Capitulo 27: ¡Es un diluvio!
Santo cielo, este lugar es celestial. Me encuentro maravillada, con la cabeza unos centímetros afuera de la ventanilla para apreciar el paisaje. Estrujo mis ojos con mis dedos al sentir que algo se me ha metido al ojo, y escucho a Clyde aguantando las ganas de reírse. Vuelvo a sacar la cabeza.
Creo que ante sus ojos, soy una payasa.
— Pareces un perro con la cabeza fuera de la ventanilla. Por lo menos cierra la boca.
Clyde, siempre inoportuno. Siempre fastidiándome al verme contenta de la vida.
— Este lugar es increíble, Clyde. No me molestes.
Sonrío al escuchar silencio de parte de Clyde. Siento que mi estómago está a punto de rugir de nuevo.
— Me alegra que te haya gustado —. Rompe el silencio.
¡Que alguien rebobine! ¿Acaso ha dicho que le alegra que me haya agradado el lugar? ¿Clyde siente alegría? ¿Desde cuándo? ¿En que momento le surgieron emociones a este lunático?
Intento observar a Clyde desde el retrovisor que tengo justo en frente de mi.
No lo puedo creer. Clyde está sonriendo. No es una gran sonrisa. Pero su expresión es totalmente nueva para mi.
Siento que quizá de tener la boca tanto tiempo abierta, se me haya metido un par de mariposas, porque justo en este instante, algo revolotea en mi interior. Pero quizá sea hambre.
Pero, el hambre no me hace sonrojar de la manera como estoy viendo mi reflejo en este preciso momento.
Clyde estaciona en la calle, al frente de una cafetería. La decoración externa es muy sencilla pero agradable. Definitivamente, me encanta. No es extravagante, pero tampoco un sitio de mala muerte. "The 80's", así se llama. Debe ser un restaurante temático o algo así. Mis ojos me permiten detallar a unas meseras con vestidos azul celeste y delantales blancos, al igual que sus mini-gorros. Sus peinados parecen ser perfectos, no les cabe una gota más de laca, al igual que un poco de polvo en sus caras.
De repente, Clyde aparece y abre mi puerta. Qué caballeroso.
— Estoy descalza, Clyde. No bajaré así.
— ¿Siempre eres así de amargada? —. Dice en un tono fuerte.
— No soy amargada. Además, no traje dinero.
Clyde se ríe.
— ¿Nunca te han pagado un desayuno, o qué?
— Siempre pago lo mío, Clyde.
Él suspira y pone sus manos sobre la camioneta.
— Me pagas cuando te lleve de regreso. Y, para que dejes de joder tanto — se agacha y su rostro desaparece, pero vuelve a subir —, hoy caminaré descalzo, contigo.
Lanza sus converse cerca de mi cara, abre la puerta y bajo de la camioneta.
Clyde cierra la puerta detrás de mi. Se me hiela la sangre al sentir que posa su mano cerca de mi cintura y me dirige a la cafetería.
Esto es fascinante. Todo tiene un estilo ochentero que da gusto a mi alma.
Chillo y doy pequeños aplausos. Salgo corriendo por en medio de las mesas para llegar a lo que ha captado mi atención.
— ¡Clyde, mira! ¡Una rockola!
Acepto que debo verme muy infantil ahora mismo pero... ¡es una rockola!
Clyde se sienta en una silla y me hace una señal con la mano de que me acerque. Es un amargado. Ni siquiera puedo detallar con claridad el diseño de la rockola.
— En unos minutos traen los pancakes —. Dice sin emoción alguna.
Supongo que debió pedir el desayuno mientras yo estaba embelesada con el artefacto al final de la cafetería.
— ¿Cómo se llama este pueblito, Clyde?
— Creo que Springfield.
Pongo mis ojos en blanco y miro hacia el costado contrario de la cafetería. Me conmueve ver a un hombre junto a quien parece ser su hijo. Ambos son monos. El hombre le ayuda al pequeño, acomodando el sorbete de su bebida dentro del vaso.
Observo a una anciana entrar a la cafetería. Su vestido floral es encantador, al igual que su cabello blanco, tan blanco como las perlas que lleva puestas alrededor de su cuello.
— Era una puta broma, Samantha. No tengo ni la menor idea de cómo se llama este lugar.
— ¿Y cómo sabías de la existencia de este lugar?
De repente, la anciana se detiene justo al lado de nuestra mesa.
— ¡Oh, Clyde! ¡Qué emoción verte de nuevo por aquí!
Vaya. Esto es una sorpresa.
— Señora Brown, ¿cómo ha estado? — Dice Clyde. Los modales no son propios de él. Esto puede ser divertido.
— Disfrutado mis últimos años, pequeño — la señora Brown pasa sus dedos por el cabello de Clyde, alborotándolo más —. Y veo que estás en una cita —. Le da una palmada a Clyde en el hombro.
— Buenos días, mi señora. En realidad, Clyde me ha traído en contra de mi voluntad —. Interrumpo.
Fijo mi mirada a la anciana, pero puedo percibir que Clyde está a un milímetro de matarme. O de dejarme sin desayunar.
— ¡Clyde! ¿Cuándo aprenderás a dejar de secuestrar a las mujeres y traerlas a este sitio?
¿Mujeres? ¿A cuántas más ha traído?
— Señora Brown, la joven Samantha disfruta de bromear conmigo —. Me mira y eleva su ceja.
La anciana se ríe y pone sus manos en sus caderas.
— Los dejaré par de tórtolos. Esta anciana algún día morirá, pero no será de hambre. Saluda a tus padres por mi —. Clyde asiente.
La señora Brown se acerca a mi y pasa su fría mano por mi mejilla.
— ¿Samantha? Lindo nombre. Me recuerdas tanto a alguien —. Esboza una triste sonrisa y se va.
Eso fue extraño.
Después de desayunar, Clyde me ha traído a lo que parece ser un bosque sacado de un mundo de fantasía.
No tenía idea del gran apetito que mora en Clyde.
Me había pedido ¡cinco pancakes! Eso es del otro mundo para mi. Mi abdomen se empezó a hinchar cuando estaba masticando lo que me faltaba de mi segundo pancake. Pero Clyde es otro nivel.
Clyde desayunó sus cinco pancakes, y además, se comió los tres que no pude comer. Esparcía syrup sobre ellos como si no hubiera un mañana. De vez en cuando me miraba, fruncía el ceño y luego intentaba esconder una sonrisa.
Me sentí muy mal cuando la mesera llegó, porque no tenía dinero para pagar. Es una sensación extraña depender de una persona que desconoces. Incluso si es para un desayuno.
Al salir, creo que pasaron diez o quince minutos para llegar a este sitio. Un campo invadido de árboles. El aire se siente más limpio. Es hermoso para mi ver cómo las ardillas trepan por el tronco de estos majestuosos árboles. Sus ramas largas y cubiertas de hojas verdes. El pasto está un poco alto, pero unos hermosos dientes de león relucen en medio de la variedad de tonos verdes que las rodean.
Bajamos de la camioneta y nos sentamos en la batea. Intento no reírme al ver sus pies descalzos, pero me agrada que ambos estemos en la misma condición de vulnerabilidad. Observo su rostro mientras él se queda distraído con el maravilloso paisaje. Su expresión irradia paz, tranquilidad, libertad. Tiene una leve capa de barba. Es intrigante ese tatuaje de plumas en su brazo.
— ¿Por qué me has traído aquí? — Interrumpo el silencio.
Clyde no voltea a mirarme.
— Pasé mucho tiempo sin venir aquí.
No puedo evitar sonreír y contemplar los árboles.
— Si yo fuera tu, vendría a cada oportunidad que tuviera. Esto es perfecto. No escuchas a nadie que no seas tu mismo. No hay persona que pueda venir a interrumpir o a dañar el rato. Un momento a solas con la naturaleza. Claro, de noche no vendría a este lugar, ni loca.
Clyde voltea a mirarme y sonríe, provocando que mi corazón se detenga. Sus ojos tiene un brillo que me pone la piel de gallina. Es tan agradable verlo desde esta perspectiva. Un hombre que por lo menos no intenta ponerme la mano encima.
— ¿Te da miedo el bosque a oscuras? — Pregunta.
— Si —. Respondo, cruzo mis piernas y las abrazo.
Clyde me observa toda, me intimida tanto que trato de esconder los dedos de mis pies.
— ¿Qué te da miedo, Clyde? — Pregunto, e inmediato se ríe.
— Hablas mucho, Samantha.
Es lo único que dice y vuelve a desviar la mirada. No insisto en que me responda, así que hago lo mismo. Preciso, siento que me esta mirando.
— La soledad —. Murmura.
Mi alma se desmorona al escuchar su respuesta. Por un instante, siento lástima. Yo sólo espero que no esté jugando conmigo.
— La soledad no es tan mala como parece, Clyde. A veces se necesita estar sólo, ¿no? Para evaluar tu vida, no sé.
Me da una sonrisa de lado.
— Cuando las cosas se llevan al extremo, se vuelven dañinas. Comer mucho es malo, tanto, como no comer. Incluso algo tan sano como tomar agua. Si tomas demasiado líquido, tus riñones trabajan más de lo que debería. Y si no, pues, eso ya lo sabemos. La soledad es buena, pero el ser humano es social. No es bueno estar tanto tiempo solo.
Eso es muy sabio de su parte. Me sorprende que Clyde pueda asombrarme.
— Pero, tu comes bastante, Clyde.
Al instante, me arrepiento de haber sacado de mi boca tal comentario.
— Pero hago cualquier deporte.
— ¿Cuál?
Cae una gota de agua encima de mi mano, ¿qué? Ambos miramos hacia el cielo gris y nublado, se escucha un trueno y Clyde se apura a pararse y bajarse de la batea. Estira su mano para ayudarme y bajo.
La tempestad viene con toda las de mojar. Los truenos son cada vez más fuertes, y el paraje se ilumina con cada rayo. Grandes gotas de lluvia golpea mi cuerpo. Empiezo a reírme sin control al acordarme de las palabras de mi padre, al decir algo relacionado al respecto de el diluvio de Noé.
— ¡Es un diluvio! — Grito mientras doy unos pasos hacia los árboles.
— ¡Mierda, Samantha! — corre a agarrarme del brazo para llevarme a la camioneta — ¡Te puede caer un rayo! ¡No me haré cargo de tu muerte!
Río de nuevo. Creo que esos pancakes tenían algún alucinógeno.
— ¡Hace un tiempo estuviste a punto de matarme! ¿Lo olvidas? — me acerco a Clyde para enfrentarlo — ¿Quieres que te recuerde cómo me dejaste?
— ¡He tenido suficiente de ti! — Grita y me agarra de los hombros, llevando mi cuerpo sin piedad contra la camioneta. De nuevo me acorrala.
A pesar de las condiciones climáticas, mi cuerpo hierve a causa de la cercanía de Clyde a mi.
— ¡Eres insoportable, Clyde!
— ¡Si, pero tu eres peor!
Elevo mi rostro para que mis ojos se encuentren con los de él. Su cabello se encuentra a unos centímetros de mi cara, y gotea sobre mi. Por instinto, llevo mis manos a sus brazos e intento liberarme.
— Si me trajiste hasta aquí para acabar con lo que ibas a hacer conmigo esa noche, hazlo ya, Clyde.
— ¡Basta! — Grita.
Pego mi cuerpo más a la camioneta. Clyde se ha enojado, lo puedo ver en sus ojos y en como las venas de sus brazos se han brotado indiscutiblemente.
— ¡Deja de decir eso! ¡Puta vida, Samantha! ¡Perdí el control!
— ¡Lo estás perdiendo otra vez, Clyde! No sé que pretendes con sacarme obligada de mi habitación.
— Porque sé que de esa forma puedo acercarme a ti.
Sus manos recorren mis brazos y pasan a mi espalda, haciendo que mi cuerpo se eleve un poco hacia el suyo. Mi pecho se estruja contra el de él. Pongo mis manos sobre su torso, pero se ha desvanecido la intención de salir corriendo de sus brazos. Lo haría, con total gusto. Pero no. Hoy no.
Pega su frente a la mía. Sin dejar de abrazarme, quita el elástico de mi cabello y mete sus dedos, sosteniendo con fuerza. Se me sale un quejido y entre cierro mis ojos cuando siento algo duro que se estruja contra mi vientre.
— ¿Que quieres, Clyde? — Jadeo.
Sus pupilas se dilatan y pasa su lengua por en medio de sus labios.
— Tu perdón. Quiero que me perdones —. Dice excitado y nervioso, a la vez.
— Yo... si. Te perdono —. Murmuro mientras inconscientemente acaricio su rostro con la yema de mis dedos
No logro despegar mi mirada de él cuando veo que sonríe y baja la cabeza. Gimo al sentir una corriente que se concentra en mi interior, cuando Clyde decide recorrer mi húmedo cuello con el piercing de su lengua.
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