Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XXXVIII

...

Danielle no tenía palabras después de lo que acababa de escuchar. La madre de Emilia estaba viva y lo más sorprendente era que ninguna de las dos sabía de la existencia de la otra. Tenía tantas dudas al respecto pero dejó que Navarro continuara.

—Mi madre intentó criar a Emilia como su hija. Pensó que podría hacerlo, pero ella comenzó a parecerse cada día más y más a Dalia. —Se llevó un sorbo de vino a los labios—. No pudo con eso. Lo que empezó como un trato humanitario o de hospicio se convirtieron en años de humillación y rechazo para esa pobre niña. Ella la aborreció hasta el último momento de su vida. No dejó que el viejo le dejara nada en su testamento porque en realidad a ella también le pertenecía. Estaban casados por bienes mancomunados y un divorcio no era opción para él, por eso nunca la dejó. Le habría quitado la mitad de todo. Sin embargo, Guillermo tenía un as bajo la manga.

»Después de la muerte de mamá le compró el corporativo. No era más que un edificio, pero tenía lo necesario para que Emilia empezara algo por su cuenta, lejos del imperio Navarro. Siempre fue inteligente, calculadora, seria en toda cuestión, educada, había aprendido de la mejor. Mi madre estaba empeñada en al menos hacerla una mujer de bien, que mi padre usara su belleza y así casarla con algún magnate para asegurarle la vida, pero mi hermanita tenía otros planes. Por suerte mamá murió antes de que conociera a Lucía. Habría hecho lo mismo que hizo con Dalia, arrancarla de su vida. Porque con ella... Jamás la vi sonreír así hasta que la conoció. Parecía que guardaba esa felicidad solo para ella. Pero, como bien sabes, las cosas terminaron.

»Para entonces Emilia le había probado a todos que era digna de ser una Navarro. Mi padre solamente le había dado un viejo edificio y ella se encargó de hacer del periódico un éxito a nivel nacional. Eso solo incrementó el odio de mis hermanos, estaban celosos porque decían que Guillermo nos había apoyado en todo; a ella y a mí. Pero, carajo, ¿quién se quedó con todas las empresas del viejo sino ellos? Y míralos, a punto de llevar todo a la mierda.

Umberto sonrió. Miró por primera vez en todo su monólogo a Danielle que parecía tan pasmada como antes. Sabía que tenía mucho que decir, así que esperaba con ansias aquella pregunta.

—¿Por qué me lo estás diciendo? ¿Qué se supone que haga?

—Porque si algo sale mal quiero que esta información llegue a ella y así tenga un lugar seguro al cual recurrir. Es momento de que sepa la verdad.

Navarro le mostró una de las hojas de los documentos, era un mapa impreso a color que daba la ubicación exacta de una residencia.

—Dalia Talamantes vive justo ahí, con su esposo y sus dos hijos. Es su pase de salida y ahora es tu responsabilidad hacérselo llegar. Si la amas, encontrarás el momento ideal para hacerlo.

Danielle sostuvo aquella hoja, miró el número, la ubicación. Esa dirección estaba al otro lado del mundo. En España, muy cerca de Francia.

Entendió entonces su propósito. Aquella noticia cambiaría por completo la vida de Emilia. No podía esperar para poder decírselo, pero tenía que ser prudente por indicaciones de Navarro.

—¿Por qué jamás le dijiste? ¿Por qué torturarla y engañarla todo este tiempo?

El hombre dejó su copa de lado, mirando el retrato de su madre que colgaba sobre su muro. Sus ojos azules le miraban fijamente, sabía cuán decepcionada estaría en ese momento de él.

—Se lo prometí a ella —dijo con una profunda melancolía en su voz— era mi madre después de todo. Una mujer llena de defectos y mil errores. Pero me amaba más de lo que jamás me amó mi padre.

Danielle podía entenderlo, a diferencia de su padre, Gloria siempre lo había considerado como el mejor de sus hijos. Además, el lazo filial entre él y Guillermo se había fracturado por el amor de una mujer. Por ese motivo había renunciado a cada centavo que le correspondía por herencia de su madre, y ahora se dedicaba a los negocios sucios.

—Además, esto puede ayudarte también a ti —continuó, señalando la carpeta con la información— serías el héroe de Emilia, la única persona que le ha dicho la verdad en toda su vida. Podría ayudarte si arruinas las cosas con ella.

Danielle tomó finalmente la carpeta, guardándola dentro del maletín que Navarro le había otorgado. Se sentía nerviosa, preocupada, miró la expresión serena de Umberto que encendía un puro cubano y se sentaba de nueva cuenta en su silla, como si llevara años listo esperando ese momento.

—Es por esto que proteges a Emilia. Por eso la seguiste como una sombra, por ella. Por Dalia. Por el amor que le tenías, ¿me equivoco?

Navarro lo aceptó, dejando escapar el humo de su puro.

—Sé que jamás podrá perdonarme cuando se entere de la bajeza que cometí al hacerle creer que su hija estaba muerta. Pero vale la pena, ambas están vivas, ¿no es eso un acto de amor?

Danielle no pudo evitar sentirse identificada. Había hecho muchas cosas estúpidas por amor, entre ellas mentir sobre sus verdaderos sentimientos o intenciones, extorsionar y violentar sin medida. Aún había muchas cosas que Emilia desconocía de ella y que verdaderamente podrían alejarla si es que se enteraba. Pero era consciente de que en algún punto la verdad saldría a la luz y esperaba que pudiera perdonarla.

—No tienes idea de cuánto lo entiendo...

Navarro se puso de pie, apagando el puro sobre su cenicero mientras se colocaba a un lado de Danielle, apoyándose ligeramente sobre su hombro, dispuesto a salir de su despacho.

—Ojalá hubiera tenido la oportunidad que te estoy brindando.

...

Danielle sostenía aquella carpeta en sus manos, recordando las palabras que Navarro le había dicho. Una parte de ella solo quería que Emilia supiera la verdad, para que se reencontrara con la mujer que ahora debía llamar madre. Sería un shock para ella, para ambas. Pero no podía imaginar la infinita felicidad que sentiría.

Se alistaba en su habitación para ir a su encuentro. Después de un mes sin verla estaba emocionada y hasta cierto punto un poco nerviosa. Pero estaba lista, totalmente preparada para aferrarse a ese amor de una vez por todas.

Escuchó los pasos de Grecia rumbo a la habitación, tomó los papeles colocándolos al lado de su buró.

—¿Estás lista?

Danielle afirmó. Miró el sencillo atuendo de su hermana, un suéter blanco que dejaba al descubierto sus hombros y unos jeans negros.

—¿Cómo te fue?

—Bien —respondió yendo hasta ella para tomarla de la mano—. Gracias a ti puedo mantenerme alejada de él otro par de semanas.

—¿Qué le dijiste?

—La verdad —continuó, con un tono de voz tranquilo—. Bueno, no como tal. Solo que estoy preocupada, que hace más de un mes que no sé de ti y que voy a empezar a buscarte.

—¿Y te creyó?

—Es un imbécil y mis dotes de actriz son extraordinarios. —Hizo un ademán con su mano y reparó en la carpeta que estaba en el buró de su hermana. Los documentos en papel no eran muy de su estilo—. ¿Qué es eso?

Danielle la tomó, antes de que ella se adelantara llevada por su invasiva curiosidad.

—Permisos para el nuevo bar. Nada importante. Me voy.

Grecia miró con algo de intriga ¿papeles del club? Por un instante sintió que la estaba subestimando. Ella no era Emilia Navarro como para caer en cada una de sus mentiras. Sin embargo, no hizo alarde, no le interesaba comenzar una discusión después de esas semanas de idilio. Así que se limitó a acomodar su saco y deslizar sus dedos por la solapa del mismo.

—Ten mucho cuidado, por favor. Dale su regalo, acuéstate con ella y vuelve, ¿de acuerdo?

Danielle sonrió, a veces era imposible comprender su delirante humor. Besó su frente con ternura mientras iniciaba su andar.

—Estaré bien. Quizá no regrese, pero, prometo llamarte.

Grecia sentía que el corazón se le encogía. A pesar de lo que dijera, en el fondo, aquello era doloroso y la sensación comenzaba a ser nauseabunda. Sin embargo, sabía que le tocaba estar en su papel de hermana esta vez. Su mirada se volvió hacia la cama, en donde una pequeña caja parecía olvidada entre las sábanas. Fue hasta la puerta y se dirigió a ella antes de que se marchara.

—Olvidas algo, genio.

Danielle volteó y se dio cuenta de la cajita que Grecia sostenía enfática. La lanzó y pudo atraparla con habilidad; le agradeció, y después de hacerle un último saludo militar salió del departamento.

Grecia suspiró. Observó las luces de aquella noche familiar y tradicional por la ventana del edificio. Pensó en que al menos comprar un árbol de Navidad habría sido buena idea, luces quizá, adornos en la puerta; en fin, cualquier cosa que le hiciera olvidar la melancolía del momento. Miró a su alrededor, aquel enorme departamento era en verdad frío y solitario. Solamente podía pensar en dormir y esperar otro día, esperar a que Danielle regresara como siempre.

Emilia había pasado la mitad del día en casa como todos sus cumpleaños. Ahora más que nunca sus deseos de celebrar estaban por los suelos. Durante dos días no tuvo noticias de Danielle, ni siquiera sabía si ya estaba de vuelta en la ciudad o continuaba de viaje. Sentía como si la relación se fragmentara cada vez más.

Suspiró, mirando su teléfono sin saber qué hacer. No quería ser demasiado insistente, aunque en realidad solo deseaba que apareciera con su enorme y hermosa sonrisa detrás de la puerta. Se recostó en el sofá, abriendo una botella de vino para empezar con su solitaria y solemne celebración.

—Feliz cumpleaños a mí —dijo, llevándose un largo trago de vino a la boca.

Terminaría como cada año desde su ruptura con Lucía, ebria en ese departamento, lamentándose la vida y deseando no despertar para cumplir un año más.

Comenzó a beber de la botella cuando de pronto escuchó que alguien tocaba a su puerta. No podía creerlo, quizá era Danielle y ella ni siquiera se había dado una ducha. Se apresuró a sujetarse el cabello con una improvisada coleta mientras corría a la puerta. Abrió y para su sorpresa se trataba de Lucía.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamó al tiempo que sonreía de oreja a oreja.

Emilia no esperaba aquella sorpresa no grata. No podía creer que precisamente ella estuviera ahí después de cinco años de no recibir ni un mensaje en esa fecha. Lucía intentó abrazarla pero descubrió un semblante poco amigable en el rostro de la rubia.

—Sé que no te gusta celebrar, pero, pasaba por una cafetería y lo vi. —Extendió ese delicioso pastel de frambuesas frente a ella—. Es tu favorito.

Emilia la observó. Tenía la ropa ligeramente mojada por la lluvia de la tarde. Estaba fría, podía pescar un resfriado si simplemente la dejaba ahí de pie en su puerta. La hizo pasar, Lucía entró quitándose los zapatos mojados. Observando como el departamento había cambiado en tan poco tiempo desde su última visita.

La dirigió hasta el comedor, le ofreció café para acompañar el pastel y finalmente una copa de vino una vez que descubrió que su compañía no le era tan desagradable. Para un alma solitaria como ella incluso eso era mejor que nada. Además, le hacía recordar lo maravilloso que era festejar esas fechas en el pasado. Se dirigieron a la sala, Lucía continuaba observando todo, el color del living era diferente, un poco más oscuro que antes.

—El departamento ha cambiado desde la última vez que estuve aquí.

—He hecho algunos ajustes, a Danielle no le gusta mucho la luz así que conseguí unas cortinas distintas. Y le gusta el arte. Me ha obsequiado algunas obras.

Lucía observó el horrible cuadro de los perros jugando póker. En realidad, no era algo que ella catalogaría como arte, así que dudaba mucho del gusto artístico de Danielle.

—Ya veo... —Estaba nerviosa, no sabía el motivo por el cual estaba ahí en realidad. Había tomado su automóvil y conducido sin darse cuenta de que su mente y corazón la llevaban a aquel destino. La verdad era que quería verla. No había dejado de pensar en ella desde lo sucedido en el viaje. Esos besos y esas caricias aún hacían estragos en su cabeza—. En realidad también vine porque quería disculparme contigo.

—No es necesario, solo olvidémoslo.

Lucía dejó su copa de lado, volteando ligeramente para poder apreciar su mirada.

—No, sí lo es. Tenías razón, soy muy egoísta al intervenir de esta forma en tu vida cuando fui yo quien te dijo una y mil veces que me olvidaras.

Emilia suspiró, negando mientras parecía volver su mirada a otro lado. No podía sostener aquellos ojos negros, ver su rostro era un suplicio.

—Ya no importa, Lucia. Solo dejémoslo, por favor.

—No puedo —continuó, con un nerviosismo en la voz que no sentía desde hacía años—. Estaba dispuesta a hacerlo, pero, después de lo que sucedió. Me diste razones para pensar que aún tenemos una oportunidad. Aún nos amamos, lo sé y lo sabes. No puedes negar que ese momento en el hotel lo fue todo.

Una mano de Lucía sujetó su barbilla, dirigiéndola hacia sus labios. Su respiración estaba agitada y demasiado cerca como para no imaginar lo que podía suceder. Emilia se alejó, quitó esa mano de su rostro poniéndose de pie mientras la observaba con una expresión de rabia. Dejarla entrar había sido un error.

Lucía la siguió, la tomó por la cintura con fuerza y la obligó a mirarla directo a los ojos.

—¡Yo sé que también lo sientes! ¡Lo nuestro no ha terminado!

Emilia tenía las manos sobre sus hombros, realmente necesitaba esa lejanía porque comenzaba a sentir que perdía la razón. Lucía era todo lo que había amado, lo que la había mantenido viva; que aún sintiera amor por ella era la revelación que esperaba desde hacía cinco años. Pero ahora, dentro de su corazón, también existía Danielle.

Lucía la miraba con una expresión de verdadero dolor. Recorriendo con sus dedos el contorno de sus labios. Sus ojos se cerraron, mientras comenzaba a entrar en un especie de frenesí. Dejó que se deslizara suavemente por su piel, quitándole cada una de las prendas como si deshojara una frágil flor. Los labios ardientes de Lucía tenían prisa por probar cada uno de sus rincones, un año y medio había pasado desde su última vez juntas. La tocaba con suavidad, conocía perfectamente los lugares que la enloquecían. Por primera vez en años había un empeño real en hacerla suya. Emilia comenzó a acariciar sus pechos, llevándoselos a la boca mientras recorría sus largas piernas. Su figura era delicada y percibir el aroma de su cuello la derretía. Su deliciosa saliva se quedaba impregnada en cada parte de su cuerpo, sintió sus manos escabullirse con locura hasta acariciar su vulva con dos dedos. Su respiración agitada, su rostro rojizo, sus ojos delirantes. Estaba disfrutándola. Lucía había dejado atrás a la chica que solía humillarla y recordarle lo despreciable que era mientras se la follaba, la que le pedía que se marchara de su casa después de sus encuentros, la que se negaba a besarla en su oficina o en cualquier lugar público. Aquella pesadilla ya no existía más, de nueva cuenta era su preciosa novia del colegio, su primera vez, el primer amor que finalmente había regresado. Tuvo ganas de llorar, se aferró a la espalda de su compañera mientras ésta la hacía suya. Recorriéndola de pies a cabeza como si quisiera borrar de su cuerpo las marcas de las manos que la habían tocado durante su ausencia.

Cuando terminaron, Emilia descubrió un sentimiento extraño que comenzaba a abordarla. Había soñado y añorado ese momento durante tanto tiempo que parecía irreal. Observó fijamente su rostro taciturno y supo que lo suyo ya había pasado; aunque su amor por ella estaba ahí, nada era lo mismo. Entonces lo comprendió, el amor es un sentimiento que cambia pero que no se apaga.

Se levantó de golpe, sintiendo como el estómago comenzaba a dolerle. Caminó con dirección hacia el baño, encendiendo la llave del lavamanos. Se aferró a este, analizando su reflejo. Se maldijo, entre lágrimas comenzó a condenarse por haber traicionado a la mujer que había curado sus heridas, a la única persona a quien en verdad le importaba esta vez.

—¿Estás bien?

Emilia puso el cerrojo rápidamente. Lucía tenía su oído sobre la puerta. Podía escuchar el sonido del agua así que comenzó a preocuparse porque su reacción no había sido natural.

—No, solo...—Intentó tranquilizarse, pero justo en ese instante el timbre sonó. Se colocó la bata con prisa y salió del baño pasando de largo sin mirar a Lucía que continuaba de pie.

Llegó a la puerta, abrió con rapidez y su corazón se detuvo súbitamente. Observó aquel rostro, con ligeras heridas, llevaba un traje color azul y una chaqueta negra. Sus ojos brillaron al verla y cuando pudo reaccionar ya tenía sus brazos sujetándola por la cintura y levantándola medio metro del suelo.

—Feliz cumpleaños, Diciembre, ¿me extrañaste?

Los labios de Danielle se unieron a los suyos, estaba en shock. Ni siquiera había abierto la boca para poder sentir su sabor. Tenerla ahí era un sueño, después de un mes de no verla era una verdadera sorpresa. Analizó su rostro, de nuevo había marcas y heridas en él.

—¿Qué te ocurrió? ¿Por qué no me dijiste que estabas de regreso?

Sus manos comenzaron a buscarla, intentó deshacerse de su bata pero descubrió una aterrada y desconocida resistencia en Emilia, así que se contuvo. Seguramente estaba molesta por sus dos días de ausencia y podía entenderla. Pero ahora estaba dispuesta a explicarle todo.

—Es una larga historia, tengo tanto que contarte. Pero solo quería venir a verte y poder abrazarte y besarte. —Esbozó una preciosa sonrisa mientras tomaba su cabello y lo colocaba detrás de su oreja—. Te eché tanto de menos, mi amor.

Después de haber imaginado lo peor, que jamás volvería a ver ese precioso rostro, esos ojos color cielo y besar su boca carmín, estaba decidida a darlo todo por su relación. Nada ni nadie iba a impedir que se entregara en cuerpo y alma a la mujer que ahora tenía enfrente. Pero entonces Emilia la detuvo, alejando sus tibias manos de su rostro y mirándola con esa expresión de dolor que hacía evidente que algo no estaba bien. Danielle estaba confundida, su reacción no era la que esperaba y no sabía qué hacer.

—¿Qué sucede? No pareces muy feliz de verme.

Emilia titubeó.

—No, no es eso, es solo que...

No pudo contener las lágrimas, sin darse cuenta su rostro estaba totalmente empapado y unos sollozos intensos salían de su pecho. Danielle echó un vistazo al departamento por primera vez desde su llegada. Había un par de copas de vino en la mesa de la sala, un poco de pastel y un par de tazas de café, reparó en la bata que llevaba Emilia. No tenía nada debajo, estaba desnuda. Era evidente que tenía compañía.

Le sonrió, no iba a ocultar su decepción mientras se paseaba por la sala y deslizaba suavemente un dedo por las copas de vino.

—Dime por favor que no es ella —pidió después de un momento de silencio en el que solamente los sollozos de Emilia podían escucharse. La rubia no contestó, así que fue hasta ella tomándola suavemente de los hombros para buscar sus ojos y poder ver la verdad—. Por favor, dime que esa rockstar regresó, que es alguien a quién encontraste en el supermercado o afuera del periódico. Lo que sea, Emilia. Pero por favor, solo dime que no es ella.

Emilia comenzó a llorar, se desvaneció hasta quedar hincada frente a Danielle que solo podía observarla. Su corazón estaba tan hecho pedazos que sintió que no le quedaban fuerzas para decir algo más.

—Lo siento, lo siento tanto.

Danielle suspiró, la levantó en un movimiento intentando tranquilizarla. No tenía caso hacer demasiado drama ahora. Finalmente había caído. No podía culparla. Recordó la frase que Navarro le había dicho y sin duda, se hacían muchas locuras por amor. Además, no era nadie para lanzar la primera piedra.

Escuchó que alguien se acercaba, descubrió a Lucia de pie frente a ellas. También usaba una bata y parecía tan asombrada como Emilia de su presencia.

Había estado escuchando la conversación, sabía que lo mejor era no intervenir pero le preocupaba lo que Danielle fuera capaz de hacer. Sin embargo, le sorprendió descubrir aquella reacción tan sosegada. Emilia no mentía al decirle que era muy comprensiva.

Sus miradas se cruzaron, Danielle sintió que algo en verdad oscuro buscaba escapar de su cuerpo al verla. Lo mejor era irse, no quería cometer una imprudencia ni dejarse llevar por el resentimiento. Caminó con dirección a la puerta de salida cuando Emilia la detuvo.

—Danielle, por favor déjame explicarte.

—No es necesario. Supongo que es así como las cosas deben ser, no puedo reprocharte nada.

Emilia negó, aferrándose a su cuerpo de piedra.

—No es lo que piensas, por favor, déjame explicarte.

Aquellas súplicas estaban muy cerca de doblegar su dolor. Pero necesitaba un respiro y estaba segura de que ella también. Finalmente había recuperado a la mujer que amaba, ella no tenía el valor de intervenir en su felicidad de esa forma. Emilia podía volver a ser la misma que le había contado que era cuando estaba con Lucía. Un ser lleno de luz y de tranquilidad con una verdadera razón para vivir.

La tomó por el rostro, limpiando sus lágrimas con sus pulgares mientras la acariciaba con mucha ternura.

—Está bien. De verdad. Solo deseo que seas feliz. —Plantó un beso tierno en su frente, sacando una elegante cajita de regalo de su saco para ponerla entre sus manos. Reanudó su camino, girando hacia Lucía que continuaba de pie envuelta por la nostalgia de aquella escena—. Más vale que hayas vuelto para quedarte.

Danielle continuó su camino, tenía que salir de ese departamento antes de que comenzara a derrumbarse. Volvió sus ojos al sentir la mirada de Emilia en su espalda. Aquella era una despedida y aunque las odiara sabía que era inevitable hacerlo.

—Adiós, Diciembre.

El sonido de aquella puerta cerrándose marcaba el final definitivo.

Emilia se dejó caer en el suelo, destrozada y fuera de sí. Su llanto era como una bola de lava incontenible que le rasgaba la garganta hasta las entrañas. Jamás imaginó que sería tan doloroso perderla. El amor que sentía por ella ahora estaba por sobre todo lo que creía conocer de ese sentimiento. Era consciente de lo que acababa de perder, estaba segura de que Danielle no volvería como Lucía. No se prestaría a ese juego de amantes vengativos y aunque lo hiciera no estaba dispuesta a conformarse con que fuera solo su amante. La amaba como jamás había amado a nadie más, en ella había encontrado la fórmula para ser feliz y rehacer su vida. Es por eso que esta vez no renunciaría con tanta facilidad.

Lucía la observaba en silencio, jamás la había visto llorar de esa forma. Ni siquiera en el funeral de su padre, menos aún cuando habían terminado su relación.

Después de un rato, todo eran sollozos. Estaba sentada sobre su sofá mirando los pequeños copos de nieve que empezaban a caer. Se percató de que Lucía se inclinaba hacia ella, ya estaba vestida y lista para marcharse.

—Lo lograste... —afirmó, observando las gruesas lágrimas que resbalaban hasta su barbilla—. Me olvidaste.

La rubia fue hasta ella tomándola del saco para azotarla contra la pared. Estaba furiosa, sentía que necesitaba descargar todo su dolor pero ya ni siquiera valía la pena. Jaló con fuerza de su cuello la cadena que hacía cinco años le había regalado. Tomó el colguije y lo lanzó directo a su pecho.

—Vete, no quiero volver a verte. ¡Lárgate!

Lucía asintió. Se inclinó para tomar el collar y guardarlo en su bolsillo. Estaba triste, no iba a negarlo pero sentía que se lo merecía. Finalmente ver libre a Emilia era como un sentimiento agridulce para su corazón. Ya no tenía nada más que hacer ahí, ese círculo se había cerrado por completo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro