26 No eres la única
∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘
—¿Por qué no...? ¿Por qué no dejas que te ayuden? No entiendo —me cuestionó Micky. Veía como sus fosas nasales se hinchaban y en ellas le recorría ese molesto ardor que uno tenía que tolerar para no llorar. Pero sus ojos, húmedos, la traicionaban en su intento.
Me removí en mi lugar, sentada en el banco del patio del instituto. Aún seguía con el uniforme de básquet y olía a sudor. Ella me había interceptado cuando salía del pabellón, ya a punto de dirigirme a la parada de bus, pero en fin. Terminó por sentarme en el campus y quedarse de pie delante mío. Me sentía exageradamente pequeña, con su sombra cubriendo la totalidad de mi existencia. Como una tormenta que se aproximaba.
Mamá la llamó semanas atrás, un día o dos luego de haber sobrevivido a una de las peores recaídas que tuve durante este año. No más mentiras. No más tapujos. Pero oh... la verdad es tan dolorosa y amarga. No quise oír su voz a través de la línea, sin embargo, mi mamá dijo que Mikaylah parecía haber previsto que algo así pasaría. El acontecimiento no la había sorprendido, pero eso no había evitado el impacto que producía escuchar a una madre diciéndote que tu mejor amiga intentó quitarse la vida otra vez. Lloró durante horas.
—No puedo. —Apreté la boca, respirando hondo. Sus ojos buscaban los míos, pero no podía. No podía soltar algo como eso mientras la miraba a la cara—. Te juro que ya no sé como pedir ayu...
Micky me tajó al instante:
—No tienes que pedirla. Mierda... es que no tienes que pedirla. Sólo necesito que la aceptes. —Levantó la mochila del suelo y se la colgó en su hombro derecho. No supe que contestarle, entonces, ella prosiguió—. Entre nosotras dos... ¿crees que eres la única que está sufriendo por todo esto?
La boca se me entreabría con indignación aunque ella tuviera la razón.
—¿¡Y tú crees que ya no me odio lo suficiente?! —Jadeé.
Pasaron 16 días. Lo sentí como si hubiera sido ayer. Demasiadas mentiras me estaban carcomiendo, quería irme. No podía seguir con esto.
—No quiero hablar de esto. ¡Estoy cansada de que quieras tomar el puto papel de mi madre!
Posé las palmas sobre mis muslos y tomé impulso para levantarme del banco. Ahora ambas nos veíamos una frente a otra, de pie. Me lamenté tanto el haber levantado la vista, ya que me encontré con una disgustada y decepcionada expresión impregnada en su rostro; era evidente que se guardaba tantas palabras como yo también lo hacía. Empatizábamos, pero no de la misma forma, y eso me rompía el corazón.Logré ver por encima de su hombro como avanzaba un chico castaño hacia nosotras. Micky no lo veía, pero yo sí, y no podía no identificar la calma de sus pasos y el bohemio desorden de su cabello ondulado.
Edmond, ahora no es el puto momento para hacer una de tus apariciones de paz. Estando más que segura de que saldría de aquí con un buen moretón estampado en su ojo derecho. Esta no es una guerra entre dos países, no necesitamos tu política; somos dos amigas, una que quiere brindar ayuda y otra que no quiere tomarla.
—No, una mierda, Lohane. —Me detuvo, dando un paso hacia mí. No tenía aire de querer agarrarme a los golpes para que la escuchara, pero de igual forma me alteró que ella, valga la redundancia, se alterara también—. Es que. ¿Qué necesitas? ¿Qué tengo que hacer para que me dediques tan sólo cinco minutos de tu vida? Carajo, soy tu mejor amiga. Y-Y... Estoy asustada. —Su tono de voz nunca dejó de ser un tanto dominante, hasta casi histérico. Hubo un silencio y no tardó en que aquellas lágrimas, que tanto se esmeraba en contraer, empezaran a rodarle por las mejillas.
Me veía como una estúpida, con la boca apretada en una línea y sin ninguna palabra que ofrecerle. Hasta logró hacerme sentir culpable acerca de una mierda que ya tenía impuesta. Por ello deseaba a toda costa saltar por encima del banco y salir corriendo hasta llegar a algún país lejano y en el que podría cambiarme de identidad.
—Hola —interrumpió Edmond, acercándose a nosotras con el ceño ligeramente hundido. Se veía muchísimo más desconcertado que yo, con la diferencia de que lo mío era hacerme la tonta para escaparme de las cosas que no estaban bajo mi control y él solamente era transparente, demasiado real—. ¿Está todo bien? —Él pareció no darse cuenta que Micky lloraba, no porque ella fuera silenciosa, sino porque su atención siempre estaba puesta en mí.
—No. —Respondí en un tono bajo.
Me picaban los brazos. Quería arrancar las costras de mi piel.
Se escuchó un sollozo y él finalmente se percató de la situación. Mikaylah estaba demasiado cerca, tanto que me aceleraba el pulso; el miedo se me drenaba por los poros. Edmond, con sumo cuidado, intentó posar la mano sobre la espalda de la más alta en un intento de separarnos. Muy mala idea, terrible idea.
—Lo que faltaba —Bufó Micky. Apartó su cuerpo con rapidez, dejándolo al castaño en el medio y arrastrándose los antebrazos por debajo de los ojos mientras que su labio inferior temblaba. La veía cansada, sin la caótica energía que iba derrochando por donde pasaba, era una Micky consternada. Mi mejor amiga rota por mi culpa, agrietándose como un jarrón que tanto intenté cuidar de las peores formas—. ¿Por qué mierda te metes? Es que no entiendo, lugar a donde va, lugar en donde la sigues como puto enfermo. ¿Es qué no tienes algo mejor que hacer? —Sus palabras fueron dirigidas al pálido hombre entre nosotras. Filosa e hiriente. Un defecto de supervivencia que abatía a su alrededor al explotar, llevándose consigo hasta a quienes no se lo merecían. No éramos tan diferentes.
Él mantuvo el ceño fruncido hasta que las puntas de sus pestañas le rozaron las cejas. Se quedó estático en su lugar, como si se hubiera quedado sin algo que decir, o que quizá su respeto y paciencia hacia lo demás era tan vasta que lo obligaba a callarse la boca. Por unos cortos segundos Edmond me dirigió una mirada, para luego devolvérsela a Mikaylah y levantar las palmas en rendición, bien sabiendo que no debería meterse en asuntos que no eran el suyo, pero algo... algo le impedía irse de ahí.
—Por favor, detente —le pidió, como si tuviera la seguridad de que se confiarían el uno al otro como amigos—. Ella no se encuentra bien. —Lo oí susurrar.
Una estaca invisible me apuñaló el corazón, percibiendo una horrible punzada que me comprimió hasta los pulmones. La respiración me pesaba, y mi pecho subía y bajaba con dificultad. Entre los tres, Micky ya no era la única que derramaba lágrimas. Aunque había algo que hacía de nuestros sentimientos unos desiguales; ella sentía dolor por la decepción que le causé al desmentir cada una de mis mentiras y yo moría de dolor por no saber como mierda ser una vez más quien ella quería que sea. Las piernas me flaquearon y las puntas de los dedos comenzaban a cosquillearme. Entonces, en un acto de inercia, me aferré a la espalda de Edmond, hundiendo el rostro entre sus omóplatos para simplemente desaparecer y dejar de existir. Su torso se torció un poco, dándome cuenta de que al menos por un largo momento, intentó verme por encima del hombro.
—No la defiendas.
—Detente —repitió, ya no parecía estar negociándolo.
—Tú siquiera la conoces como yo alguna vez lo hice y hay veces en las que ni ella misma lo hace. Créeme que esta no es la primera vez —contestó, golpeando cada vez más fuerte a la burbuja en la que intenté ocultarme. Escuché como el césped se escandalizó ante los pesados movimientos de sus pies, acciones nerviosas que delataban que ninguna de nosotras estaba en el maldito lugar para discutir. Pero ella no se iba a callar, nadie podía hacerlo, Micky necesitaba expresarse—. Una vez lo dijo. Tú eres sólo un extraño, y de ahí no intentes salir. Así que deja de querer hacer más de lo que puedes.
—No te enojes conmigo, Mikaylah. —Uno de los brazos de Edmond se alzó, pareció señalarla—. Hago lo que hago porque sé cuáles son las consecuencias de esto. Las conozco mejor que tú, créeme que sí.
—Ella tiene una boca para hablar.
—No te pido que intentes ponerte en su lugar. —Sentí como el pecho de Edmond se contraía al hablar, parece agitarse. Se oía molesto, molesto de verdad—. Con el tuyo es suficiente y eso es mucho para afrontar.
Escuché como los crujidos de pequeñas ramas iban alejándose, y antes de ser sólo un sonido sordo de lejanía, ella añadió como si pudiera verme a través del cuerpo de Edmond:
—No puedo ayudarte si no... si no quieres que lo haga. —Las palabras le bajaron en un trago de saliva que murió en el fondo de su garganta, ya siendo inaudible como su voz le temblaba e intentaba tomar aire por la boca. Fue una oración seca, llena de aflicción.
Me creí hecha de un papel crepe que se arrugaba y se rasgaba involuntariamente. Así me sentía, como un estúpido papel que se doblaba detrás de Edmond.
Aún ocultaba el rostro y durante un largo tiempo estuve apretando la tela de su abrigo con fuerza hasta que mis manos estaban hechas puños. Tenía la necesidad de estamparme la cabeza accidentalmente contra un camión en movimiento, pero me conformé con un ligero y suave vaivén de golpes hacia mi frente contra la espalda del castaño. «¿Por qué me costaba tanto hablar? ¿Por qué tenían que existir esos malditos hilos de voz ahogada que te arrastran hasta las profundidades del agua?».
—¿Cómo estás? —murmuró Edmond, con el cuerpo aún en dirección al frente y con el rostro levantado, expectante del cielo.
Los cabellos de su nuca me rozaron la frente, dándome un pequeño cosquilleo.
—No muy bien —contesté a duras penas, hasta creí que no sería capaz de escucharme, pero en respuesta, asintió muy despacio con la cabeza.
Escuché como una pesada respiración inundó de oxígeno a sus pulmones, y como luego, lo soltó con gravedad. Me incomodó de sólo escucharlo, como si algo en su cuerpo estuviera averiándose.
—Te acordaste de que iba a basket.
—No estabas en la parada del bus —dijo con simpleza, mientras que sus brazos se retraían hacia atrás hasta encontrar mis manos con las suyas. Me rozó los dedos con delicadeza y seguidamente las tomó, deshaciendo la rigidez de mi agarre hacia su abrigo y guiándome hasta que mis brazos le rodearon el torso.
No hubo día en el que no me acompañara de vuelta a casa, simplemente no existía uno en el que me haya dejado a solas con mis pensamientos. Él era mi sombra; bajo lluvia, tormenta, frío o calor. Él estaba ahí, cuidándome aunque los edificios de Fresno comenzaran a derrumbarse a nuestro alrededor. Recordar este detalle fue un descanso para mis lágrimas, notando como de apoco se iban secando sobre mi pómulo. Estaba cálido, reconfortante al igual que una cabaña construida en medio de un húmedo y frío bosque.
No tardé en hundir las yemas en la carne de su abdomen, no lo recordaba tan... Delgado. Me quedé en silencio por un rato. Hinqué mi mentón casi entre sus omóplatos y me quedé viendo su nuca.
—¿Puedo preguntarte qué pasó? —me preguntó.
—Ya lo acabas de hacer.
—¿Qué cosa?
—Preguntar.
Escuché su comienzo de risa, uno nasal y muy bajito.
Lo oí y apreté la boca hasta que se me formó una barrera que no dejaría que ninguna sonrisa se me escapara de los labios. Ese hombre me hacía flotar, me hacía olvidar. Me apegué un poco más a su cuerpo. Aplastando mi pecho contra la parte baja de su espalda.
Sonaba extrañísimo si te lo contara, pero era la primera vez que lo abrazaba. Él era un poema entero.
—Le mentí a Micky. —Fui directo a por su pregunta, dándome un tiempo a reflexionar lo que diría a continuación—. Durante mucho tiempo me ayudó en... todo esto, quizás no era tan intencional, pero realmente su existencia mejoraba la mía. Hubo días en los que yo. Bueno. En los que dejaba de ser yo y mostraba al mundo la imagen de mi padre. Es lo que más me arruina como amiga, como hermana. —Acallé, pensé y le fui honesta—. Porque yo quería ser como mi papá, haciéndome creer que ser como él me llevaría a ser superior, a ser exitosa. Y una mierda... —Chasqueé la lengua. Mis dedos comenzaron a acariciar el comienzo de sus costillas, un acto que más tarde se volvió repetitivo, pues a veces lograba aligeraba mi ansiedad—. Nunca asistí a las terapias que ella misma se había encargado de conseguirme cita, creyéndome fuerte. De verdad me veía muy capaz de poder sobrellevar todo esto yo sola. Pero sabes cómo terminó. Micky confío en mí, le di mi palabra y yo fui injusta. Demasiado injusta.
—Estás pasando por algo difícil. Y quizás ella también, la verdad es que no tengo ni la menor idea de cómo es su vida, pero en este momento tendrás que aprender a madurar. Vas a conocer lo peor de ti, lo vas a exponer, y ahora mismo, lo estás aceptando. ¿Te diste cuenta? —decía, viendo a medias como él aún seguía embelesado con el cielo azul. La forma en la que me había recalcado mi inmadurez no se sentía como un insulto (era difícil hacerme caer en cuenta de que aún tenía dieciocho años y que mis acciones resultaban hasta injustificables), sino que lo tomé como un consejo. Sin rencor—. Entiendo el dolor de preocuparse por alguien que no lo valora como uno desea. Lo entiendo perfectamente, a mi modo.
—¿Qué hago? —logré decir.
—Hablar.
En ese momento me pareció absurdo, hasta incluso sentí una extraña amargura en el paladar. Como una obviedad.
Pero ahora entiendo a qué se refería.
—Ya lo hice —mascullé, como si realmente me afectara que me tirase una obviedad tan predecible.
—Lohane, lo único que hiciste fue intentar escapar como por... onceava vez. ¿Ahora ya te das cuenta de la desventaja de contarme las cosas tan a menudo?
—Lo acabo de presenciar. —Sus manos seguían sujetando mis muñecas sobre su abdomen. Giró el rostro hacia un costado, para permitirme verle el perfil, y con incredulidad estiró las comisuras de su boca hacia abajo. Que cara de estúpido que ponía a veces. De golpe, su rostro volvió a la neutralidad, desvaneciendo ese ápice de gracia dramática—. Cuando digo hablar, me refiero a intercambiar palabras. No escuchar y callar, sino responder, defenderte e intentar coincidir con la otra persona. No es necesario que piensen lo mismo, con que se entiendan ya está bastante bien.
—No necesito esa mierda, ella me entiende.
—Te equivocas. Hablar a veces... alivia el dolor del silencio que uno se autoimpone. —Deslizó sus yemas por la piel del dorso de mis manos. Se quedó inmóvil por un momento y fue calando los dedos por debajo de mis palmas. Nuestras manos se entrelazaron. Seguía sujetándome los brazos contra su torso. Aún olía a madera y a cigarros Camel, los olores que más detestaba en este mundo se sentían perfectos en él—. Eres fuerte, y no lo dudo, pero no podrás arrastrar este dolor por el resto de tu vida.
Tomé aire, muchísimo aire.
Sentí una horrible presión en el pecho. Era como si estuviera pasando por un momento estresante y esto mismo me preocupara, no obstante, estábamos bien. Había calma.
Su perfil seguía a unos cuantos centímetros por encima de mí, había tranquilidad en su expresión.
—¿Por qué siempre que conversamos sobre mi pesar. —Pausé, insegura de lo que diría— pareciera que no hablo contigo? Es como si fueras otra persona.
—Porque no soy yo quien habla, sino mi experiencia, Loha —susurró, sumamente íntimo y con una pronunciación lenta.
Jeje. Que vergüenza aparecerme después de tanto tiempo.
LOS AMO.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro