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XXXIII

Miraba inquieta hacia la salida del aeropuerto esperando ver pronto a la directora aparecer en cualquier momento. Su vuelo estaba por despegar y ni siquiera habían registrado su equipaje. Lucía llegó agitada, con su maleta arrastrando y disculpándose por la demora. Emilia no hizo alarde, estaba aliviada de verla y que no no perdieran el vuelo. Había cosas que simplemente no cambiaban.

Después de registrar su equipaje subieron al avión. El destino no estaba muy lejos, pero la convención duraría cuatro días, cuatro largos días de convivencia casi ininterrumpida con su ex. Miraba por la ventanilla del avión y podía sentir los ojos de Lucía observándola discretamente.

—¿Estás enojada porque llegué tarde?

Emilia negó. Lanzando un prolongado suspiro para evidenciar su poca apetencia a mantener una conversación.

—Sé que la impuntualidad es uno de tus peores defectos.

—¿Y los otros? —preguntó de forma mordaz, observando un semblante de hastío en la rubia—. Fue una broma.

Continuaron en silencio durante el viaje, sus diálogos eran meramente cordiales y necesarios. Lucía no había dejado de mirarla llevada por una magnética atracción. Emilia tenía el cabello más largo ahora. Se veía fresca, renovada, incluso había ganado un poco de peso y ella no podía simplemente ignorar su profunda belleza.

Finalmente, después de algunas horas llegaron a su destino, bajaron y caminaron hacia la salida con sus maletas en donde un vehículo de renta las esperaba. Emilia tomó las llaves que el chofer le había entregado.

—¿Quieres que conduzca? —preguntó Lucía, mirándola fijamente.

—Lo haré yo. Sabes que me marea tu forma de conducir

—Eres una exagerada —replicó.

Emilia encendió el automóvil y salieron del aeropuerto para llegar a la calle principal de aquella enorme y desconocida ciudad. Activó el GPS lanzando una mirada hacia su acompañante.

—Y bien ¿en qué hotel hiciste las reservaciones?

Lucía la miró fijamente. Con todo el problema de Melissa y su agenda hecha un desastre había olvidado por completo hacer la reservación. No podía creer que hubiera olvidado algo como eso.

Emilia pudo percatarse de esa expresión.

—Es una broma, ¿no?

—Lo siento, no sé dónde tenía la cabeza pensé en pedírselo a Julieta pero también lo olvidé.

Emilia se aferró al volante con fuerza. Estaba realmente molesta, si tan solo no hubiera movido a Melissa de su puesto nada de eso estaría pasando.

—Te dije que necesitas una asistente, pudiste haberme pedido ayuda.

—No quería molestarte era trabajo de Melissa. Así que pasaba a ser mi responsabilidad.

Emilia negó, no podían simplemente quedarse a dormir en el auto.

—Llama a todos los hoteles con los que tengamos convenio debe haber algo disponible.

Lucía obedeció, eran órdenes de la jefa después de todo. Además, sentía que aquel percance era su responsabilidad. Llamó a los hoteles pero todos, al parecer, estaban llenos. No había habitaciones porque la ciudad era sede de un evento deportivo internacional y atletas de todo el mundo habían arribado aquella tarde.

—¡Mierda! —exclamó, golpeando el tablero.

Emilia continuaba conduciendo sin ningún sentido, casi en círculos. Tenía que pensar en algo. Habían perdido ya todo el día tratando de encontrar en vano un lugar para hospedarse. Finalmente, tuvo que usar sus influencias, llamó a un magnate hotelero conocido de su padre que sin dudarlo les ofreció una de las mejores habitaciones. Pero había un gran detalle que no podía dejar pasar...

Entraron a la increíble suite presidencial del lujoso hotel, había un hermoso ventanal que dejaba ver las luces de la ciudad. Tenía un minibar, una cocineta cromada con isleta, una oficina y sala audiovisual, incluso un jacuzzi cerca del balcón. Nada podía ser más elegante que eso, pero al entrar a la recamara solamente había una cama king size para compartir.

Emilia tomó su maleta y la colocó junto al sofá del living.

—No te preocupes, yo dormiré aquí —externó la rubia mirando su móvil para ver si tenía alguna llamada o mensaje de Danielle, pero había estado ausente después de su charla la noche anterior.

Lucía negó, tomando la maleta de Emilia para redirigirla a la habitación.

—Sabes que no puedo permitirlo. Además, sé perfectamente cuánto te cuesta conciliar el sueño en lugares extraños. No podrás descansar en este sofá. Lo tomaré.

Emilia no replicó. Llevó su maleta de vuelta a la habitación mientras que Lucía preparaba el sofá con algunos edredones. La rubia dejó una de las almohadas sobre el sofá y caminó hacia el estudio.

—Debes descansar —le advirtió Lucía, observando el maletín que llevaba en el brazo.

—Solo tengo que afinar un reporte que debo entregarle a Julieta para mañana. Descansa.

Entró al pequeño estudio, llamó a Danielle pero la llamada entraba directo al buzón de voz. Le pareció extraño, quizá estaba en alguna reunión o algo por el estilo. Así que únicamente le dejó un mensaje para desearle buenas noches y pedirle que se comunicara con ella.

Por la mañana Lucía despertó antes que Emilia. La miró dormir tranquilamente, era probable que se hubiera desvelado trabajando así que la dejó descansar mientras se encargaba de hacerle su desayuno favorito. Conocía sus gustos, pan integral, avena, un poco de mermelada o simplemente un par de huevos tibios y un poco de pan árabe acompañado de un café americano.

Salió silenciosamente para buscar los ingredientes perfectos, pero al parecer le había tomado un poco más de lo esperado sorprender a Emilia. A su regreso la presidenta ya no estaba, había decidido llegar antes a la convención.

"Te veo allá". Decía la nota que había colocado en el refrigerador. Lucía dejó las bolsas del mandado para ir hasta la habitación. Miró la cama destendida y solitaria, se sentó tranquilamente sobre ella dejando caer su rostro sobre la almohada de Emilia para aspirar su delicioso perfume mientras miraba su reloj. Aún podía hacer el desayuno y disfrutarlo sin prisas.

La convención se llevaba a cabo en uno de los recintos más elegantes de la ciudad. Llegó puntualmente, observó el lugar con detenimiento y asimismo el orden que los invitados debían tener. Mostró su carnet a una de las edecanes que estaban en la puerta y esta le dirigió hasta la mesa en donde Emilia estaba charlando con sus colegas.

—Buenos días, licenciada Burgos —dijo al verla, mientras la presentaba a los otros—. Ella es la directora de nuestro periódico.

Lucía estrechó la mano de ambos sujetos y la mujer que le acompañaban. Finalmente tomó asiento.

—Llegaste muy temprano —musitó, sin quitar esa sonrisa de sus labios.

Emilia la miró.

—Sí, no podía dormir. Así que decidí dar una vuelta y finalmente llegar.

—Lo mejor habría sido que llegáramos juntas...

La seriedad en su tono de voz dejaba ver más de lo que quizá quería. Pero esperaba que Emilia fuera consciente de su error.

—¿Estás molesta?

Lucía sonrió. Mientras la presentadora daba la bienvenida y pedía aplausos para recibir al presidente de la Asociación Nacional de Periodistas.

—Sabes que sí.

Emilia no dijo más. Continuó con su atención fija en la ceremonia. Las cosas eran mejor así. Tener esa fría distancia era una forma precavida de mantener los pies sobre la tierra. La susceptibilidad de Lucía era algo que ya no le interesaba más. O al menos eso creía. Miró discretamente su móvil, aún no tenía respuesta del mensaje que le había enviado a Danielle. Imaginó que seguiría dormida, quizá después de la inauguración podría llamarle una vez más.

La ceremonia de apertura terminó justo a las doce del día. Lo siguiente era participar en las actividades del Congreso; conferencias, talleres, charlas, así que Emilia decidió quedarse.

—No tienes que asistir a todas las actividades, yo me quedaré aquí.

—¿Me estás corriendo?

Lucía ahora estaba a la defensiva. Emilia suspiro. Dejando caer en la mesa de bocadillos la brocheta de aceituna y jamón.

—Haz lo que quieras. No soy tu niñera después de todo.

Estaba en lo cierto, no era su niñera ni ninguna otra cosa. Lucía no podía evitar sentirse molesta. Emilia prácticamente la había desplazado, había llegado por su cuenta y le había arruinado su sorpresa del desayuno. No se lo perdonaría. Caminó a zancadas hasta llegar a una de las salas del edificio.

Era justo la misma conferencia a la que Emilia quería entrar. Suspiró una vez más, tomando una copa de vino que estaba sobre la mesa de bocadillos también. Necesitaba un trago fuerte para poder continuar.

El primer día terminó, era evidente que Emilia estaba inquieta ya que no había dejado de mirar su móvil desde su llegada. Era claro que algo la preocupaba. Sospechaba de qué podía tratarse, pero esperaba estar en un error.

—¿Pasa algo?

Emilia suspiró, guardando el móvil en su bolso y mirando el terrible embotellamiento de aquella ajetreada ciudad.

—No he podido hablar con Danielle, no responde mis mensajes y las llamadas se van directo al buzón.

Lucía tenía su mirada fija en el frente del camino pero estaba atenta a las palabras de Emilia. «Así que se trataba de eso», pensó. No le extrañaba, conociendo la fama de patán de Lombardi seguramente aprovecharía la ausencia de Emilia para hacer de las suyas.

—No te preocupes, seguro está ocupada o se quedó sin batería.

—¿Dos días? Además es imposible, el móvil es una extensión de su cuerpo. Trabaja todo el día, no sale a ningún lado sin él. Tengo un mal presentimiento.

Era la primera vez que veía a Emilia preocupada por alguien. Era claro que su relación con Danielle ahora estaba a otro nivel. Sintió un fuerte dolor en el pecho, pero debía actuar de forma prudente.

—Tranquila, seguramente hay una explicación, en cualquier momento te llamará para decirte que alguna de sus fans robó su celular sin darse cuenta.

La rubia hizo un gesto irritado que Lucía encontró tan encantador como siempre.

—Estoy bromeando, lo siento. Pero de verdad, no te preocupes, si algo le hubiera pasado ya lo sabríamos.

Eso era cierto, bien decían que las malas noticias eran las primeras en saberse. Así que no tenía por qué temer o dudar. Sin embargo, la inseguridad la azotaba en momentos. La última vez que se habían separado la había encontrado en el Full Night entre los brazos de aquella chica. Aunque en ese momento su relación no era tan seria como ahora, no podía quitarse esa idea de la mente.

—¿Quieres que busquemos algún sitio para cenar?

Lucía interrumpió su pensamiento, negó. Todo lo que quería era ir al hotel, tomar un baño y dormir. Había sido un día agotador física y mentalmente.

Lucía asintió decepcionada, esperaba que al menos Emilia cambiara un poco esa cara con el transcurso de los días. Realmente era doloroso verla sufrir por una idiota que no valía la pena.

Tres días habían pasado sin tener ninguna noticia sobre Danielle, aquello era por demás extraño pero sabía que no debía pensar mucho en ello. Por fortuna el itinerario de la convención tenía un horario demandante así que mantenía la cabeza ocupada la mayor parte del tiempo.

Ese día, mientras iban rumbo a uno de los talleres se encontraron con Rebeca. La mujer era dueña y fundadora de una revista y un canal en YouTube de recetas culinarias internacionales. Se conocían desde hacía algunos años, incluso habían salido con ella y su pareja durante un viaje a Berlín.

—¿Lucía, Emilia? ¡Qué sorpresa!

La mujer fue hasta ellas abrazándolas como si fueran viejas amigas. Por un instante Emilia tardó en reconocerla ya que había perdido peso y parecía más jovial, pero sin duda recordaba quien era.

—Qué agradable encontrarte aquí, Rebeca, ¿cómo has estado? —le preguntó Lucía.

—Mucho trabajo. Hemos abierto un restaurante para llevar las recetas al público y realmente creo que necesito vacaciones.

Las tres compartieron una risa sincera. Finalmente, Rebeca las contempló expectante. Le pareció que había una energía distinta en ellas, así que imaginó que las cosas estaban bien ahora.

—Me alegra que hayan vuelto. En verdad hacen una pareja increíble.

Lucía estuvo a punto de desmentir pero Emilia se había adelantado.

—No estamos juntas. Solamente venimos a trabajar.

Rebeca hizo un gesto nervioso. Se percató de la tajante reacción de Emilia y su rostro se volvió rojizo intentando arreglar la incómoda situación con una amigable sonrisa.

—Lo siento. Soy una imprudente.

Lucía la disculpó. Finalmente se despidieron y Rebeca volvió a su sala de conferencia tomando una copa de vino, prometiéndoles que si alguna vez iban a su ciudad tendrían barra y buffet libre en su restaurante. Ambas aceptaron, regresando así mismo a sus actividades.

Emilia suspiró. Desde el comienzo del viaje su humor no había cambiado en absoluto. Lucía comenzaba a desesperarse.

—Tranquilízate, ¿cómo podría saberlo? No creo que tuviera mala intención.

Emilia ni siquiera se interesó en sus palabras y continuó su camino hacia la sala de proyecciones. Observó de reojo a Lucía que ahora se sentaba junto a ella en la sala y sacaba su IPad para tomar notas. Había olvidado lo bien que le sentaba la ropa ejecutiva.

Las conferencias de ese día terminaron un poco antes, así que Lucía le propuso a Emilia ir a cenar fuera del hotel. Era su última carta, la rubia le había negado la invitación desde su llegada así que esperaba que esta vez aceptara. Para su suerte, Emilia comenzaba a sentir que estaba siendo por demás grosera. Necesitaba relajarse y dejar de pensar en Danielle. Además, le apetecía un buen corte y algo de vino tinto para acompañar.

Llegaron a un restaurant-bar no muy lejos del hotel. El lugar era sumamente relajado, pero al mismo tiempo lujoso. No había tantos comensales y sonaba un poco de música de fondo.

—¿Barra? —preguntó Lucía mientras colgaban sus abrigos.

—Me gusta aquella mesa.

Emilia señaló una mesa apartada cerca de una terraza cerrada. Parecía tener una atmósfera mucho más tranquila que la barra. Así que aceptó. Caminaron hasta allá y se sentaron una frente a la otra observando el lugar.

El mesero llegó rápidamente para ofrecerles algunas bebidas y mostrarles la carta de alimentos. Ordenaron un poco de vino tinto y algunos cortes que parecían ser la excelencia de la casa. Finalmente, el mesero se marchó y volvieron a quedarse solas, una frente a la otra. Lucía fue quien inició la conversación, tratando algunos detalles sobre la convención y del próximo evento de clausura que tendría lugar en un enorme salón de lujo.

Después de un rato su orden llegó, y una canción diferente comenzó a sonar en lo alto. Lucía suspiró, dejando sus cubiertos de lado.

—¿En serio tiene que sonar eso ahora?

—¿No te gusta? —preguntó Emilia, algo extrañada por su reacción.

—No es eso... es solo que, me recuerda a Melissa.

Emilia masticaba un poco de carne, estaba relajada y hacía tiempo que el hecho de que Lucía le hablara sobre sus problemas con otras mujeres le era indistinto.

—¿Discutieron?

—Terminamos. Afortunadamente los preparativos de la boda no habían avanzado mucho.

Por primera vez en todo el viaje la rubia intentó buscar sus ojos oscuros. Podía verla, la ligera, pero palpitante herida que Melissa había dejado en su corazón seguía abierta.

—Lo siento. —Continúo comiendo, sabía que tenía que evadir el tema y continuar con la velada. Durante un instante su mirada se concentró en su móvil, esperando la respuesta de Danielle. Y aunque había aceptado esa cena para sacarla de su cabeza era imposible.

—¿Aún no responde? —preguntó Lucía, notando su insistencia.

—No, estoy verdaderamente preocupada. ¿Debería llamar a Grecia?

—Tranquila —continuó, tratando de animarla— ya te lo dije, si le hubiera pasado algo ya lo sabríamos. Es casi una celebridad después de todo.

Lucía le guiñó un ojo y Emilia sonrió.

—¿Cómo es eso por cierto? —preguntó, llevada por un sentimiento de auto tortura.

Decidió continuar con aquella entrevista, sabía que era un error entrar en esos terrenos. Pero era su oportunidad para cerciorarse de qué tan fuertes eran los sentimientos de Emilia.

—¿El qué? —continuó retórica Emilia, cuando era claro que sabía a lo que se refería.

—Salir con una figura como lo es Danielle Lombardi.

Emilia comenzó a reír. Lucía solía ser bastante ingeniosa con eso de las preguntas, no por nada era quien se encargaba de las entrevistas en el periódico.

—Hablas de ella como si fuera un ser de otro mundo.

—Bueno, lo parece. Tiene una presencia bastante intimidante, igual que su hermana. No sé cuál de las dos me asusta más.

Comenzaba a relajarse poco a poco. Había olvidado lo sencillo que era ser ella junto a Lucía.

—¿Qué dices? Danielle es... diferente. Va por ahí con esa máscara de chica ruda y desinhibida, pero es amable, bondadosa, comprensiva, inteligente, incluso tiene un lado cursi.

Entre la alegría de Emilia, la de Lucía se había difuminado lentamente. No esperaba que contestara con tanta naturalidad. Hacía parecer a Danielle como la pareja perfecta, la mujer que había esperado desde hacía tiempo. Era imposible, pensó. Una criminal como Danielle Lombardi no podía ser la chica ideal para Emilia. Ella era mucho para alguien como ella, merecía algo mejor.

Sonrió apenas, intentando recuperar el ritmo de la conversación, pero Emilia leía entre líneas el verdadero sentimiento que la atravesaba en ese momento.

—Vaya, ¿quién lo diría? Definitivamente las apariencias engañan. Y yo que pensé que solo era buena en la cama. —Observó a Emilia llevarse la copa a los labios, regalándole una genuina expresión de curiosidad y asombro—. ¡No, no! No me malinterpretes...pero tiene cierta fama.

—Pues eso es un extra...

«Sin duda», pensó Lucía. Al final de cuentas su relación había iniciado así, como algo meramente sexual y sin compromiso. Sintió un hueco en el estómago, pensó que devolvería la comida justo ahí, así que decidió parar con su "entrevista". Un silencio incómodo se instauró entre ellas de nuevo, hasta que el mesero llegó para recoger su mesa ofreciéndoles algo de postre y café. Negaron, pero fue Emilia quien se aventuró a pedir una par de copas del Petrus 1982.

—Suena a que estás enamorada, presidenta.

La vio sonreír ligeramente, con un brillo en sus ojos, seguro estaba pensando en ella. Lucía sintió que perdería los estribos, pero no sabía por qué no podía detenerse. Quería que por un instante Emilia fuera brutalmente sincera y dijera la verdad. Que aunque salía con Danielle era por ella que continuaba sonriendo y brillando de esa forma. Que su corazón aun la añoraba con tanta fuerza que estaba dispuesta a consolar sus heridas una última vez y para siempre.

—No lo sé, ¿quizá? Creo que es demasiado pronto para saberlo, pero tal vez estoy en el camino.

—Me alegro por ti —externó, esforzándose de sobre manera por sonar natural. Pero Emilia la conocía demasiado para no darse cuenta que algo atravesaba su corazón.

—¿De verdad?

—No. La verdad no.

Aquella respuesta le había tomado por sorpresa. Emilia dejó de lado su copa y observó fijamente la expresión en el rostro de Lucía. Aquella sinceridad había hecho que el corazón se le agitara.

—¿Sabes por qué Melissa me dejó?

Emilia sintió que la sangre se le congelaba, quería poder detenerla pero las palabras estaban atoradas en su garganta. Lucía continuó:

—Resulta que estaba en lo cierto... Cuando comenzaste a salir con Danielle, yo... me di cuenta de lo estúpida que he sido todos estos años. De lo grande que es mi amor por ti.

—No hagas esto...

—Melissa se dio cuenta de que estaba celosa, yo no lo quería admitir en un principio. ¿Con qué cara iba a reprocharte algo, después de que tantas veces te pedí que siguieras con tu vida y me dejaras hacer la mía? Confesarte que verte con Danielle Lombardi me hacía hervir en celos no tenía sentido. Pero no voy a ocultarlo más.

La voz de Lucía estaba a punto de quebrarse, colocó las manos sobre la mesa, y sus ojos la miraban tan fijamente que por un instante se sintió como quien se encuentra al borde de un acantilado.

—Basta, Lucía.

Negó, intentando tomar sus manos, pero Emilia logró esquivar su repentino desplante.

—No, por favor. Déjame solo decirlo. Lo he tenido dentro todos estos años, pero no me había dado cuenta, mi orgullo me cegó por completo. He pasado más tiempo tratando de odiarte que aceptando que no todo fue tu culpa. Emilia, eres el amor de mi vida.

—¡No! —Su voz se había elevado tanto que algunos de los comensales y los meseros se percataron de la situación—. Lo que te cegó fue tu egoísmo. Solo pensaste en ti todo este tiempo, incluso ahora. ¿Crees que yo no sufrí todos estos años? estuve justo en donde me dejaste, esperando un pedazo de ese amor que según tú ya no existía. Y ahora, justo cuando siento que puedo volver a amar ¿vuelves y me dices todo esto? Eres despreciable.

Emilia intentó ponerse de pie, pero Lucía había podido evitarlo. Estaba frente a ella, abriéndole finalmente su corazón después de tantos años, sujetando sus manos tibias en aquella noche de viento gélido.

—Ahora sé que fuiste tú quien más sufrió. Y me arrepiento tanto por ello, pero no puedo cambiar el pasado, solo puedo intentar mejorar el futuro. El mismo que soñamos en aquel colegio, sentadas sobre esas gradas, ¿recuerdas el viaje al mar? Quiero cumplir todas esas promesas, quiero que todo vuelva a ser como antes.

No podía evitarlo, sentía un nudo en la garganta, estaba furiosa y al mismo tiempo herida. No podía creer hasta donde era capaz de llegar. Aquello era una broma del destino, si hubiera sabido que los celos eran la forma de recuperar su amor, no habría gastado sus mejores años en demostrarle que su error jamás volvería a repetirse. Pero a esas alturas no estaba segura siquiera de sentir lo mismo por ella.

—No, no vengas con esas estúpidas promesas que tú misma me pediste olvidar... Me hiciste pagar por años un maldito error, Lucía. Y ahora, ¿qué pretendes? ¿pedir perdón? ¿o vas a perdonarme tú finalmente?

Las lágrimas habían escapado de sus ojos, retenerlas más era imposible. Lucía descubrió que el mesero se aproximaba sigiloso, así que intentó bajar la voz para disminuir la atención de los comensales que ahora estaban atentos a su discusión.

—Sé que hice mal, solo quiero que sepas que a pesar de todo el daño que nos hemos hecho lo que siento por ti sigue aquí, está intacto como el primer día ahora lo sé...

—No te atrevas a decirlo.

—Aún te amo, Emilia.

La rubia cerró los ojos. Negó, enjuagando las lágrimas de sus mejillas con las mangas de su suéter. El mesero estaba junto a ellas.

—¿Todo bien, señoritas?

—Eso no es cierto, no me amas, Lucía —continuó Emilia, como si nada existiera entre ellas—. Hace tiempo que dejaste de hacerlo... Lo que sucede es que no soportas verme feliz.

Emilia le arrojó las llaves del automóvil, tomó su bolso y su saco dejando algunos billetes para salir deprisa de aquel lugar, sintiendo las miradas extrañas de los comensales que al parecer ya sabían toda su historia.

Caminó deprisa hasta perderse entre las aglomeradas calles de aquella ciudad desconocida. Ni siquiera se percató de lo lejos que estaba del hotel ahora. Simplemente había caminado sin rumbo hasta que sus botas de tacón habían comenzado a lastimarle las pantorrillas.

Se detuvo frente a una plaza, sus emociones estaban a flor de piel. Intentó llamar a Danielle otra vez, pero de nuevo no hubo respuesta.

—¡Demonios! ¿Por qué me haces esto?

Se aferró al teléfono, encorvada y sin dejar de pensar en lo que había sucedido. Finalmente, las cosas eran como las había soñado hacía tiempo. Lucía estaba para ella, dispuesta a recuperar su perfecta relación y volver a esa vida que tanto añoraba. Lo había esperado por años y justamente ahora que parecía tenerlo no estaba segura de si era lo que quería. Con Danielle Lombardi revoloteando dentro de sus entrañas recuperar su pasado era imposible. Ahora era más que importante, había sanado sus heridas y le había mostrado la compasión y el amor propio de formas que desconocía. Sin embargo, no podía dejar de pensar en si esa era su oportunidad de ser feliz y recuperar a quien siempre creyó que sería la única persona que la amaría.

Caminó durante un rato, pasaban ya de las diez de la noche y ella estaba deambulando en una ciudad desconocida con los pies cansados y la mente agotada. Lo mejor era volver. Tomó un taxi que la dirigió hasta el hotel, sabía que no sería fácil compartir la habitación con ella pero no tenía alternativa. Cuando entró descubrió las luces apagadas. Imaginó que estaría dormida, era lo mejor, podrían hablar de la situación por la mañana pero Lucía estaba junto al espejo, esperándola de pie.

—Estaba preocupada, no puedes andar por la calle sola a esta hora de la noche, Emilia. Puede ser peligroso. Iba a llamar a la policía.

Suspiró, dejando su abrigo de lado y quitándose las botas que estaban matándola.

—Estoy bien, créeme, es más peligroso para mí estar compartiendo habitación contigo.

Lucía la contempló en silencio. También ella había pensado las cosas. No debió haber dicho aquello. Era egoísta, sí, Emilia estaba en lo cierto. Lo mejor era haberlo guardado para ella y hacerse a la idea que lo suyo jamás volvería a ser.

—Lamento mucho lo que ocurrió en el bar, pero pensé que tenía que ser sincera. Te lo debo.

—No me debes nada, y no pudiste escoger peor momento para ser sincera sobre tus sentimientos.

Pasó de largo una vez que arrojó su bolsa hacia uno de los sillones. Caminó hacia la habitación seguida de Lucía. Comenzó a desvestirse para ponerse la pijama sin prestarle atención a la mujer que continuaba siguiendo sus pasos.

—Lo sé y lo lamento. No volveré a hablar sobre el tema.

Emilia detuvo su movimiento. Estaba en sostén, dándole la espalda y se había congelado ante aquellos pensamientos.

—¿Por qué? ¿Por qué decidiste que sigues amándome después de tanto tiempo? ¿De verdad piensas continuar con tu maldito deseo de venganza?

—¿De verdad piensas que esto es una decisión? ¿Acaso tú decidiste dejar de amarme simplemente y amar a Danielle?

Lucía se acercó a ella, podía sentir la respiración de Emilia sobre su rostro. Era tan hermosa, casi como el día en el que la conoció en el salón de clases de aquel colegio. Pero su expresión era distinta, no había más luz ni felicidad en ella. Unas lágrimas gruesas comenzaron a rodar por su mentón hasta yacer entre sus hermosos pechos. Estaba destrozada.

—¿Cuánto más tengo que sufrir para que seas feliz, Lucía? —la cuestionó, retrocediendo unos pasos.

—No digas, te lo suplico.

Lucía propició de nuevo la cercanía, colocándose a escasos centímetros de ella. Emilia sabía que estaba contra la espada y la pared, decir que no la amaba era una gran mentira. Sintió las manos de Lucía acercándose lentamente para limpiar sus lágrimas, sus ojos tristes y oscuros mirándola fijamente. Estaba adormecida, así que no se opuso a su sutil tacto, dejó que sus dedos suaves y cálidos tocaran sus mejillas hirviendo atrapando su quijada y finalmente acercándose tanto que podía sentir su respiración golpeando su rostro. Cerró los ojos, como quien espera el choque inminente de un huracán a punto de azotar toda una costa.

Los labios de Lucía se enredaron suavemente en los suyos. No se había percatado de cuánto quería ese beso hasta ese momento. Su cuerpo actuó por instinto, un mecanismo de reconocimiento se había activado en ellas. Dejó que se deshiciera de su sostén, que acariciara sus pechos y que aquel beso se convirtiera en algo aún más lascivo. Sus respiraciones se aceleraban, mientras intentaba hurgar entre el pantalón de Lucía para poder acariciarla a fondo, aferraba su boca y su lengua a sus duros pezones rosados haciéndola estremecer.

Cuando de pronto sonó el móvil de Emilia. Lo miró de reojo, sintió los labios de Lucía succionar su cuello, realmente no estaba interesada en contestar hasta que se percató de quién se trataba. Sintió un fuerte golpe en el estómago, alejó el cuerpo semidesnudo de su compañera para poder tomar la llamada.

—¿Danielle?

Hola, Diciembre, ¿me extrañaste?

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