Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

35 No me encuentro

∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

—¡¿Qué?! —Me reí con tanta fuerza que el estómago empezó a dolerme.

Entrelacé mis dedos, inclinándome hacia adelante con una expresión que intentaba fingir seriedad. El trailer que veíamos Edmond y yo mediante Discord tenía cada vez menos sentido.

—¡Ya no saben qué inventarse!

Señalé la pantalla con ambas manos, soltando carcajadas altas y sonoras. Luego de unos minutos de euforia, algo me revolvió el estómago, y por un momento, fui consciente de que estaba riéndome a todo pulmón por la escena de Godzilla Vs Kong.

Edmond me admiró en silencio, notando que mi sonrisa iba desvaneciéndose progresivamente. La suya siguió allí, pero ya no delataba diversión, sino confusión.

—¿Qué pasa?

Mis labios se entreabrieron, dejando escapar una última risa nasal, sonó desganada, semejante a una exhalación.

—¿Lo notaste, extraño? —susurré.

Una única y solitaria lágrima rodó por mi mejilla. Mis comisuras dolían.

—Estoy riéndome de verdad. —Sonreí desorientada.

Cubrí parte de mi rostro bajo las sábanas y me quedé viendo a la pantalla negra en la que Edmond debería de estar.

—Prométeme que no te enamorarás de alguna chica del hospital, y mucho menos si es más bonita que yo aun siendo calva.

Solté sin ningún sentido.

—¿No te parece que ya hemos hecho demasiadas promesas? —Edmond reía a través de la línea. Resultaba hasta escandaloso.

—Y hemos cumplido casi todas, ¿no? —Sonreí, acurrucándome bajo las sábanas.

—Es verdad.

—Entonces guárdate tus chistes incómodos solamente para mí si no quieres que te cuelgue de las bolas, Dechart.

—Como digas, mi amor.

Habían pasado poco más de 60 días desde que me mudé a Nueva York. Apenas dos meses, no una eternidad, pero ya no podía imaginarme a Edmond sonriendo. Sabía que lo hacía, pues estaba segura de que sus comisuras se elevaban en cada llamada diaria. De todas formas y con varios indicios de su buen humor, no lograba visualizarlo en su habitación, frente a la ventana o acostado en la cama. En cualquier rincón que lo ubicase en mi mente, su imagen se desprendía cuidadosamente de mi hipocampo.

—Buenas noches —se despidió con un tono que sonó distante.

—Buenas noches —respondí, confundida, luchando por retener algo que se me escapaba entre los recuerdos.

Edmond fue el primero en colgar. Siempre había sido yo quien daba el último adiós. La angustia se instaló sobre mi pecho, obligándome a respirar de manera lenta y forzada. Inhalar dolía, pero exhalar no. Hacía mucho que la querida ansiedad no me visitaba. Ella no tocaba la puerta, pues sabía que, aunque me anticipara a poner cerrojos, encontraría la forma de irrumpir en mi hogar, ingresando hasta por las ventanas del piso más alto.

Pensé en llamar a mi psiquiatra, pero me detuve antes de marcar su número. Observé a mi alrededor, y levantándome de la cama, me encontré rodeada de silencios acumulados. Harta de esa quietud, tomé mi laptop, decidida a darle voz a ese insoportable mutismo.

Volví al origen de todo, a la difusa memoria de una infancia que ya no lograba reconocer como propia.

Mis primeros escritos destilaban desesperación, describiendo con crudeza una situación de muerte, mi propio suicidio posicionado entre casi las últimas líneas: «En medio de la desolación que me envolvía, encontré una extraña calma, una resignación ante mi destino inevitable». Ahora me resultaba difícil encontrarme entre estas palabras tan afiladas. ¿Acaso estaba adoleciendo debido a mi inmadurez emocional? ¿O me había acostumbrado tanto a esos sentimientos dañinos que me resultó más cómodo mantenerme cegada por la indiferencia?

He intentado reescribir esos textos una y otra vez, y sigo insatisfecha. Amargada y dolida por las vivencias que inmortalicé años atrás. ¿Papá y mamá eran tan malos? ¿Por qué todo parece tan diferente ahora? Se siente ajeno, como si leyera los diarios privados de otra persona. Todas las situaciones de estrés y tristeza que recuerdo se deben únicamente a lo que dejé plasmado en páginas de varios documentos de Word. Lo demás se disipó de la misma forma; siquiera soy capaz de hilar momentos anteriores a los trece o doce años. A veces, de manera involuntaria, se me vienen a la mente imágenes tontas y vergonzosas; en casi todas están mis amigos, comportándonos como lo que éramos: niños sin rastros de angustia. Pero cuando intento pensar en mamá o en papá... no se me viene nada a la cabeza, y cuando llega algo, no suelen ser cosas buenas. Me duele un poco por mamá, porque si se lo contara, creo que no me lo perdonaría, que incluso se victimizaría y diría que no es una buena madre, cuando en realidad sí lo es. Ella hizo todo lo posible para que podamos encontrarnos en la relación que nos une a día de hoy.

No lo sé, es todo tan confuso. En este punto, supongo que escribo todo esto para poder quitármelo de encima, no para entretenerte ni para que me entiendas. Solo necesito trasmitir esto que no logro conciliar conmigo misma.

Hallaba emociones descritas que no recordaba haber padecido, y cuando las leí, sentí que mi alma había muerto una vez más.

Nunca había experimentado un miedo tan paralizante como el que sentí al contemplar la posibilidad de que mis escritos fuesen ignorados. No era el rechazo lo que me aterraba, sino la indiferencia de una audiencia apática, anestesiada por el consumo incesante de obras vacías. Estos lectores, convertidos en máquinas de dopamina rápida, buscan gratificaciones instantáneas, alimentándose de libros carentes de profundidad y sentimiento. Habían desarrollado una adicción al morbo, al contenido explícito y repetitivo que rara vez requiere de reflexión. Lamentablemente he sido parte de esto, lo conozco desde el núcleo. Seamos sinceros, ¿a que adolescente no le gustaría un shock de dopamina a ciertas horas de la madrugada?

Traté de pertenecer a esta comunidad en la que las obras pornográficas suben de lecturas como la espuma de un champán, cosificando el erotismo de un romance juvenil y despojándolo de sutilezas y matices, todo con la esperanza de captar la atención de estos consumidores. Mi mérito residía (o hasta seguirá residiendo) en la necesidad de pertenecer. Y siéndote honesta, me ha ido muy bien. Sin embargo, cada palabra que escribía bajo estas premisas me alejaba más del público al que me gustaría dirigirme. El sexo es esencial para expresar a flor de piel la intimidad entre los personajes, pero... sé que me he excedido en algunas ocasiones, buscando la manera de impulsarme a la "fama", como lo hacen todos. Cuesta mucho ir en contra de la marea y no ahogarse en el intento. Me pregunto si lo seguiré haciendo por siempre, tal vez porque aun no he encontrado mi propia voz, o peor, porque esa voz no le interesa a nadie.

Mi único consuelo, al ir en contra de mis ideales y ser una hipócrita condescendiente, es que Sarah me había dicho que las escenas que cree para la historia son muy reales, excitantes y de alguna forma sanas para la visión distorsionada que los libros juveniles tienen del sexo. La inexperiencia sexoafectiva se nota, créanme.

Podría hablar de esto durante horas, sumergiéndome de tal modo que por un instante se me llegaría a olvidar el pequeño detalle de que hoy en día, quienes no nos sentimos a gusto con la evolución de la literatura, corremos el riesgo de ser repudiados. Más preocupante aún es la conciencia de que aquellos que consumen estos libros vacíos son cómplices de su propia alienación, devorando páginas que no les ofrecen nada más que una satisfacción efímera y superficial.

Me aferro a la esperanza de ser alguien, de encontrar un lugar en este mundo literario que parezca no tener espacio para la autenticidad. Supe que no sería trascendental; los puestos de honor estaban ocupados por artistas genuinos y otros tantos sobrevalorados. Pero eso no me disuadía. Solo me quedó seguir nadando, avanzando sin detenerme, luchando por mantener los ojos bien abiertos, por discernir lo verdadero de lo falso, lo profundo de lo banal.

∘◦༺ ★ ༻◦∘

Estaba sentada, escuchando la clase de producción textual. El profesor Maidana trazaba líneas y conectaba ideas en un elaborado mapa conceptual sobre la pizarra. Por fin había tenido la oportunidad de estudiar Letras y Literatura, dejando atrás las carreras que solamente cumplían con las expectativas de mis padres, pero que no avivaban mi pasión.

Con un suspiro de cansancio, dejé mi bolso en el piso y saqué mis manuscritos: estos papeles que contenían gran parte de lo que estás leyendo en este momento. Desdoblé uno y comencé a leerlo, tratando de afinar los últimos detalles. Mis compañeros murmuraban en voz baja, el sonido de sus conversaciones fundiéndose con el suave rasgueo del marcador en la pizarra me resulta incómodo, puesto que aun no había tenido la oportunidad de hacer amigos.

La clase llegó a su fin luego de una tediosa hora y, con el corazón latiendo a mil, me acerqué al profesor, un hombre de cuarenta años con apenas unas canas dispersas en su cabello negro y unos ojos marrones que expresaban una engañosa paciencia.

—Disculpe, profesor —dije, arrimando una silla hasta su escritorio—. Ayer pude avanzar un poco, le hice varios arreglos. Es solo un capítulo bastante corto, ¿le molestaría leerlo?

Él asintió con la cabeza sin decir ni una sola palabra.

Mientras tomaba mi manuscrito, pude observar cómo fruncía el ceño, sus ojos recorrían las primeras palabras con una intensidad que hacía que cada línea pareciera ser una reverenda mierda. Se arregló los anteojos en un gesto habitual y prosiguió con la lectura. Su expresión cambió sutilmente a medida que avanzaba por los párrafos. Yo esperaba inquieta. Mi pierna no dejaba de moverse, manifestando mi nerviosismo. El temor de ser juzgada, de que mi trabajo no estuviera a la altura, me carcomía por dentro. Era la tercera vez que me exponía de esta manera, y la incertidumbre de la reacción del profesor era casi insoportable.

El rostro del hombre aparentaba contener emociones que difícilmente podría definir, sus cejas arqueándose y sus labios fruncidos en ocasiones, como si deliberara sobre cada frase escrita. Los minutos se extendían eternos, y mi respiración se volvía cada vez más superficial. Me preguntaba si había logrado transmitir lo que realmente sentía, si mis palabras eran lo suficientemente poderosas para evocar las emociones que quería plasmar.

Finalmente, levantó la mirada y me dirigió una sonrisa de labios apretados. Su rostro, a pesar de los signos de concentración, irradiaba una comprensión que me hacía dudar de sí era buena o mala.

—Bouchard, tu trabajo muestra muchísima sensibilidad —dijo, señalándome uno de los textos que había tachado: «Algún día nos daremos cuenta de que este dolor era necesario para poder encontrarnos»—. Hay ciertos puntos que podemos pulir, pero tienes una voz.... Digamos que diferente. Así que sigue escribiendo, sigue explorando.

Asentí, sintiendo cómo la tensión en mis hombros se disipaba lentamente.

—¿Cuántos capítulos te faltan para acabarlo?

—Creo que —Mis ojos recorrieron la clase— unos cinco capítulos. O menos. Todavía no lo tengo claro. Me estreso de solo pensar que tengo que definir un final para el libro. —Suspiré.

El profesor fundió su espalda contra el respaldo de su silla de oficina y se masajeó la nuca con ambas manos.

—De los doce libros que he escrito, ¿cuántos crees que están terminados? —me preguntó.

La pregunta me tomó por sorpresa, pero no tardé en responder:

—Ocho.

—Error, Bouchard. —Soltó una risa—. Cuatro, solo cuatro en mis treinta años como escritor. —Bajó las manos y se encogió sutilmente de hombros—. Cada uno va a su ritmo, sin embargo, no te olvides de que esto es parte de tu promedio. En este momento no tienes la libertad de tomártelo tan a la ligera como yo. Tendrás tiempo para eso, pero justamente ahora no.

El profesor ajustó sus gafas y me miró con seriedad. Sentí un nudo de anticipación en mi estómago mientras él se preparaba para hablar.

—Lohane, ser un buen escritor no es sencillo —comenzó, su voz sonaba tan firme que hasta me daba escalofríos—. Cualquiera puede escribir, pero no todos pueden hacerlo bien. Es un camino... discúlpame por la palabrota, muy "jodido".

Hizo una pausa, permitiéndome asimilar sus palabras, antes de continuar.

—Tu texto tiene una voz auténtica, y eso es un gran comienzo. Pero hay aspectos que necesitas mejorar o en su defecto, arrancar de raíz. Debes seguir probando con nuevos estilos, explorando diferentes enfoques. No te quedes atrapada en las mismas muletillas y fórmulas. La repetición puede convertirse en un refugio cómodo, pero te limita.

Su mirada se suavizó un poco.

—Por ejemplo, noté que tiendes a usar ciertas expresiones de manera recurrente. Esto puede restarle frescura y dinamismo a tu escritura. Intenta ser consciente de tu lenguaje y variar tu vocabulario. Busca sinónimos, juega con las estructuras de las frases. La diversidad en tu prosa mantendrá a tus lectores interesados y evitará que caigas en la monotonía.

—Ya no sé qué palabras usar... —respondí en voz baja, expresándole mi frustración.

El profesor se inclinó hacia adelante, con sus ojos marrones fijos en los míos.

—Pues bueno, no te conformes con lo que ya sabes hacer bien. Atrévete a salir de tu zona de confort. Prueba géneros distintos, narrativas poco convencionales, perspectivas variadas. Cada intento, incluso los fallidos, te enseñará algo nuevo.

Asentí lentamente, procesando cada consejo que me daba. La claridad con la que señalaba mis errores no era desalentadora, sino inspiradora. Me invitaba a ver la escritura no como un destino fijo, sino como un viaje continuo de cagadas malas y cagadas buenas (si es que las hay).

—Próximamente escribiré libros con personajes y situaciones más complejas. Es lo único que me motiva a terminar este libro, saber que luego podré darle rienda suelta a algo más ficticio y menos íntimo.

—¿De qué género?

—Terror, quizá. Misterio. Policial. Un poco de todo. Siento que, aunque intente evitarlo, siempre perteneceré a temáticas más oscuras.

—Entonces no esperes a que me muera antes y ponte en marcha, mujer. Ten en cuenta que será crucial que desarrolles una autocrítica constructiva —prosiguió—. Lee tus propios textos con un ojo analítico, como si fueras un lector ajeno. Pregúntate qué funciona y qué no. ¿Qué te emociona? ¿Qué te aburre? Este ejercicio te ayudará a identificar tus puntos fuertes y las áreas que necesitas mejorar.

—Me es difícil no odiar todo lo que escribo. Soy mi peor crítico ha decir verdad.

Tomó una breve pausa. Su rostro reflejó una profunda reflexión antes de concluir.

—Este es solo el inicio.

Me devolvió el manuscrito, y aunque su evaluación había señalado numerosos aspectos a mejorar, sentí una extraña sensación de alivio.

—Gracias, profesor —dije con sinceridad.

Él sonrió levemente y asintió, su expresión denotaba que tenía sus expectativas puestas en mí.

—Ah, y antes de que te vayas.

Me volteé en dirección al escritorio y presioné el bolso contra mi pecho. «¿Y ahora qué?», pensé.

—Deja de utilizar "triste como un zapallo". Vas a espantar a tus lectores, Bouchard.

Mi rostro se contrajo en una expresión de vergüenza y espanto. Le había dado el manuscrito equivocado.

—Y una cosa más. —Se levantó del escritorio, empezando a guardar sus libretas dentro de su cartera de cuerina—. Me interesa el punto de vista del protagonista masculino. Quiero que indagues un poco más en él. Y por lo mismo es que espero que le des un buen cierre de personaje.

—¿Dos narradores?

Él asintió con la cabeza.

—Merece una voz.

Acá hay un pequeño y cómodo espacio en el que podes compartirme tu pensamiento acerca de los temas que Lohane abordó. ¿Qué opinas?

¡Te mando un fuerte abrazo, mi querido lector!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro