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32 Desde cero

∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

Me senté frente al tocador de mi habitación, rodeada de una variedad de productos de maquillaje que estaban dispuestos a hacerme sentir un poco mejor con la Lohane que veía a través del espejo.

—Voltéame, sólo te veo las tetas. —Oí la voz de Micky a través del altavoz de mi teléfono y solté una carcajada.

Con mucho cuidado giré mi teléfono, apoyándolo contra una cajita de madera en la que solía guardar mis accesorios. La vi mediante la pantalla y, mirando fijamente a la cámara frontal, le mostré el dedo del medio.

—¿Y esto se ve?

—Yo que te trato tan bien. —Lloriqueó.

Ella ya llevaba sus ojos delineados y las pestañas postizas ya puestas, aunque aún le faltaba terminar de cubrir sus piel con un poco de base. Era nuestra ceremonia de graduación; la mía era dentro de tres horas y la suya dentro de dos. Una por cada lado. En diferentes ciudades y rodeadas de desconocidos bastante conocidos. Nunca me acostumbré a la palabra "amigos" cuando se trataba de personas con quienes me relacionaba en el instituto, por otro lado, Micky era muy abierta respecto a esta palabra que yo catalogaba como íntima.

—Estoy cagada del miedo —admití, sacando la base de maquillaje de su empaque.

—Recuerda el corrector de ojeras —me indicó, dirigiendo su atención al espejo delante de ella.

—¿Tú lograste dormir?

—Dormí como un ángel. —Asintió muy enérgica.

Yo también me dispuse a comenzar con mi maquillaje. Primero, apliqué una base ligera y natural que unificó mi tono de piel, dejando un acabado fresco y no tan pálido. Luego, dando toquecitos suaves, resalté mis pómulos con un rubor rosado que añadía un toque de color saludable a mis mejillas. Mis ojos fueron el foco siguiente: utilicé sombras en tonos oscuros como el café y el bronce para realzar mi mirada, creando un efecto capaz de distraerte de la presencia de mis pronunciadas ojeras. Un delineado delicado en negro para enfatizar mis ojos y finalmente el bendito corrector de ojeras.

—Creo que usaré este maquillaje para la graduación —dije al cabo de media hora—. Estuve practicando una semana entera para poder hacer este efecto esfumado.

—Ahumado —corrigió ella.

—Eso. —Asentí varias veces con la cabeza y luego de estar un buen rato posando en el espejo, volteé a ver la cámara del teléfono—. ¿Te gusta?

—Me encanta. Mirada de mamadora prof...

—Cállate, Micky. —La detuve, riéndome.

Sus ojos se voltearon y después la perdí de vista. Ella volvió a sentarse y me mostró dos lápices labiales, uno de un rojo oscuro y otro de un rojo más anaranjado.

—¿Cuál? —me preguntó, levantando primero un labial y luego el otro.

—El oscuro —respondí con seguridad—. Si yo tendré mirada de mamadora, tú tendrás la boca.

—Exacto, así es como debe de ser. —Asintió con entusiasmo. Sus cejas se alzaban con una pervertida expresión que más de una vez me sacaba una risotada.

Giré el torso y busqué mis labiales, lo cuales estaban perdidos entre los cosméticos que tenía dispersos. Me tardé en encontrar los dos que quería, eran de un rosado muy sutil, casi del mismo tono de mis labios.

—Loha —dijo Micky, esta vez su voz no sonaba tan fuerte y animada.

—¿Hm?

Sostuve el labial frente a mis labios entreabiertos.

—¿Edmond irá a verte? —preguntó.

Un millón de agujas se estableció en la boca de mi estómago. El apetito se me había ido en cuestión de segundos. Sentí una rabia genuina, estaba llena de frustración. Bajé la mano lentamente hasta posarla sobre la superficie del tocador.

—No —contesté casi entre dientes.

Micky se quedó callada. Se le habían acabado los modos de hacerme sentir mejor. Odiaba que los comentarios de resilencia comenzaran a saberme a una compasión que creía no necesitar.

—¿Crees que sea mejor un labial más discreto o uno con más color? —pregunté luego de unos segundos.

Intentaba desistir del dolor, del sufrimiento que tan necesario resultaba ser. Ese día decidí hacer de cuenta que ese extraño nombre no existía.

Micky no tenía palabras.

Me sentí incapaz de voltear a ver la pantalla, no quería ver su rostro, porque todos, absolutamente todos, me veían de la misma manera.

Les doy pena. Les doy pena. Les doy pena.

Loha... —murmuró Micky.

—¿Un tono más, no? —dije. Alcé mi temblorosa mano, dirigiendo el lápiz labial hasta mis labios apretados.

—Sí —respondió con suavidad.

Mis labios adquirieron un tono suave y natural. Le di un toque final a mi piel con fijador, asegurando que mi maquillaje se mantuviera impecable durante toda la ceremonia.

—¿Decoraste tu birrete? —le hice otra pregunta.

Ella seguía en silencio mientras yo me alejaba del tocador y me levantaba de la silla.

—Un poco —dijo, estirándose hacia un costado y mostrándole a la cámara su birrete—. Le puse brillantina en los bordes. —Señaló— y bordé estrellas plateadas en algunos sectores. ¿Tú le hiciste algo al tuyo?

—No. La verdad es que no tuve tiempo.

Porque me la pasaba visitando a mi novio enfermo, quien se la pasaba encerrado en la habitación de un hospital.

Me paré delante de mi cama. Había colocado cuidadosamente todos los elementos de vestimenta requeridos para la ocasión: la toga, el birrete y otros accesorios que completarían mi atuendo de graduación.

—No puedo creerlo —susurré, deslizando mis dedos por la manga de la toga.

—¿Qué cosa?

—Que llegaría tan lejos —reconocí.

—¿Te refieres a graduarte? —me preguntó, pues ahora su pantalla sólo mostraba mi silla vacía.

—No. —Relamí mis labios, soltando un pequeño suspiro, casi melancólico—. Es raro seguir viva, Micky. Pensaba que... No lo sé. Creí que a los diecinueve ya estaría muerta.

Sentí un ligero cosquilleo en mis palmas, estaba sudando.

El mundo no se acabó a los 16.

Y estoy orgullosa por lo mismo, Lohane —murmuró, y cuando me volteé a ver el teléfono, la pude ver sonreír—. Te quiero.

—Yo también te quiero.

—Quiero fotos tuyas con el diploma, no me obligues a pedírselo a tu mamá —amenazó—. Ya tengo que irme, mi señora.

—Sí, tienes razón. Lo olvidé —respondí, acercándome rápidamente al tocador. Sujeté el teléfono con la diestra y le sonreí a la cámara, claro, mostrándole el dedo del medio—. También envíame las fotos.

—Si es que no las ves primero en las redes.

Micky me lanzó un beso antes de cortar la llamada.

Lancé el teléfono a la cama y comencé a vestirme. Primero, me deslicé en la toga negra, símbolo de logro y reconocimiento de un arduo trabajo que casi me cuesta la cabellera entera. La toga cayó elegantemente hasta mis tobillos, envolviéndome con el sentido de una aburrida solemnidad. Luego, coloqué el birrete sobre mi cabeza, ajustándolo cuidadosamente para que se quedara en su posición. La borla en el tono bordó que representaba mi área de estudio, añadía un toque de color a mi atuendo de graduación.

Elegí con cuidado otros accesorios para complementar mi vestimenta. En mi cuello, llevaba un collar bastante sutil que me había regalado Jaden, era de pedrería falsa, sin embargo me parecía un detalle muy tierno. Traía en la muñeca al menos cinco brazaletes de mostacillones y perlas, las mismas llevaban consigo un significado muy especial, recordándome los vergonzosos momentos adolescentes que había compartido con Micky y Sarah.

—Loha. —Mamá tocó la puerta.

No tardé en abrirle. En cuanto sus ojos se toparon con mi atuendo, ella sonrió ampliamente. Las arrugas de su piel se intensificaban en la zona de los ojos y en el de las comisuras.

—¿Y cómo te sientes? —Rió, oyéndose más feliz que nunca.

—Como una adulta —respondí, modelando la toga.

Sus carcajadas fueron fuertes y contagiosas, logrando que yo me riera junto a ella. Los ojos de mamá revelaron no solamente orgullo, sino esperanza. Yo sólo puedo pensar en lo lejos que he llegado.

Me acerqué hasta el tocador y mamá se quedó de pie junto a mi. Ella me admiró mediante el reflejo del espejo, observando la imagen de una graduada lista para recibir su diploma.

—Verás que de ahora en adelante la vida se pondrá mejor, Loha.

∘◦༺ ★ ༻◦∘

Fue un día soleado de primavera.
En el exterior había un jardín meticulosamente cuidado que ofrecía un telón de fondo vibrante para la ceremonia. Flores en plena floración,
arcos decorativos adornados con cintas y globos daban la bienvenida a los invitados: los delegados y los del taller de arte realmente le habían puesto mucho empeño. Los estudiantes estaban vestidos con togas negras y birretes adornados; los profesores, con togas académicas.

A medida que la ceremonia avanzaba, el murmullo de las conversaciones se volvía cada vez más animado, ajenos a mí y a mi familia.

Los estudiantes graduados, ataviados con sus togas y birretes, se reunían junto a sus familias y amigos. Me tomé unos minutos para charlar con un par, en especial con Serena y Mich, quienes habían sido de gran ayuda en estos últimos años de instituto. Estábamos cagados del miedo mientras esperábamos el inicio de la ceremonia.

La ceremonia comenzó con música solemne mientras nosotros, los graduados, entrábamos en procesión, marchando con paso firme hacia nuestros asientos designados. Los discursos de los directivos y profesores resaltaban los logros académicos, las experiencias compartidas y las lecciones aprendidas a lo largo de los años; se destacaban las cualidades de liderazgo, perseverancia y trabajo en equipo (evidentemente, no destaqué en ninguna de ellas).

Los momentos más emotivos llegaron cuando se llamó a cada graduado por su nombre para recibir su diploma. Los aplausos y vítores de sus seres queridos llenaban el aire, mientras que cada estudiante cruzaba el escenario con una sonrisa de satisfacción. Los profesores felicitaban a cada graduado, registrando algún momento especial, y seguido de palabras de aliento para su futuro. Era abrumador y tedioso porque yo nunca había tenido nada de especial como alumna, con suerte se acordaban de mi apellido, y lo mismo se debía a que mi hermano había asistido al mismo instituto.

Yo me encontraba de pie en el escenario, con el corazón latiendo con fuerza mientras esperaba a recibir mi diploma.

—Lohane Bouchard —llamó el director por medio del micrófono.

Avancé hacia el centro del escenario, sintiendo la mirada de cientos de personas. Me sentía débil, a punto de descomponerme. Los segundos parecían eternos mientras me acercaba al momento culminante de la ceremonia.

Me devastaba no ver a Edmond sentado junto a mis papás. Sólo quería que me dieran mi maldito diploma para poder irme.

Cuando finalmente llegué frente a las autoridades escolares que entregaban los diplomas, sentí una oleada de emociones abrumadoras. Mis extremidades temblaban. Al levantar el diploma entre mis manos, una sensación de logro me invadió por completo. Pero Edmond no estaba allí. Mientras escuchaba las palabras de felicitación y ánimo de las autoridades escolares, mi mirada se dirigió automáticamente hacia mis padres, mi hermano, mis abuelos y... el papá de Edmond.

La mirada de mi papá fue... prácticamente neutral. Al verlo a los ojos solo pude pensar en la bañera, en lo difícil que fue llegar hasta aquí. Quise creer que en su rostro había un mensaje silencioso, uno que sus labios intentaron pronunciar con dificultad «Estoy aquí». Un nuevo nudo se estableció en mi garganta.

Después de recibir nuestros diplomas, todos los graduados nos reunimos en el escenario para una foto grupal, sosteniendo los diplomas en alto con sonrisas un tanto forzadas. Al bajar del escenario, llevé mi diploma con cuidado.

Sentía un cúmulo de emociones, desde la alegría y el alivio hasta la nostalgia y la anticipación que me generaba pensar en la adultez. Estaba jodidamente asustada. Este era el fin de una etapa y el comienzo de otra.

Mamá y Jaden fueron los primeros en recibirme, abrazándome con fuerza y despeinándome el cabello.

—¿A empezar desde cero, no? —dijo papá, tomándome entre sus brazos y apresándome contra su cálido torso. Mi mejilla encajaba a la perfección en su pecho—. Felicitaciones, hija.

—Gracias, pa —susurré con una sonrisa que desembocaba desde mi corazón.

Me aparté de su pecho lentamente, como si fuera difícil desprenderme de él.

A lo lejos, vi al señor Dechart, de pie junto a la segunda fila de asientos. Su sonrisa, ancha y dulce, me invitó a hacerle un gesto con la mano. Me acerqué hasta él, guardando mi birrete bajo el brazo.

—Señor Dechart —le dije con un entusiasmo difícil de ocultar—. ¿Qué hace aquí?

—Vine a felicitarte —respondió, se notaba feliz de verme con la toga. Sus brazos me estrecharon en un corto abrazo y luego nos separamos—. Edmond está muy contento, me rogó que le grabase la ceremonia para que pudiera verla. —Rió con suavidad. Entonces, lo vi a los ojos; había tristeza, claro que la había.

—Más tarde iré a verlo —le mencioné.

—Se pondrá muy feliz —dijo. Él bajó la vista hasta sus manos, con las cuales sujetaba un sobre que poco a poco fue ascendiendo hasta estar a la altura de mi pecho—. Te traje otra de sus cartas.

—Muchas gracias. —Sonreí con dificultad, tomando la carta y apretándola contra estómago.

—¿Por qué es que...? —Una risa bastante confusa se escapó de sus labios—. ¿Por qué te envía cartas en vez de un mensaje de texto?

—Bueno... —Fruncí los labios, era divertido porque era verdad: «No tiene sentido». Me encogí de hombros y también me reí—. Así es Edmond, ¿no?

El señor Dechart asintió lentamente con la cabeza. Sus labios formaron una sonrisa apretada.

—Así es Edmond —susurró.

Posé mi palma, junto a la carta, sobre su brazo, dándole un pequeño apretón de despedida.

—Gracias por todo, señor Dechart.

—Gracias a ti, Loha. —Su expresión se enterneció, siendo totalmente transparente—. Disfruta de tu fiesta, despídete de tus padres por mí.

—Claro.

Él se alejó despacio, moviendo su mano de lado a lado antes de marcharse de la ceremonia.

Un vacío inundó mi cuerpo entero. El oxígeno comenzaba a escasear. Iba a desplomarme allí mismo.

—¿Quieres que te sirva un poco de pizza? —preguntó Jaden, acercándose hasta mí con un plato de plástico.

—No.

—¿Está todo bien? —Alzó las cejas.

—Sí. Me voy al baño —le contesté, caminando marcha atrás—. Ya vuelvo.

Al principio, avanzaba a un paso lento y tranquilo, pero mientras más me acercaba al pasillo, más rápido iba. Llegué hasta el baño de chicas, en donde sólo se encontraban dos compañeras retocándose el maquillaje. Ingresé a uno de los cubículos.

Mis manos temblaban y creía estar perdiendo el control de mis piernas. Bajé la tapa del inodoro y tomé asiento.

A la luz tenue del baño, desplegué la carta con cuidado y comencé a leer las palabras escritas por Edmond. La empuñadura de sus letras, el como progresivamente iban perdiendo prolijidad y color, me recordaban como es que sus capacidades se habían deteriorado.

Mientras tú te encuentras flotando en el el glamour de tu graduación, aquí estoy yo, luchando contra las células rebeldes, pero pensando en ti con cada fibra de mi ser. ¡Qué envidia!

Hoy, mientras tú te encuentras envuelta en la emoción y el júbilo de tu graduación, yo estoy aquí, distante físicamente; sin embargo, créeme que estoy más cerca que nunca. Mis palabras fluyen desde un corazón lleno de amor y gratitud, pero también de profunda tristeza por no poder estar a tu lado en este día tan importante. Sólo puedo decir perdón, perdón, perdón. Te extraño cada día, Lohane, pero hoy lo hago más que nunca.

Mi corazón y mis pensamientos están contigo en cada paso que das hacia la adultez, mi dulce genio. Te juro que amaría estar en esa fiesta, armando alboroto y lanzándole confeti a los ojos de tus amigos.

Simplemente no puedo dejar de disculparme, mi amor.

Imagina que soy como ese amigo invisible que siempre está presente en las situaciones más inesperadas. ¿Ves ese confeti que se te pegó en la cara? ¡Ese soy yo lanzándote buena vibra y celebrando tu éxito! Solo intenta no imaginar mis ridículos pasos de baile, pues era pasarla bien, no hacerte pasar vergüenza.

(No bebas demasiado, luego tienes que venir a darme un beso).
Te amo, Lohane Bouchard.

DECHART, EDMOND.

Retuve un sollozo ahogado. Fue la primera vez que me llamó «Mi amor». Un susurro de dolor se escapó de mi boca. Oí como la puerta del baño se cerraba y los murmullos cesaban, por lo que, liberándome de todo ese dolor, comencé a llorar de una manera desgarradora y descontrolada. El papel se humedecía con mis lágrimas. Era imposible apartar la mirada de aquellas palabras que me brindaban un atisbo de cercanía con el extraño.

Estaba desbordada por la tristeza y la impotencia de no poder cambiar la realidad que estaba enfrentando.

Saqué mi teléfono del interior de mi bolsillo y le marqué a Edmond un total de tres veces. Finalmente, él respondió.

—¡Te graduaste! —exclamó con alegría.

—¿Por qué me haces esto? —le pregunté entre respiraciones entrecortadas.

—¿Loha? —Su voz delató confusión—. ¿Qué pasa?

—¿Por qué me envías esto? ¿Por qué hoy? —Jadeé. No podía soportar el dolor que arrasaba desde lo más profundo de mi garganta.

—Pensé que te gustaría —murmuró.

—Pero tú no estás aquí. —Froté mi mano contra mis ojos, intentando enjuagar las lágrimas—. Estoy sola, Edmond, y ahora mi maquillaje se ve horrible.

—Sabes que no podía ir.

—¡Lo sé! ¡Sé que no puedes, pero aún así duele! —le grité—. ¡Duele muchísimo y no sé qué hacer para sentirme mejor! ¡¿Por qué no puedes darte cuenta de que yo también estoy sufriendo las consecuencias de tu enfermedad?!

—Lohane. Por favor, cálmate.

—¡Siempre estoy calmada! ¡Siempre soy comprensiva! ¡Déjame llorar y gritar, por Dios!

Adherí mi sien contra la pared del cubículo, dejando que el acelerado compás de mis respiraciones terminasen de acabar con mis adoloridas costillas.

Sólo lograba oír el horroroso sonido de mis sollozos.

—¿Qué puedo hacer por ti, Lohane? ¿Qué es lo que está a mi alcance? —me cuestionó Edmond—. No puedo mejorar de un día para el otro.

—Lo sé —murmuré con un hilo de voz.

—¿Quieres que deje de escribirte cartas?

No supe que responderle. ¿Eso realmente me haría sentir mejor?

—¿Eso es lo que necesitas, Loha?

—No —respondí.

El silencio me inquietó, me helaba las lágrimas.

—¿Vendrás a verme esta noche? —me preguntó, su voz sonó tímida, apenada.

—No. —Di una respiración profunda y prolongada. Una lágrima se cola dentro de mi boca, sacándome otro sollozo ahogado—. Hoy no. De verdad lo siento, extraño.

Esta carta me destruyó por INFINITAS VECES

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