06 Quiérete
∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘
Los días siguieron su rumbo a un paso lento y tedioso. No supe más nada de Edmond Dechart, y al cabo de unas semanas ya había abandonado la idea de seguir conociéndolo. De tener la oportunidad de volver a conversar con alguien tan... distinto.
La lluvia acrecentó desde aquel encuentro en la cafetería, y esa misma condición climática fue la que provocó mi horrible apego hacia la cama. No quería salir de casa. Simplemente no quería hacer nada.
Mis párpados comenzaron a cerrarse de a poco. Eran las ocho de la mañana y aún estaba despierta, por suerte esta vez no fue por insomnio, sino porque unos minutos atrás estaba desangrándome en el baño. Bueno. Si lo cuento así, y teniendo en cuenta mi condición psicológica, uno puede pensar muchísimas cosas. Sin embargo, fue un conjunto de escenas que podrían ser descritas al igual que una lista de compras.
1. Sentí que un cuchillo atravesó mi estómago.
2. Me desperté.
3. Me retorcí.
4. Comencé a desangrarme.
5. Me arrastré desde mi cama hasta el baño.
6. Me senté en el inodoro.
7. Veo los tejidos de mi útero desmembrado sobre la tela de mis pantis blancas. Todo por no darle un bebé.
—¡No! ¡No! —exclamé.
Fin.
Ahora, volviendo al inicio de todo esto, yo seguía acurrucada entre las mantas, casi temblando por aquella decapitación uterina. Todo era perfecto, mi cuerpo empezaba a desprender más calor. Pero lamentablemente, la vida tenía que seguir su curso de imperfección, sintiendo que algo vibraba en mi culo... y no, no eran los puntazos que algunas veces se confundían con un taser entre medio de mis nalgas, sino que era mi celular. Comencé a escabullir mis manos debajo de mi propio cuerpo hasta alcanzarlo y sacarlo de ese sombrío lugar. Contesté la llamada de Micky y acerqué el celular a mi oído.
—¿Qué pasa? —susurré. Era raro que ella me llamase, y aún más raro que fuese por la mañana.
—Necesitamos hablar —dijo, y luego de un suspiro, añadió—: Te espero en la cafetería de siempre. ¿Cuento contigo?
—¿Ahora?
—Dentro de unos veinte minutos.
—Cuentas conmigo —acepté, seguido de un bostezo.
Ella fue la primera en cortar la llamada. Si bien Micky hacía el papel de mejor amiga, hermana, novia, y madre. En estos casos, cuando me cortaba la llamada antes de despedirse, era desagradablemente similar a papá.
Me levanté de la cama y pensé, si Micky decía veinte minutos, realmente se refiriera a cuarenta o casi cincuenta minutos. Empecé a vestirme, teniendo en mente que haría en los siguientes treinta minutos que me sobraban. Terminé de cepillar mis dientes y recogí todo mi cabello con uno de esos broches gigantes que usaban las abuelas, y que, por alguna razón, estaban de moda otra vez (qué bendición). Volví a mi habitación y me dirigí al escritorio que había acomodado frente a los pies de mi cama. Era pequeño y a la medida del colchón de una plaza. Primero levanté mis auriculares ocultos entre los apuntes del instituto, y luego de colocármelos, abrí uno de los cajones del escritorio y saqué una cinta de papel.
Comenzó a sonar August de Flipturn. Mis músculos se relajaron y mi densa respiración hizo aquel característico sonido de satisfacción.
Me arrodillé frente a mi cama y arrastré una caja de zapatillas Converse que guardaba debajo de ella. Abrí la caja y elegí tres pósters para adherirlos al decorado de mi habitación: una de la película "Fight Club", otra de la banda Gorillaz y una más de Tomoe, el personaje de un anime que veía en ese momento, llamado "Kamisama Hajimemashita". Era un ritual que tenía en su momento, cada dos o tres semanas, pegaba tres pósters en la pared de mi habitación. Había llegado a completar los espacios alrededor de la ventana de mi cama, por lo que me faltaba seguir por encima de la cabecera gris que iba a juego con las mantas.
Cuando llegaron las nueve menos cuarto, ya estaba saliendo de casa con el abrigo puffer rosa que Micky me había regalado en mi cumpleaños dieciséis. Tres minutos esperando el bus, y otros diez hasta llegar a la cafetería, y finalmente crucé la puerta dos minutos antes de las nueve.
Mientras quitaba el barro de mis botas, raspando las suelas contra el retazo de cartón puesto en la entrada, me di el tiempo de observar a Micky sentada a dos mesas delante de mí. Su rostro se reflejaba en el vidrio de la ventana junto a ella, siquiera llevaba maquillaje y... se veía increíble, con una piel sana y unos labios jugosos. Nunca parecía importarle mostrar una que otra marca de acné en su rostro, fuera de que no le gustase mucho el maquillaje, quería pensar que ella sabía cuánta era la belleza que emanaba. Teniendo una seguridad total acerca de aquellas "imperfecciones" adolescentes. No le importaba en lo más mínimo. Por otro lado, yo sigo siendo incapaz de salir a la calle sin la base puesta. Ella llevaba una blusa blanca y un abrigo de lana color lila, era del mismo tono que la liga con la que ató su esponjoso cabello.
Avancé hasta la mesa y apoyé las manos en la parte acolchonada de los sillones retro, sentándome delante de ella y saludando con un largo: «Hola».
—Hola —saludó, sonriéndome con una mirada más apagada. Parecía incómoda, y eso me preocupó.
—¿Qué pasa? —le pregunté, con el ceño levemente fruncido.
—Tenemos que hablar.
Parecía una madre. ¿Ven? Literalmente cumplía todos los roles de una familia casi funcional.
—Sí, me lo dijiste. —Asentí.
—Quiero saber... ya sabes. Qué es lo que sientes. Porque yo creo que —Respiró hondo— de alguna manera hicimos de cuenta que nunca pasó lo de... esa noche.
—No quiero.
Sentí como un ardor corroía dentro de mis fosas nasales. Mis emociones brincaban sobre cada una de las facciones de mi rostro, contrayéndose de un dolor incipiente.
—¿Qué? —preguntó con confusión.
—No puedo. No quiero hablar de esto.
—Loha, lo dejé pasar una vez, no creas que ahora habrá una segunda —dijo con suavidad, ascendiendo las manos desde su regazo hasta dejarlas sobre la mesa. Intentó agarrar las mías, no obstante, las aparté—. Mírame, Loha —murmuró, y con una expresión irritada logré levantar la vista hasta dar con sus ojos.
Mi pierna izquierda empezó a moverse, convirtiéndose en un repiqueteo cada vez más acelerado. Subía y bajaba tan rápido que parecía un espasmo muscular.
Mi boca se secó. Respirar me costaba.
—Estoy mejor.
—No me jodas con eso. Intentaste... —Fue bajando el volumen de su voz y por un momento pensé que no lo diría, pero prosiguió—: Intentaste suicidarte, Lohane. Te vi... Desvanecerte entre los brazos de tu mamá.
La respiración de Micky también flaqueó junto a su voz. La situación le enervó tanto que su propio pulso se aceleró, podía notarlo por la forma en que exhalaba el aire. En ella había una combinación entre impotencia y dolor. Estaba cansada de soportar mis mentiras, de solamente sentarse a ver como yo desaparecía debajo de mis propias sábanas. Quiso que dejase de ser alguien distinto de mí por al menos unos minutos.
—¿Qué es lo que esperas que pase, Loha? Dime. No entiendo. ¿Crees que dejarte estar y hundirte con tu propia miseria hará un cambio? ¿O estás esperando a que alguien venga y bese tus muñecas ensangrentadas, porque al fin y al cabo así se solucionan las cosas? —Sus labios gruesos se apretaron con fuerza, fundiéndose en una línea. Ella cerró los ojos por unos segundos, intentó recuperar la compostura, y al abrirlos de nuevo, pude notar como se humedecieron—. Yo no... no pienso quedarme a ver como te suicidas, Lohane.
El nudo en mi garganta me quitó el habla. Mi estómago se consumió a sí mismo, anulando cualquier indicio de apetito con el que había llegado.
«No pienso quedarme a ver como te suicidas», fueron palabras que nunca logré borrar de mi mente. Empujé mis rodillas con las palmas, intentando que mis piernas dejasen de temblar y se volvieran a anclar en el suelo.
No quería morir. Juro que no quería morir.
—No puedo —deletreé. Mi voz era incapaz de salir.
Me asfixiaba.
—Sí, sí puedes, Loha. No intentes luchar sola... yo estaré aquí. Para ti —dijo en voz baja, mientras que una pequeña lágrima recorría su pómulo y bajaba hasta su mandíbula—. Nunca podré entenderte. Y por más amor que sienta, hay cosas que no están a mi alcance. Si yo... —Tragó saliva con cierta dificultad— pudiera tragarme todo tu dolor, lo haría sin dudarlo, pero las cosas no funcionan así. No a largo plazo.
Ella notó como mi boca se entreabría en busca de poder expresarle lo que pensaba, y que aun así, las palabras no salían.
—Quiero que entiendas que en este momento ni tú, ni yo, tenemos el control absoluto de nuestra vida. Al menos no aún. Y esto no es desalentador, Loha, porque vamos a buscarle una solución a toda esta mierda y vas a pelear, ¿me escuchaste? —añadió. Sus fosas nasales se abrían y cerraban con rapidez. Parecía estar muy cerca de desmoronarse frente a mí.
Yo asentí con la cabeza. Mis labios permanecieron apretados, evitando que dentro de unos segundos se despertara un incontrolable sollozo.
No fui invisible... Micky lograba verme sin la necesidad de oír mis lamentos. No tuve que gritar. No tuve que llorar. Ella simplemente me vio.
—¿Me escuchaste, Lohane? —me preguntó una vez más.
Ambas nos vimos a los ojos. Fuimos transparentes la una a la otra.
Micky se inclinó un poco más hacia la mesa y colocó sus manos sobre la superficie, se observó las palmas, y volvió a dirigirme la mirada. Era un pacto. Una promesa que no debía romper.
—Te escuché. —Asentí con dificultad.
Alcé las manos y las coloqué a unos centímetros de las de ella. Mantuvimos el contacto visual por unos segundos más, y cuando ella me sonrió con una visible aflicción, entrelacé mis dedos con los suyos en busca de unir nuestras manos.
—Pelearé junto a ti, siempre y cuando me permitas estar a tu lado —susurró.
Cuando ella acarició el borde de mi muñeca, pude sentir un pinchazo. Bajé la mirada, viendo que en su mano zurda tenía una tarjeta que había hecho contacto contra mi palma.
—¿Qué es? —le pregunté.
Micky, en silencio, me ofreció la tarjeta.
Sostuve el pequeño rectángulo de cartón con mi mano libre. En la parte frontal estaba escrito el título Mental Health de un color rosa pastel, y de fondo el dibujo de una cabeza con pensamientos hechos un pajar. Young Min Lee, así era el nombre de la psicóloga.
—Dime que lo pensarás. —Su dedo pulgar seguía acariciando el corazón de mi palma.
—No tengo dinero.
—Vamos a... puedo ayudarte a conseguir algún trabajo de medio tiempo. Puedo preguntarle a mi papá si tiene algún conocido.
Respiré con dificultad. Mis mocos se habían vuelto agua. Era peor que estar resfriada.
—Lo intentaré —musité, más que nada por la vergüenza que me causaba haber estado a punto de llorar.
Los mocos aguados no tardaron en dejarme en evidencia.
—Está bien. —Asintió con la cabeza—. Iremos de a poquito.
La mañana transcurrió con serenidad. Yo me reí de que ella llorase como un renacuajo mojado (la verdad es que no creo que esos bichos lloren, pero bueno), y ella se burlaba del moco verde que goteaba de mi nariz. Ambas nos pedimos el mismo batido de banana e hicimos un pequeño brindis «Por una larga vida». Después de todo, ella era la larga vida que yo deseaba. Estar junto a ella, teniendo su hombro a mi lado. Porque durante años, Micky fue la única razón por la que yo era feliz, ella era esas ganas de seguir levantándome de la cama. Y me avergüenza tener que haber dependido de alguien para solamente sentirme bien, pero si no fuera por ella, quién sabe cuán fácil me hubiera sido morir. Micky re-completaba mi persona, y por más que quisiera explicárselo, ella nunca podría entender con cuál magnitud percibía esas hermosas sensaciones que su simple existir me causaba.
Luego de tener una tensa conversación, comimos sándwiches acompañados de batidos. Para mi sorpresa, Micky decidió pagar la primera y segunda ronda de esos batidos, ninguno de ellos fue del mismo sabor y los intercambiábamos cada tres sorbos.
El reloj de guitarra marcaba las 10:34.
—¿Y lo volviste a ver? —preguntó Micky, luego de que le contase cada detalle acerca de aquel inusual encuentro con el extraño.
Negué con la cabeza. Me hubiera gustado contestarle que sí.
—¿Y tienes su número?
Volví a negar.
—Estás jodida. —Resopló, echándose nuevamente contra el respaldo de cuerina. Le dio un sorbo largo al tercer batido, y mientras hablaba comenzó a desabrocharse el botón de sus jeans, íbamos a reventar—. ¿Probaste buscarlo en Instagram?
Asentí con los labios apretados.
—Este es un trabajo para mí. Años de carrera, nueve licenciaturas y dos títulos. —Se arrastró el dorso de la mano por la nariz, como un maleante—. Escribe su nombre y apellido en la servilleta. O al menos como crees que se escriba —pidió, empujando la servilleta hasta mi lado de la mesa.
—No vas a encontrar nada —contesté, riéndome con nerviosismo.
Ella me amenazó con un simple y fugaz gesto de delincuente. Por otro lado, sabiendo lo que me esperaba en el caso de que me negase, comencé a escribir su nombre con uno de los bolis que estaba tirado dentro de mi mochila. «Edmon Decart».Lo escribí y le devolví la servilleta. Micky alzó unas de sus cejas, vacilando con sus dedos en el teclado de su celular.
—Casi me olvido —dijo y levantó la mirada para poder hablarme—. Bueno. Ósea, no me olvidé. Pero no sabía si decirte. —Meció su cabeza de lado a lado.
Entrecerré los ojos e hice un gesto con la mano, indicándole que prosiguiera.
—¿Te acuerdas cuando nos encontramos con Aiden? Bueno, me escribió —me contó, arrugando la nariz y negando con la cabeza—. Fue ayer a la madrugada, por eso no te lo mencioné antes. ¿Raro, no? Después, y en pocas palabras, me dijo que había vuelto a la ciudad por las vacaciones de invierno y que quería solucionar las cosas contigo. Pero, no-es-una-queja-estoy-orgullosa-de-ti: lo bloqueaste en todas partes.
—Sí, ¿y? —dije, tragando con fuerza el sorbo que le había dado al batido.
Escuchar su nombre me daba hasta escalofríos, pero prefería ocultarlo, ya que el sentir sensaciones al escuchar el nombre de tu ex no parece ser bien visto. No sé si me explico. Es como si cualquier sensación o pensamiento lo ligaran con un sentimiento de amor, o un nerviosismo romántico. Vienen con esa premisa de mierda de «Donde hubo fuego, cenizas quedan», sin embargo, yo tenía una hermosa escoba y una enorme pala con la que me encantaba recoger la mierda.
—Habla con él, Loha. Perdón, no es por nada, pero sabes que tus papás andan ventilando lo de... el incidente. Y todo va de boca en boca aquí en Fresno. No creo que tenga ninguna mala intención más que... ayudarte a cerrar aquel ciclo que tuviste con él. No quiero meterme demasiado.
—Ya te metiste lo suficiente.
Mi respiración se agitó un poco, no podría oírlo, pero de igual forma me hacía doler el pecho. La contracción de cada respiración me apuñalaba los órganos.
«Cerrar uno de mis ciclos», pensé.
—No tengo nada para decirle —dije.
—Loha. —Hizo su malteada a un lado—. Reprimes tantas cosas, pero tantas cosas... Gritarlas, hablarlas, simplemente expresarlas, son un paso para poder soltarlas. No importa cuanta mierda le digas, si quieres puedes agarrarlo a los golpes o escupirle en la cara. Pero no creo que hacerlo te haga sentir mejor, por lo menos intenta conectar con él. Exprésale todo el dolor que él no supo escuchar. —Se relamió los labios, y recorrió el borde de su celular con el dedo índice.
—Está bien —contesté, expresándole mi inconformidad de igual forma.
—Entonces... —Micky entrecerró los ojos.
—Voy a... no sé. Voy a intentar hablar con él. —Solté un bufido de frustración—. No sé qué le voy a decir. «Hey, me hiciste mierda en el peor de los momentos y además desapareciste. ¿Cómo crees que me siento?».
—A mí me parece una excelente forma de empezar —añadió, sonriendo de mejilla a mejilla.
—A mí no.
Me gustaría comenzar a dejar preguntitas en cada tantos capítulos. Preguntas que quizás podrían servirle a otros lectores que estén pasando por situaciones semejantes, así que la pregunta de este capítulo es:
¿Alguna vez has recibido ayuda de profesionales? ¿Has notado algún cambio positivo? (puedes explayarte todo lo que quieras, me hace muy feliz poder leerlos).
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