Capitulo 29: Tengo un presentimiento
— ¡Hayley, espera! ¡Deja que me ponga los zapatos!
Salto en un pie mientras intento poner en el otro mi zapato. Me apoyo del hombro de Hayley mientras caminamos por el campus. Ella luce hermosa con su blusa roja y pantalón negro. Yo me veo terrible con una camiseta de Batman y un short poco decente que sólo uso cuando sé que nadie me verá las blancas piernas que tengo. Mi padre dice que parecen gusanos de guayaba, qué asco. Detesto la guayaba en todas sus formas.
Me pasa lo mismo con Clyde. Lo odio cuando se comporta como un rebelde sin causa, y cuando actúa como un oso meloso con una razón específica: aprovecharse de mi bondad.
Volviendo al tema de mis piernas. Tengo una leve capa de vello en ellas y me siento un poco desaseada al salir así.
***
No sé en que momento me perdí el hecho de que Rob y Hayley se han vuelto tan... cercanos.
Cuando se vieron, no paraban de mirarse el uno al otro. Adam estaba junto a mi y ambos nos fuimos en su motocicleta para brindarles un poco de espacio, dejando que se fueran en el auto de Rob ellos solos.
Siento que Hayley me ha sacado de la residencia sólo por lástima, para no sentir culpa de salir con su cita y dejar a su amiga en la cueva de la desdicha. A pesar de sentir eso, me alegra estar caminando junto a Adam en las calles de Stanford, mientras veo a mi pelirroja riendo de los malos chistes de Rob.
Es interesante observar a un hombre que aparenta ser rudo, comportarse como un niño que ve a una niña por primera vez. Clyde no será así. Jamás.
Eloise viene a mi mente, ¿qué será de su vida? No entiendo porqué tuvo que darme la espalda de esa manera. Puede que haya fallado como amiga para recibir tal puñalada. Desearía saber qué pasa por su cabeza. No sé si podría entender sus razones para estar con Ethan. El tipo es repugnante. Quizá debí contarle que Hayley y yo lo vimos teniendo relaciones sexuales con Alana. De pronto eso le hubiera cambiado las perspectiva.
A pesar de ser un domingo en la noche, la ciudad se siente más viva que nunca. Me fascina ver las luces en las noches. Los anuncios que iluminan varios colores,o esos que tienen formas llamativas. Me encanta ver un aviso de pizza en un restaurante, desconozco la razón, pero siempre he sido así. Creo que es porque me recuerda a mi viejo.
— ¿Qué les parece si entramos a algún lugar a comer pizza? — Pregunta Rob, mientras pasa su mano por el hombro de Hayley.
Vaya, por fin el universo conspira a mi favor.
— ¡Si! — Chillo mientras doy pequeños aplausos. Mi reacción hace reír a todos. Ya me siento incómoda de ser el centro de atención — Vi una pizzería a una cuantas cuadras de aquí.
Hayley se pone nerviosa. Nadie me apoya en mi idea de volver por donde caminamos.
— Pues, Sam, ya sabemos dónde ir. Es más adelante —. Da la vuelta y sigue caminando junto a Rob.
Adam me acompaña de nuevo. Comenta cualquier cosa de lo que solía hacer en la escuela. Era todo un bromista. Un bromista inteligente. Fue de esos chicos a los que les iba excelente en cada asignatura, pero su disciplina era pésima.
Cuando entramos a la lujosa pizzería, con mesas y sillas en madera, velas al centro de ellas, y un gran horno a la vista de todos, mi corazón empieza a volcarse. Es raro. Tengo un presentimiento. Quizá sea mi conciencia diciéndome que no tengo el dinero suficiente para pagar una bebida de este lugar.
Nos sentamos y el mesero con traje de... pingüino nos da la carta. Lo primero que reviso son los precios. Me llevo la sorpresa de que están al alcance de mi bolsillo.
Me extraña ver que Hayley ponga una silla de más a mi lado. Estamos Rob, Hayley, Adam y yo. No entiendo para quién es esta silla.
— Hayley, ¿va a venir alguien más? — Pregunto, dejando la carta sobre la mesa.
Abre sus ojos mientras me observa por encima de su carta. Escucho la puerta del restaurante en el momento que se cierra, justo cuando la mirada de Hayley se desvía.
Me dispongo a imaginarme lo peor.
— Recién llegó —. Dice sonriente, mientras cierra su carta.
Con desánimo giro mi cuerpo sobre la silla para ver de quién se trata. No pude evitar parecer una chismosa de primera clase.
Mi mundo se detiene, al igual que mi corazón. Lágrimas emergen y salgo corriendo hacia la persona que mis ojos acaban de ver.
— ¡Papá! — Chillo, y me siento como una niña de 5 años que corre hacia los brazos extendidos de su padre.
Salto hacia él y no hay quien me detenga de llorar. Lo extrañé como jamás creí que se podía. Su aroma me hace recordar a todas las veces que he estado junto a él. Lo abrazo con toda la fuerza que haya en mi cuerpo. Mi padre también lo hace. Acaricia mi cabeza como siempre lo ha hecho, y vienen memorias de mi padre peinándome para ir a la escuela.
Este hombre significa mi vida.
— Sammy —. Susurra cerca de mi oreja, sin dejar de abrazarme.
— Te he extrañado mucho, papá —. Sollozo.
— No más de lo que yo a ti, mi pequeña pasa.
Empezamos a reír a carcajadas por su comentario. Me suelta y seca con sus dedos las lágrimas que aún corren por mis mejillas. Besa mi frente y sonríe.
— Cómo has cambiado, Sam —. Estudio sus palabras.
— Papá, sigo siendo la misma.
— Lo sé, sólo que ahora eres una mujercita.
Mi padre me abraza de nuevo.
— Te amo, papá.
— Yo te amé primero, Sam.
Y con esas palabras, mi alma descansa.
***
Hayley no me pudo haber dado una mejor sorpresa que traer a mi padre. La noche ha sido más divertido de lo que imaginaba. Por un momento pensé que Adam y Rob se incomodarían por la presencia de mi padre, pero ocurrió todo lo contrario. Pasó un instante en el que tuve que intercambiar mi puesto con el de Rob para poder charlar con Hayley, y dejar que los tres hombres conversaran de sus cosas. Mi padre sigue siendo un viejo con alma de niño. Béisbol, persecuciones policíacas, la actual sociedad, fueron algunos de los temas que tocaron mientras comíamos pizza hasta que nos reventáramos.
Mi padre a veces se detenía a comentar lo hermosa que me veía, halagando también a Hayley. Me causaba ternura su cara de tristeza, escondida tras su hermosa sonrisa.
Me encuentro ahora mismo caminando junto a mi padre. Rodeo su cintura con mi brazo, y él hace lo mismo con mis hombros. Me siento protegida de cualquier peligro. Hayley y los chicos se quedaron en el restaurante a esperarme cuando regrese de dejar a mi padre a nuestro auto.
— Zac te manda saludos, Sam.
— ¿Que tal está? — Pregunto mientras observo el suelo al recordar que le mentí sobre lo que me había sucedido en la cara.
— Bien, todavía trabaja para el señor LaHaye. Quizá se jubile en ese lugar — ambos reímos —. Creo que está saliendo con una chica. Llevan unas semanas de citas en citas.
— Oh, ¿la conoces? — Me invade la curiosidad. Mi padre ríe suave.
— No, Sam. Un muchacho no te lleva a conocer a tus padres, simplemente se comporta como un cobarde y se aleja de la responsabilidad. Incluso rompería contigo, sólo para evitar presentarse ante tu familia. Te das cuenta que un hombre te toma en serio el día que te invita a conocer a sus padres y te pide conocer los tuyos. Menos de ahí, sólo intenta aprovecharse de ti. Aunque sucede el caso contrario, también.
— Si eso pasa, lo de la presentación y eso, ¿garantiza ese acto una relación duradera? — Elevo mi rostro para mirar a mi padre a los ojos.
— No siempre, cariño. Muchos lo utilizan con la excusa no más de salir, pero en sus corazones no existe la intención de que esa relación trascienda.
— Papá, ¿cómo se hace eso? Trascender, ¿eso que implica? — Mi padre me suelta para coger mi mano.
— Es complicado, Sam. Muchas veces personas muy incompatibles se unen, pero aquello que los une es la pasión, eso es efímero. Tiene que haber amor. Eso no es algo que resulta a la primera vista, no te creas esa mentira. Las mujeres de hoy no saben diferenciar entre el amor y un gusto físico.
— ¿A que te refieres?
— Un ejemplo. Digamos que acabo de ver a una mujer, con un lindo cabello largo, lindos ojos, un rostro llamativo, de inmediato capta mi atención. Eso no significa que la ame, sólo que su belleza me ha atrapado, ¿ves?
Meto mi otra mano en mi bolsillo y vuelvo a dirigir mi mirada a la calle.
— Hayley me comentó que saliste con un chico hoy.
Mis manos empiezan a temblar y mis labios se resecan. Santo cielo. No puedo detestar más a Hayley. Lo que menos quiero es que mi padre se dé cuenta de la clase de persona que es Clyde. Perdería su confianza en mi.
— Eh, s-si, bueno, en realidad no fue así. Era más como un "me lo debes".
¿Qué acabo de decir?
— Esta bien, ¿qué tal se comporta contigo?
Si supieras lo idiota que es...
— Papá, es solo un chico. No me gusta o algo así. Él es muy raro y además se comporta como un pendejo la mayoría del tiempo — empiezo a extender el tema —. Cree que el mundo gira alrededor de él y que todas las chicas quieren estar a su lado. Es grosero, orgulloso, egoísta. Es realmente detestable. La verdad es que jamás pensé que podía odiar a alguien con tanto empeño.
— Pero aún así saliste con él —. Su tono inspira tranquilidad, no enojo.
— Pero es que él es un cabezota. Le dije que no y no, e hizo hasta lo imposible por salir conmigo. Es un tonto, papá. Jamás podría volver a salir con alguien como él. Todo lo quiere a su manera y punto. Cree que soy como las demás, pero no.
Mi padre mira el suelo y sonríe. Me observa y algo me dice que esconde información. No me había dado cuenta de que ya estamos junto al auto.
— ¿Por qué me miras así? — Pregunto.
— Tú madre dijo lo mismo sobre mi.
Me quedo mirándolo, confundida por lo que acaba de decir, y me abraza.
***
— Sam, ¿quieres que vaya por ti? — Pregunta Adam por el teléfono mientras camino por las calles.
— No, Adam, no te preocupes. Llego en cualquier momento. No te vayas.
— Sólo si me pagas.
— Con un abrazo basta —. Cuelgo y guardo mi teléfono.
Volver a despedirme de mi padre me dolió demasiado, pero la felicidad de haberlo abrazado una vez más opaca lo anterior.
Hay tantas cosas en las que debo pensar, pero no es bueno meditar sobre mi vida mientras intento de cruzar los semáforos sin que alguien me atropelle en su vehículo.
Esta noche tendré tiempo de sobra para darle mente en las palabras de mi padre. Es un hombre tan sabio, que no puedo imaginarlo como un tipo orgulloso y egoísta.
Pasaron muchísimos años para escuchar a mi padre comentando algo sobre la mujer que me trajo al mundo. Ella seguro exageraba sobre mi padre. Él es hermoso, jamás le haría daño a alguien. La muy abandonadora era muy sensible, entonces.
De repente, siento que hay una luz que encandila uno de mis ojos. No sé por qué, pero me detengo para ver si el semáforo de peatones me permite seguir. Está en verde. Me doy cuenta que estoy justo en medio de la calle y volteo a mirar de dónde proviene esa luz que se acerca sin prudencia hacia mi.
— ¡Respeta la señal, idiota! — Grito y golpeo una de las luces de la camioneta que tuvo que frenar en seco para no arrollarme.
Le volteo los ojos al conductor y sigo caminando.
¿Por qué tuvimos que caminar tanto? El trayecto de tomamos es absurdamente largo. Prefiero coger atajos para llegar rápido donde Adam e irme a mi cama.
Camino por la calle, me impresiona ver que esto se ha convertido en un cementerio. No siento pasos alrededor de mi. Ya no escucho a las personas hablar. Me detengo al ver un callejón que parece ser sano. Por aquí nada me pasará, creo. Necesito llegar lo más pronto posible con Adam. Creo que debí aceptar su oferta y decirle que me recogiera. Qué tonta soy. Saco mi teléfono por un momento para ver la hora, y no puedo creer que sean las 11:16 p.m.
Tomo la decisión de entrar por el callejón. Veo a un sujeto recostado en una pared. Pero ignoro que pueda hacerme daño.
— Sería genial quitarte ese short que tienes nena.
Escucho esa voz desconocida y acelero el paso. Pero a la vez, puedo oír que camina muy cerca de mi. El callejón se vuelva cada vez más largo, cuando de la oscuridad, sale otro sujeto.
— ¿Qué haces por aquí pequeña? ¿Vienes a... divertirme?
De inmediato quedo en shock para poder hablar. Mi cerebro funciona rápido y me dice que corra por el camino que ya recorrí y que vuelva a la calle, y que nunca debí meterme por aquí.
Siento que alguien hala un pedazo de mi cabello y es la señal para que salga corriendo. La adrenalina se apodera de mi, al igual que la esperanza de que los sujetos me dejarán libre.
Faltando unos metros para la calle, uno de los hombres me atrapa y me tapa la boca. Eleva mi cuerpo y me aprisiona contra la pared. Empiezo a llorar, asustada y con asco de sentir sus manos tocando mis piernas, mientras el otro tipo se empieza a bajar el pantalón. Logro ver un tatuaje en su cara, pero no puedo ver a quien me sostiene ahora.
Su mano sube por mi pierna y la posa sobre mi abdomen. Las ganas de vomitar me invaden el cuerpo. Le doy patadas, pero nada lo aleja de mi.
— Es mía, viejo. Tu homosexualidad no te permite tener a esta perra en cuatro delante de ti —. Dice el tipo del tatuaje en la cara mientras se acaricia su miembro.
El otro hombre me baja y me agarra por delante, de modo que ahora mismo le estoy dando la espalda al otro. Se acerca por detrás y pone sus manos sobre mis caderas.
— Veamos que hay por aquí —. Dice y desabotona mi short —. ¿Qué prefieres, pequeña? ¿Por detrás, o por esa boca sucia?
El llanto me vuelve débil. Debí decirle a Adam que me recogiera. Debí pedirle a mi padre que me llevara. Todo esto es mi culpa. No quiero perder mi virginidad así. No quiero enfermarme. No quiero que esto pase. No.
Muerdo la mano del sujeto y de inmediato libera mi boca.
— ¡Ayuda! — Grito y mi voz se concentra en todo el callejón.
De inmediato, el hombre me golpea la mejilla y vuelve a tapar mi boca.
Nadie viene. Nadie vendrá por mi. Ojalá tomaran mi teléfono, en vez de mi cuerpo.
Cierro mis ojos y caen más lagrimas.
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