XXXII
...
Había sido difícil enfrentar la noticia sola, pero sabía que no podía decirle nada a su hermana al respecto. Encontraría la forma de arreglar las cosas por su cuenta sin importar el costo. Miraba por el ventanal de la oficina, después de un rato había podido tranquilizarse pero aun sentía una rabia irracional por su estupidez.
—Ya no queda mucho tiempo. Lo mejor será que hables con Danielle antes de que lleguen con la orden de embargo.
Grecia volvió su hermoso rostro bronceado hacia donde estaba el abogado que había asesorado a su padre por años. No podían rendirse tan fácilmente y dejar que su imperio cayera de esa manera.
—No, debe haber algo que podamos hacer.
—Me temo que no hay demasiadas opciones, los prestamistas están esperando su dinero y cuando los inversionistas se enteren de lo que está pasando...
—¡Encuentra la forma, maldita sea! ¡para eso te pago! debe haber algo que hacer.
Estaba frente al hombre, sus manos temblaban ligeramente y por un instante el sujeto creyó que sufriría un colapso por su repentino ataque de cólera.
—Estás metida en un problema muy grave, Grecia. Habla con tu hermana y prepárate para lo peor.
Su trabajo no solamente era convencer o prolongar lo inevitable sino ser realista con su distinguida clienta. Las Lombardi estaban por perderlo todo y no había marcha atrás. Solo un milagro podía salvarlas de aquella situación.
—Señorita, el señor Gastón Espinoza está aquí, quiere verla. —informó una voz femenina a través del intercomunicador.
Grecia se llevó una mano a la sien como si intentara acomodar sus pensamientos. No recordaba quién era ese sujeto y no estaba de humor para recibir a nadie.
—¿Gastón Espinoza? ¿Quién demonios es? olvídalo, dile que no recibo a nadie. Estoy en medio de algo, no tengo tiempo
—Dice que es muy importante y que no se va a ir de aquí hasta que lo reciba.
Grecia observó a su abogado, el hombre hizo un mohín y se levantó tranquilamente de la silla, mientras ella suspiraba resignada.
—Dile que pase, pero solo tengo diez minutos para él.
El hombre se acercó a ella para estrechar su mano.
—Llámame cuando hables con tu hermana.
Grecia lo vio partir, sintiendo un nudo en el pecho. No podía creer lo que le había pasado. Había perdido todo, los clubs, bares, la agencia y su línea de ropa. Todo a manos de aquellos malditos estafadores con quienes había realizado una millonaria inversión. La refinería, que era el sueño que había llevado a su padre a la desgracia, había terminado por acabar con su imperio. Y ella no podía más que asumir ahora las consecuencias de sus delirios de grandeza y su sed de poder.
Respiró profundo, percatándose del hombre que entraba por su puerta. Era alto, tenía una barba creciente y oscura, los ojos profundos y negros y una sonrisa tan maliciosa como elegante. Estaba segura de que su traje era sumamente fino pero de mal gusto. Sabía quién era, el hijo de Eliseo Espinoza; un hombre tan brillante en los negocios como su mismo padre, y tan rico que le había dejado la vida asegurada a su único y pequeño retoño, quien prefería despilfarrar dinero en autos, mujeres y vicios a hacer algo productivo. Podía imaginar la razón por la cual un sujeto como él estaría buscándola.
—Señorita Lombardi, pensé que tendría que hacer guardia afuera de su oficina para poder verla.
Se acercó tranquilamente hasta ella, dejándose caer sobre la silla como si su repentina visita fuera algo deseado. Los ojos de Grecia lo abordaron con desaprobación, ahora estaba arrepentida de darle un poco de su valiosos tiempo.
—¿En qué puedo ayudarle?
—¿Está ocupada? si le molesta mi presencia puedo venir después.
Grecia suspiró, tratando de sonar lo más irritada posible. Esperaba que eso lo alejara como a todos los demás hombres. Nadie soportaba a una mujer amargada en ese mundo de los negocios.
—Ya está aquí, señor Espinoza, así que haga favor de decirme que necesita porque tengo muchas cosas que hacer el día de hoy.
—¿Está segura? si es un mal momento puedo irme. Es evidente que está pasando por una mala racha pero comprendo totalmente su humor. Debe ser devastador e indignante que esos asquerosos palestinos le hayan hecho una jugada tan vil.
Grecia se quedó helada, ¿cómo es que ese sujeto sabía sobre su reciente pérdida en la refinería? Tragó saliva, mirándolo fijamente mientras él hacía lo mismo. Comenzaba a recorrerla indiscretamente con la mirada así que tomó asiento. Ahora estaba más que curiosa por saber el verdadero motivo de su visita.
—¿Acerté? no sé preocupe, estoy al tanto del terrible atraco del que fueron víctimas. Tengo contactos alrededor del mundo, señorita Lombardi.
—Sigo sin comprender por qué está aquí
—¿No es obvio? vengo a ofrecerle mi ayuda. Estoy dispuesto a prestarle el dinero que necesita para salvar sus negocios.
Grecia arqueó una ceja, sin duda debía haber gato encerrado o un interés grande de por medio. Nadie iba por el mundo con su capa de héroe salvando empresarias en bancarrota. Sabía por las malas lenguas que Gastón era un hombre traicionero y sumamente poderoso.
—¿A cambio de qué?
—A cambio de su ayuda.
—¿A cambio de qué, señor Espinoza?
Gastón esbozó una sonrisa divertida. La impaciencia de Grecia comenzaba a excitarlo de sobremanera. Las fotografías que había visto de ella no estaban ni cerca de hacerle justicia a su hermosura. Jamás había sentido nada igual por una mujer.
—Verá, quiero regresar a la política y para eso necesito rodearme de gente importante, exitosa, figuras de respeto que me respalden si quiero ascender en mi carrera.
Grecia estaba al tanto sobre la fallida trayectoria del sujeto como político. Ni siquiera los millones de su padre, habían podido ayudarle a conseguirlo.
—Si mal no recuerdo no le fue muy bien en eso —externó, intentando ser mordaz.
—No se confunda, decliné en mi búsqueda por la diputación porque ahora aspiro a algo más grande.
Grecia sonrió socarrona. Había conseguido fastidiarlo. Era algo bueno.
—No comprendo cómo puedo yo ayudarle con eso. Mis negocios no tienen nada que ver con la política.
—Ese no es problema, usted solo figuraría como mi compañera.
Cambió su expresión, se percató de que la mirada feroz y penetrante del hombre volvía con más fuerza. Era aterrador.
—¿Compañera?
Gastón asintió, chasqueando su lengua para remojar sus labios mientras se recargaba con exagerada comodidad sobre la silla.
—Necesito dar cierta imagen frente a los ciudadanos. Ya sabe, un hombre es más confiable si tiene a su lado a una buena mujer.
Aquellas no eran más que palabrerías de mierda. Le ofendía lo que el señor Espinoza intentaba hacer. «Qué cobarde», pensó. Aprovecharse de ella por su situación solamente para tratarla como un puta. Jamás.
—Está usted equivocado, señor Espinoza. Yo no soy ninguna dama de compañía ni una escort de gama alta.
—No me malinterprete, señorita Lombardi. Únicamente seríamos una pantalla, pero bueno, en ese lapso podemos llegar a conocernos, quizá pueda surgir algo de esa convivencia.
Grecia solo podía mirarlo con desprecio, quería descubrir si en verdad ese era su único interés. Estaba segura de que debajo de ese discurso bien elaborado había algo más.
—¿Va usted a prestarme todo ese dinero solo por simular ser su pareja? ¿Dónde está el truco?
—No hay truco. Claro que necesitaría de su compromiso total para mi campaña, ya sabe, necesito gente que me apoye, que se sume a la causa y por último, quizá, podamos llegar a un arreglo para que me permita volverme accionista en sus negocios.
Así que eso era, pensó. Lo que Espinoza quería era meterse en sus empresas pero estaba segura de que eso sería imposible. Para empezar Danielle jamás lo permitiría y ella podía estar desesperada pero antes prefería ser su puta que darle entrada a su patrimonio. Aun así, la idea era tentadora. No había muchas opciones y para ella Gastón había caído del ¿cielo? Como fuera, aunque la razón le dijera que era mala idea era una oferta que no podía dejar pasar. Lo utilizaría, vería la forma de sacarle provecho a ese "compromiso" y no sólo salvaría su dinero sino que también podría asegurar a Danielle. Después de todo, sería sumamente conveniente estar bajo el cuidado del próximo presidente.
Gastón imaginó que necesitaría un momento para pensarlo, sabía de fuente directa que las mujeres eran por demás indecisas y emocionales. Así que se puso de pie.
—Dada su negativa, imagino que hay alguien con una mejor oferta.
—En realidad...—intervino Grecia, esbozando una sonrisa tan encantadora que Espinoza tuvo que detenerse—. Me gusta tu propuesta, Gastón. Creo que será un placer hacer negocios contigo.
Grecia continuaba sintiendo sus ojos fijos en ella. No es que le pareciera físicamente desagradable sino todo lo contrario, pero irradiaba una energía extraña. Podía distinguir con facilidad el nivel de ambición que había en él. Un hombre tan codicioso como ella, con un temperamento de adolescente y una suerte de campeón para los fracasos sería sencillo de manipular; recuperar lo propio, quitarle lo suyo y ¿por qué no? aprovechar los beneficios que pudiera darle en toda situación.
—No te vas a arrepentir, Grecia.
Cerraron aquel trato con un apretón de manos, la hija de Lucio Lombardi acababa de venderle el alma al mismísimo demonio.
Pasadas las semanas los rumores sobre su relación eran una realidad, Grecia leyó la columna de sociales del periódico 24/7 y no le extrañó que ella y Gastón estuvieran en boca de todos. Lo estaba logrando, estaba cumpliendo su parte del trato. Hasta ese momento él había sido legal, le había dado el total de su deuda y su patrimonio no pendía de un hilo. Así que salir con él a cenar, pasear e incluso entregarse a sus deseos carnales no había sido tan terrible como había imaginado en primera instancia. No sabía si todo era parte de su agradecimiento o simplemente el sujeto había logrado atrapar su atención. Como fuera, duraría lo que tuviera que durar. Nada era para siempre, nada ni nadie era indispensable a excepción de Danielle...
—¿Qué es exactamente lo que estás haciendo?
Su pequeña hermana había entrado de pronto al comedor. Grecia le miró, haciendo un gesto de obviedad hacia su plato de comida.
—¿Desayunado? ¿quieres?
—No te hagas la tonta, ¿de verdad? ¿Gastón Espinoza?
—Es un negocio más, Dany. —Dejó caer sus manos sobre la mesa, ordenándole a Amelia que saliera de ahí.
—Es el peor de los negocios que has hecho, ¿no te da vergüenza? el sujeto es un imbécil y todos lo saben.
Grecia tenía sus anteojos puestos, le miraba por sobre ellos fascinada por esa actitud. Lo mejor de esa falsa unión con Gastón era verla arder en celos. No era la primera vez que le hacía una escena de ese tipo, pero en esta ocasión la encontraba encantadora.
—Por eso me necesita, yo me voy a encargar de que su carrera política sea un éxito.
Danielle había soltado una carcajada irritante y cínica.
—¿Desde cuando sabes de política?
—Aprendo rápido, y sabes que siempre consigo lo que quiero.
—¿Y que es lo que quieres de ese idiota? —preguntó, haciendo de lado el plato y mirándola fijamente.
Grecia sonrió. Solo podía pensar en callarle esa maldita boca con un desenfrenado beso de una vez por todas.
—¿Estás celosa, hermanita?
—No digas estupideces.
La vio alejarse, caminar de vuelta a la distancia inicial. Grecia le dio un trago a su taza de té y volvió a su hermanita con un tono de voz relajado e indiferente.
—Piensa en lo beneficioso que puede ser para nosotros tener a alguien con ese poder a nuestros pies.
—¿A cambio de que lo estás apoyando?
—Ya te lo dije, estamos simulando una relación. Pienso sacar todo el provecho posible de esta situación. Nunca sabemos en qué momento la policía pueda comenzar a hurgar en tus bares, mi amor. Y lo último que quiero es que termines en algún problema, lo hago por ti, como siempre.
Grecia se puso de pie, ahora sus brazos estaban alrededor de su cuello y la miraba como si se tratara de una pieza de oro puro. Se vio envuelta por ese deseo siempre latente, cerciorándose de que la inoportuna ama de llaves no rondara por el lugar para sujetar de la cintura y llevarla hasta ella.
—Como digas, pero no quiero que ese sujeto meta las manos en nuestros negocios.
Grecia negó, sintiendo ahora la boca de Danielle sobre la suya en un beso profundo. No podía dejar de pensar en las palabras de su hermana. Encontraría la forma de evitar que Gastón metiera su nariz en los clubs y bares. Por suerte, había algo entre sus piernas que lo mantenía controlado, así como la mantenía controlada a ella justo en ese momento.
La relación de Grecia con Gastón comenzó a durar más de lo que la prensa y la sociedad hubieran imaginado. La farsa le había dado popularidad en todos los medios y con una mujer como Grecia a su lado no solamente los politólogos sino la farándula y la moda comenzaban a conocer al próximo candidato. Fue entonces que Grecia descubrió uno de los mayores beneficios que podría darle estar de lado de Gastón.
Le sorprendió recibir una llamada de su abogado a esas horas de la madrugada, tomó el móvil llevada por un mal presentimiento y no se equivocó. Grecia ni siquiera terminó de escuchar el mensaje del hombre cuando marcó directamente a Gastón porque sabía que era el único que podría ayudarle a sacar a Danielle de la cárcel. Al parecer alguien había dado detallada información sobre su negocio de drogas gourmet y la policía había reventado el lugar. Las cosas no pintaban nada bien, Danielle no solamente podía enfrentar un juicio sino que no habría poder legal que le librara de algunos años en prisión. Grecia sabía que Gastón tenía los recursos suficientes para sacarla de ese aprieto y así fue. No le costó mucho corromper la ley, acallar a los medios y finalmente dejar libre a Danielle en un par de horas. Supo que hasta ese momento había subestimado su poder.
—Te agradezco lo que hiciste por mi hermana. De no ser por ti quién sabe qué habría pasado.
Grecia había ido al departamento de Gastón para agradecerle personalmente su ayuda. El hombre se acercó a ella, tomándola por la barbilla como si quisiera dirigirla a su boca.
—Es un placer para mí ayudarte siempre que lo necesites. Pero, creo que un simple gracias no es suficiente.
Intentó llegar a su boca, pero Grecia logró alejarse. Lo miró confundida, sintiendo la fuerza de sus dedos presionando violentamente sus brazos.
—Hoy no estoy de humor —le dijo, sin quitar esa mirada altiva de su expresión.
Pero en ese momento conocería al demonio con el que había firmado aquel trato. Gastón estaba seducido por su resistencia, poseerla de forma pacífica comenzaba a aburrirlo. Tenía que hacerle ver a la chica Lombardi que él era el jefe, ni ella ni nadie estaban sobre su razón y era momento de dejárselo en claro. La tomó con fuerza, lanzándola hacia el sofá.
—Me importa una mierda tu humor.
—Me estás lastimando, ¡suéltame!
Sus manos estaban aferradas a sus muñecas. No había forma de que se liberara. Gastón era el doble de pesado y fuerte que ella. En ese frenesí era peligroso provocarlo y en esa ocasión, Grecia lo había aprendido de la peor manera.
—Te he aguantado mucho ya. Lo menos que puedes hacer es complacerme cuando lo necesito.
—¡No soy tu puta! ¡suéltame!
Gastón le había propiciado una fuerte bofetada, comenzó a desgarrar su ropa sin detenerse a pesar de las súplicas de esta.
—Yo creo que sí —le susurró, pegando su rostro a su mejilla izquierda.
No había poder divino o humano que lo detuviera de cometer aquel acto ruin. Le haría pagar con creces toda esa humillación. Grecia cerró sus ojos, en su mente continuaba en Francia, en esas vacaciones con Danielle que su padre les había regalado por su mayoría de edad. Tomarse de las manos, besarse y reír mirando el atardecer sin que nadie supiera quiénes eran era el paraíso. Le habría encantado quedarse ahí con ella, hacerle el amor en Le Palais Gallie y caminar juntas por la plaza de Bourse. Entonces nada de eso estaría pasando. Nadie estaría cincelando su cuerpo y destrozando la poca fe que alguna vez había tenido.
Gastón se puso de pie, comenzó a vestirse sin siquiera volver a mirarla. Grecia no podía moverse, sentía como si una enorme roca hubiera aplastado su cuerpo. Había contenido sus lágrimas mientras lo observaba colocarse hasta la última prenda.
—Mandaré a alguien a que te compre un poco de ropa.
El repulsivo sujeto fue hasta ella, intentó acariciar su rostro pero esta lo alejó. Su mejilla comenzaba a inflamarse, tenía que encargarse de ese golpe antes de que Danielle pudiera verlo. No imaginaba el terrible peligro en el que la pondría si descubría lo que Gastón le había hecho.
El hombre se marchó, al parecer tenía una reunión pendiente con unos empresarios así que simplemente la dejó ahí. Grecia se puso de pie con lentitud, apenas pudo caminar hasta el espejo para observar el golpe que tenía su pómulo. Se aferró con fuerza a si misma, abrazando los retazos de su cuerpo herido y desconsolado. Un incontrolable grito de dolor salió de lo más profundo de su alma por primera vez en años, la chiquilla sentimental y llorona que tanto odiaba papá la miraba fijamente frente al espejo.
Supo entonces que no había forma de confiar en él. La tierna oveja finalmente había dejado al descubierto sus fauces de lobo. Había cometido un error al aceptar aquel trato, lo único en lo que podía pensar ahora era en formar un nuevo plan. Uno, en el que Gastón Espinoza terminaría algunos metros bajo tierra y esperaba ser ella quien cavara esa tumba.
Tomó sus cosas, no podía pasar un instante más en ese lugar, regresó a casa abriendo lentamente la puerta de la habitación de Danielle. Estaba dormida y tenía ese gesto pacífico que era extraño en su ruda expresión. Se dio un baño y regresó a la cama, aferrándose al pecho de Danielle intentando que su llanto silencioso no la despertara.
—Todo es temporal...
***
Grecia sabía que lo único que podía hacer era seguir jugando de parte de su aún "novio". Le haría creer que a pesar de lo ocurrido las cosas entre ellos estaban bien y que por supuesto él siempre tenía la razón. Continuó en su campaña, consiguiendo "adeptos" interesados en que llegara al poder. Así esperaba destruirlo, desde dentro, se encargaría de hacerle creer que estaba en la cima para después ser ella misma quien lo dejara caer a las fauces del infierno. Aunque, era consciente de que a esas alturas ella no era la única interesada en su cabeza, los enemigos que había ganado comenzaban a hacerse presentes conforme avanzaban las elecciones.
—Por aquí, el señor la está esperando, señorita Lombardi.
Grecia bajó de su lujosa camioneta, entró a la residencia siguiendo al hombre que le guiaba hasta el despacho de aquel sujeto. Su rostro pálido y demacrado era el reflejo de que sus mejores años se habían ido. Sus triunfos como hijo de un gran empresario no eran más que recuerdos y él, un viejo forrado en dinero mal habido, oculto en aquella mansión como si fuera una rata. «Deprimente», pensó «¿cómo es que terminó así?»
—Tiempo sin verte, Grecia.
El hombre había permanecido un instante taciturno, mirando el cielo gris de aquella tarde que pronosticaba una lluvia severa.
—Me sorprendió recibir tu llamada.
—Tengo buenas noticias para ti.
El viejo rubio hizo un ademán, ofreciéndole que tomara asiento. Grecia comenzó a sentirse impaciente por aquella "noticia" que tenía que darle.
—Quién diría que Umberto Navarro podría ser portador de buenas noticias.
—¿Te ofrezco algo de beber?
—Whisky está bien.
Inexpresivo, había comenzado a servir dos copas de whisky, le acercó una a Grecia para caminar en dirección hacia su escritorio. De donde sacó una carpeta que le extendió sin más.
—Encontré a los estafadores que casi te llevan a la ruina. Los palestinos que te robaron trabajaban con alguien que conoces a la perfección.
Abrió los documentos desesperada y comenzó a leerlos con impaciencia. No podía creerlo, había caído completamente en su maldita trampa.
—Ese hijo de puta...
—Debo admitir que también me sorprendió —intervino Umberto, sorbiendo su copa.
Grecia caminó hacia el otro extremo, se había puesto de pie de golpe y parecía a punto de perder la razón.
—¡No voy a descansar hasta que ese malnacido de Espinoza esté muerto!
Umberto estaba convencido de que la joven Lombardi tendría una y mil razones para querer hacerlo. Solo esperaba que le diera una rebanada de ese delicioso pastel.
—Me enteré de la pelea que tuvo con Danielle hace unos días, ¿por qué no dejaste que lo matara?
—No es tan simple como eso, pero seré yo misma quien acabe con él.
Umberto arqueó una de sus casi albinas cejas. No estaba seguro de que tuviera lo necesario para llevar a cabo tan riesgosa misión. Acabar con una figura pública era complicado, más si se trataba de un alto líder como Gastón con tantas conexiones. Entonces pudo deducir el motivo por el cual no había dejado a Danielle asesinarlo ese día.
—¿Segura?
—¿Acaso crees que no puedo hacerlo?
—Sí, pero me interesa ayudarte. De un tiempo para acá Gastón se convirtió en un maldito estorbo en mis negocios y no solo para mí, ha logrado hacerse de muchos enemigos en muy corto tiempo.
Grecia asintió. Era por eso que muchos de sus adeptos habían decidido dejarlo. Apoyar a un criminal como él ponía en riesgo su imagen y sobre todo sus negocios por más limpios o sucios que fueran. Lo importante era mantener un bajo perfil como lo hacía Umberto, nadie pensaría que el hijo menor de Guillermo Navarro se convertiría en un astuto narcotraficante.
—Es un imbécil, se siente muy seguro porque piensa que tiene las elecciones ganadas. ¿Qué quieres a cambio de la alianza?
Umberto dibujó una sonrisa en su rostro, quizá la única en meses, pidiéndole a Grecia que volviera a su asiento para que ambos pudieran hablar con más calma.
—Nada en realidad, lo hago por interés propio ya te lo dije, me estorba. Además, averigüé que fue él quien envió a la policía en aquella redada en el club de tu hermana hace dos años y con mis negocios nadie se mete.
A esas alturas ya nada podía impresionarle. Aquella información no hacía más que aumentar su desprecio por él. Gastón había movido con mucha astucia cada una de sus piezas para ganarse su confianza, pero aun no era tarde para destruirlo.
—Bien, pero antes, necesito que me pagues ese favor que me debes.
Umberto asintió. Los movimientos de Grecia gracias a la influencia de Gastón no solamente habían liberado a Danielle de la cárcel en aquella ocasión, sino que habían salvado su negocio de drogas gourmet. Sabía que si la policía comenzaba una investigación real que involucrara a otras autoridades sería sencillo seguir su pista a pesar de su ingeniosa forma de laborar por medio de otros. Por eso es que había ido hasta ella, presentándose como el señor D, totalmente agradecido con su conveniente ayuda. No había sido sencillo convencerla de ocultar su identidad y dejarlo que continuara traficando dentro de los bares y clubs. Pero Grecia sabía que Umberto era un hombre poderoso, tener un favor pendiente con él era un as bajo la manga.
—¿Qué necesitas?
—Que tu gente cuide de mi hermana, después de lo que pasó seguramente Gastón va a intentar algo.
—Dalo por hecho, de alguna forma ya lo estaba haciendo. Necesito tenerla vigilada ahora que sale con mi pequeña hermana.
Grecia sintió un repentino malestar, quiso que su voz y su intención fueran las mismas pero el tema le incomodaba.
—Lo de ellas no es nada serio.
Umberto se llevó su copa a la boca una vez más, analizando esa compleja reacción que daba mucho que pensar sobre el lazo fraternal de las Lombardi.
—De cualquier modo, si Emilia está cerca de Danielle, Espinoza puede poner atención en ella. No quiero que la utilice para llegar a tu hermana.
—No te preocupes, tu hermanita, no es de importancia para Danielle.
—Como sea —continuo ahora convencido de lo que sucedía— eso no nos compete. No te preocupes, vigilaré a tu hermana. Y creo que tengo un plan para deshacernos de Espinoza.
—Te escucho.
...
Estaba agotada, finalmente había terminado sus pendientes en los clubs y pasaban de las dos de la mañana. Se despidió del gerente del club que había vigilado esa noche. Caminó hacia su Bentley y condujo con dirección a su departamento. Encendió el estéreo y I fought the law podía escucharse de fondo. Había pensado en Emilia durante todo ese día, después de lo que había sucedido con Grecia un sentimiento amargo le atravesaba el corazón, en verdad no tenía cara para volverla a ver. Estaba arrepentida de su arrebato y necesitaba un poco de espacio para mantenerse sosegada. Así que le llamó, llevada por un impulso a esas horas de la madrugada. Imaginó que no contestaría hasta que escuchó su voz del otro lado de la bocina.
—¿Danielle? ¿estás bien?
—Lamento despertarte. Solo quería desearte un buen viaje. Sigo atrapada en el trabajo así que me será imposible acompañarte al aeropuerto mañana.
—No te preocupes, solo no te desgastes demasiado, por favor.
—Lo intentaré. Cuídate, Diciembre.
—También tú.
—Nos vemos pronto.
Condujo durante unos minutos, taciturna y meditando sobre el futuro de su relación con Emilia. Jamás podría decirle la verdad, sabía que rompería su corazón y temía decepcionarla. Lo mejor era dejar las como estaban. Después de todo, lo suyo con Grecia había terminado y no tenía intenciones de volverla a buscar.
Mientras sus pensamientos estaban en eso, se percató de que un automóvil se aproximaba a ella con prisa, acercándose demasiado a su defensa trasera. Bajó el volumen de la música y le hizo una señal para que la rebasara.
—¿Qué demonios haces, imbécil?
Continuó su camino mirando por el retrovisor. No se dio cuenta de en qué momento otro auto había aparecido para ir directo a ella. Apenas pudo esquivarlo, pero la maniobra le hizo perder el control. Patinó hacia la acera e impactó directo con el muro de contención, las bolsas de aire del lujoso Bentley habían explotado en su cara dejándola inconsciente. Abrió sus ojos con lentitud y comenzó a salir del coche en ruina antes de que otra cosa pasara. Miró a su alrededor, un grupo de hombres la rodeaban. Era un gran número de sujetos corpulentos y encapuchados que le parecieron familiares. Miró hacia los lados, no había escapatoria. Podía intentar defenderse, pero estaba segura de que no tenía oportunidad.
Levantó los brazos, observando las armas que colgaban en sus hombros y sus cartucheras.
—¿Buenas noches?
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