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13 Más que halloween

L O H A N E

La sala y la cocina eran iluminadas por distintas luces de un cálido color naranja, las cuales provenían de un par de grandes lámparas y unas cuantas velas aromáticas que Micky había estado deseando encender desde el año pasado. La casa se había inundado de un intenso olor a canela y manzana verde, ambos siendo un recordatorio del otoño, de su cercano final. Por otro lado, el estéreo de la tele estaba al máximo, reproduciendo una de las playlist de Micky.

—Touch me, touch me, don't be sweet. —Cantaba Micky, palmeando sus caderas, su torso y sus hombros entre cada pausa. Su dedo índice se dirigió hacia Sarah, quien estaba tras el desayunador de la cocina, preparando una jarra de vodka con jugo de durazno.

—Love me, love me, please retweet. —Sarah continuó la letra de G.U.Y de Lady Gaga, abanicando su rostro con la diestra y luego cubriendo sus ojos con el aire teatral que tanto la caracterizaba.

La castaña me dedicó una mirada cómplice, señalándome con la cuchara que sostenía en la diestra y haciéndome partícipe de este dueto en cadena.

—I wanna be that guy. —Canté en voz baja, moviendo de lado a lado la brocha de maquillaje con la que estaba maquillando a Edmond—. G-U-Y —deletreé, volviendo a posar la brocha sobre el párpado del chico y picándole accidentalmente el ojo.

—¡Ah! —gritó Edmond, cubriéndose el ojo con una de sus manos. Sus comisuras se curvaron hacia abajo y su ojo sano me juzgó con recelo—. Ya es la tercera vez. Me vas a dejar tuerto.

Mi boca se abrió, mostrando las dos filas de mis dientes chocando entre sí; un gesto que expresaba un verdadero «La cagué». Terminé por ceder el peso de mi cuerpo sobre mis piernas flexionadas, sentándome sobre ellas. Me encontraba de bruces en la alfombra de la sala, entre las piernas de Edmond, quien estaba sentado plácidamente en el sofá. Junto a mis piernas había un estuche del tamaño de una cartera, era de Sarah, y dentro había tanto maquillaje que hasta me resultaba abrumador. Demasiado para elegir. Entre Micky y yo habíamos decidido que Edmond iría de vampiro. Nos la hacía fácil, ya era pálido, por lo que únicamente nos habíamos dedicado a conseguirle colmillos, sangre falsa y una capa negra en una tienda de disfraces.

¿Yo? Yo me había disfrazado de cucaracha. Pero en lo posible no lo volvamos a mencionar, el recuerdo es un pelín traumatizante. Ser coquette en Halloween nunca fue una opción.

El pobre chico llevaba encerrado con nosotras tres hace ya hora y media, había tenido el tiempo suficiente para recibir y digerir las amenazas de una Mikaylah territorial, casi que en celo. Dios, si pensaban que su creatividad sólo se limitaba a su curioso vestuario, deberían de haber oído sus insultos. Era ingeniosa como el carajo. Definitivamente Britney Spears le afectaba en tanto a dramatismos. Desataba su lado más tóxico.

—Deja de quejarte, Eduardo. Una vez me arranqué las pestañas con una de esas mierdas. —La chica le señaló el rizador de pestañas que yacía en uno de los cojines del sofá—. La belleza duele. —Su boca hizo un puchero y se limpió una lágrima invisible.

Micky avanzó hasta la cocina, texteando en su celular mientras hacía movimientos circulares al ritmo de Fergalicious de Fergie. Su cabeza se movía de lado a lado, removiendo su esponjoso cabello que apenas se mantenía a raya con el pañuelo rojo que lo decoraba. Las lentejuelas que colgaban de sus caderas tintineaban a cada paso. Iba vestida de pirata. Micky era fuego, siempre era fuego. Ella se puso de pie tras Sarah y comenzó a azotar su culo con una graciosa y depravada expresión en el rostro. Sarah, al tanto en que revolvía la bebida, abría la boca en forma de "O" como si estuviera consternada por sus sucias acciones. Cada tanto señalaba a Micky con el dedo pulgar, viéndome con una cara de «¿Estás viendo esto? ¿Lo puedes creer?».

—¡Esta zorra está que arde, nena! —exclamó Micky, soltándole una última y fuerte nalgada. Había adquirido un acento sureño, imitando a un camionero depravado. A veces entraba demasiado en personaje. Pero sólo un poco—. ¡Quieta que te preño!

Edmond fue el primero en reírse, negando con su cabeza en repetidas veces. Yo golpeé su muslo. Solté varias carcajadas que habían estado reprimidas hace ya bastante rato. Sí, lamentablemente soy ese tipo de persona que golpea cosas y personas cuando ríe. Y mi mano, al pesar de quienes me rodean, no es nada liviana.

—¿Esto cuenta como acoso sexual? —preguntó Edmond con una sonrisa divertida, viéndolas por encima del hombro. A lo que Sarah asintió con su mejor cara de víctima.

∘◦༺ ★ ༻◦∘

Deslicé la brocha pequeña sobre la piel de Edmond, dándole un sutil pigmento rojizo a sus ojeras y alrededores de los ojos. Delinee sus facciones con un bronceador en tono frío, casi grisáceo, acentuando sus pómulos, nariz, ojos y mandíbula. Apliqué una tinta bordó sobre su labio inferior, dándole toquecitos suaves con la yema de mi dedo índice. Su labio superior era un poco más grueso que el inferior y el arco de cupido apenas se le notaba. Se veía tan bien con la boca entreabierta y los ojos cerrados. Las puntas de sus colmillos postizos apenas eran visibles, y con eso bastaba para provocarme cosquillas en lugares que no me gustaría mencionar. No me cuestionen, mi gusto culposo siempre fue Edward Cullen.

Mis ojos estaban inmersos en su rojiza boca. Edmond abrió sus ojos, percatándose de la intensidad de mi mirada. Mis ojos se encontraron tímidamente con los pardos suyos, un brillo particular chispeó en ellos y sus comisuras fueron ensanchándose lentamente en una sonrisa de labios apretados.

—¿En qué piensas, Bouchard? —me murmuró, entornando sus ojos y ladeando la cabeza sutilmente hacia un costado. La sonrisa seguía allí. Demandaba atención. Expresaba seguridad.

Un pequeño espacio se asentó entre mis labios, brindándole una escapatoria al oxígeno que había estado conteniendo en el pecho. Mi mano quedó suspendida frente a su boca, a una distancia llena de precaución. Entonces, antes de que yo pudiera responderle con alguna mofa de mal gusto, Edmond envolvió mi muñeca con su zurda. Acercó mi mano hasta su boca y arrastró mi dedo índice por su labio inferior, invitándome a que recorriera y apreciara cada textura del mismo. Mis dedos temblaban y mis brazos parecían entumecerse. El corazón se me iba a salir del pecho. Me dolía. Daba tumbos y se sacudía como si estuviera calentando para un maratón.

Mis ojos se desviaron en dirección a la cocina. Sarah batallaba con el corset que complementaba su disfraz inspirado en Tim Burton, mientras que Micky subía las escaleras con el delineador en mano. Al devolver mi vista hacia los ojos de Edmond, pude percibir como dejaba un casto y suave beso en la yema de mi dedo.

Una corriente eléctrica escaló por mi muñeca, recorriendo la zona en donde los dedos de Edmond presionaban. Un placentero dolor subió por mi brazo y desembocó en mi cuello. La electricidad se extendió como la ramificación de un relámpago, subiendo por mis mejillas y haciendo que estas ardieran. Me faltaba el aire. Podría sufrir un infarto y nadie se daría cuenta hasta que finalmente diera mi último aliento.

—Lolo. —Escuché a Sarah desde la cocina, así me llamaba desde el preescolar—. ¿Podrías atarme esta cosa? Ya me duelen los brazos.

Mis ojos se desorbitaron; seguramente parecía el primer plano cinematográfico de algún asesino serial de la tele. Retiré mi mano con fuerza, despidiéndome del firme agarre que había adoptado el castaño frente a mí. Edmond, a diferencia de la cara de espanto que yo tenía, sonreía con triunfo. Casi que con burla. Soltó una corta risa nasal que dio principio a una suave e íntima risa a la que yo había sido invitada. Cómo rechazarlo.

—Voy. Voy —respondí entre risas contenidas. Presioné mis palmas contra la alfombra debajo mío y tomé impulso para levantarme con pereza.

Rodeé el sofá en el que Edmond seguía sentado, y al pasar junto a él, dejó una delicada caricia en mi antebrazo. Mientras avanzaba hacia la cocina, voltee a verlo por encima de mi hombro, él me seguía con la mirada; y me sacó la lengua antes de que yo me girara, haciéndome fruncir el ceño con diversión. Me detuve detrás de Sarah y ella hizo hacia un lado su largo cabello castaño, dejándolo caer sobre su pecho. Tomé de las cuerdas de su corset y di dos pasos hacia atrás, comenzando a tirar de ellas con todas mis fuerzas.

Sarah Bondar. Como bien mencioné, nos conocíamos desde que comíamos tierra en el jardín de niños. Nuestros lazos se habían distanciado a partir de que cada uno de nosotros había tomado un camino diferente. Maduramos en circunstancias distintas, en preparatorias que nos hicieron rodear de personas que tarde o temprano le darían ciertas características a nuestra personalidad. Hace un par de semanas había tenido el placer de encontrarme con su padre, un hombre que había sido parte fundamental de mi infancia, brindándonos sabiduría y conocimiento. Gracias a él fue que me enteré que iríamos a estudiar en la misma ciudad, así que ya éramos tres en Chicago: Sarah, Samuel y yo. Pero es algo de lo que hablaremos más adelante, no aún, sigamos disfrutando de este último año de preparatoria.

—Un poco más —pidió Sarah en un hilo de voz. Definitivamente quería que las costillas le atravesaran los pulmones.

La puerta principal de la casa se abrió, dando paso al tintineo de varias botellas y al característico sonido de varias joyerías golpeandose entre sí. Se trataba de Samuel, un amigo que todas teníamos en común desde los doce. Su cabello era de un rubio cobrizo y sus ojos de un azul coqueto. El tabique de su nariz estaba sutilmente desviado, un recordatorio de su expulsión. Por esas mismas actitudes violentas y sumamente testarudas, había repetido un año de la primaria, cosa que había logrado que coincidamos a pesar de ser un año mayor que nosotras. En su diestra colgaba un pack de cervezas Budweiser; sus adquisiciones ilegales se debían a su aspecto maduro (ciertamente deteriorado) y a la negligencia de varias estaciones de servicio en Fresno. Iba vestido de niño explorador, porque sí, a pesar de haberse metido en altercados un tanto violentos, había tenido su etapa como scout, por lo que los pines y la gorra con el logo de un pino no fue un gasto a la hora de pensar en un disfraz. Este era Samuel Hughes, un chico lleno de sorpresas y contradicciones.

—Me había emocionado —dijo, al tanto que cerraba la puerta a sus espaldas—. Pensé que era una fiesta gay —bromeó, pues prácticamente oíamos uno de los himnos de Lady Gaga—. Pero resulta que sólo hay puras lesbianas en celo. —Su rostro se giró en dirección a la sala, viendo a Edmond sentado en el sofá. Su expresión de engreído se transformó en una de sorpresa, por lo que sus palabras casi sonaron como un susurro—: Y el mozo de Coco's Chocolats.

∘◦༺ ★ ༻◦∘

Mi teléfono marcaba las doce y cuarto, pensamos que seríamos los últimos en llegar a la fiesta, pero el jardín estaba tan colmado de gente que más de uno de nosotros dijo "¿qué mierda?". La casa de Michael Gibson era grande, no exuberante, pero lo suficientemente ostentosa como para hacernos fruncir los labios y alzar las cejas. Era la primera vez que Sarah, Edmond y yo íbamos a su casa, se nos notaba la curiosidad. En especial al pobre canadiense a un lado mío, estaba más perdido que un daltónico jugando al Twister.

Las ventanas vibraban con la música que resonaba dentro y fuera de la casa. Las plantas lucían aplastadas por más de un "accidente" y los árboles estaban cubiertos de papel higiénico. Veo a Edmond a mi izquierda, su mirada está fija en la puerta principal y luego le da un largo trago a su botella de cerveza. Arrastra el dorso de su mano por el líquido que empapaba sus comisuras y un nuevo escalofrío volvió a recorrer mi cuerpo. No estaba segura de si era el alcohol lo que hacía hervir mi sangre, o si era el hecho de poder verlo usar una camiseta de tirantes.

—Let's go —deliberó Samuel, lanzando su botella vacía al césped y comenzando a caminar hacia el interior de la fiesta.

Edmond y Sarah fueron los primeros en seguirle el paso. Micky y yo fuimos detrás, atestiguando como más de una pareja se hacía traqueotomías con las lenguas a un nivel profesional. 

Las luces bañaban nuestros cuerpos con puntillismos multicolor y el ritmo de la música tecno te hacía palpitar el corazón casi que a la par. Primero te producía cierto aturdimiento, pero a medida que te ibas acostumbrando, la situación se volvía estimulante. Los cuerpos se frotaban. Varias manos desconocidas te tocaban accidentalmente y a veces te llevabas más de un empujón en el proceso de introducirte en la muchedumbre. Los cuerpos sudorosos de quienes te rodeaban causaban bastante desagrado, hasta que minutos después, la realidad te azotaba, recordándote que en menos de media hora serías parte de esta ausencia de higiene.

La posición que adopta cada uno de nosotros resultaba graciosa, pues expresaban diferentes situaciones. Edmond estaba de brazos cruzados, sujetando su botella casi vacía entre los dedos; a veces se balanceaba de lado a lado. Samuel y Micky se señalaron al instante en el que el dj había reproducido Persuit of Happiness. Yo hacía movimientos toscos con la cabeza al tanto que movía las manos como si estuviera dando un examen oral en idioma de señas. Sarah, por otro lado, se había escapado hacia la cocina, en donde había podido visualizar a un par de amigas de su preparatoria.

—¡Loha! —me gritó Samuel, quien a pesar de estar frente a mí, parecía que todos sufriéramos de sordera—. ¡Tráeme un trago!

—¡¿Un trava?! —Fruncí el ceño; menuda proposición, pensé.

Samuel colocó las palmas alrededor de su boca a modo de megáfono y me gritó cerca del oído:

—¡Un trago, bruta!

Yo abrí la boca y pronuncié un «Ahh» bastante aliviado. Alcé mi pulgar para darle el sí y asentí con la cabeza. Edmond me miró rápido, sabía que lo iba a dejar sólo, lo noté en su expresión llena de espanto. Antes de que yo pudiera inclinarme hacia él y decirle que podía venir conmigo, Micky y Samuel lo tomaron por los brazos, jalandolo hacia ellos para que se uniera al baile. Le dediqué una amplia sonrisa a Edmond, quien alzó las cejas y me devolvió el gesto. Se estaba divirtiendo. Se veía tan bien cuando se lo sacaba de esa casilla melancólica de mala cara.

Los «Permisos» no tenían efecto y empujar a un par de jóvenes ebrios resultó ser mi deporte favorito. Crucé de costado entre dos grupos y finalmente llegué hasta la cocina, en donde se encontraba el núcleo del alcoholismo. En el fino desayunador de mármol había una regadera de botellas vacías, latas aplastadas y vasos de plástico hechos rodajas. En esta habitación había una iluminación más decente, y una vez que podía ver las cosas con "claridad", me di cuenta de lo borroso que veía. ¿Por qué la casa se mueve tanto? La razón no se debía a que las luces eran una mierda allá atrás, sino que estaba en la cúspide de la ebriedad. Con razón mis comisuras se alzaban de una forma boba, sonriendo sin razón alguna. El mareo rico. Que delicioso y peligroso resulta este estado.

¿Hace cuánto estábamos bebiendo? ¿Desde las diez?

Me sostuve del borde del desayunador, sentía como si una fuerza de gravedad me jalara hacia atrás y luego hacia adelante. Tal vez no era eso. Quizá mi cabeza era un enorme globo lleno de cemento. Una cabeza enorme cual Funko Pop.

—¿Tan temprano, Bouchard? —cuestionó una voz masculina, no descifré el tono de la pregunta hasta que alcé la mirada.

Era Aiden, sentado sobre la mesada al otro lado del desayunador. Entre sus piernas había un vaso rojo casi rebosado de un líquido color miel. Levanté la vista hasta su rostro, estaba sonriendo, no sólo por lo ebrio que estaba, sino porque parecía divertirse con lo que veía. Su cabello estaba húmedo por el sudor, desordenado en el intento de peinárselo hacia atrás. Estaba vestido con lo que parecía un pijama enterizo color amarillo, y no entendí si venía vestido de las Bananas en Pijamas o de mata plagas, hasta que vi la mascara de gas que colgaba de su cuello. Miento, lo supe cuando noté la bolsa plástica llena de metanfetamina azul que estaba medio a fuera del bolsillo de su pecho. Venía de "Breaking Bad".

—¿De qué cosa? —le pregunté con los ojos entrecerrados y me solté para intentar adoptar una postura erguida.

—Nada. —Y sólo se rió. Él alzó el vaso hasta sus labios y dio un trago, hizo una pausa y dio otro más hondo hasta casi acabarse la bebida. Apretó los labios con disgusto y tiró lo que quedaba en el lavamanos a su izquierda. Se bajó de la mesada y acomodó su traje—. ¿Por qué no me avisaron que vendrían?

Arrastré tres vasos hasta mí y comencé a sacudirlos para sacar las últimas pegajosas gotas de bebida que habrían dentro. Desenrosqué la tapa de un vodka con los dientes y me encogí de hombros al escuchar su pregunta.

—No pensamos que estarías en Fresno. Los exámenes finales están cerca. No sé. —Volví a encogerme de hombros, vertiendo más de cuatro onzas de vodka en cada vaso. Observé mis alrededores y hasta incluso miré por encima de mi hombro en busca de alguna noticia de Sarah. Ahora estaba en el patio, ¿Cuántas hormigas tiene en el culo esta chica?—. ¿Y tú con quienes viniste? —pregunté, ahora vertiendo jugo de naranja.

—Me traje a un amigo de la uni, pero llegamos con varios del equipo de la prepa.

Aiden rodeó el desayunador y sacó la pajita de uno de los vasos usados, extendiéndomelo para que pudiera revolver las bebidas. Luego abrió el refrigerador y sacó dos cubeteras de hielo, sacando uno por uno y metiéndolo dentro de mis tres vasos y el suyo aún vacío.

—¿De qué vas? —indagó, con una enorme y boba sonrisa que estaba a segundos de estallar en carcajadas. Me miró de pies a cabeza y yo volteé a verlo con total indignación.

—De cucaracha —le respondí, como si fuera una total obviedad. Mi ceño se frunció y lo pensé por un momento. Quizá me faltaba algo. Sí, era eso. Alcé mis lentes de sol redondos, los cuales colgaban del cuello de mi camiseta, y me los coloqué cuidadosamente, esperando a si lo captaba o no.

—Ah... —Asintió lentamente con la cabeza, aún riéndose—. Ahora sí. Ya pareces cucaracha. Ojalá y no te partan una pierna.

∘◦༺ ★ ༻◦∘

—Estos shorts están partiéndome los huevos desde que llegamos. —Jadeó Samuel, estirando la tela de sus shorts en la zona de sus genitales. Hizo la técnica de la patada y luego la de la sentadilla. No había forma de acomodarlos.

Descansen en paz, futuros Samueles. Aunque veía difícil que tuviera hijos por su propio jugo vital.

Según Micky, el reloj de su teléfono ya marcaba las cuatro menos cuarto de la madrugada, pero teniendo en cuenta que yo no era la única que veía borroso... Ya habían pasado treinta minutos desde que habíamos decidido ir al patio, donde, oh sorpresa, también había un mundo de gente. ¿Pero qué mierda me iba a importar? De ahí venía la adrenalina. Dentro de la piscina había gente en ropa interior, otras en tetas y otras en... pito. Nadando, bebiendo, besándose. El coche del padre de Michael estaba fuera del garaje, una terrible idea, pues desde nuestra posición podíamos ver cómo el mismo se sacudía con una ferviente intensidad. La pareja que estaba dentro no era la única que parecía estar pasándolo en grande. Para nada. Un poco de éxtasis y vodka y el pudor no es nada más que una banalidad impropia del humano.

—¡Como Dios me trajo al mundo! —exclamó un chico desde el techo del garaje, sacudiendo su salchicha con la gloria de un vikingo.

En el camino, Samuel se encontró con tres amigos suyos, lo cual era señal de que desaparecía a partir de ahora. Sarah estaba sentada en el borde de la piscina, mojando sus pies mientras recostaba su espalda contra las piernas de Micky. Tenía los ojos cerrados, denotando sueño y cansancio. Mentiría si dijera que no me dolían los pies, sentía como mis botas expulsaban chispas e incendiaban mis pobres piernas.

—Arráncame las piernas —le dije a Edmond, arrastrando las palabras y convirtiendo esa simple oración en un balbuceo extraño. Para mi suerte, él estaba lo suficientemente alcoholizado como para poder entenderme. No siempre. Pero sí podía asumir lo básico.

—Quítate las botas —me respondió, mostrando que en la diestra sujetaba sus tenis y haciéndome reír.

Me agaché de apoco, y al sentir que mi equilibrio se iba a la mierda, vuelvo a levantarme e intento solo inclinar el torso. Extendí los brazos hasta una de mis botas y fui bajando el cierre a duras penas. Y cuando intenté bajar el cierre de mi otra bota, siento una firme y fuerte nalgada. El sonido me desconcierta y me quita la borrachera en cuestión de un segundo. El ardor se extendió por mi piel y rápidamente me incorporé. El tiempo pareció ralentizarse  y no tardé en voltearme. Tenía la esperanza de que fuera Micky con alguna broma pervertida que se le había ido de las manos, pero detrás mío había un pelinegro de piel acaramelada. Sus ojos estaban inyectados en sangre y su sonrisa ladeada me causaba náuseas. Sus labios deletrearon algo: «Cucarachita». Mis manos se cerraron en puños llenos de convicción y mis muelas dolieron ante la presión que se provocaban entre sí.

Mi diestra se alzó y tomó distancia. Yo había sido rápida, pero Edmond se me había adelantado. Antes de que yo siquiera pudiera acercarme, su puño asestó contra la mandíbula del otro chico. Pude jurar que su rostro se giró tanto que estaba a unos pocos centímetros de pertenecer al elenco del exorcista. El moreno sostuvo su boca con ambas manos y retrocedió un paso. Sus piernas parecieron enredarse y la falta de equilibrio lo tumba hacia el suelo. Las tres volteamos a ver a Edmond con los ojos bien abiertos y la mandíbula en el piso, pero a diferencia del degenerado, lo nuestro sólo se trataba de una expresión. Mi puño seguía suspendido en el aire. Debía admitir que me frustraba no haber sido yo quien le desacomodara la mandíbula. Aún así, había sido totalmente satisfactorio.

—¡Carajo! —gritó Edmond luego de un largo minuto. Sus nudillos estaban enrojecidos.

Empezó agitar su mano, podía intuir que se le había acalambrado por el golpe. Golpear un hueso no ha de ser muy agradable.

A medida que el alcohol iba disipándose en mi organismo y el raciocinio volvía a ser parte de mi cabeza, voy dándome cuenta de como el silencio había predominado en la gente que estaba en el patio, observando atentos. Luego se sumaron un par desde la sala y otros viéndonos por la ventana de la cocina.

La primera reacción que tuvo Sarah fue reírse a carcajadas. Micky parecía demasiado espabilada como para seguirla, pero al ver que yo estaba sonriendo, también se rió. Posé mi palma sobre el hombro de Edmond y me recargué en él para no perder la compostura. Edmond seguía agitando la mano y sin poder aguantarlo, me reí con más fuerza.

—¿Qué te da tanta gracia, zorra tetas caídas? —dijo el moreno, quien iba levantándose como si no le hubiera dolido. Claro que le dolía, hasta parecía que le había dado un derrame en la mitad de la cara.

—¿Escuchaste lo que te dijo? —preguntó Micky, abriendo la boca y frunciendo el ceño. Evidentemente se estaba burlando del pobre chico mandíbula chueca.

—¿Vas a ir a llorar al baño o vas a hacerte una paja de conciliación? —dije, viendo al chico con un puchero.  

—Recoge tu mandíbula del piso a ver si se te entiende mejor. Modula las palabras, cariño —agregó Sarah, señalándole el césped.

El chico de cabello azabache alzó la mano abierta. Una de dos: o iba a golpear a Edmond o me iba a golpear a mí. En primer instante me espanté, pero estaba más que preparada para responderle con el derechazo de mi vida. Podía oír la campana del ring. Lo haría escupir sangre.

—¡Que te jodan, Franco! —Escuchamos como el grito iba aproximándose cada vez más y más. El sonido de sus rápidas pisadas provenían desde el interior de la casa.

Nosotros fuimos los primeros en percatarse de que era Aiden quien venía corriendo. Parecía como si estuviera llevando una pelota de fútbol americano al territorio enemigo. Al darnos cuenta de que se dirigía hacia nosotros, Edmond me jaló del brazo, haciéndonos retroceder varios pasos hacia atrás. Micky hizo lo mismo, hacia el sentido contrario, y Sarah se lanzó a la piscina como si una bomba fuera a explotar a centímetros de ella. El moreno, quien por lo visto se llamaba Franco, apenas tuvo tiempo para darse cuenta de lo que estaba pasando. Fuimos espectadores de cómo sus ojos se desorbitaron con pavor. Segundos después, el cuerpo de Aiden lo arrolló con la fuerza de un camión. Ambos cuerpos aterrizaron en la piscina y desde la superficie podíamos ver los manotazos y puñetazos que se embocaban bajo el agua.

Edmond se cruzó de brazos y apretó los labios. Los tres nos asomamos al borde de la piscina, expectantes, mientras que Sarah nadaba como perrito hasta la orilla.

—¿Deberíamos hacer algo? —preguntó Edmond, rascándose la nuca.

—Déjalos unos minutos más —contestó Micky—. Parecía bastante personal, ¿no?

—Lo iba a dejar minusválido —renegué, curvando las comisuras hacia abajo—. Era mío.

Sarah se arrastró por la parte playa de la piscina y fue levantándose entre movimientos torpes. No estaba muy claro si era la ropa mojada lo que le pesaba, o si su cabeza también era un globo lleno de cemento. Se acercó hasta nosotros, dejando un recorrido de agua en todo el piso de cemento. Se exprimió la falda y estornudó una cantidad de veces que podrías llegar a considerarse perjudicial para la salud.

—Tragué agua.

No se imaginan cuanto disfruté este capítulo JAJAJAJAJAJ. Me descuidaban un poco y llegaba a las diez mil palabras.

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