Capitulo 40: ¿Amigo íntimo?
— ¡Sam! ¿A dónde vas? — Grita Hayley a mis espaldas mientras camino hacia esa mujer, quien está a solo unos metros por delante de mi.
Me detengo. ¿Pero qué demonios estoy haciendo? Pensará que soy una psicópata si me acerco a ella a indagar sobre su vida.
Se me eriza la piel al ver que ella también se detiene. Observa el suelo. Levanta su rostro de nuevo y lleva su mirada por encima de su hombro. Mi sangre se congela.
Me mira un poco incrédula, ¿me reconocerá? Su hermosa sonrisa me lo confirma. Labios color rojo como su cabello, ojos verdes y muy claros, dientes blancos y un rostro que sólo inspira amor y amabilidad. Qué mujer tan hermosa.
Toma a la chica rubia de la mano y camina hacia mi. Esos rulos le llegan hasta las caderas. Parece una muñequita. Ambas son muy parecidas. Han de ser madre e hija.
— Hola — tartamudeo —, ¿te acuerdas de mi?
La esperanza en mi ser se aviva en el momento que sonríe aún más. La rubia no entiende lo que está pasando.
— Claro que sí, señorita — se ríe —. Tu novio estuvo en el hospital, y tú también. ¿Cómo sigue él?
Genial. El universo desde tiempos remotos conspirando en mi contra.
¡Clyde no es mi novio, mujer bonita cuyo nombre necesito saber!
Me limito a sonreír, aunque una parte de mí desearía que lo que acaba de decir la doctora sea real, y no producto de mi sueño.
— Bien, si, doctora. Mejor de lo que se puede esperar — me invaden recuerdos y sonidos en mi cabeza de sus jadeos la noche que nos besamos por primera vez en mi cama, y de cómo gimió a causa de su herida —. ¿Y tú? — Sonrío, y me obligo a mi misma a rechazar esos sucios pensamientos.
Iniquidad por doquier.
— Eso me alegra. Qué linda por preguntar. Iré de compras con mi hija, Victoria — La rubia sacude su mano y yo le devuelvo el gesto —, y en la noche volveré a la rutina porque hay facturas que pagar y estómagos que llenar y enfermos que inyectar.
La doctora y yo nos reímos. Victoria parece un poco avergonzada del comentario de su madre. ¿Cómo es posible? Ojalá tuviera una mamá como ella.
— Hoy me veré con mi papá en la noche — digo sin pensar y la doctora sonríe con ternura —. Estoy buscando un restaurante decente para llevarlo, ¿conoces alguno?
Justo cuando termino de hablar me siento la persona más ridícula sobre la tierra. ¿Por qué le hago tal pregunta a una doctora?
— The 79' Pizza — dice y sonríe —. No es elegante pero de seguro le encantará la pizza, aún si mi padre tiene en su mente la idea de comerse un burrito mexicano.
Me asombro. Todo parece encajar. Ya que a mi padre le encanta la pizza, al igual que a Zac y a mi.
— Gracias, eh... — hago una leve mueca con mis labios.
— Grace — responde y mi corazón se detiene—. Es un placer, señorita Evans.
— Dime Sam —. Y por un momento, las lágrimas amenazan con derramarse.
— Espero volverte a ver, Sam —. Sonríe.
Se acerca a mi y aprieta mi hombro. No sé cómo es que no he caído al suelo ya. Victoria se despide de mi un poco seria. Qué antipática. Dan la vuelta y las observo irse.
Giro mi rostro y Hayley me observa con cara de "¿aquí por qué ocurren cosas sin mi consentimiento?" Viene a mi y me mira a los ojos.
— ¿Quién era esa mujer? — Pregunta.
— No lo sé todavía —. Susurro.
— Ahora saludas a extraños, ¿o qué? — Se burla y cruza la calle.
"Algo me dice que no es una extraña" le respondo en mi interior.
***
— Sabes, Hayley. Si te sigues antojando de todo lo que veas en cada tienda, juro que te dejaré abandonada como a un pedazo de pan con moho, y no me da miedo hacerlo —. Chillo mientras Hayley se prueba el quinto vestido de baño.
Me tiene como su sirvienta, cargando todas las bolsas de lo que ha comprado en la tarde.
— Bien, bien, ya cálmate fierita — habla desde el vestíbulo —. Al salir te compro un helado... de cinco bolas —. Se ríe.
No tengo el suficiente apetito para tanto helado.
— Creo que un cono con dos bolas y listo —. Sonrío y veo los blancos pies de Hayley por debajo de la puerta.
De repente, Hayley se ríe a carcajadas y resuena en toda la tienda. Las mujeres que están alrededor se ríen o se disgustan.
— ¿Qué dije que fue tan gracioso? — Pregunto.
Hayley sale del vestidor con lágrimas en sus ojos. Con sus dedos índices dibuja dos círculos en su pelvis y un... ¿palo? ¿Cuál es la necesidad de dibujar un palo tan grande?
— ¿No te lo mostró Clyde? — Abre sus ojos y evita reírse.
— No hemos comido helado, Hayley —. Se retuerce de nuevo de la risa. Ya me está fastidiando.
— A veces se me olvida que eres un angelito del cielo. Bolas... testículos. Palo... pe —... se vuelve a reír.
— Bien, ya cállate antes de que nos saquen de este lugar por vulgares —. Pongo mi ojos en blanco.
— Relaja la pelvis, Sam. Ve y busca algo bien caliente en la sección de ropa interior.
Desde que está con Rob, el mundo de Hayley gira en torno a la ropa interior.
Trato de ensuciar mi mente y entiendo que quiere que busque algo que tenga encaje. Camino entre un montón de maniquíes con esas prendas.
Un color vino tinto llama mi atención. Es muy lindo. Lo usaría si no fuera por esa tanga tan... santo cielo, ¿será que no les molesta tener un fastidioso pedazo de tela rozando constantemente por allá abajo? Pero a Hayley le gusta así. Encaje por donde se le observe. Más transparente no puede ser.
— Pruébatelo —me asusto y volteo a ver quién ha dicho eso —. Apuesto a que le gustará a tu novio.
Una mujer de cabello castaño ondulado, ojos color miel, de cuerpo esbelto y estatura alta me observa y me sonríe.
Se me sale una risa nerviosa. La mujer pensará que es para mi. Ella, de hecho, piensa que yo tengo novio.
¿Acaso necesito a un novio? No. Para nada.
Clyde... ¡Ya no más, Samantha!
— Oh, no, esto es para mi amiga. Creo que este color le iría muy bien a ella por su tono de piel.
— Qué oportuna soy entonces. No sabes lo horrible que es salir de compras con un hijo a quien le parece patético acompañar a su madre. Ese chico sólo sirve de perchero—. Ladea su cabeza.
Intento no reír por educación.
— Bien. Pues si tú fueras mi madre, te diría que esa piel bronceada combina a la perfección con este— le muestro un conjunto de ropa interior de color blanco—. Ya que eres joven, no veo el por qué de usar calzones de monja.
La mujer se echa a reír. Es bastante simpática. Se ve que es una mujer que no es una de esas viejas amargadas de la vida.
— Qué graciosa eres, pequeña, me agradas. Iré a probármelo ahora mismo.
Ambas sonreímos y la mujer camina a mi lado hasta el vestidor. Hayley me espera con su mano deteniendo la puerta. Tiene ropa. ¿Por qué se ha vestido sin antes probarse lo que le traje?
La mujer me hace una seña de que se probará la prenda que le escogí, así que entra y cierra la puerta.
— Quítate la ropa —. Me dice Hayley.
— ¿Qué clase de propuesta es esa? — Elevo mi ceja.
Se ríe y me da un puño de peluche en el hombro.
— Lo que trajiste es para ti. Es que cuando te pasaste la noche con Clyde, me pregunté si tenías prendas adecuadas para una ocasión tan importante como la primera y última desvirgada. ¿Sabes con qué me encontré? ¡Qué no tenías nada de encaje! Eso no lo voy a permitir.
Me toma de los hombros y me deja metida en el cubículo. ¿Qué se supone que deba a hacer ahora?
— No traje dinero para esto, Hayley —. Refunfuño.
— Quiero ver esa ropa caer en el suelo, pero ya mismo, Sam.
Me rehúso a patear la puerta y salir corriendo, porque no quiero problemas con la ley.
Me quito la ropa, y me estremezco con el frío que esta haciendo aquí adentro. Me pongo la tanga y luego el sostén. Lo único que puedo decir a mi favor es que por lo pálida que soy, el vino tinto me ayuda a no verme tan mal.
Hayley toca la puerta y bufa para que la deje ver lo que tengo puesto, es decir, nada.
— Voy a abrir la puerta, pero sin que todo el mundo me observe, ¿escuchaste?
— Si, ya deja de chillar como una nena y déjame ver cómo te queda.
Le quito el seguro a la puerta y abro sólo un poco. Hayley asoma la cabeza, abre su boca y empieza a gritar como una loca. Me tapo las orejas. Creo que ha herido mi tímpano.
— ¡No sabía todo lo que ocultabas! ¡Tienes un cuerpo de muerte! ¿Acaso estás a dieta a mis espaldas?
Hayley suelta la puerta, me toma de nuevo por los hombros y me da la vuelta. Observo el techo para olvidar lo patético que es esto. Nada de lo que dice es real para mi.
— ¡Pero mira qué culote tienes, Sam!— Chilla.
— Lindo cuerpo —. Oh, no. Maldita sea.
Escucho esa voz y de inmediato me giro para confirmar si es o no producto de mi imaginación.
A unos metros, Clyde sonríe y eleva su ceja mientras me observa literalmente de pies a cabeza. Sus hermosos ojos y esa mirada, una perfecta combinación de deseo y ganas. Muchas ganas. Me falta el aire, ¿y ahora qué?
Hago lo que puedo. Tomo a Hayley de la blusa y la meto en el cubículo conmigo y cierro la puerta. Me observa con sus ojos muy abiertos, con ese pelo cubriendo gran parte de su cara. Ambas estamos en shock.
— Quizá no debí dejar que la puerta se abriera tanto—. Sonríe nerviosa.
— Si, quizá —. Elevo mi ceja mientras aún dejamos que pasen unos segundos para poder asimilar tan embarazosa situación .
***
Al salir del vestidor, Clyde ya no estaba, lo cuál no sabía si me aliviaba o me hacía sentir peor. Miro hacia todo lugar para asegurarme de que no esté por ahí preparado para hacer que me sienta incómoda por tan horrible rato. Hayley paga mi tan bonito regalo de su parte y nos dirigimos hacia la salida.
Observo a la mujer con la que mantuve una pequeña charla hace unos minutos. Me muestra una bolsa que lleva en su mano. Sonrío. Hizo la compra. Me acerco a ella para saber cómo le fue. Hayley me sigue como cachorro tras su madre.
— Cariño, lo siento mucho por lo que te pasó—. Dice avergonzada. ¿De qué se avergüenza?
— No puedo creer que te hayas dado cuenta de eso—. Tapo mi rostro con mis dos manos.
— Lo sé — se ríe nerviosa—, pero por lo menos te vio un amigo íntimo y no un completo desconocido. Hubiera muerto de ser así.
— ¿Amigo íntimo?— Hayley y yo preguntamos a la misma vez.
— Si, eh, eso me dijo mi hijo. Ahí viene —. Señala con su dedo índice.
Oh, pero claro. Esta mujer tenía que ser la madre de nadie más y nadie menos que Clyde Payne.
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