ganas que tengo de que me toque.

Maldita sea, ¿qué me sucede?

— Quiero que me digas lo que deseas, Sam.

— Ya sabes qué es. Por favor, Clyde.

Dejo de mirarlo. Es un poco vergonzoso estar pidiendo que me complazca.

— Dilo, Samantha, o te dejaré con las ganas.

Me está retando, lo sé. Este hombre ya tocó mi parte íntima, creo que con eso debería de perder toda pena. Levanto mi rostro y lo observo.

— Cállate y mastúrbame, Clyde —. Trato de sonar como una autoridad, pero en cambio parezco lo que soy y se me escapa un quejido. Una vil necesitada de ser tocada.

— Así me gusta, pequeña.

Sonríe. Me abraza y se voltea, dejándome ahora contra el colchón. Con desesperación, me quita el sostén y chupa uno de mis pezones mientras me pellizca el otro.

Olvido mi moral, se esfuma mi ética. Ahora todo se centra en el dominio de Clyde sobre cada sensación que hace surgir en mi cuerpo.

— No sabes todo lo que quiero hacer contigo —. Pasa su lengua por en medio de mi abdomen, acabando con mi razón al incluir la presión de su piercing.

— Clyde... — Gimo al ver que ha descendido para rozar la punta de su nariz contra mi sexo.

— Quiero besar cada parte de su cuerpo — baja mis bragas y se las queda en su mano —. Y aunque me encanta besar tus labios, debo confesar que me muero por lamer los labios que justo ahora deleitaré.

¿De qué labios se está refiriendo? Un momento... ¡¿Qué?! ¡No, no, no! Yo no pedí que me hiciera sexo oral, sino que me masturbara y ya.

Pero es muy tarde. Pasa su lengua por mi sexo y se me escapa un gemido que resuena en la habitación. Clyde se apodera de mi cadera para que no me mueva.

Lame mi clítoris de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Con delicadeza, pero tanto cariño no me satisface, sólo me provoca más de él.

— Clyde...

— Dime.

— Necesito más, por favor.

Abre su boca y la junta a mi sexo. En seguida, mueve su lengua con mayor rapidez. Es constante. No se detiene.

Me quiere matar. Se está vengando de mi, no sé por qué, pero si esto es así quiero que jamás sea suficiente mi castigo. Esa mortal combinación de su lengua, piercing y barba resulta muy excitante.

Mi espalda se arquea y mi impaciencia por más de Clyde hace que mueva las piernas y doble mis rodillas. Todos mis sentidos se enfocan en cómo esa bendita lengua de Clyde genera placer en mi clítoris. No logro hallarme en esta cama. Me agarro con fuerza de las sábanas. Desde aquí se ve tan provocativo tomar de la misma manera ese cabello de Clyde.

Mi cadera comienza a subir y a bajar, buscando que Clyde siga satisfaciendo mis deseos. Mi sexo empieza a palpitar, tanto que puedo sentir sus movimientos. Me apoyo en mis codos para ver lo que Clyde me está haciendo, me mira a los ojos, y apenas ahora me doy cuenta de que en realidad me estoy muriendo por saciarme cuando siento que mis ojos se humedecen.

Ni siquiera puedo respirar por la nariz. Todo este tiempo he estado gimiendo y jadeando.

De repente, siento que mis piernas pierden fuerza y comienzan a temblar. Mi torso se hace muy pesado para mis brazos mientras intento seguir observando a Clyde. Ancha su sonrisa sin dejar de complacerme, y es ahí dónde se acaba mi fortaleza.

— ¡Ah! — Me quejo en el momento que se detiene y sopla mi sexo. 

Caigo y me siento ahogada. Trato de normalizar mi respiración, pero me quita concentración sentir como mi sexo sigue hinchado. Clyde deja un casto beso sobre mis labios vaginales y se dedica a ponerme la braga para cubrir mi la desnudez de mi parte íntima. Con mi brazo cubro mis senos y Clyde se acuesta a mi lado.

— Déjame verte—. Retira mi brazo de mi pecho.

— ¿Qué? — Pregunto.

— Quiero verte los pezones así endurecidos. Tienes el pecho y alrededor de los hombros con pequeñas manchas rojas. Tus labios están hinchados y muy rosados.

Sonríe. Podría jurar que se siente victorioso al tenerme así en su cama. Abro y cierro mi boca para aliviar el dolor que tengo ahora mismo en mis oídos.

— ¿Qué sientes, pequeña? — Pregunta mientras voltea mi camiseta. Supongo que ahora querrá vestirme.  

— No lo sé— me da la mano y me ayuda a sentarme—. Algo me fastidia los oídos.

Toma mis brazos y los eleva. Mete la camiseta por cada mano, baja y saco la cabeza. Cubre mi cuerpo hasta la mitad de mis muslos. Toma el elástico de mi cabello y lo retira dejando caer mi cabello en mi espalda.

— Es por el orgasmo, pequeña. Hubo un cambio de presión en tu cuerpo, pero dentro de un rato ya te sentirás mejor—. Me explica mientras se acuesta y me obliga a dejar mi cabeza en su pecho.

— ¿Qué pensabas, Clyde? — Elevo mi rostro para observar su reacción. 

— ¿A qué te refieres? — Ahoga una risa.

— Me refiero que en qué pensaste mientras... pues, pasó aquello—. Sonríe.

— Pensaba en ti. Es un poco extraño y a la vez bonito pensar en todo lo que no has vivido y experimentado. No sé, todavía me es difícil asimilar que tengo a una mujer como tú aquí, conmigo.

— ¿Una mujer virgen?

— No. Una mujer que me hace pensar— sonrío, y puedo apostar a que me veo como una idiota —. Me sorprendí al ver que te depilas—. Su comentario hace que ambos riamos.

— Claro que lo hago, Clyde. El hecho de que sea virgen no hace que sea un pecado depilarme. No sabes lo horrible que es estar en esos días de la famosa visita del mes y que la sangre empape cada vello.

— ¡Mierda, Samantha! — tapa mi boca con su mano— No seas tan específica.

Reímos. Mis ojos se humedecen y lloro. Se siente increíble llorar de la risa. Clyde me mira y suelta una carcajada.

— ¿De qué te ríes? — Le doy una palmada suave en el pecho.

— Pues de ti, Sam. Eres muy extraña.

— ¡No lo soy! Si yo soy extraña, tú tienes problemas más serios dentro de esa cabeza, jovencito — Chillo.

— ¡Ja! ¿Qué haremos con la adulta? Si mal no recuerdo, tu sigues siendo algo muy parecido a un embrión por tu edad —. Soltamos una carcajada. 

— ¡Me ofendes! Mejor cállate —. Cubro mi cara con mis manos.

Ríe suave. Me toma de las muñecas y retira mis manos. Besa mis labios y me uno a él. Juego con mi cabello mientras toco su barba con mis dedos. Se detiene y comienza a darme besos de pollito.

Santo cielo, ¿cómo puede ser tan dulce y tierno, sin perder su toque de lujuria y sensualidad?

— Hermosa—. Susurra.

— Gracias, Clyde — lame sus labios—, por lo de hace un rato.

— Fue un placer para mi verte gimiendo por más— se calientan mis mejillas—. Ya no me acuerdes más de eso o se me para de nuevo lo que tanto me costó calmar.

— Yo no sé hacer esas cosas, Clyde.

— No te preocupes, para eso me tienes a mi.

Sonríe. Lo odio.

— Ya duerme, pequeña. Mañana iremos a un lugar tú y yo.

Me limito a darle un beso en la punta de su nariz y acurrucarme a su lado. Me abraza y todo se funde en negro mientras acaricia con su dedo índice el dorso de mi mano. 

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