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Capitulo 43: No todo está dicho

Parte I

Estimo que faltan alrededor de diez minutos para llegar a la residencia. Ninguno de los dos ha hablado en todo el recorrido que llevamos. No tengo ánimo para desgastarme en una inútil pelea con Clyde.

— ¿Te vas a quedar callada todo el tiempo? — Pregunta.

— Lo que nos teníamos que decir, dicho está.

— ¿Estás enojada?— Voltea su rostro y me mira.

— No— me dirijo a él—. Estoy bien.

— Esas arrugas entre tus cejas me dicen lo contrario.

— Eso no te importa, Clyde.

No responde. Cinco cuadras más y ya puedo soñar con mi cabeza sobre la almohada. No quiero que Clyde siga hablando. No quiero escuchar su voz, porque sólo me hace sentir como una estúpida.

Se detiene mi respiración en el momento que gira la dirección de la camioneta y acelera, llevándonos a otro lugar. Ochenta kilómetros por hora, luego cien... Maldita sea, ya sé a dónde me lleva.

— ¡Clyde, detente! — grito pero más acelera — ¡Me voy a lanzar por la puerta si no te detienes ahora mismo!

— Eres una loca, Samantha, pero dudo que lo hagas.

Es verdad. Jamás lo haría, porque aún tengo motivos para vivir.

Luego de unos tortuosos minutos de ir a toda velocidad, Clyde parquea al lado de él edificio donde vive. Abro la puerta, me bajo y la cierro con ira, mientras camino de regreso a mi residencia.  

— ¡Samantha, vuelve! — escucho sus pasos al seguirme — ¡Para ahí, ahora mismo!

— ¡No! — me detengo y doy la vuelta — ¿Qué crees que haces? ¿Por qué me trajiste hasta aquí?

— Sólo hazme caso, ¿si? — Se ve calmado, lo cual me molesta mucho más.

— No — ambos nos miramos, no se mueve, a excepción de sus ojos cuando parpadea —. Me explicas lo que estás haciendo o me voy, y te juro que jamás te hablaré en mi vida.

Baja la cabeza, da unos pasos hacia mi, está tan cerca que me intimida su altura comparada a la mía. Su respiración golpea mi frente, separa sus labios y me observa. Es inevitable percibir que me está ocultando algo. Es estúpido negar que quiero descubrir cada misterio que forma a Clyde.

— No todo está dicho, Sam.

Una sensación empieza a surgir en mi pecho. Esa pequeña llama de esperanza que se había extinguido, ha vuelto a iluminar.

— ¿Y que harás al respecto? — Digo mientras tanto de enfocarme en sus ojos y no en sus labios entreabiertos.

— Hablar contigo.

— No doy la talla, créeme.

Intento separarme de su cuerpo. Tener a Clyde tan cerca me debilita. Pero impide que me mueva más al tomarme del brazo con firmeza.  

— Olvida eso, por favor. Estaba enojado, no fue mi intención—. Baja la cabeza e intenta sonreír.

Santo cielo, ¿cómo resistirse a esa cara de cachorrito tierno? La verdad es que él tiene razón. Estamos en esta situación porque yo así lo quise, pero no pensé que al hacerlo me iba a sentir tan miserable. 

Mi mente siempre esta centrada en Clyde. Quizá debería de dejar de ser tan egoísta. Al menos una pizca.

— Me hiciste sentir horrible, ¿sabes?

— Ahora sabes lo que sentía cada vez que me ignorabas cuando yo andaba detrás de ti.

Lo sé, no hay necesidad de que lo repita. Lo atrapo por sorpresa con un abrazo. Ahogo una risa al sentir cómo su corazón empieza a acelerarse. Sus brazos me rodean, y todo lo malo que ha sucedido antes se ha borrado.

***

— Quédate esta noche conmigo, por favor—. Juega con mi cabello mientras intento concentrarme en los hermosos cuadros de campos verdes y atardeceres naranjas que tiene en la pared de la sala.

Respira en mi cuello. Vaya, ya se me ha erizado la piel.

— No, Clyde. No tengo pijama—. Respondo sin voltear a mirarlo. Sé que está justo detrás de mi, esperando a que me mueva para hacerme cualquier cosa.

— No tengo problema alguno en que duermas con una tanga y ya — sonrío. Clyde siempre con sus ocurrencias—. O si quieres dormir desnuda, está bien para mi, con tal de que no asegures la puerta.

Echo la cabeza hacia atrás y río. De inmediato siento que lo he tocado y me alejo un poco sin que se dé cuenta.

— Dile eso a mi papá a ver que te responde.

Camino hacia el otro extremo de la sala. Clyde me ha estado tentando durante los treinta minutos que llevo aquí. Pone su mano en mi hombro, en mi cintura. Me molesta al acercarse a mi oreja y hablar. Me sigue a donde vaya. Veré si se cansa.

— ¿Por qué me evades, Sam? — Pregunta desde el otro lado de la sala.

Doy la vuelta y lo observo. Esta decepcionado, creo. Al pobre no le ha resultado ninguna de sus tácticas de seducción.

— Porque quiero que hables, no que me seduzcas.

— Puedo hacer ambas —. Responde con autoridad. Frunce el ceño, luego relaja su rostro y sonríe con picardía.

Lo ignoro al darle la espalda. Tiene que entender que no todo puede ser lo que él quiere.

De repente, escucho que camina hacia mi y se para justo en frente mío. Se agacha, rodea mis piernas con sus brazos y me levanta.

— ¿Volvemos a lo mismo, Clyde?— Y hasta ahora no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve el privilegio de ver esa curva de su trasero desde este ángulo.

— Deja de quejarte y admite que te fascina ver mi culo —. Ambos soltamos una gran carcajada y le doy un pequeño golpe en la espalda.

De inmediato, siento que me da una palmada en el trasero, dejándome pasmada. 

— ¡Deja mi culito en paz, Clyde! ¡Es mío y no tuyo!— Chillo y le doy una palmada en su trasero también.

Clyde deja de reírse y me deja caer sobre su cama. Junta su cadera con la mía y pierdo la noción del espacio. Me acorrala contra el colchón y hay algo en ello que hace que mi cuerpo se caliente. Su mirada se oscurece y su respiración se agita. Toca su nariz con la mía, y mi voluntad se derrite a sus pies.

— Haría cualquier cosa en el mundo por verte desnuda —. Susurra en mi oreja y siento como se contrae mi interior.

En seguida, se separa de mi y se acerca a mis pies. Retira mis converse y luego mis medias. Se endereza y se monta encima de mi, con sus rodillas a cada lado de mi cadera, endereza su espalda, lenta y tortuosamente empieza a quitarse la camiseta desde la parte posterior de la prenda. Observo detenidamente el dios que muestra un poco de su divinidad a esta miserable mortal. Mi mente enloquece al ver ese hermoso abdomen bajo tan esbelto. Siempre me ha parecido hermoso ver esas líneas en forma de V que decoran el abdomen de un hombre. Ahora ya sé por qué Hayley dice que esas líneas son el camino a la vida eterna.

Santo cielo. Esa leve capa de vello púbico que oculta el elástico de su bóxer me nubla la mente. Su torso totalmente limpio de cualquier tatuaje. Su abdomen y pecho trabajado, con diminutas pecas decorando su piel

Deja la camiseta a un lado de la cama y toma mi mano para acercarla a su cuerpo. Sin querer, toco su abdomen con la yema de mis dedos. Aparto mi mano, pero con suavidad vuelve a tomarla.

Quiere que lo toque, así será entonces. Mi corazón se acelera sin control. Nunca había tocado a un hombre así, y jamás esperé que mi primera vez fuera de esta forma tan erótica. Con mayor confianza, extiendo mi mano y comienzo a tocar con prudencia su torso.

Clyde toma mi otra mano, dándome permiso a que lo toque con ambas. Recorro cada músculo, cada centímetro, cada curva de su torso. Acerca su pecho a mi para que lo siga acariciando. Me atrevo a pasar mi dedo índico por sus tetillas. Pero no soy capaz de mirar a Clyde a los ojos en este instante.

Paso mis manos por sus hombros, luego por su cuello. Me detengo y dejo mis dedos entrelazados en su cabello. Me permito peinar y revolcar ese pelo tan suave que tiene. Me encanta que se deje moldear a mi gusto.

Percibo de inmediato que hay una sonrisa en sus labios. Miro a Clyde a los ojos y una extraña sensación de confianza abunda mi ser.

— Eso no lo esperaba —. No deja de sonreír.

— ¿Por qué? — Pregunto sin dejar de jugar con su cabello.

— Convertiste la lujuria que pretendía en algo más — arrugo las cejas —. Me refiero a que me has hecho pensar.

Me hace sonreír como una tonta.

— ¿En qué te hice pensar?

Se queda mirándome, sin hacer otra cosa, sólo examina mi rostro.

— En que de verdad quiero que te quedes esta noche conmigo. O por lo menos a dormir en mi cama, y yo en la otra habitación.

— Te dejo dormir en el suelo, si no te incómoda.

Ambos reímos. Gozo este momento, porque siento que no todo es carne y placer con Clyde. Siento que hay algo más. Que ambos podemos hablar y reírnos hasta de lo más absurdo que pueda acontecer.

Y esto es lo que quiero. Cuánto quisiera que Clyde fuera así siempre. Me hace pensar en la posibilidad de ofrecerle más de mi. Entregar poco a poco partes de mi corazón.

Clyde se levanta de la cama y se dirige a su clóset. Abre un cajón y supongo que busca algo.

— ¿Qué haces? — Me levanto y me acerco un poco a él.

— Quiero que uses una camiseta mía para dormir —. Dice mientras busca algo qué ofrecerme.

— Te lo agradezco. Prefiero eso a dormir desnuda.

Clyde se ríe y me mira por encima de su hombro. Luego de un rato, se da por vencido, pone su mano en mi cintura y me acerca al clóset.

— Tú escoge, Sam.

No me ha dicho nada. Empiezo a buscar sin desordenar. Este hombre es un enfermo por la organización. Al menos en algo somos parecidos, sin mencionar que me encanta una banda de la cual él tiene una camiseta. The Kings Of Leon. La saco y se la muestro con una gran sonrisa. Sonríe, asiente con su cabeza y corro al baño para cambiarme.

— ¡No asegures la puerta, Sam! — por maldad, hago caso omiso a lo que me dice — ¡Serás tú quien duerma en el piso esta noche!

Salgo del baño ahogada en risas mientras Clyde me espera parado a un lado de la cama. Doblo mi ropa y la acomodo sobre una mesita.

Clyde se tira en medio de la cama boca arriba, pone sus manos detras de su cuello y sonríe. Frunzo el ceño y finjo estar enfadada. Claro. Enfadada por ver como invade "mi cama".

— Sigue siendo mi cama, ¿sabes? — pongo mis ojos en blanco — Acuéstate a mi lado.

Obedezco y cubro mis piernas con la sábana blanca. Me observa, sonríe y acerca su cuerpo al mío.

— ¿Por qué lloraste hoy, Clyde?

Mi pregunta lo atrapa por sorpresa. Abre sus ojos, su mandíbula se tensa y frunce el ceño. Creo que está decidiendo si contarme o no.

— Me acordé de algo.

Es todo lo que responde.

— ¿Es muy malo?

— Es cuestión del pasado. No esperaba que el recuerdo surgiera como tan repentino.

— Lo siento, Clyde —. Susurro y acaricio la capa de barba en su rostro.

Quizá el recuerdo es tan horrible que ni siquiera es capaz de decirme lo que sucedió.

— La verdad es que — suspira — algo muy parecido le pasó a mi hermana.

Mi boca se abre un poco. Algo en el fondo de mi mente me decía que quizá era alguna mujer con la que vivió una aventura. Pero esta confesión destruye todo prejuicio.

— Pero nada malo pasó, ¿verdad, Clyde? — Estoy asustada. No conozco a su hermana, pero debió haber sido muy duro para su familia tener que darse cuenta de una noticia como esa. No me imagino cómo mi padre lo pudo asimilar.

— Haces muchas preguntas, Sam.

Me toma de la cintura y me arrastra por la cama hasta dejarme encima de él. Esto no me excita. Todavía estoy preocupada por él.

— ¿Estás bien? — Trato de enderezar mi espalda, pero no me lo permite.

— Lo estoy.

Tomo la sábana para tapar mis piernas de su vista. Con delicadeza, retira la sábana de nuestros cuerpos. Sus manos recorren mis piernas, yendo hacia arriba y luego hacia abajo. Ese acto me relaja totalmente, tanto que ya ni pienso en volver a tomar la sábana.

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