Capitulo 18: Tienes lados peores
Me levanto sobre mis pies y me aparto del cuerpo de Alana. Abro mis manos y veo que tengo unos cuantos pelos de colores. Se lo ha ganado, por cómplice directa, por ser quien grabó todo el jodido vídeo.
Sacudo mis manos para retirar esos molestos pelos. Bueno, no exactamente las manos, sino las vendas que me cubren los anillos que tengo puestos.
Si. Vine más que preparada.
Clyde se acerca cada vez más a mi, tengo claro lo que voy a hacer con él. Quiero pegarle. Desde el momento en que atentó contra mi vida, es lo único que le he querido dar, un buen golpe en esa cara que tiene. No me importa que sea casi perfecta, pero el dolor de haber recibido un puño no se compara con todo lo malo que ha traído a mi vida, desde que intentó quitármela.
Tiene la misma camiseta negra de ayer. creo.
Es mi manera de liberar toda la furia que he contenido dentro de mi cuerpo.
— Samantha, basta. No eres como ellos —. Dice Clyde, se detiene justo en frente de mi. Hasta aquí puedo oler su aroma, es delicioso. Me enoja que venga a mi con su buen olor a perfume costoso. La esencia de un hombre se ha convertido en mi debilidad, todo por este tonto que tengo aquí.
¿Debilidad? Ese concepto no me describe. Por lo menos, no ahora mismo.
Escucho que llega un auto. Qué lento es Rob para conducir.
— No, Clyde. Yo no soy como ustedes.
Es muy alto. Elevo mi brazo para darle el golpe en la cara que tanto he esperado por proporcionarle. Reacciona y me detiene con su mano, actúa rápido y, por segunda vez en menos de tres días, me tiene atrapada. Sus manos agarran mis muñecas a mis espaldas.
— No sigas peleando.
— Lo dices tú.
— No quería dejarte sola. No lo estuviste, te estoy diciendo la verdad.
— Aún así me dejaste tirada como a una vil vagabunda. De todas formas, ¿qué más podría esperar de alguien como tú?
— Mucho más que eso. No todo en mi es malo, Samantha.
He entrado en shock, ¿qué es lo que acaba de decir? Que alguien me lo repita. Ojalá no esté alucinando.
¿Acaso es su forma de decir que quiere que le dé una oportunidad? El chance de demostrar que no es un idiota. Qué interesante. No estaría mal de mi parte ofrecerle mi compañerismo, o algo así; pero dudo que sea lo correcto.
— Vine a pegarte, no a hacer las paces contigo.
Aprovecho que está tan cerca de mi para darle con la rodilla en su parte íntima.
— ¡Mierda! — Exclama.
Justo en el objetivo.
Baja la cabeza y encorva su espalda, cuando lo hace, la piel de su rostro se encuentra con la mía, e intento no mostrar sorpresa. O alegría, ¿qué?
Suelta mis manos para "cubrirse" su miembro. Qué asco. Quién sabe dónde más habrá posado esa mano sucia y pecaminosa. Respira por la boca y su aliento me calienta el cuello, y una inesperada corriente eléctrica... u hormonal, recorre mi espalda desde mi cuello, torturándome hasta mi cadera, ¿pero que fue eso?
La chaqueta ha sido útil, no ha permitido que ni yo vea mis vellos erizados. No me imagino qué pensaría Clyde si viera la reacción de mi cuerpo.
— Te lo merecías, Clyde.
— Si, supongo.
Y me mira, me hace sentir mal por lo tonta que me comporto cuando lo tengo tan cerca de mi. No puedo quitarle mi mirada de encima. No entiendo lo que crece en mi pecho. Mi corazón se acelera violentamente dentro de mi.
¿Por qué tiene que ser tan atractivo? Sus ojos han recobrado un poco el brillo. No son tan opacos como la primera vez que lo vi. Su cabello castaño despeinado hacia arriba, le queda perfecto; hace que me entren las ganas de pasar mis dedos en medio de su cabello y alborotarlo un poco.
— Sólo has traído problemas, Clyde. Quiero que te alejes de mi.
— Y — se endereza —, ¿por qué no te alejas tú?
No puede estar hablando en serio. Siempre es él quien llega a invadir mi espacio personal, no yo. Bueno, excepto por dos veces en estas noches. La culpa es de ambos.
Meto mi mano al bolsillo trasero de mi jean. Saco los papeles ensangrentados que traje para lanzarlos a su muy... bonita cara. Se los tiro y reacciona como un niño que le acaban de salpicar agua. No logro contener la risa, aun así, no pierdo mi postura de mujer enfurecida. Se confunde. Desearía ser más ruda con él, en vez de sentir que tiene su lado tierno. De lo cual, estoy segura que carece en Clyde.
— Supongo que eso es tuyo.
Le doy mi espalda y observo a Rob disgustado por completo con Ethan y Alana. Ambos quieren matarme. Lo sé. Hayley y Eloise se apoyan en el vehículo, ambas me aplauden. Me siento victoriosa. He hecho lo que quería hacer. Es momento de volver, aunque eso implique dejar la Cafe Racer con Adam.
Camino hacia la motocicleta y me monto en ella, mientras abrocho mi casco bajo mi mentón. Clyde se para a mi lado. El muy tonto me ha seguido hasta aquí. Asiente y parece emocionado, sorprendido.
— Es un clásico. No sabía que la niñita conduce motocicletas —. Se ríe y examina la Cafe Racer, dando vueltas alrededor.
— Nunca sabrás más de mi, Clyde.
Se detiene y me mira a los ojos. Pasa la lengua por en medio de sus sus labios y esa perforación sale a la vista.
— Tomaré eso como un reto a superar.
— No soy un juego.
— Eso lo sé.
Se pasa de cautivador. Lo odio. Debería arrollarlo con la moto. Abro mis ojos cuando veo que se quita la camiseta de la forma más sensual que yo haya visto, como en las películas. Al ver de nuevo su cabeza, el cabello se mueve, provocándome... a darle de nuevo con mi rodilla.
Trato de mirar de reojo su esbelto cuerpo, con la esperanza de que no vea de que mi saliva está a punto de salir por mi boca si la abro para suspirar. No le elevaré el orgullo. Primero muerta; pero antes, un golpe bajo.
Es definitivo. Odio a Clyde.
Se acerca y amarra a camiseta a mi cadera. Agradezco que la motocicleta sea baja. Las piernas me tiemblan como gelatina, y podría caer en cualquier momento. Meto mi panza de forma inconsciente.
¿Cómo es que de un momento a otro, la presencia de Clyde me hace sentir kilos de más?
— Y... supongo que esto es tuyo —. Se aparta y me castiga con una sonrisa.
Es un estúpido. Es digno de odio. Me exaspera, y aún así, no puedo hacer algo para tirarle la camiseta en la cara. Es como si mi cuerpo me lo impidiera, pero sé que debería. Es complicado. Ya me confundí.
Le pongo los ojos en blanco y enciendo la moto. Acelero, aun estando en neutro, sólo para lucirme un poco ante él. Sé que en la noche me arrepentiré de haberme comportado tan extraño hoy.
— Gracias. Tu camiseta me será muy útil para sacudir el polvo, o desecharla. Puedes volver con tu gremio de allá, veo que tú y el molesto Ethan son tan amigos que te la pasas en su casa. Y veo el por qué. Mínimo se quedan todo el tiempo teniendo sexo con todas esas chicas que parecen las prostitutas gratis del campus. Y andas detrás del trasero de esa Alana, tanto, que llegaste a socorrerla. Es gracioso. Quisiste salvar a una maldita adicta a las drogas, que quizá tenga herpes o SIDA por ser tan regalada, aún cuando mi intención no era quitarle la vida; pero tú, ni siquiera sentiste misericordia de mi cuando mi alma se encontraba en la cuerda floja, entre la vida y la muerte. Apuesto mi vida a que no sientes una pizca de verguenza por lo que hiciste. Pero, ¿sabes? Aquí estaré yo para ti; no para ser tu amiga o darte unas palabras de ánimo, sino para ser tu más amargo recuerdo y traer a memoria cuán bajo caíste, sólo porque querías suicidarte. Fuiste débil, y tu debilidad casi me arrastra contigo a la muerte —. Sonrío con picardía. Me desconozco en este instante. Esa enorme carga que estaba amenazando a mi mente con quitarle la cordura, ha caído al suelo, justo detrás de mi.
— Y — continúo — no, Clyde, no todo en ti es malo, porque tienes lados peores.
Su gesto cambia radicalmente, se tensiona y aprieta sus manos en sus caderas, al igual que su mandíbula. Frunce el ceño y su mirada se oscurece. Mi instinto de supervivencia me dice que me aleje lo más pronto de aquí, que acelere la motocicleta y que no mire hacia atrás. Está enfurecido.
Si no me mató antes, ahora si lo hará.
Se ha convertido en el monstruo que es. No me sorprende que su lado oscuro y violento saliera a la luz.
— No sabes nada de mi Samantha —. Su voz es profunda y gruesa. Algo espeluznante y atractivo a la vez.
— Perfecto, porque no quiero saber más. Lo únicos que traes son problemas.
— Es mentira —. Eleva si tono.
— Es verdad —. Alzo mi voz.
— ¡¿Cuál es tu conflicto?!
— ¡Yo puedo preguntar lo mismo! — Se acerca a mi.
— No puedo meterme a la cabeza la idea, que en tu concepto, te crees mejor mierda que Alana. Juzgas sin conocer, Samantha. Te comportas como una niña.
— ¿Niña? ¿Ya no es "niñita"? No necesito conocerla para compararla con lo más bajo que jamás existió. Te importa más de lo que creí.
Limpio el sudor de mis manos en mi jean. Trato de mantener la calma, pero se me escapa.
— ¿De lo que creíste? ¿Lo ves? Ese es el problema. Te quedas vagando por la vida, creyendo que tu opinión es la única válida. No eres capaz de escuchar. Como dicen, no hay peor sordo que el que no quiere oir.
¿Cómo se atreve a hablarme así?
— ¿De qué hablas? No me conoces. Yo siempre escucho.
Se ríe y sus hombros se relajan un poco. Cruza los brazos, sin cohibirse por mostrar su cuerpo.
— Te conozco lo suficiente para saber que estas mintiendo. Ayer te pedí que habláramos, pero no me dejaste. No siempre escuchas, Samantha. Quizá por eso andas sola, y tienes las mismas amigas de toda la vida.
¿De dónde sacó esa información?
No puedo seguir con esto. La vieja Samantha ha reencarnado en este cuerpo, otra vez.
— Clyde, dejemos esto en el pasado, ¿si? No tengo aliento para seguir discutiendo contigo.
Me mira confundido, un poco de preocupación se refleja en su rostro, ¿por qué?
— Samantha, hablemos. Por favor. No te lo pediré de nuevo.
Su certeza y firmeza es clara e indudable.
No lo entiendo. Su rudeza aparece como el sol y desvanece como la niebla.
No sé si debería hablar con él, ¿qué me dirá? ¿me pedirá perdón? ¿explicará su razón para querer suicidarse?
Una parte de mi me exige que sea buena con él, que recuerde las palabras de Rob esa noche en su auto. Darle una oportunidad de dialogar conmigo, suena anormal. Pero mi otra parte, mi otra Samantha, se ríe de mi, por pensar que este sujeto puede decir algo racional. Quiso matarme, y eso jamás lo olvidaré.
Suspiro y empiezo a quitar de mi cadera la camiseta que había entrelazado en mi cuerpo. Miro a Clyde de reojo, frunce el ceño, es claro, no entiende lo que pasa; o quizá lo predijo en su mente, pero no quiere que suceda. Le observo la mano y luego sus ojos, entiende, pero no se mueve.
Alargo mi brazos para coger su dedo índice y acercar su mano a mi. Otra corriente recorre mi cuerpo. Debo irme lo más pronto posible. Dejo la camiseta en su mano y cierro sus dedos, de modo que la agarren.
Mis ojos me alertan, necesitados de llorar.
¿Llorar? ¿Qué? Que tonto de mi parte.
— No hablaré contigo. Estoy harta de discusiones. No soy así, Clyde.
Traté de sonar dura, pero me hice ver como un polluelo indefenso. Clyde ladea su cabeza.
— No quiero discutir, sólo charlar. Eso es todo —. Insiste.
Pero no. Eso no puede pasar.
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