Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

38 Adiós, extraño

∘◦༺ L O H A N E ༻◦

Salgo de la ducha y me envuelvo en una toalla de algodón. El vapor se disipa lentamente, dejando un rastro de humedad en el aire que refresca mi piel. Cruzo la habitación con lentitud, disfrutando del silencio absoluto de cuando estoy sola en mi hogar. Mis papás salieron a comprar víveres y mi hermano no llegará hasta dentro de unos días, como suponías, él también se mudó de casa. Al terminar de vestirme con ropa cómoda, me dirijo al escritorio donde me espera mi laptop ya encendida. Me acomodo en la silla y poso mis dedos en las teclas, quedándome quieta por un momento. Noto un leve rastro de ansiedad recorriendo mi cuerpo, una sensación de expectación que me es familiar. Es como si me fuera a descomponer, pero ya me he acostumbrado a vivir con este mal augurio que rara vez se presenta.

Le doy play a la siguiente canción que está en la lista de mi playlist. Suena To all of you de Syd Matters.

Empiezo a escribir, dejando que las palabras fluyan a través de mí, intentando canalizar con aquello que estuve guardándome para este momento.

—Me encanta esa canción —dice Edmond a mis espaldas.

Giro en la silla lentamente, y al verlo sentado en mi cama, una oleada de amor me inunda en el pecho. Llevo muchísimo tiempo sin verlo así, siendo tan real como cualquier otro de mis amigos. Se ve distinto. No parece afectado por las consecuencias del cáncer. Su cabello ha crecido y su piel, antes grisácea y enferma, resplandece con un color saludable, casi dorado bajo la luz suave que se filtra por la ventana.

Me quedo mirándolo, memorizando cada detalle de su rostro, cada línea y curva que componen esa expresión que tanto he añorado.

Él sigue estancado en su propio y ficticio presente, sin saber a dónde ir.

—Te extrañé tanto —murmuro, temiendo que él pudiese desaparecer al alzar mi voz.

Sus labios se ensanchan y se extienden por su rostro, mostrándome una sonrisa enorme y sincera. No responde con palabras, sabe que no son necesarias. Su presencia, su esencia misma, es la respuesta que busco, el consuelo que necesito para poder continuar.

La tristeza se cierne sobre mí, consciente de que este es el momento en que debo de despedirme de él. Tengo que dejar atrás toda la historia que hemos compartido, el universo que construí para él, su voz, su apariencia, todo lo que implica ser Edmond. Siento una punzada de dolor en el pecho, un eco de la pérdida que estoy a punto de enfrentar.

Él se da cuenta de cómo lo miro. Sus cejas se fruncen ligeramente en una expresión de confusión.

—¿Qué es lo que pasa, Loha? —pregunta. Su voz es suave, pero está teñida de preocupación.

Tomo una respiración profunda, preparándome para las palabras que necesito decirle.

—Edmond —empiezo, sin poder disimular el nudo que llevo en la garganta desde el instante en el que desperté—, tengo que soltarte. Es el momento de hacerlo.

Noto cómo sus ojos se ensombrecen, la confusión da paso a una mezcla de dolor y desilusión en su mirada.

—¿Qué estás diciendo? —responde, su tono está cargado de incredulidad—. ¿Por qué?

—Escúchame —digo, interrumpiéndolo—. Siempre apreciaré todo lo que significas para mí. Pero el mundo que me rodea ahora es diferente. Es mejor. Estoy encontrando mi lugar, y hay personas que me han ayudado a llegar más lejos de lo que nunca creí. Necesito aprender a vivir sin aferrarme a lo que ya no puede ser.

Edmond se queda en silencio por un momento, procesando mis palabras. La tensión entre nosotros aumenta, el aire se siente denso. Sus ojos se vuelven oscuros, casi marrones, reflejando una mezcla de rechazo, traición y, sobre todo, una profunda tristeza.

—¿Por qué? —repite en un susurro.

Entreabro los labios, pero de mi boca no sale nada. Intento recomponerme, cambiando de postura, pero termino inclinándome hacia adelante con los brazos cruzados, descansando sobre mis mis rodillas. Mis ojos están a la altura de los suyos, tan tristes y resignados que apenas puedo reconocerlos.

—Lo siento. —Cubro mi boca apenas termino la oración.

Con cada segundo que pasa, la dificultad de poder verlo con claridad aumenta.

Edmond frunce los labios con fuerza y cierra los ojos, manteniéndolos apretados por unos escasos segundos. Seguidamente, niega lentamente con su cabeza, como si no pudiese creer lo que está escuchando.

—La vida no vuelve a ser la misma después de tantos intentos fallidos —le explico.

—Y por lo mismo es que se supone que estoy aquí —contesta, enfadado por lo que yo misma le causé.

Una lágrima resbala por mi mejilla y no tardo en limpiármela con el hombro. Baja otra y otra, y... ya no hay manera de secarlas.

Él, aun sin saber cómo hacerle frente a su propio dolor, decide acercarse, arrastrándose por el piso y quedándose de bruces frente a mí. Cierro los ojos por un instante, deseando poder respirar con menos dificultad. Siento como su mejilla, caliente y suave, se posa lentamente sobre mi regazo. Y cuando logro calmarme un poco, me encuentro con los ojos de Edmond, expectantes a cada uno de mis gestos.

Lo vi y volví a sentir que estaba enamorada.

Una de mis lagrimas se cala entre mis labios entreabiertos, y otra, se precipita por mi mentón y cae en la mejilla de él, bajando hasta desaparecer por su cuello.

—Sigues sufriendo porque insistes en evitarme —susurra, levantando el rostro hasta quedar frente al mío.

—No sufro. —Le sonrío con tristeza, muy lejos de poder aliviarlo—. Ya no lo hago.

—¿Y por qué es que puedes verme? —Sus manos suben por mis piernas hasta detenerse en mis rodillas. Sus dedos se hunden cuidadosamente en mi carne y su rostro se contrae de dolor—. ¿Por qué es que puedes sentirme? —Edmond muerde su labio inferior y su respiración se colapsa, oyéndose muy agitada—. Si no estuvieras sufriendo... —Las lágrimas se desprenden de sus ojos enrojecidos.

Cubro sus mejillas con mis palmas, sosteniéndolo antes de que pudiera desmoronarse. Su piel húmeda hierve.

—Porque te estuve buscando —le contesto—. No puedo sanar desde la comodidad. Así que requiero de tu ayuda.

—¿Pero por qué dejarme?

—Edmond —pronuncio su nombre por medio de un susurro, mientras intento enjuagar sus lagrimas con los pulgares—. Necesitamos un final.

Sus ojos analizan a los míos, admirándolos con detenimiento. Él no dice nada y lo único que puedo oír es la forma en la que intenta contener los sollozos.

—¿Y seremos felices? —pregunta.

Aprieto los labios y asiento con la cabeza. Acerco su rostro al mío para unir nuestras frentes y de apoco sincronizar nuestras respiraciones como en la noche que me enamoré de él.

—Sí, Edmond. Te prometo que seremos muy felices.

Edmond contiene el aire y luego lo deja salir por la boca, muy cerca de la mía.

—Cierra los ojos —me pide.

Los cierro.

—Imagina que... cuando te subiste al bus, yo corrí junto a él, y que fui tan rápido e insistente que el chofer se vio en la obligación de abrirme las puertas antes de que algún coche me atropellara —narra Edmond—. Tú me dices que me baje, que vuelva a mi casa, pero yo me niego rotundamente. Te ríes y eso te hacer ver aun más hermosa. Vivimos juntos en un departamento de New York. —Levanta las manos hasta encontrarse con mis antebrazos. Las yemas de sus dedos delinean mi piel suavemente—. Te acompaño hasta la universidad y luego... doy largos paseos por la ciudad para encontrar nuevas vidas a las cuales fotografiar. Cuando llega la noche, me lees los avances de tus novelas y describes lo que aun no ha sido escrito. Me preguntarás que qué me parece. —Sonrío ante la idea de lo que podríamos ser—. Y yo simplemente... te voy a estrechar entre mis brazos. Muy fuerte. —Edmond respira hondo–. Hundiré mi rostro en tu cuello y luego te diré: Estoy orgulloso de ti, Loha. Y yo, en este instante...

Sus palmas ascienden hasta mis muñecas y las sujetan con firmeza, guiándolas hacia sus hombros. Noto como su rostro toma distancia y luego se dirige hacia mi mejilla. La humedad de su aliento se detiene delante de mi oreja.

—Puedo decirte —prosigue. Deja un casto beso sobre mi mandíbula y susurra—: Estoy orgulloso de ti, Loha. Y por la misma admiración y amor que te tengo, es que te ruego que nunca dejes de escribir. Solo aquellos que sientan una profunda paz al leerte, habrán entendido tu obra.

Mientras sus palabras resuenan en mis oídos, una extraña sensación comienza a crecer dentro de mí. Siento cómo mis pulmones se comprimen, como si un peso invisible me oprimiera el tórax, impidiéndome respirar con libertad. Mi corazón palpita muy rápido. Mis manos comienzan a temblar y mis dedos se entrelazan en un intento desesperado de encontrar calma. Pero es inútil. Las lágrimas brotan de mis ojos, resbalando por mis mejillas.

Mis pensamientos se vuelven confusos.

Sus palmas cubren mis mejillas. Mi visión empeora, mirándolo a los ojos a través de un velo de lágrimas.

—¿Ese quieres que sea nuestro final? —pregunto.

Edmond asiente con la cabeza.

—Eso es lo único que necesito. Que seamos felices.

Acaricia cuidadosamente mis pómulos con las yemas de sus dedos, grabándose cada centímetro de mi piel.

—Solo quiero que sepas que siempre seré parte de ti. No importa qué tan lejos estés. Ni quien seas. Siempre habrá una parte de mí en ti. Seré eterno en las mentes de quienes te lean.

Edmond aleja mi rostro solamente para poder verme a los ojos.

—Adiós, Loha.

Adiós, extraño —susurro.

Él sonríe y vuelve a acercarnos. Sus labios presionan los míos con una urgencia que me deja sin aliento. Las lágrimas se mezclan con nuestros besos llenos de necesidad, cayendo entre nuestras bocas, y creando un sabor salado y dulce. Sus dedos comienzan a recorrer mi rostro, trazando un camino que me hace temblar. Con las yemas me acaricia la piel, deslizándose desde mis sienes hasta mis mejillas, y luego siguiendo la curva de mi mandíbula hasta bajar por mi cuello. Sus pulgares acarician mi barbilla, muy suavemente, mientras que sus dedos índices trazan círculos lentos en mi piel, enviando descargas eléctricas por todo el cuerpo.

Sus labios se mueven con delicadeza y su lengua acaricia mi comisura, recogiendo algunas gotas de mis lágrimas. Me aferré a sus hombros, percibiendo la tensión de sus músculos bajo mis dedos. No quería que se fuera, ya me había arrepentido de todo lo que le había dicho.

—Te amo —dice cerca de mis labios—. Y nadie nunca te amará tanto como lo hago yo. Yo soy tú, y tú eres yo. No lo olvides.

La sensación de desesperación crece rápidamente. Mis dedos intentan aferrarse al cuello de su camisa, pero cuando mis manos se deslizan por sus hombros, noto que ya no hay nada de lo que sujetarme. La ausencia de Edmond trajo consigo un vacío muy frío. Se siente como la muerte. Aterrador y lleno de ruido.

Al abrir los ojos, el blancuzco brillo de la pantalla alumbra mi rostro. Mis dedos tiemblan sobre el teclado.

Decido levantar la vista, encontrándome a mi misma mediante el reflejo del espejo. Mis ojos están enrojecidos e hinchados, y tengo las mejillas surcadas por lágrimas. Mientras me limpio los rastro de humedad con el dorso de mis manos, voy levantándome de la silla. Me quedo de pie detrás de ella, viendo la última línea del capítulo que escribí.

—Ya llegué, hija —dice mamá, golpeando suavemente la puerta de mi habitación.

Acerco la mano diestra al panel táctil de la laptop y dirijo el cursor al botón de publicar.

—¿Estás ahí? —pregunta ella.

Y presiono.

La puerta se abre y la figura de mi mamá se recorta en el umbral. Ella trae un ramo de rosas entre sus brazos.

—Por un momento pensé que habías salido con tus amigos. —Me sonríe, analizando la extraña postura en la que me encuentro—. ¿Y esa cara?

Enciende la luz de mi habitación y con un gesto suave, se acerca al jarrón que descansa en mi mesa de noche, donde las rosas marchitas y mustias se quedaron olvidadas. Con dedos cuidadosos, mi mamá retira las flores muertas y coloca el ramo nuevo.

—Nada.

—¿Pasó algo? —pregunta.

Niego con la cabeza, sin poder quitar los ojos de encima del enunciado que dice: "¡Se ha publicado con éxito!".

Mamá se acerca lentamente hasta quedarse de pie a mis espaldas. Ella me mira por el reflejo del espejo y nota el rastro de lágrimas en mi rostro y, sin decir una sola palabra, me envuelve en un abrazo. Sus brazos rodean mi vientre, pega el pecho contra mi espalda y hunde el mentón sobre uno de mis hombros.

Al principio, me quedo paralizada, sin saber cómo reaccionar.

—Terminé de escribir mi libro. No se siente tan bien como había imaginado —digo en voz baja.

Ella no me responde, solo presiona sus brazos contra mi cintura, abrazándome con más fuerza.

Mis piernas empiezan a temblar y mi corazón late con un ritmo desenfrenado. Estoy desmoronándome poco a poco entre los brazos de mi mamá. Mi respiración se vuelve un jadeo entrecortado, siendo un quejido de dolor que no puedo contener.

Me siento mareada, como si el mundo estuviera girando a mi alrededor.

—Lo hice...

Caigo suavemente al suelo. Ella no intenta levantarme, solamente me guía nuevamente hacia su cuerpo, sosteniéndome por los brazos. Me sujeto por sus piernas con una desesperación aterradora. Siento que voy a morir. Que todo se acaba aquí. Mi mejilla se funde contra su vientre.

—Me siento tan vacía, ma. —Sollozo—. Nada ha cambiado. Es como si hubiera perdido una parte de mí.

—No has perdido nada, Loha —murmura, deslizando una de sus manos hasta mi hombro.

Echo la cabeza hacia atrás, viéndola mientras las lágrimas se escurren por mi rostro. Ella empieza a acariciarme el cabello.

—¿Y por qué se siente tan mal?

Mamá se queda en silencio, su ceño permanece ligeramente hundido por la preocupación. Arrastra su mano por mis mejillas, limpiándomelas con las mangas de su suéter.

—Porque le has invertido mucho tiempo a esto. Has dado tanto de ti... Tu corazón, tus opiniones, tus sueños... todo de ti está puesto en ese libro. Es natural sentir vacío.

Mi cuerpo se siente agotado y débil. Hay tanta tensión en mis músculos que duele. El aire llega a mis pulmones de apoco, creando una respiración superficial y entrecortada.

Mi mamá se arrodilla y extiende sus brazos por mi cuerpo, envolviéndome y protegiéndome de mi misma. Ella susurra a mi oído:

—Este no es el final. Pues aquí es donde comienza todo.

—No entiendo —digo, hipando por los sollozos.

Intento alejarme de ella, pero no me suelta.

—¿Por qué escribes, cariño? Dime, ¿por qué lo haces? —Sus manos se fruncen contra la tela de mi camiseta, forzándome a que me quedase a su lado.

—¡No lo sé!

—¿Por qué sigues viva? Por favor respóndeme, hija. —Su voz suena angustiada, casi al borde del llanto.

Percibo como mi cuerpo, caliente y sudoroso, acepta su vulnerabilidad, sin tener control alguno del mismo.

—Porque... soy una sobreviviente.

Mi mayor temor era no saber cómo encontrar la orilla, ni cuándo llegaría. Así que decidí enfocarme en el cómo, y no en el cuándo. Sigamos nadando, querido extraño, que pronto llegaremos.

Algún día nos daremos cuenta de que este dolor era tan necesario para poder encontrarnos, querido lector.

Gracias por acompañarme hasta aquí. Nunca te olvides de seguir nadando, porque no importa el ritmo, sino la resistencia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro