Capitulo 26: Amiga de ese tal Clyde
La mujer del cabello rojo se ha ido.
El sótano colapsa. Todo es oscuro y tenebroso. Ya no soy capaz de ver mis manos.
Creo que estoy muerta, porque hay un largo pasillo con luz al final. Con cada paso, puedo ver mi cuerpo. Me sorprendo al notar que sigo siendo una pequeña niña, con un vestido rosa y zapatos blancos con moñitos encima de ellos.
En un abrir y cerrar de ojos, observo a una mujer arrodillada frente a una niña de mi edad, supongo. La mujer tiene puesto una camisa de cuadros rojos y negros, jean, y sin zapatos. Es ella. Es la mujer del cabello rojo.
Es ella. Arrodillada frente a una niña con un vestido idéntico al mío; sólo que ella tiene el cabello rubio.
— ¡Sam! ¡Sam, despierta!
Reconozco esa voz chillona, incluso si fuera sorda, lo haría de igual manera. Está bien. Estoy exagerando.
Hayley me sostiene de mis hombros. Abro mis ojos y siento mis mejillas... ¿húmedas? Mi amiga está sentada a mi lado, con ese gesto en su rostro que demuestra preocupación. No siempre la observo de esa manera
— Sam, ¿estas bien? — Pregunta, poniendo su mano en mi frente, como si tuviera fiebre — Te escuché llorar y vine a intentar despertarte, ¿qué soñaste?
Me levanto y me quedo sentada en la cama. Meto mi mano por debajo de mi almohada en busca de un sostén. Bingo. Le hago un gesto con la boca para que desvíe su mirada de mi y me pongo el sostén. Seco mi cara con el dorso de mis manos y las junto encima de mis piernas.
— Fue una cosa muy tonta, de verdad —. Respondo con mi cabeza agachada. No me gusta hablar sin antes haberme lavado los dientes.
— Espero que sea una cosa tonta, entonces.
— Si, en serio. No te preocupes.
Hayley asiente, no muy convencida de mis palabras, pero me alegra que no siga alargando el tema.
— ¿Tienes planes para hoy?
— No, no lo sé, Hayley. Pueda que llame a Adam para que salgamos en su motocicleta a algún sitio.
— ¿Segura? — Enarca si delgada ceja y cruza los brazos.
— ¿Dudas de mi?
— Pues, hasta donde tengo entendido, eso no está en el itinerario de tu amigo.
Me pongo de pie y camino hacia el baño a cepillar mis dientes.
— Pues, claro que no — paso mi lengua por debajo de mi labio para limpiar la crema que se me ha salido —. No le he dicho nada a Adam, todavía.
— No me refiero a él, Sam.
Escupo dentro del lavamanos.
— Pues no sé de dónde me vas a inventar un amigo, Hayley. Adam es el único que tengo.
Jamás me satisfago con cepillar mis dientes una sola vez. Aplico más crema sobre mi cepillo.
— No me creas idiota, Samantha.
¿Samantha? No puedo creer que se haya enojado por una bobada. Ni que estuviera mintiendo.
— ¿A que te refieres?
— No me habías comentado de tu amigo.
— ¿Estás celosa de Adam? Es como un hermano para mi. Siempre estamos juntos. Eso lo sabes. No comprendo el drama.
— Hablo de tu otro amigo.
Perderé la paciencia.
— ¿Jeremy?
— No, Samantha. No vuelvas a mencionar ese puto nombre.
— Esta bien.
Pongo mis ojos en blanco, agradeciendo que ella está justo detrás de mi, y no puede ver mis expresiones.
— ¿Eres amiga de ese tal Clyde, no?
Enderezo mi espalda y volteo a ver a Hayley con mis ojos completamente abiertos. Respiro por la boca y un poco de la espuma se va por mi garganta. Comienzo a toser y escupo lo que queda en mi boca. Hayley me da unas cuantas palmadas en la espalda. Tiene mano dura. Se me inundan los ojos de lagrimas y logro respirar normal.
— Santo cielo, Hayley, por poco me sacas un pulmón —. Chillo.
— Bueno, igual estas viva. Responde a mi pregunta.
Por el amor de Dios. Por poco muero a causa de un poco de espuma que se desvió del camino, y Hayler quiere hablar de Clyde.
El universo conspira en mi contra.
— ¿Por qué te imaginas que Clyde y yo somos amigos?
— Porque eso fue lo que él me dijo.
— Pues te mintió.
— Además, me contó que ustedes tienen una cita hoy.
¿Por qué hoy no puede ser un domingo feliz?
— Mentiras elevadas al cuadrado.
— Y — cruza de nuevo sus brazos —, está afuera, esperando a que salgas.
Quedo en shock por un nano segundo.
— Eso es blasfemia, Hayley.
De repente, la puerta de nuestra habitación se abre y entra Clyde en escena. Hayley yo lo observamos de pies a cabeza. No puedo negar que se ve muy bien con esa camisa de cuadros negros y grises, con las mangas hasta los antebrazos, haciendo que se vea esbelto. Me produce gracia ver sus converse negras.
— ¿Quieres que siga "mintiendo"? — Hayley eleva su ceja.
Yo mejor me quedo con la boca cerrada.
— ¿Cómo es que pudiste entrar? Espero que no me hayas jodido la puerta, idiota —. Hayley lo regaña, acercándose a él en modo de desafío.
— Veo que ni siquiera te has bañado, Sam —. Clyde ignora por completo a Hayley, y su mirada se dirige hacia mi.
Qué poco presentable estoy. Agacho mi cabeza para observar a lo que yo llamo "ropa para dormir". Una sudadera negra y una camiseta gris descolorida a mitad de muslo. Parece que viviera en las calles. Me percato de que tengo el cabello recogido en bola sobre mi cabeza. La presencia de Clyde me hace sentir rídiculo.
— ¿He dejado de ser una "niñita"? — Pregunto.
— Ven, vamos tarde, niñita.
Clyde se acerca inesperadamente a mi, se agacha y me sostiene de las piernas. Ya me he encontrado en esta vergonzosa situación antes. Ya he visto esa curva en su trasero antes.
— ¡Clyde, no! ¡No tengo nada que hacer contigo! — Chillo.
— En esta relación, tu no tienes derechos —. Dice mandón.
— ¡¿Relación?! — Exclama Hayley. Juraría a que se le han parado los pelos.
— ¡No! — Grito.
— Si. Fin del tema —. Clyde me saca de la habitación y camina por el pasillo. Va hacia las escaleras.
Veo a unas cuantas chicas riéndose de mi. Quizá las muy morbosas le estén observándo el trasero a Clyde. Yo tengo un mejor panorama.
— ¡Esto se llama secuestro, Clyde! ¡Bájame!
Él no responde. Y no lo hará.
Lucho lo más que pueda, pero Clyde es toda una vida más fuerte que yo.
— Por lo menos déjame traer mi teléfono.
Bajamos por las escaleras y pierdo a Hayley de vista.
— ¡Ampútale las pelotas con un alicate! ¡Que muera de una hemorragia! — Es lo último que logro escuchar de mi amiga
Dejo de forcejear contra Clyde. Una vez más me rindo ante su opresión; no ante su encanto.
Camina un rato y me baja, dejándome cerca a la puerta del copiloto de una camioneta de una sola cabina, azul y un poco desgastada. Pero vaya que a mi parecer es bastante interesante.
Clyde da la vuelta alrededor de la camioneta, abre su puerta y se sienta.
— No soy un galán de mierda, abre la puerta.
Clyde se pasa, en serio que lo detesto.
— Y yo no soy tan educada como parezco —. Cierro mis ojos, le saco mi lengua de manera infantil y salgo a correr.
Santo cielo. Clyde me ha sacado de mi habitación descalza.
La adrenalina recorre mi cuerpo cuando escucho el sonido de una puerta que se azota.
Corre Forest, corre.
Sin dejar de correr por el pasto, volteo un poco mi cabeza para asegurarme de que viviré para ver el sol de nuevo. Pero justo en ese momento, detecto el cuerpo de Clyde tan cerca de mi, que me agarra con sus brazos de la cintura.
— Qué difícil eres, niñita —. Se rié mientras me carga de nuevo sobre su hombro.
— Qué pegajoso eres —. Bufo y, por tercera vez en el día, me rindo.
Clyde abre la puerta y literal me sienta dentro de la camioneta como si fuera un bulto de papa. Cierra de un portazo la puerta y entra por el lado del conductor.
— El cinturón —. Dice.
— ¿Qué?
— Que te pongas el cinturón, niña —. Ordena.
Obedezco sus comandos. No tengo alternativa. Con Clyde es si o mueres.
Mi estómago ruge, y eso me recuerda a que no he comido nada. Abro los ojos, porque sé que Clyde lo ha escuchado. Pongo mis manos sobre mi abdomen y lo observo.
— Muero de hambre, Clyde —. Por poco se me llenan los ojos de lágrimas.
— Yo igual, pero no de ti. Imagínate cómo estaré yo con este puto hambre, y tu te quedas dormida —. Clyde, imprudente y grosero como siempre.
Enciende el vehículo y nos dirigimos a la ciudad. Maneja con una mano en el volante y la otra en la ventana. Bajo el vidrio y observo mi reflejo en el espejo lateral de la camioneta. Me veo terrible con este peinado.
— ¿A dónde me llevas?
— Vamos a desayunar —. Dice con la mirada fija en la carretera.
— No puedo, Clyde.
— ¿No que te estabas muriendo del hambre? — Me mira de reojo, formando con sus labios una delgada línea,mientras aprieta su mandíbula.
— Si, pero...
— ¿Qué? — Interrumpe.
— Ando descalza, Clyde.
Observa por un segundo mis pies e intenta no burlarse de mi. Me causa un poco de gracia la situación; pero, luego recuerdo que todo esto es por causa de Clyde y me enojo.
— Y tampoco te has bañado. No seas aburrida.
— Tu al menos pudiste darte una ducha —. Pongo mis ojos en blanco y me enamoro del verde paisaje que hay antes de llegar a la ciudad.
— Yo tampoco me he bañado, ¿contenta?
Es frío y cortante. No sé que le ven las chicas a este sujeto.
— No te creo —. Digo sin mirarlo.
— Te invito a que lo compruebes.
Nuestras miradas se unen y empiezo a reírme como desquiciada. Clyde sólo sonríe un poco. Está demente si cree que haré lo que se le ocurra.
— Eso es lo que quieres conseguir.
— Entiendes rápido, niña.
— Pero jamás cumplirás tus viles objetivos conmigo, Clyde. No soy como las demás. Me gusta considerarme diferente.
Aprieta con su mano el volante y se pasa la otra por ese cabello desordenado.
— No tengo viles objetivos, niña. Ya sé que tienes un ego demasiado grande. Sería muy cortés de tu parte que dejes de hablar de mi como si quisiera violarte. Ni que muriera por ti.
¿Que mi ego es muy grande? Lo suficiente para protegerme de quienes pretenden mi destrucción.
Sus palabras me destruyen como un terremoto a la ciudad. No entiendo esto que yace en mi pecho, o en mi mente.
Hay algo que me enlaza a Clyde de una manera que no puedo comprender. Es un misterio.
Me enfoco en el panorama de nuevo, y noto que desconozco el lugar. Santo cielo, Clyde me va a descuartizar. Me enviará de regreso a la universidad en bolsas plásticas negras. Venderá mis órganos y se hará rico, por mi.
Por lo clavos de Cristo, mantén la calma, Samantha.
Es un pueblo, pero odio decir que es bastante agradable a mi vista. Casas blancas muy a la antigua con la bandera de nuestra nación. Jardínes llenos de flores de todas las clases, colores y tonos muy vivos. Lástima que no tengo mis lentes para detallar cada mariposa que se posa sobre cada flor para luego volar. Las cuadras estan amuralladas de grandes árboles que impiden el paso de los rayos del sol. Varias hojas caen de ellos sobre el parabrisas, la calle, el pasto. El viento sopla, formando pequeños torbellinos con las hojas caídas.
Llama mi atención una pareja de ancianos que ríen al ver a unos pequeños jugando en su jardin. Supongo que son sus nietos.
Observo personas adultas trotando; algunos con su pareja o con su mascota.
Una de las casas la está pintando un obrero. Me recuerda a que mi casa en San Francisco tambien necesita que le demos un poco de cariño.
No he visto a ninguna persona con la cabeza baja, o triste. Todos parecen ser muy felices y disfrutan de estar en este lugar.
¿A dónde me ha traído Clyde?
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