12 Mamá no es mamá
∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘
Mis dígitos se arrastraron por la humedad que se deslizaba por los azulejos de la ducha, fundiéndome bajo el frío que los penetraba. Siempre que la temperatura bajaba y el calefón era encendido, me tomaba el placer de quedarme bajo el agua caliente durante un largo tiempo. Muchísimo tiempo. Pero las cosas cambiaron a partir de aquel vuelco emocional que se dio en esta misma casa, en este baño, sobre... el mismo marfil de aquella noche. Había reglas. Se mentían a sí mismos. Escondían los medicamentos más inofensivos. No más de treinta minutos en la ducha. No más.
«Me siento bien», pensé. «Realmente me siento bien». No obstante, cuando mi mente volvía a aferrarse a la idea de que mi cuerpo debía de ser separado del entorno que me rodeaba, el dolor que intentaba mantenerme viva volvía impregnarse de un aterrador vacío, uno mortal. Una somnolencia grave, dando origen a un vicioso placebo que se alimentaba de la soledad. Apartándome lentamente de la gente que intentaba sujetar lo poco que quedaba de mí. Era silencioso, casi imperceptible. Las sábanas se volvían acogedoras cuando las voces se tornaban irritantes.
Mi zona de confort se había vuelto un pozo de sueños olvidados. De anhelos reprimidos. Las horas se consumen tras el telón; y las obras de teatro que se conciben dentro de mi mente dan su inicio cuando la luz de mi habitación se disipa. Imágenes borrosas. Se sienten cercanas y cálidas. Pero, naturalmente, no son reales. No son mi vida. No son parte del progreso de la misma.
Los sueños son estados de conciencia bastante peculiares. Acontecen cuando nos rendimos al confort de una cama; algunos lo hacen con finalidades biológicas, un cansancio físico y mental, y otros tantos, en busca de paz, deseando extinguir momentáneamente la realidad que los azota. Algunos sueños nacen para satisfacer anhelos de uno mismo. Intentan reflejar aquello que nuestro inconsciente no es capaz de transmitir cuando estamos despiertos; es simbólico, tanto como las obras de Hilma Af Klint o Vasili Kandinsky. En pocas palabras: una experiencia abstracta.
En palabras de Freud «constituyen formas de "cumplimiento de deseo" — tentativas del inconsciente para resolver un conflicto de alguna clase, ya sea algo reciente o algo procedente de lo más profundo del pasado». Para él todos los sueños son un mensaje que envía el inconsciente y para descifrarlos se deberían analizar los elementos que aparecen y entender el peso que tienen en la vida de cada uno.
Soñaba que me faltaban las uñas y que no tengo dientes. Me sentía tan extrañada al informarme al respecto. La carencia de uñas señalan el descuido a mis obligaciones, centrándome únicamente en los aspectos más frívolos de la vida: evitar mis responsabilidades. Y no tener dientes expresa el miedo a fallar o de no saber cómo afrontar los acontecimientos de mi vida: inseguridad. Que golpe duro es la mente humana. Tan ingenioso y creativamente retorcido.
∘◦༺ ★ ༻◦∘
Terminé de atar los cordones de mis tenis y me quedé sentada en el borde de la cama por unos largos minutos. Mi mente no se encontraba limitada a un lienzo en blanco, incluso tratándose de las seis y media de la mañana, la misma se ensimismaba en considerar atractivo tener más de tres o cuatro cuestionamientos al mismo tiempo. Pocas veces sincronizaban, y por ende, nunca lograba anclarme a uno solo, perdiendo el foco.
Tengo muchos pensamientos inútiles. Me preocupo en exceso.
No tengo sueño cuando debo tenerlo. Me despierto cansada. Tengo nudos en la garganta y balbuceo al hablar. No puedo concentrarme en un sólo pensamiento. Mi presión arterial aumenta y mi cabeza duele con frecuencia. Son cosas que entendí mucho más adelante. Una alarma que señalaba un agotamiento mental desmedido. ¿Cómo alguien podría notarlo? Después de todo, yo tampoco lo había hecho.
—Loha, te espero en el coche. No te tardes, tengo que ir a comprar frutas en la feria —dijo mi mamá al otro lado de la puerta. Dejó un pequeño golpecito en la puerta y seguidamente oí el ruido de sus tacones al bajar por las escaleras.
—Ya voy.
—¡Ahora!
«Mamá, por favor deja de decirme qué es lo que tengo que hacer».
Guardé mi libro de historia (debía seguir estudiando) y mi billetera dentro de la mochila y subí el cierre de mi abrigo. Bajé las escaleras y antes de salir saludé a papá, quien estaba bebiendo café frente a la ventana de la cocina, observando el patio de casa.
Abrí la puerta del coche, entré y me acurruqué contra mi mochila.
—¿Y? ¿Qué te parece madrugar los sábados? —preguntó mi mamá, mientras esperaba a que la puerta del garaje subiera.
—Horrible —susurré, hundiendo la cara en la mochila.
Oí a mamá reír. Un dolor se asentó en mi pecho. Quería sonreír, pero por alguna razón me limité a fruncir los labios. Giré el rostro en dirección a ella, aplastando mi mejilla contra la mochila.
Ella se veía hermosa. Podía observar el crecimiento de sus canas en el área de las patillas, las cuales eran teñidas de un rubio platinado cada cierto período de tiempo. Creo que el nacimiento de sus canas se dio a la temprana edad de los treinta y pico. Algunos dicen que se trata de genética, pero yo creo que se debe al estrés que provoca tener un esposo bipolar, un hijo apasionado por la vida nocturna y una hija de dieciocho años con depresión. A diferencia de mí, su pelo naturalmente era rubio, y el mío de un castaño oscuro. El tabique de su nariz era prominente, un regalo de su genética europea.
—¿Estás preparada para los exámenes finales?
El coche avanzaba por la avenida E Shields.
—Bien... supongo. A veces la cafetería me consume bastante tiempo. Siento que siempre estoy cansada.
—Te dije que no era necesario que...
—Ya sé —la interrumpí—. Pero me mantiene despierta.
—Despierta —repitió mamá, entendiendo a qué me refería.
Hubo un silencio tenso. Situaciones así me incitaban a hacer al menos uno o dos ruidos con la boca para que no se me notara la incomodidad. Principalmente: fingir bostezos.
Mis ojos recorrieron el interior del auto, deteniéndome unos segundos en el perfil de mamá, en como apretaba el volante con ambas manos, teniendo los brazos extendidos en una posición que parecía reprimir algún tipo de nerviosismo. Devolví la mirada a los locales que íbamos dejando atrás.
—Me alegra que te estés esforzando en tu trabajo —dijo mamá luego de un rato—. Y que tu gerente haya tomado en cuenta tus estudios. Ahora que terminaron las vacaciones y que entre semana sólo tienes turno de tarde, podría dejarte de paso antes de ir al trabajo.
—Gracias, ma —murmuré, dedicándole una corta mirada.
Mamá era diferente cuando no estaba papá. Mamá simplemente se sentía como mamá. Se sentía nuevamente como un hogar. De igual forma, cuando ella era dulce y entusiasta conmigo, algo parecía pellizcarme el pecho. Como si no cuadrara, como si no me sintiera lista para ser agradecida. Inconscientemente, mi corazón seguía viviendo en cada recuerdo doloroso que nacía de su incomprensión. Papá la trataba mal, siempre fue así. Y no la culpo. Lamentablemente yo era el objetivo perfecto a la hora de desquitarse: torpe, distraída y sumisa.
Mamá no es mamá cuando está papá. Mamá sólo es mamá cuando siente libertad.
Estacionó a media cuadra de la cafetería y presionó el botón para destrabar las puertas. Prensé la mochila contra mi pecho y abrí la puerta torpemente. Los pensamientos me abrumaban y el nudo en mi garganta volvía a hacer presencia. Quería desearle un buen día, que compre las frutas más bonitas de la feria y que la quiero mucho.
—Nos vemos, ma. Gracias por traerme —le dije, bajando del auto y sosteniendo la puerta con mi mano libre. Me quedé de pie por un momento, viéndola a los ojos con una timidez impropia de una hija hacia su mamá.
—Suerte en el trabajo —ella respondió, sonriendo con los labios apretados.
Te quiero, ma. Te quiero muchísimo.
No pude pronunciarlo. El nudo dolía, apretando mis cuerdas vocales con una soga que iba tensándose cada vez más y más.
Le devolví la sonrisa y lentamente cerré la puerta.
Comencé a caminar en dirección al trabajo. Mis labios se apretaron con fuerza hasta formar una delgada y temblorosa línea. Cerré los ojos por unos segundos, aminorando el paso. Respiré con pesadez. ¿Por qué amar a alguien tiene que doler de este modo? ¿Realmente soy yo el problema? ¿O soy la consecuencia de una cadena de frustraciones que no me pertenecen?
Enjuagué mis ojos con las palmas de mi manos. Me detuve delante de la enorme puerta de vidrio de la cafetería. Respiré hondamente y seguidamente froté la manga de mi abrigo contra mi nariz humedecida. Logré ver a Edmond tras el mostrador, su codo estaba apoyado contra la superficie y su mano se encargaba de sostener su mejilla. Su cabeza se tambaleaba suavemente de lado a lado, como si estuviera a tres pestañeos de dormirse. Sus ojos estaban inmersos en el monitor de la pc.
Las campanillas advirtieron con mi presencia. Él giró el rostro en mi dirección, viéndome ya dentro.
—Hoy no trabajas, Loha. Es sábado —dijo con un tono bastante afónico, acompañando a esa mirada adormilada bastante bien.
—Pero mi mamá no sabe eso. —Me encogí de hombros—. Vine a hacerte compañía. Mi amiga no aprecia mucho la vida del madrugador.
Sus cejas se enarcaron y se señaló a sí mismo en un gesto divertido.
—¿Vas a pedirme un préstamo? —me cuestionó, soltando una pequeña risa nasal. Su espalda fue fundiéndose lentamente contra el respaldo de la banqueta y cruza los brazos.
—No. Ahora no —respondí, acercándome al mostrador.
—¿Ahora no? —Y soltó otra pequeña risa que no lograba desembocar en una real.
—Cuando sea necesario tendré que recurrir a ti. Pero sería en el peor de los casos. —Mis ojos se entornaron con un descaro que hasta resultaba gracioso. Deslicé las manos por la superficie de madera y fui recostándome contra él, cruzando los brazos y posando mi mentón sobre ellos.
—No soy un cajero, Lohane.
—Sólo cincuenta dólares, Eddy... —murmuré, pestañeando repetidas veces como una damisela de los años setenta. Mi dedo índice se arrastró por la barra, dibujando una línea invisible. Me gustaba joderle la vida. Hacerlo reír con mi sueño frustrado dirigido a la actuación.
Sus comisuras se ensancharon progresivamente. Primero torció sus labios en una enorme sonrisa y después vino la carcajada, apretándose las costillas con las yemas de los dedos.
—Jodete —dijo entre risas más cortas. Sus labios, a partir de ese momento, se mantuvieron curvados en una sutil sonrisa de labios apretados—. ¿Y qué harías con ese dinero? ¿Hmm?
—Me tomaría un tren —dije primero, titubeando.
—¿Hasta dónde?
—San Diego respondí —respondí con seguridad.
—¿San Diego? —Alzó las cejas—. Como a cinco o seis horas de aquí. ¿Y por qué? ¿Las playas?
—También. —Ladee la cabeza—. Quiero visitar los rascacielos más altos. Ver la ciudad desde allí —señalé el techo con mi dedo índice, como si la cima del edificio estuviera allí.
—¿Quieres ir de vacaciones con tus amigos?
—No. Quiero ir sola.
—¿Por qué? —cuestionó, como siempre.
—Que te importa.
Edmond soltó un gruñido y mordió la punta del bolígrafo que sostenía en su mano zurda.
—Pues es mi dinero.
Le di la razón asintiendo con la cabeza. Deshice el nudo de mis brazos y volví a erguir mi cuerpo. Ya me dolía la espalda por estar en esa posición.
—Quiero estar lejos de casa por un largo tiempo.
—Ya tendrás tiempo para eso.
—Entonces por un corto tiempo. —Me encogí de hombros, para ver si lo contentaba—. Unos días. Una semana a lo sumo.
Relamió su labio inferior y luego lo mordió por un breve instante. Mis ojos volvieron a subir hasta los suyos con cierta vergüenza. Él lo había notado, pero no dijo nada.
—¿Te llevas mal con tus papás?
—Algo así. Lo normal.
—Que aburrido ir sola. —Hizo una mueca.
—Entonces ven conmigo y deja de joderme el viaje —le contesté, cruzándome de brazos y frunciendo el ceño. Oh, qué fácil es irritarme.
—Me llevarías únicamente para que yo haga uso de los verdes —objetó con diversión, haciendo un gesto de dinero con el dedo pulgar e índice.
—Y porque tienes coche. —Lo señalé con una sonrisa fingida.
—¿Cuál pajarito fue el que te mintió? —Se reía a medida que iba poniéndose de pie. Guardó en el bolsillo de su delantal el anotador y el bolígrafo que yacían en la superficie trasera del mostrador, en donde estaba la caja y el monitor—. Bicicleta. Tómalo o déjalo.
Él bajó la vista y yo la subí, encontrando nuestros ojos. Ambos entrecerramos los ojos casi al mismo tiempo, como un duelo de pistoleros.
—Nos vamos hoy —dije entre dientes, como si fuera una amenaza.
—No —imitó mi tono.
Entornamos los ojos aún más, tanto que apenas podía ver una fracción de su nariz.
—Maldigo el día en el que naciste, Dechart. —Le di poder a mis palabras alzando mi mano en un puño.
—Maldigo la noche en la que se le pinchó el condón a tus padres, Lohane. —Me señaló, curvando sus comisuras hacia abajo y frunciendo el ceño tanto que apenas podía ver sus ojos.
Mis párpados se sellan e intenté contener la risa. Negué con la cabeza, dejando que mi temblorosa boca adoptara la sonrisa que tanto intentaba reprimir. Volví a abrir los ojos. Edmond también sonreía. Entonces reímos a la par.
—Deja de ser gracioso cuando no fuiste deseada —respondí con diversión, cosa que logró sacarle una carcajada más fuerte.
Di la media vuelta, viendo por encima de mi hombro la puerta de la cafetería. Todavía no llegaba nadie. Era un alivio. Los sábados por la mañana suelen ser tranquilos, pocos vienen a desayunar antes de las ocho. Menos en otoño e invierno.
—¿Entonces doy por hecho que iremos a San Diego? —le pregunté, volviendo a dirigir mis ojos hacia Edmond.
—Sí, tal vez. ¿Por qué no? —Se encogió de hombros. Ya se había tranquilizado, pero sus mejillas habían adoptado un leve color rosado.
—Ojalá no matarnos en el camino. Creo qué hay más posibilidades de que se me resbale un cuchillo sobre tu cabezota que morir accidentados —comenté, mientras arrastraba una banqueta hasta la barra que conectaba al mostrador. Edmond siguió mis movimientos, quedándose de pie al otro lado. Me senté a tumbos y solté un suspiro de satisfacción, dejando caer mi mochila a un costado—. Aunque bueno, después de todo sería un accidente.
—Que encantadora resultaste, eh.
Edmond se agachó y sacó el molinillo de las repisas inferiores de la barra; por lo visto haría café. Entre tanto, saqué mi celular del bolsillo trasero de mis pantalones, ya llevaba un buen rato haciéndome vibrar el culo.
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MI SEÑORA
hey
07:12
hola
07:13
hola hola hola hola
07:13
despierta ARRIBA
07:20
NOTICIAS DE ÚLTIMO
MOMENTO LOHANE
07:23
Por qué carajos estás
despierta a esta hora?
07:36 Visto
estaba viendo
Gilmore Girls
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Si no me parte un rayo
que me parta Dean
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Son las siete de la mañana
07:37 Visto
La noticia es de lo
bueno que está?
07:37 Visto
Otra vez?
07:37 Visto
primero que nada
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buenos días estrellita!!
07:38
la tierra te dice holaaaa
07:38
segundo, ven a visitarme
maldita puta
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y a lo que vine: nos invitaron
a la fiesta de Mika
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Nos?
07:38 Visto
a donde yo voy,
quiero que tú también
07:38
además le caes bien a su grupo
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No era necesario mentir
07:39 Visto
deja de comportarte
como si todo el mundo
te odiara
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eres tú quien odia al mundo
07:39
vas a venir conmigo, en serio
quiero que la pasemos bien
antes de la universidad
07:39
falta tan poco
07:39
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Aparté la vista de la pantalla, alzándola hasta dar con la silueta de Edmond. Estaba de espaldas, con las palmas adheridas al mármol de la encimera; esperaba a que el agua de la cafetera industrial se calentara.
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Puedo llevar a alguien?
07:41 Visto
mientras no sea una
perra que quiera reemplazar
mi lugar, sí 🙂
07:43
La perra es Edmond
07:43 Visto
vas a reemplazarme con
un varón??? cómo te da la
cara Bouchard???
07:43
Me refiero que es a
quien quiero llevar
07:43 Visto
así que caíste en los
desencantos del paliducho
07:43
ya era hora de conocer
al humo de nuestra relación
lésbica y pecaminosa
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iré a maquillarme en tu casa
así que espérame para
las diez
07:44
Vienes con Sarah?
07:44 Visto
yup
07:44
voy a dormir, buenas noches
07:44
te quiero, nos vemos de noche
07:44
Te quiero, descansa
esos ojos
07:44 No visto
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Dejé mi celular sobre la barra y me hundí sobre la banqueta, soltando un largo suspiro como si fuera un globo descinchándose.
El café se vertió lentamente en la taza de vidrio que Edmond había colocado bajo el grupo de mangos de extracción. El aroma iba acentuándose de a poco. Era reconfortante. El chico de cabello castaño esperó a que cayera la última gota y retiró la taza, acercándomela y dejándola delante de mí. Su color era intenso. Un aburrido y amargo expreso.
—¿Y la crema batida? ¿Y el azúcar? —le cuestioné, alzando la vista hasta dar con su rostro. Mis brazos se abrieron con una exagerada inconformidad e hice el gesto de un escupitajo al estilo Gordon Ramsay.
—Bébete el puto café y cierra la boca, Loha, —Bufó, echando la cabeza hacia atrás en busca de paciencia. No siempre le funcionaba lo de alinear sus astros y respirar hondo.
Me reí de su cara por un buen rato, y luego de abrir y verter tantos paquetitos de azúcar que podría considerarse un suicidio, di un trago cauteloso. Sabía horrible. Como odiaba el café solo.
Arrugué la cara tanto que me dolieron las mejillas y Edmond volteó los ojos, cruzándose de brazos al otro lado de la barra. Lo imité y otro bufido partió de sus labios. Quizá la próxima cosa que molería sería mi cráneo.
—¿Hoy harás algo? Más tarde —le pregunté, abriendo el cuarto paquetito de azúcar
Negó con la cabeza.
—Iremos a una fiesta. La mayoría son universitarios, te apuesto a que festejan Halloween. No pregunté, pero dudas no me faltan. Así que habrá más gente de tu edad que de la mía. —Hice una pausa para beber un poco más del café. Seguía sabiendo horrible, pero esta vez le hice buena cara—. Ven con nosotras. Iremos con dos amigas.
—Quizá no esté tan libre —respondió, sonriendo para molestarme.
—Vendrás con nosotras entonces.
—¿Tengo otra opción? —Levantó el ceño.
—Conmigo nunca la tienes, extraño
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