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Capitulo 42: Falsa de mierda

— Señorita, ¿has visto al hombre que estaba en mi mesa? — Pregunto a la amable mesera que hace unos minutos me atendió al entrar al restaurante.

La mesera da la vuelta y me señala la cocina. ¿Acaso Clyde no se aguantaba las ganas de comer?

— Salió caminando y entró a la cocina.

— ¿Puedo pasar?

No mido la vergüenza de tener que pasar en medio de una cocina, llena de personas que intentan hacer su trabajo, mientras que Clyde casi colapsa del hambre que tenía.

— Sígame —. Sonríe y obedezco su orden.

La mesera camina y abre las puertas batientes de la cocina. Santo cielo, ya sé porque Clyde eligió venir a este lugar y no al baño. La cocina huele exquisito, podría quedarme aquí toda la noche mientras recojo las migajas de comida cruda que caen al suelo. Hasta eso tiene que saber a como huele.

— ¡Rachael! — grita un hombre con un extraño acento extranjero. La mesera y yo nos exaltamos — Esto es un restaurante, no un museo para niños.

Creo que es italiano. El hombre vestido de chef, gordo y... ¿sin bigote? ¿Qué clase de chef italiano de un restaurante que vende comida italiana no tiene bigote?

— Jefe — la mesera agacha la cabeza. Oh, no, la he metido en problemas — yo sólo...

— Ella sólo me dijo a dónde fue mi amigo — Rachael me señala con sus ojos hacia un lugar. Mi mirada se desvía a lo que parece ser la salida del restaurante por la parte trasera —. Entré sin permiso, y ella intentaba detenerme — observo a la mesera, sonríe y me sigue el juego —. Si me disculpa, ya sé dónde está mi amigo.

El hombre empieza a vociferar en italiano mientras revolotea sus brazos por el aire. Camino y le doy una sonrisa a la mesera, quién hace lo mismo y se despide de mi sacudiendo su mano.

— ¡Americanos! ¡Se creen dueños de todo! — Grita el hombre.

Corro y ahogo una risa en el momento que salgo a la calle. Me calmo y al voltear mi rostro, lo observo sentado al borde de un andén. Se pasa la mano por su cabello y apoya sus codos en sus rodillas mientras observa un charco de agua en la calle.

Mi corazón se constriñe. Clyde parece un niño vulnerable. Un muchacho que no tiene con quien compartir sus sentimientos. Desde donde estoy parada, puedo percibir la soledad que mora en su alma. No puedo juzgarlo. De vez en cuando me siento así cuando alguien menciona a mi madre.

— Clyde... — Murmuro.

Clyde voltea su cabeza un poco y me observa por encima de su hombro. Pone sus ojos en blanco y vuelve a dirigir su mirada al charco.

— Apuesto mi vida a que no viniste por tu cuenta —. Dice y tensa su mandíbula.

— ¿Qué? — Doy un paso hacia él.

— No te hagas la estúpida, niñita — quedo estupefacta por sus palabras —. A quien menos quiero tener cerca es a una mujer como tú. Falsa de mierda.

— Clyde, yo...

— Cállate, ¿si? Eres una falsa de mierda. ¿Crees que soy un idiota al que puedes engañar, haciéndome creer que has venido por tu propia voluntad? — odio que tenga razón — Se te notaba el maldito disgusto cuando bromee esta tarde al decir que iba a venir a comer con ustedes.

— No lo esperaba, Clyde —. Me defiendo. Si notó nuestro disgusto, ¿por qué vino, entonces?

— No lo querías. Deja de mentir. Ni tú ni tu amiguita lo supieron disimular —. Me observa. Está enojado, pero por lo menos no ha intentado intimidarme.

Me siento como una vil cucaracha en este instante. No sé si salir corriendo y ocultarme tras un poste de la vergüenza que tengo, o enfrentar los problemas. Opto por esa última.

Me armo de fortaleza. Me acerco a Clyde y me siento justo a su lado, sin irrespetar su espacio privado. Lo que menos quiero es que su rechazo hacia mi lo lleve a empujarme o algo parecido.

— No te quiero aquí, Samantha —. Dice sin mirarme.

Detesto que su perfil sea tan perfecto. Sobre todo su alborotado cabello, porque no tengo derecho de tocarlo.

— No me iré de tu lado — mira sus manos —. Quiero estar aquí, contigo.

Y eso, eso es verdad.

— Sólo lo dices porque me viste débil allá adentro. Recuerda cómo esta semana lo único que hiciste fue ignorarme.

Maldita sea, lo recuerdo. Recuerdo que no respondía sus llamadas, por mi egoísmo y mi estúpido anhelo de así poderme sacar a este hombre de la cabeza.

Pero Clyde no es de esos hombres en los que sólo puedes tenerlos en la mente. No sé cómo o cuándo, pero este hombre no quiere salir del interior de mi pecho.

Lo tengo tan cerca. Podría pedirle que rodeara mis hombros con su brazo. Está tan lejos, tal como desea tenerme.

— Es verdad — digo y se burla —. Estoy asustada, ¿si? — vuelve su gesto frío — Yo necesito saber para qué exactamente me quieres.

Gira su rostro y fija sus ojos en los míos.

— ¿Qué te hizo creer que yo te quiero para algo?

Mi cara me hierve. Santo cielo, qué pena. Qué tonta e ilusa he sido. No puedo creer que durante este tiempo he creído que Clyde en realidad me quiere. Heme aquí, perdiendo el tiempo con un sujeto ni siquiera tendría los modales de darme la hora si se lo pidiera.

— Yo, no sé... — Tartamudeo.

Clyde ahoga una risa. Por un lado, quisiera reír con él, pero no entiendo qué lo motiva.

— Crees que el mundo gira al tu alrededor, ¿no es así?

— ¡¿Qué te sucede, maldito?! — grito, me levanto y me paro en frente de él — ¡Lo estoy intentando! Trato de hacer las paces contigo, Clyde.

Se levanta y me enfrenta.

— ¡Felicidades, Samantha! Gritando como una loca te ayudará muchísimo a cumplir tus torpes expectativas.

— ¡Lo siento!

— ¡¿Qué?! — Se acerca a mi.

— ¡Pues lo que te hice! ¿Acaso quieres que te lo diga, o qué?

— ¡Si! — grita y sólo puedo observarlo mientras intenta recobrar la compostura — ¡Quiero verte aceptando que la cagaste! ¡Quiero ver tu cara mientras dices el mal que has hecho! Porque aquí yo no soy el único imperfecto de mierda —. Su respiración se acelera y me hace sentir más pequeña esa mirada retadora.

Miedo, temor, intimidación. Este hombre me ha enfrentado, ¿con qué derecho? Podría demandarlo por tratar de esta manera a una menor de edad.

¿Tiene razón? Santo cielo. La tiene.

— Lo siento, Clyde. Entiende...

— ¿Qué? — me sobresalto al escuchar su dura voz — Deja los rodeos.

— Te alejé porque sentía que quizá sólo querías a alguien que te complaciera — se empieza a tensionar —. Entiende que pienso diferente. No soy como Alana, o como Hayley aunque sea mi amiga. Lo que he hecho contigo, jamás lo he vivido con alguien más. No quiero darle mi tiempo a un hombre que desconozco sus motivos para buscarme a mi habitación, y así.

Con sus brazos cruzados, Clyde bufa y mira alrededor. Una calle por la que no pasan vehículos, poco iluminada, poco transitada.

— Tienes razón —. Dice rompiendo el silencio.

Y quizá esto era lo que necesitaba escuchar de sus labios para sentirme peor conmigo misma. No quiero tener razón. No quiero que lo que he pensado de él en estos días en realidad sea así.

— ¿De verdad? — Pregunto, mientras me obligo a ser fuerte y no llorar.

— Si. Soy yo quien debe disculparse. Creí que podías darme lo que yo quiero, pero eres tan inocente. No das la talla — me observa, no con rechazo, sino con cariño, si tan sólo no lo hiciera, porque me provoca matarlo —. ¿Amigos?

Me tiende su mano. Maldito Clyde Payne. Es el único idiota que cree que puede romper mi corazón y tratar de apaciguar el dolor ofreciendo una amistad. Eso no puede pasar. Así de simple.

Mis ojos se humedecen, pero al menos ninguna lágrima se derrama.

— Después de esta noche, Clyde, desconocidos. No más.

Paso por su lado y me dirijo a la cocina del restaurante.

— Sam... — Lo escucho decir y cae una lágrima.

Paso por en medio de la cocina mientras ignoro los insultos del chef italiano que no parece italiano. Seco mi mejilla y trato de sonreír.

— ¿Y Clyde? — Pregunta mi padre al verme llegar. Abro la boca para responder, pero alguien es más rápido para hablar.

— Ahí viene —. Dice Hayley.

Doy la vuelta, y el muy maldito viene a la mesa con una sonrisa en sus labios. Se sienta en su lugar y yo hago lo mismo. Me sorprendo al ver a Adam sentado con nosotros en la mesa. Sacude su mano y sonríe. Le devuelvo una sonrisa.

La sangre me hierve en el momento en el que Adam saluda a Clyde. Si tan supiera lo que ese maldito me acaba de hacer. ¿Pero qué puedo hacer? Adam es todo radiante con todo el mundo, a pesar de lo que le he contado de Clyde.

— ¿Todo bien, Clyde? — Pregunta mi padre.

Clyde endereza su espalda y observa a mi padre.

— Si, señor. Me acordé de una experiencia — suspira — no muy agradable.

— Bueno... espero que todo haya mejorado.

Miro a Rob. Me intriga su postura. Cabeza abajo y con una mueca en sus labios.

— En realidad, no mejoró, pero ya pasó —. Le sonríe a mi padre.

Ambos asienten con su cabeza y revisan la carta.

¿De que clase de experiencia se refiere Clyde?

***

Mi padre me abraza por enésima vez. Jamás es suficiente un sólo abrazo suyo. Al soltarlo Hayley me toma de la mano y me habla a solas.

— Sam, Rob y yo iremos a otra parte — hace una mueca, y ya sé a lo que se refiere —. Clyde vino en su camioneta, usa tus atributos y haz que te deje en la residencia.

— Mala amiga. Eso, déjame con Clyde mientras te vas a coger con Rob. Iré con Adam.

— No, Sam, Adam no... — Le doy la espalda mientras camino hacia Adam.

Observo que Clyde y mi padre hablan un rato. Desearía saber qué tanto conversan ese par.

— Adam, prepárate porque me vas a llevar a la residencia — abre sus ojos —. Lo sé, lo sé. Yo soy una gran compañía y tú eres un gran amigo, ¿cómo podría recompensarte? Con un abrazo y una salida a cine, luego comida china, japonesa, coreana, vietnamita o cualquiera del otro lado del mundo, ¿te parece?

Se ve tan tierno con ese pantalón negro y camisa de cuadros negro y gris. Adam encoge sus hombros y hace una leve mueca con sus labios.

— No traje un casco para ti, Sam.

— ¡¿Qué?! — chillo— No puede ser, Adam. Tendré que irme caminando  —. Hago un puchero.

— No necesariamente — se ríe—. Clyde puede llevarte, ¿no?

— Ni lo menciones. Lo odio con mi vida.

— Qué bipolar eres, Sam.

Pongo mis ojos en blanco y regreso con mi padre, quien aún sigue de amigo de Clyde. Como si fuera tan entretenido pasar el rato con ese maldito. Clyde mi mira con indiferencia mientras mi padre se despide de quien sabe que, y luego Clyde se retira, ¿y cuál ha sido mi pecado ahora?

— Papá, me iré en taxi.

— Claro que no. Clyde se ha ofrecido a llevarte. Además, está muy tarde para que andes deambulando tú sola por ahí.

¡Papá! ¡No me hagas esto! ¿Qué es lo que le ocurre al viejo? El ingenuo de mi padre me va a dejar en las garras del mismísimo enemigo.

— Papá, yo no...

— Clyde ya llegó. Vete con él.

Me da un beso en la frente y me da un empujón hacia la camioneta. Observo a mi padre por última vez en este día. No sé cuándo nos volveremos a ver.

Clyde se baja de la camioneta y abre la puerta. Me quedo mirándolo mientras él se despide de mi padre. Es mi padre, Clyde. Mi viejo se va y Clyde se sube a la camioneta.

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