XXXVII
...
—Necesito que por favor llenes esto. Debe estar listo para la reunión de mi padre dentro de dos días, ¿puedes hacerlo?
Dalia arqueó una ceja. Jamás le había quedado mal en una petición al director y aun así continuaba haciendo ese tipo de preguntas.
—Lo tendrá mañana, director.
Umberto esbozó una sonrisa socarrona al ver esa expresión segura con la que se había dirigido a él.
—Mi padre está muy conforme con tu trabajo. Y a decir verdad yo también. No creí que fueras tan eficiente.
—¿Es porque usaba un horrible traje de oficina cuando me conoció?
El chico había soltado una carcajada. Descubrió que Dalia también sonreía y fue como si su corazón se detuviera de golpe. Umberto no era ajeno a su belleza y sus encantos. Después de algunos meses la joven había despertado en él un sentimiento que desconocía, su relación con ella se había convertido en algo cercano, tanto que sentía que podían hablar de cualquier cosa y simplemente encontraba en su compañía una tranquilidad inexplicable.
—Aun sigues teniendo un pésimo gusto. Pero al menos las telas se ven de mejor calidad.
—Se lo diré a mi sastre —continuó, haciendo un mohín mientras iba hacia la estantería de la oficina del presidente a colocar un cuaderno de cotizaciones.
Era su oportunidad. Sabía que era el momento de decirlo, pero realmente no sabía si tendría el valor.
— Dalia... —dijo carraspeando ligeramente—. Yo...quería preguntarte algo.
La chica había detenido su labor cuando de pronto escucharon que alguien se dirigía hasta ellos.
—Umberto, hijo. —Una mujer castaña con un rostro divino había aparecido, se acercó a el joven besando sus dos mejillas—. Busco a tu padre. No sé por qué no me contesta su teléfono y al parecer sigue sin asistente.
Dalia colocó la carpeta sobre el estante. Había pasado todo el día en la oficina acomodando los archivos sin estar al pendiente del teléfono. Sabía que a Guillermo no le molestaba en absoluto, le había escuchado decir en más de una ocasión que entre menos citas tuviera agendadas mayor era su tranquilidad.
A Gloria no le tomó mucho tiempo percatarse de la presencia de esa señorita. Tenía un rostro precioso, buenas curvas y un delicado talle de cintura. Lucía como la clase de mujer que volvería loco a cualquiera. Y por lo que había visto su hijo no era la excepción.
—Tengo que irme. Prometí llegar a la asociación antes del mediodía. Dile a tu padre que se comunique conmigo cuanto antes.
La mujer se despidió de su hijo. Fue como si Dalia fuera solamente parte de un adorno más de aquella oficina. Había sido un gesto grosero, pero no le importaba. Durante toda su vida solitaria había aprendido a lidiar con ese tipo de desplantes, nada que no pudiera superar.
—Lo siento —se disculpó el joven, después de la abrupta interrupción de su madre.
—No te preocupes. Volveré a mi lugar.
Dalia caminó de regreso a su escritorio. Mientras que Umberto le seguía con la mirada. No supo en qué momento había pasado, pero ahora era como si sus ojos no pudieran ver a nadie más que a Dalia Talamantes. Un naciente amor se anidaba en su corazón con insistencia.
***
Seis meses habían pasado desde su ingreso como asistente a esa prestigiosa empresa. Las cosas marchaban más que bien, ganaba lo suficiente como para cambiarse de departamento y adoptar un perro más, pero su intención era ahorrar lo necesario para finalmente iniciar un negocio propio que tenía en mente desde hacía años.
—¿Así que eso te gustaría? ¿Una empresa de qué?
—Flores. Arreglos, exportación de plantas exóticas.
—No parece el mejor de los mercados.
Le sonrió, dejando de lado el popote de su refresco mientras miraba la extrañada expresión del presidente.
—Es más que un negocio, es una promesa. A mi madre le encantaban las flores, tenía un jardín inmenso y siempre quiso poder compartir sus tips sobre como mantener la belleza de sus plantas durante todo el año. Pero cuando falleció todas esas flores se marchitaron.
Guillermo observó esa expresión melancólica en sus ojos. La sujetó de la barbilla acariciando su mejilla con ternura.
—Estoy seguro de que podrás hacerlo. Yo te ayudaré. Es mi promesa para ti.
Dalia sintió aquella mano suave acariciar su piel. Era la primera vez que un contacto tan directo pasaba entre ellos. Intentó aferrarse un poco más a su repentina caricia, observando la expresión extasiada de Guillermo que parecía tan seducido como ella con aquel ligero roce.
—¿Necesitan algo más? —El mesero había llegado de pronto, provocando que diera un brinco y alejara la mano del hombre de su rostro.
—La cuenta, por favor.
Guillermo la llevó hasta su departamento, era tarde así que se negó a dejarla ir en autobús a pesar de su absurda petición. En esos meses algo había vuelto a revivir en su viejo y cansado corazón. La presencia de Dalia en su vida le había dado un giro a todo. Ya no podía seguir ocultando sus sentimientos a pesar de lo que estos podría ocasionar.
—¿Vives aquí?
Dalia asintió. Sabía que no era el edificio más elegante de todos, pero era mejor que volver a casa de su tía y dormir en el sótano.
—En el segundo piso. No es nada elegante, pero me siento cómoda.
—Es lo más importante —continuó Guillermo, lanzando un largo suspiro—, de nada sirve tener una casa inmensa si no eres capaz de respirar en ella.
Era la primera vez que lo escuchaba hablar sobre él. Por lo general no expresaba mucho sobre su vida privada y con lo que acababa de decirle era evidente que Guillermo Navarro no era un hombre feliz.
—¿Tan malo es?
Suspiró, bajando la mirada.
—A veces pienso que nada tiene sentido. Creí que era feliz, que estaba enamorado. Es triste darte cuenta que le has entregado años de tu vida a la persona equivocada.
Dalia no podía dejar de mirarlo. Jamás había visto esa expresión tan llena de dolor y nostalgia en sus preciosos ojos de cielo. Ahora entendía porque en ocasiones pensaba en él como un barco sin puerto. Guillermo era un velero perdido en el océano y ella en ocasiones añoraba convertirse en su faro.
—Aún estás a tiempo. Puedes solucionar tu vida.
El hombre negó, aferrando sus manos al volante de su increíble auto deportivo.
—Ya no tiene solución. Dejé pasar muchos años.
—Aún puedes ser feliz, enamorarte de alguien más y rehacer tu vida.
Guillermo le regaló una sonrisa. En realidad, amaba su optimismo, reflejo puro de su juventud. Sus ojos estaban fijos en ella, podía ver cómo su pecho se elevaba con velocidad como si se le dificultara respirar. Se sintió seducido por su cercanía, su aroma, se deslizó hasta llegar a ella con un único propósito mientras rozaba intencionalmente las medias que cubrían sus piernas.
Dalia cerró los ojos, podía sentir el aliento de Guillermo rozando sus mejillas, una de sus manos se aferró a su rostro mientras que la otra la sujetaba con fuerza del hombro.
Sus labios se encontraron en un apasionado beso y Dalia dejó que aquel sentimiento la embarga por completo. Las manos de Guillermo la recorrían de pies a cabeza y de un momento a otro estaba tan inmersa en él que solo podía pensar en tenerlo. No le importaba si estaba casado, si tenía el doble de su edad, lo que sentía por él era mágico e iba más allá de su dinero y su poder.
Lo dirigió a su departamento atrapada por el deseo de su pasión. Sintió el vigor de aquel hombre maduro sobre ella, experto, cuidadoso y sumamente tierno a pesar del fuego que desbordaba su encuentro. Era como si la alegría volviera de pronto a ella después de años de soledad y tristeza. Por primera vez sentía que estaba enamorada.
***
No podía creer que Guillermo Navarro estuviera recostado en su cama, acariciando su espalda y besando sus mejillas con ternura.
—Te amo.
—Imposible —le contestó, llevándola despacio hasta sus labios—. Nadie tan hermosa como tú amaría a un viejo como yo.
Dalia empezó a reír, alejándose de su abrazo para lanzarle una mirada reprobatoria.
—¿No podrías decir solo yo también?
Guillermo le correspondió aquella sonrisa. Pero en un punto se había quedado taciturno como si de pronto por su mente solo pasara una cosa.
—¿Qué piensas? —le cuestionó, volviendo hasta él.
—En que no quiero seguir viviendo así. Le pediré el divorcio.
Dalia hizo una expresión preocupada. Había visto un par de veces a la esposa del hombre que estaba sobre su cama. Era una mujer dominante que llamaba a la oficina solo para asegurarse de que su marido estuviera en la empresa y constantemente iba a buscarlo de forma personal solo para atosigarlo. Era evidente que aquello no era un matrimonio feliz y que su relación estaba marchita por los años. La separación no sería fácil para Guillermo.
—Haz lo que creas necesario para ser feliz. Yo... no puedo pedirte nada. La decisión es solo tuya.
Navarro suspiró. Su preocupación no solamente era el proceso del divorcio, sino el peligro en el que podía meter a Dalia si Gloria se enteraba de que tenían una relación. Conocía bien a su mujer, era capaz de todo.
—Tú eres mi decisión. Ahora solamente veo mi vida a tu lado.
Guillermo la envolvió en un ligero beso, mientras sus brazos se encargaban de cobijarla. Dalia sabía que lo peor estaba por venir. Siendo la amante de un hombre casado y poderoso las cosas no serían sencillas. Pero ya era tarde, se había entregado a él en cuerpo y alma.
***
—¿Te pasa algo? no viniste a la oficina.
Dalia sostenía enfática el teléfono. No podía dejar de llorar, había llamado solamente para escuchar una voz de confianza y no podía pensar en nadie más que en Umberto.
—Voy para tu casa ¿sí? Tranquilízate.
Umberto había llegado en menos de cinco minutos, encontró a una Dalia cabizbaja, con los ojos hinchados y una expresión de dolor que opacaba el brillo de su hermosura.
—¿Vas a decirme que te pasó?
Descubrió que simplemente no podía. Su amistad con Umberto había crecido mucho en todo ese tiempo. Más que un jefe ahora lo consideraba un buen amigo. Tenía la confianza suficiente como para darle la noticia, pero sabía que no podía ser completamente sincera.
—Creo que estoy embarazada.
Umberto la miró fijamente. Cerrando los ojos y moviendo la cabeza de un lado al otro, como si lo que acababa de escuchar fuera una alucinación.
—¿De quién es?
Dalia contuvo su sollozo, mirándolo con terror. Se dejó caer débilmente hasta aferrarse a las piernas del chico que la miraba con dolor.
—Lo siento, en verdad lo lamento, Umberto.
Ahora podía imaginarlo. No le había tomado mucho tiempo descubrir que ella y su padre tenían una relación. Era un maldito, lo que acababa de hacerle a Dalia era algo que jamás podría perdonarle. La tomó de los hombros, levantándola para mirar sus ojos. Aunque sintiera toda esa rabia y dolor no podía dejarla sola. La amaba, y su amor era tan grande que sería capaz de todo.
—Yo puedo hacerme cargo. Le diremos a todos que el bebé es mío.
Dalia era consciente de que eso no podía pasar, no solamente porque Guillermo lo impediría sino porque sabía que Umberto era el hijo preferido de Gloria. La mujer iría detrás de ella y comenzaría una guerra. Como fuera, debían mantenerlo en secreto.
***
Un mes pasó desde que Dalia se había enterado de su embarazo. Guillermo no lo tomó a mal, para él otro hijo más era un regalo de la vida. Le prometió que siempre velaría por aquella criatura y por ella. Que la amaba y ahora más que nunca quería que tuvieran una vida juntos. Las cosas con su esposa iban mal desde años atrás, le pidió a Dalia un poco de tiempo para poder terminar aquella tormentosa relación de la forma más pacífica posible. Pero las cosas comenzaron a salirse de control.
Mientras estaba terminando unos pendientes en su escritorio escuchó unos pasos apresurados llegar hasta ella. Sintió el golpe frío de una mano sobre su mejilla que la hizo girar y caer con rudeza al piso.
Subió la mirada y encontró a la esposa de su jefe frente a ella. Con esos ojos trémulos y cargados de desprecio que atravesaban su piel.
—No eres más que una mocosa arribista. Lo único que te interesa es el dinero y los lujos a los que te ha acostumbrado mi marido, ¿te acuestas con él en hoteles lujosos? ¿te lleva a preciosos restaurantes?
Gloria hablaba con un tono elevado de voz. Algunas personas habían salido de sus cubículos para observar aquella discusión. Estaba avergonzada pero no podía dejar que siguiera humillándola así.
—No me interesa en lo más mínimo su dinero, no me ofenda.
—¿Entonces lo amas? ¿acaso crees que eres la primera mujer con la que me engaña? No seas ingenua y estúpida, niña.
La joven no dijo nada. Aquellas palabras golpeaban con fuerza su corazón. Sin duda lo amaba, pero después de aquella revelación sus sentimientos estaban al borde. Gloria continuó.
—Ni tú ni ese bastardo que llevas en el vientre van a arruinar mis planes. Nada de esto será para él ni para ti. Mis hijos son los verdaderos y únicos herederos de Guillermo Navarro. —La mujer se precipitó, tomándola del brazo con violencia—. Primero te mato antes de que intentes quitarles lo que es suyo.
Umberto apareció en la escena, pudo intervenir y alejar a su madre mientras esta intentaba con todas sus fuerzas aferrarse a Dalia.
—¡Madre, te lo suplico! ¡No es el momento!
La mujer se detuvo ante el forcejeo. Miró a su hijo, con fuego en los ojos.
—¡Deja de defender a esta cualquiera! ¡Qué no ves que busca alejarnos de tu padre!
—No me interesa lo que pase con él. Quiero que dejes de hacer esto... —sentenció mirando por el hombro a las personas que curiosas observaban la escena—. Me avergüenzas.
Gloria hizo un gesto digno. Umberto era su hijo menor, el tesoro de su vida. No amaba a nadie como amaba al más pequeño de sus hijos. Aquellas palabras la hirieron en lo más profundo de su corazón. Se dio la media vuelta sin decir nada más.
Segundos después Dalia corrió hasta los brazos de Umberto, sollozaba sobre su pecho aferrada con fuerza. Aquella mujer la había humillado, jamás se había sentido tan avergonzada en su vida y ahora toda la empresa sabía sobre su embarazo y su relación con el jefe.
Después de un rato comenzó a guardar sus cosas, no quería volver ahí jamás. A pesar de que Umberto insistía sabía que no podía hacerla ceder y que de alguna forma mantenerse lejos de su padre era lo mejor.
Pero la noticia voló hasta Guillermo, quien había dejado una reunión de negocios para ir a su oficina y cerciorarse que estuviera bien.
—¿Qué haces? —le preguntó, mientras la veía acomodar y guardar sus cosas en una caja.
—Me marcho. No quiero seguir aquí. No puedo, Guillermo. Mi corazón no lo soporta.
—¿De qué hablas? ¿Lo dices por Gloria? Esa mujer está loca, Dalia. Te lo dije. Sabe perfectamente que no quiero estar con ella.
—¡Y aun así sigues a su lado! —El sonido de su voz había sido contundente, las lágrimas cubrieron sus hinchados ojos y se había derrumbado junto al escritorio. Sintió como los brazos de Guillermo intentaban sostenerla pero simplemente se lo impidió.— No necesito nada de ti. Lo único que quería era una vida contigo. Fui una tonta al creer que me preferirías a mí.
Guillermo estaba llorando, se aferraba a su cintura, besando su vientre con ternura como si fuera un niño indefenso.
—Te amo, juro que es verdad. Lo que sea que te haya dicho Gloria es mentira. Jamás había sentido esto que siento por ti. Voy a dejarla, lo prometo. Hablaré con los abogados mañana mismo.
Dalia lo miró con compasión, en ese momento no sabía si creerle o no. Lo que sí era seguro es que no podía pasar un instante más ahí. Las miradas la atravesaban, sentía que ese lugar no era seguro ya. Tomó sus cosas y volvió a su departamento, sus sueños se habían derrumbado una vez más.
***
Pasó varios días en ese lugar, sin un empleo y con un bebé en puerta las cosas se habían complicado el doble. No sabía qué hacer. Su única opción hasta ese momento era esperar a que naciera su hijo para así finalmente tomar sus cosas y marcharse a otra ciudad, quizá volver con sus tíos y comenzar desde cero. Estaba aterrada, pero sabía que podía lograrlo, lo había hecho cientos de veces desde la muerte de sus padres. No necesitaba a nadie más que a ese bebé que llevaba consigo, ahora él era todo lo que tenía en su vida.
Las cosas con Guillermo volvieron a ser pacíficas. Su relación no era como antes, pero al menos había asumido su responsabilidad y estaba dispuesto a apoyarla en todo. Pagó las citas con el ginecólogo y los mejores especialistas, estaba al pendiente de que nada le faltara y le había asegurado un parto en un hospital privado para que todo saliera mejor de lo que esperaban.
Todo parecía estar bien a excepción de su relación con Umberto. El hijo de Guillermo había tomado una considerable distancia con su padre, y era lo que Dalia más lamentaba. Sin embargo, en ocasiones recibía sus llamadas y platicaban por largas horas sobre el proceso del bebé y los más recientes chismes de la empresa como dos buenos amigos.
—¿Es una niña?
—Sí, ayer me lo confirmó el médico. La llamaré Emilia, como mi madre.
—Me alegro, Dalia, es un lindo nombre. ¿No te dieron fecha de nacimiento?
—Es probable que nazca en enero. Hará un frío infernal en esta ciudad y eso me tiene preocupada.
—Me encargaré de instalar una calefacción en tu horrible departamento —continuó el chico, contagiándola con su alegría. Pero aún había algo que le inquietaba—... dime algo, ¿papá sigue viéndote?
Intentó negarlo, pero Umberto era demasiado perspicaz para ese tipo de situaciones aun a través de un teléfono.
—Debes ser cuidadosa, mi madre sospecha que así es. Mi padre se comporta como un maldito adolescente imprudente.
Dalia rio. También ella lo creía. En algunas ocasiones parecía que Umberto era el padre de Guillermo y no al revés. El joven siempre se había mostrado preocupado por ella y la bebé.
—Seguro serías mejor padre que él, ¿no es así?
El chico se había quedado en silencio. Lo habría sido. Si esa hija que llevaba en el vientre hubiera sido suya las cosas serían muy distintas. Y nada de eso estaría sucediendo porque él se encargaría de protegerlas a pesar del yugo de su madre. Se las habría ingeniado, como continuaba haciéndolo hasta ahora, para mantener a Gloria sosegada.
—Tengo que irme. Debo volver a la oficina, si necesitas algo solo pídelo.
—Gracias, Umberto. Te quiero. Nos vemos luego.
—Nos vemos.
***
Las aguas estaban aparentemente tranquilas hasta ese momento, sin embargo, los planes de Gloria eran otros. Estaba segura de que su marido aún mantenía contacto con esa mujer así que contrató a alguien para que lo siguiera. Sabía que había destinado una suma considerable de dinero al parto de Dalia y que su cariño por aquella hija había crecido considerablemente en los últimos meses a pesar de su "ruptura" con ella.
Un terrible odio se había anidado en su pecho desde entonces. No podía pensar en nada más que en la forma de deshacerse de aquel producto que podía interponerse en sus planes. No podía permitir que una mujer como Dalia se saliera con la suya tan fácilmente. No después de haberse burlado de ella y su honor como la mujer de Guillermo Navarro.
Llamó a un viejo conocido, alguien que no sería capaz de negarse a su jugoso y terrible negocio. Tomó el teléfono y marcó un largo número.
—Tengo un trabajo para ti.
***
Dalia solía dar largos paseos por la Alameda cuando el clima se lo permitía, sabía que mantenerse activa podía ayudar a disminuir el riesgo en el parto. La Alameda quedaba solo a un par de minutos de su departamento, así que ir a distraerse en ese lugar era algo que disfrutaba. También le gustaba ir de compras, lo hacía para tener todo lo necesario para cuando su hija naciera. Guillermo le había dado una tarjeta para que solventara las cosas que necesitaba. Tenía la cuna, la habitación, pañales, biberones, todo lo necesario y más. Era una experiencia nueva y curiosamente bastante satisfactoria a pesar de la situación en la que se encontraba. Guillermo había iniciado la demanda de divorcio pero el proceso era tardío y con Gloria haciendo hasta lo imposible por impedirlo sabía cuán desgastante podía ser para él. Por eso prefería no cuestionarlo y solo concentrarse en la preciosa vida que llevaba en su vientre; no podía esperar para conocerla.
Un día, mientras caminaba como cada mañana por aquella plaza sintió que alguien le seguía detrás. Apresuró su paso, pasando por entre unos enormes árboles ciprés. Cambiando la ruta para cerciorarse de que no la siguiera, pero el sujeto hizo lo mismo y fue detrás de ella. Había pocas personas en ese lugar, trato de correr en un intento de encontrar a alguien que pudiera ayudarle, pero su trote era lento y había perdido el aliento. Se sostuvo de un roble cuando sintió que el sujeto la embestía por la espalda haciéndola caer al suelo con fuerza. El cuerpo del hombre estaba sobre ella. Quiso gritar pero el sujeto había comenzado a golpear su vientre con fuerza. Las patadas impactaron directo en su costilla y por más que intentaba cubrirse los golpes era inevitable.
—¡Basta! ¡Te lo suplico!
Finalmente quedó inconsciente. El hombre encapuchado logró darse a la fuga y no fue hasta pasado un rato que una pareja de ancianos la encontraron entre unos matorrales. Tenía sangre por todo su pants y de inmediato la llevaron al hospital.
***
Umberto fue el primero en recibir la noticia ya que era su contacto de emergencia, él se encargó de avisarle a su padre y de inmediato fueron al hospital en donde se recuperaba. Era navidad, así que el tráfico era un problema y curiosamente el hospital estaba a reventar. Llegaron al mismo tiempo y el médico los interceptó para informarles sobre el estado actual de Dalia.
—La situación es grave. Estamos intentando salvar al bebé pero, ella perdió mucha sangre, así que es probable que ninguna de las dos sobreviva.
Guillermo se había dejado caer sobre el asiento. Estaba lacio y pálido. Su hijo lo miró fijamente sintiendo una rabia inmensa en su pecho.
—Todo esto es tu culpa, ¡arruinaste su vida!
El hombre levantó su rostro, observando cómo un par de lágrimas se formaban en los ojos de su hijo, de su pequeño hijo de hierro, a quien incluso de niño había visto llorar pocas veces. No podía creer lo destrozado que estaba.
—¿La amas? —le preguntó, con un hilo de voz mientras observaba aquella escena.
Umberto asintió. Temblando por la rabia y la repentina confesión que acababa de hacerle a su padre. Guillermo intentó consolarlo pero el chico lo alejó.
—Si algo le pasa, a ella o a esa bebé será tu culpa. ¡Todo será tu maldita culpa y jamás voy a perdonarte!
Escucharon unos pasos acercándose hasta ellos. Era Gloria, su madre. Caminaba tranquila por el pasillo y se colocó justo enseguida de su hijo como si quisiera consolarlo.
—Es una pena que esto sucediera. No sabes cuánto lo siento, Guillermo.
Navarro se puso de pie, miró altivamente a su mujer y fue hasta ella sujetándola del cuello con una brutalidad inesperada. Umberto intercedió, intentó alejarlo, pero el viejo era fuerte como un joven ahora.
—¡Maldita serpiente! ¡Mujer sin corazón!
Algunos miembros de seguridad habían llegado hasta ellos. Lograron quitarle a la mujer de entre los brazos mientras lo sacaban de la sala sin excepción.
Una vez afuera, y después de un rato de no dirigirse ninguna palabra, Gloria habló.
—Aléjala de nuestras vidas, Guillermo.
Estaban sentados en una mesa de aquella cafetería solitaria. Umberto miró de pronto a su madre y luego titubeó en la reacción de su padre.
—No quiero.
—¡Hazlo! —suplicó, con lágrimas en los ojos—. ¡Deja de humillarme y hazlo!
Gloria se había quebrado, sollozaba con fuerza mientras se aferraba al pañuelo que llevaba en la mano y golpeaba la mesa reiteradas veces.
—Quiero a mi hija...
La mujer se detuvo. Suspiró, mirando fijamente a su hijo, que era el mayor de sus tesoros. Sabía que esa pequeña no tenía la culpa, como tampoco la tenía Umberto de tener un padre tan desconsiderado. Iba a darle una oportunidad, por el amor que aún le tenía, para salvar al fin ese matrimonio que era una farsa.
Su mente empezó a confabular el plan que terminaría por convertir la vida de Emilia en el infierno que había sido. Y aunque en un inicio Guillermo se había negado al plan de su mujer, estaba consciente de que era lo mejor. Gloria estaba loca, si no se alejaba de Dalia sería capaz de terminar con lo que había comenzado. Así que aceptó su plan, aunque sabía que aquello destrozaría su vida para siempre y lo convertiría en el peor de los cobardes.
***
Dalia despertó después de un par de días. Al abrir sus ojos se encontró con la expresión fúnebre de Guillermo. Se veía cansado y parecía haber llorado toda una vida. Le esbozó una sonrisa adolorida pero su expresión no parecía muy feliz. El hombre movía la boca pero era incapaz de decir algo. Tenía el rostro bañado en lágrimas y de pronto no pudo sostener más su mirada.
Dalia cayó en cuenta, se llevó la mano al vientre y se dio cuenta de que estaba plano, cubierto por vendas y un dolor punzante que la atravesaba. Intentó reincorporarse con rapidez, pero Guillermo la detuvo.
—Tranquila, estás convaleciente. Relájate.
Estaba temblando, sentía que la respiración le faltaba mientras intentaba llevarse las manos al rostro para tomar el valor de preguntarle a Guillermo lo que había sucedido.
—Lo siento, cariño. Lo siento... —El hombre estaba hincado junto a la cama, llorando sin control.
No podía creerlo, no podía estarle pasando a ella. Negó, sujetando su vientre con fuerza y lanzando un terrible llanto de dolor que hizo llegar a varios enfermeros. Estaba incontrolable, la presión que había hecho sobre su vientre abrió de nuevo los puntos de su cirugía y sus vendas estaban empapadas en sangre. Navarro solo podía contemplar la terrible escena. No podía creer que estuviera haciéndole eso, no quería tener que soportarlo más. Una de las enfermeras le ordenó salir de la habitación. Lo hizo, sintiéndose el peor de todos, el más ruin de los hombres sobre la tierra. Umberto estaba ahí de pie, esperándolo fuera de la habitación, parecía tan perturbado como él después de lo que había escuchado.
—Mi madre pudo ver a la niña. Dijo que estará bien en unos días.
Guillermo solo pudo asentir. Sus manos estaban temblorosas y sentía como si fuera a desvanecerse. No podía creer lo que acababa de pasar. Ahora creía en la veracidad de las palabras que su hijo le había dicho. Él había arruinado la vida de Dalia para siempre.
Lo tomó del hombro, dirigiéndolo hacia la terraza del elegante hospital para dejar las cosas acorde al plan.
—Tendrás que ayudarla. Sabes que una de las condiciones de tu madre es mandarla lejos y, por su bien, no volveré a tener contacto con ella. Pero necesito asegurarme de que estará a salvo. Y solo tú puedes hacerlo.
Umberto no pudo entender en ese instante lo que su padre quería decir. Pero si se trataba de ayudar a Dalia lo haría sin importar nada.
Decidieron mandarla del otro lado del mundo, la joven aceptó porque no tenía nada más que recuerdos tormentosos en esa ciudad. Jamás volvería a ese lugar. Umberto se había encargado de todo desde su alta en el hospital, incluyendo el sepelio falso de aquella criatura que ahora vivía en la mansión Navarro. Él había pagado la cuenta con el dinero de su padre, los boletos de avión, su destino ya estaba asegurado así como su vida. Además, él se encargaría de que su madre jamás sospechara nada. Dalía viviría por mientras en una villa en Roma, con un traductor que le ayudaría durante su viaje hasta que dominara el idioma. Había una casa y un trabajo esperando por ella, todo estaba listo para que simplemente continuara con su vida ahí desde cero.
—¿Tienes todo?
Ya estaban en el aeropuerto. Dalia tenía un semblante mejor pero la tristeza aún se reflejaba en su mirada.
—Me falta un pedazo de mí... —respondió, mirando hacia la nada, con una expresión perdida.
Umberto sintió un nudo en la garganta. Pero sin pensarlo la abrazó con fuerza como si se aferrara a ese sueño de tenerla para siempre. La amaba tanto, y lamentaba no poder hacer nada para que las cosas fueran diferentes. Él también era un cobarde, un maldito mentiroso como su padre y no merecía su cariño ni su perdón.
Dalia correspondió su abrazo, besando ligeramente sus labios en un tierno gesto de despedida que lo tomó por sorpresa.
—Nos volveremos a ver, gruñón.
Umberto esbozó una ligera sonrisa cubierta por lágrimas. Dalia pasó sus delicados dedos sobre esas mejillas.
—No dudes en llamarme si necesitas algo.
—Gracias —se despidió, caminando en dirección a la sala de espera—. Lo haré.
Su avión estaba por despegar. Era un viaje sin retorno, caminó despacio mirando todo a su alrededor. Sintió que su corazón se hacía pequeño. Su vida no volvería a ser igual entonces. Solamente podía imaginar la risa de su pequeña hija, sus brazos rodeando sus piernas, su primera palabra, su primer diente...observó los arreglos de navidad colgando aún de las paredes de aquel aeropuerto. Esas fechas jamás volverían a ser una alegría para su corazón.
—Emilia... —susurró
Aquel diciembre fue el más frío de su vida.
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