Capitulo 17: Sígueme el paso
Destrozada, no es el sentimiento que describe a la perfección a mi alma en este momento. Abatida, frustrada, impotente, furiosa... no sé que otro término usar. Buscaré sinónimos en cuanto recuerde hacerlo.
Me veo frente al espejo que hay encima del lavamanos del baño de mi habitación. Apoyo mis manos en la pared, a cada lado del espejo, para no caerme. Mis piernas me fallan en este momento. Incluso se me hizo casi imposible subir las escaleras.
Unas cuantas lágrimas corren por mis mejillas, dirigiéndose a mi cuello, mientras miro ese triste reflejo mío; otras, caen en el lavamanos cuando bajo mi cabeza.
No tengo presente cuánto he llorado y gemido. Mi cara está roja y llena de puntos, que hacen ver aún más la evidencia del casi crimen de Clyde.
Agarro unos cuadros de papel higiénico y los doblo. Me seco la cara, el cuello y parte de mi pecho. Dejo un espacio en el papel para limpiar mi mocosa nariz, y lo desecho.
¿La dignidad se puede recuperar? ¿Cómo? Que alguien me ayude. Por favor.
Mis lágrimas amenazan con revelarse de nuevo, no tengo problema con ello. La verdad es que necesito sacar todos estos malos sentimientos y desahogarme, así vuelva a caer de cabeza al agua.
¿Qué mal les causé para que me hicieran esto?
No pude ver todo el video. Eran como cinco minutos de total burla e irrespeto hacia mi. Faltaba un minuto para terminar cuando Jeremy recibió una llamada de su padre. Tuvo que irse por asuntos familiares que requerían de su presencia inmediata.
Aún no entiendo cómo supieron que yo estaba ahí.
Ojalá pudiera llamar a mi padre y contarle todo. Él sabría qué hacer, incluso, llamaría al departamento de policía de Stanford para que los detuvieran, y que se pudrieran tras las celdas. Pero tiene trabajo, y cosas más importantes por hacer. Además, no quiero preocuparlo.
Quizá Zac podría ayudarme siendo mi hermano mayor, defendería a su hermana pequeña, incluso si eso significa que deba tomar justicia por sus propias manos. Si tan sólo fuera un hombre sin oficio, pero trabaja para el señor LaHaye.
Hayley... que decepción tan grande. De pronto no hubiera malgastado esta hora llorando como una niña, si ella me hubiera dicho la verdad desde esta mañana que le pregunté. Esperaba más de mi compañera de cuarto, mi amiga, mi hermana.
Eloise anda ocupada en clase.
Mi viejo me habló de esto varias veces. Siempre me decía que entre más se sumen mis años de edad, mayor debe ser mi conocimiento sobre mi misma. Ese saber se obtiene a través de la soledad.
Cada ser humano que ha pisado la tierra, se ha encontrado con un problema que debe afrontar sólo. Es como batallar contra una legión de hombres armados, cuando yo tengo una espada de juguete.
No siempre estaremos, acompañados, supongo. Tendremos que tomar decisiones, y actuar al respecto.
¿Cruzo los brazos, o afilo mi cuchillo?
Optaré por la segunda.
Soy importante y valiosa. Esa asquerosa pandilla no determinará quién soy, tampoco son dueños de mi honor, así que les demostraré de que estoy hecha.
Creo que por primera vez en mi vida, haré lo que nunca he sido capaz de demostrar: mi valentía y amor propio.
Me armo de mucho valor, y me digo a mi misma "matas o comes del muerto".
No soy agresiva, tampoco estoy de acuerdo con la violencia; pero si por las buenas no aprenden a respetarme, les daré una lección a golpes.
Lavo mi cara con agua, la seco con la toalla y busco algo qué ponerme. Una camisa blanca básica está bien. Jean negro con un roto de una caída que tuve en motocicleta hace un año, adecuado para la ocasión. Botas color café, me las dio Zac de cumpleaños el año pasado, al igual que una chaqueta de cuero en navidad, que obviamente, usaré. Pongo mi maleta en mi espalda, con mis documentos y teléfono dentro. Saco unos anillos y vendas que había dejado dentro de la maleta de viaje. No creo que sea buena idea que cualquiera vea esto tan... personal.
Me veo en el espejo. Mi autoestima sube bastante al verme tan bien vestida. Mi corazón late de prisa, porqué mi cerebro le informa mi alocado plan.
Me dirijo a la cafetería, necesito encontrarme a alguien que sepa donde está el asqueroso rubio ese. Que se puede ir al mismísimo infierno.
Alguien me agarra del hombro.
— ¡Sam! Te he estado buscado —. Es Hayley, abre sus ojos al ver la ropa que llevo puesta, sobretodo las vendas en mis manos.
— ¿Ah, si? Pues yo no. Tengo un asunto pendiente —. Digo cortante. Estoy muy molesta con ella.
Noto tristeza y confusión en sus ojos. Su pecho se desinfla en un abrir y cerrar de ojos.
— Ya me dí cuenta, Hayley, de todo. Llegaste tarde.
Le doy la espalda y sigo caminando.
— Sam, espera, por favor. Lo siento, perdón. De verdad lo lamento. No quería arruinarte el primer día de clases —. Sus ojos se inundan de lágrimas. Sabe que ocultarme la verdad estuvo mal hecho.
Sigo furiosa, pero es mi amiga. Trato de entender su motivo, quiero ponerme en sus zapatos y pensar que quiso ayudar a su amiga, yo. Pero no, no puedo hacerlo. Intento aplacar mi ira, así que, le sacaré provecho a la situación.
— Te perdono. Pero sólo si me dices dónde está Ethan y su clan.
Ella obedece.
— Bueno, eh, hace un rato vi a la chica del cabello raro. Escuché que decía que iba a la casa de Ethan.
Bien. Eso es todo lo que necesito.
— Gracias. Perdonada.
De nuevo le doy la espalda.
— ¿A dónde vas?
Me detengo y la miro sobre mi hombro.
— Sígueme el paso, si puedes.
Entiende rápido y lo hace.
En camino al estacionamiento, Eloise se ha unido. Tiene curiosidad de lo que yo vaya a hacer. Hasta yo la tengo.
Llama mi atención una motocicleta, una Cafe Racer, en excelente estado. Qué tentación subirme en ella. Mi padre y Zac me enseñaron a conducir motos cuando tenía 15 años. Todos tres amamos los clásicos, y este, definitivamente, es la envidia de cualquier amante a las motocicletas. Ojalá su dueño me la prestara algún día para rodar en ella.
Volteo la mirada. Rob también me está observando. Se acerca a nosotras.
— Pequeña Sam, yo...
— Cállate, Rob. Esperaba más de ti. No creía que caerías tan bajo.
Está avergonzado.
— Sam, tu sabes que intenté detenerlos. Me agradas como... amiga.
Si, soy consciente de qué hizo su esfuerzo, y aunque no fue lo suficiente, eso no lo hace responsable. Por un momento, pienso que se acerca a darme un abrazo. Pero me alejo.
— Tu auto, Rob. Necesito que nos lleves a donde sea que esté Ethan. Hayley me dijo que quizá nuestro destino sea su casa.
— ¿Qué harás? — Pregunta.
— Responde.
Que no se note que estoy enojada.
— Está aquí. Yo las llevo.
Que bueno. Dinero que acabo de ahorrar par mi alcancía.
— ¡Samantha! — No. Puede. Ser.
— ¡Adam!
Corro hacia él, no porque esté enamorada de él, sino de su motocicleta. No puedo creer que Adam sea el papá de esta belleza. Se me acaba de ocurrir una increíble idea.
— ¿Qué haces por aquí? — Pregunta y enseña su linda sonrisa. Pero no más que la Cafe Racer.
— Necesito tu motocicleta.
Abre sus ojos. Fui muy directa, supongo. Creo que está sorprendido u ofendido por mi declaración tan abierta.
— ¿Has manejado moto antes? — Curioso y preocupado.
— Claro que si. Por eso te la pedí. Sé que es raro. No me conoces, pero tienes mi número. Son las — miro el reloj que lleva en su muñeca — 12 del día. A la 1:30 p.m. nos vemos aquí. Te la entregaré tal como me la des.
Ver la hora me recordó mi almuerzo.
Adam saca algo de su bolsillo. Me entrega la llave, los papeles de la moto y el casco. No puedo evitar sonreír. Esto es lo mejor que me ha sucedido desde que llegué a esta universidad. Guardo los papeles en un bolsillo de mi maleta, me pongo el casco y me siento en la Cafe Racer.
Santo cielo. La vida empieza aquí.
Inserto la llave y enciendo tan hermoso motor. Para lucirme, acelero para que el sonido se propague por el lugar.
Si, damas y caballeros. Aquí voy yo.
No me siento así, poderosa y grande todos los días, así que, creo que debo aprovechar estos extraños arrebatos. Ha de ser un síntoma premenstrual.
Rob, Hayley y Eloise están en el auto, listos esperando a mi señal.
— ¡Te seguimos, Sam! — Grita Rob, mientas asoma su cabeza por la ventanilla del vehículo.
— ¡Claro! ¡Coman polvo!
Hago el cambio a primera y arranco. No me demoro mucho para pasar a segunda, luego tercera, y ahora cuarta.
El viento golpea mi pecho y abdomen bruscamente cuando me quedo en las rectas, la única oportunidad de alcanzar 100 km/h. Esto es lo mejor. Mi padre estaría muy contento por mi.
Reduzco la velocidad cuando llego a la zona residencial, donde sólo hay casa habitadas por estudiantes de la universidad. Eso me recuerda a que Rob no es un estudiante. Sabrá Dios dónde vivirá.
Parqueo en frente de la casa de Ethan. La casa de mis desgracias. Dejo el casco en el asiento y me acerco sólo un poco al ante jardín. La puerta está abierta y escucho carcajadas de mujeres.
— ¡Ethan! — grito.
Sale una chica totalmente perdida, con marihuana. Me alza el dedo. Mi problema no es con ella. Es con Ethan.
— ¡Ethan! — Sale muy alegre por la puerta de su casa.
— Dulcecito, me encantan las visitas sorpresas.
Su sarcasmo me saca de quicio.
— No vine en son de hacerte una amable visita. Debes saber mi razón, Ethan. Hasta un idiota lo puede deducir.
— ¿Te había dicho lo sexy que te queda esa chaqueta? Ese jean... tienes potencial, dulcecito.
— Deja de morbosear y responde mi pregunta: ¿por qué me hiciste eso?
Muerde su labio inferior.
— Tómalo con calma, ¿si? Sólo fueron unos cuantos roces. Te demostré mi cariño.
Maldito.
— ¿Calma? ¿Roces? ¿Cariño? — me acerco a él — Vi el maldito video, Ethan. No me veas la cara de estúpida, porque no lo soy. Me tocaste las piernas, mi cintura y abdomen. Te apretabas el miembro con tu mano sobre tu pantalón mientras observabas mi trasero. Dejaste mi dignidad por el suelo, como a un pedazo de escoria. No mencionaré más de lo que hiciste. Eres un maldito infeliz.
— Dulcecito, ¿cómo crees? Tocar a chicas que no están con sus cinco sentidos en funcionamiento no es lo mío.
— Alana jamás lo está.
— Con ella es diferente. Siento una vibra muy... divertida. Podría sentirla contigo, dulcecito.
— Me besaste —. Y mi voz suena peor de lo que tenía planeado, mostrando mi vulnerabilidad.
— ¿Y? Un momento, ¿qué pasa? ¿Acaso era tu primer beso?
Recordar esa imagen en mi cabeza sólo me hiere como una daga que penetra al corazón, dejándolo sin palpitar. Intento mantener la compostura. Nada funcionará si nota mi debilidad.
Se ríe como un maldito lunático.
— Fue todo un placer haberle regalado a esos lindos labios su primer beso. Te daría otros besitos en los otros labios que tienes por abajo.
Desde ahora, dejo de ser Samantha Leah Evans.
Con toda la fuerza de mi cuerpo, le doy un puño en la mejilla. Agarro su cabeza con mis dos manos y hago que se agache, para golpearle el abdomen con mi rodilla. No le doy tiempo a reaccionar, lo empujo y logro dejarlo en el suelo. Aprovecho y le proporciono una deliciosa patada en sus pelotas, haciendo que se queje como una nena. Me arrodillo encima de él para seguir pegándole. Le he sacado sangre. Muy bien.
No he olvidado mis lecciones en defensa personal. Tampoco las que me enseñó mi padre. Esto me será útil.
Escucho un chillido y levanto mi mirada. Acaba de llegar mi siguiente objetivo: Alana.
Suelto a Ethan y me levanto. Es una dicha verlo agonizando en el suelo y sentir que soy dueña de una vida que no es la mía.
No... no soy Clyde.
— ¿Qué te pasa maldita zorra? — Chilla Alana.
Camino rápido hacia ella. No sabe lo que el destino le tiene preparado. El destino hoy, soy yo.
— Aquí la maldita zorra eres tú.
Antes de que pueda tocarme, le doy una cachetada. Está tan drogada que cae al suelo de inmediato.
Esto será sencillo.
Algo me domina. No soy yo quien hace esto. La sangre corre caliente por mis venas. Mi único pensamiento es destruir.
Iré a la iglesia el domingo que viene.
Agarro ese feo cabello y la arrastro por el césped. Es como pasear a tu perro. En este caso, a una perra inmunda.
— ¡Sam, detente! ¡No sigas!
Esa voz me es conocida. Giro mi cabeza y observo a Clyde saliendo de la casa. Maldito abandonador de mujeres dormidas en una silla a la madrugada y con mucho frío. Viene corriendo hacia mi. Verlo es la gota que necesitaba para rebosar la copa de mi ira.
Ya le di su merecido a Ethan y a Alana. Nuevo objetivo para atacar: Clyde.
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