XXXI
Danielle caminó despacio, mirando de reojo a sus espaldas para asegurarse de que Emilia no la siguiera. Entró a la habitación de baño y descubrió a Grecia recargada sobre el lavamanos, quien comenzó a levantar lentamente el vestido hasta exponer la provocativa pieza fina de lencería que llevaba ceñida al cuerpo.
—Fui muy clara contigo, hermana —aseveró, sin expresión alguna—. ¿Qué te hace pensar que quiero cogerme a alguien como tú?
Grecia, naturalmente, tomó aquellas palabras de la peor forma, caminó hacia ella para soltarle tremenda bofetada que la hizo girar ligeramente.
—¿Alguien como yo? Somos exactamente iguales, no lo olvides.
Danielle sonrió, analizando la expresión herida de Grecia. Sabía que despreciarla era el peor desplante que alguien podía hacerle. Una reinita como ella jamás había sido plato de segunda mesa. Su respiración estaba agitada y la miraba llena de rabia.
—Quizá... La única diferencia es que yo jamás te habría dado la espalda. —Dio la media vuelta, intentó salir del baño pero Grecia la detuvo sosteniéndola por un hombro.
—¡¿Hasta cuando vas a seguir con eso?! —exclamó, acercándose peligrosamente hasta su rostro—. ¿Qué pretendías, Danielle? ¿que saliera de tu mano de ese lugar? ¿Que fuéramos a casa y viviéramos felices por siempre? Estoy muy decepcionada de ti, hermanita, no has aprendido nada de la vida.
Para Danielle era doloroso ver cómo la ambición se había devorado a la mujer que tenía enfrente. Estaba decepcionada de ella. Su relación con Gastón había ido demasiado lejos, solamente el amor sincero hacia ese imbécil sería capaz de hacerla reaccionar así.
—Rompiste mi corazón, Grecia... ¿Y sabes qué? te habría perdonado todo, absolutamente todo, excepto que lo hayas preferido a él. —Intentó sobrepasarla, pero Grecia no estaba dispuesta a dejarla ir. Volvió a impedirle el paso, aferrando la solapa de su saco y mirándola fijamente.
—¿Y tú? ¿Acaso tú no me cambiaste por ella?
—Tal vez... —finalmente salió del lujoso sanitario.
Caminó sobre el pasillo, pero sintió como insistía en colocarse frente a ella. Aferrada a sus brazos, como si fuera una pesada ancla de la cual jamás se liberaría.
—No puedes dejarme. Lo prometiste, ¿lo olvidas? Dijiste que siempre ibas a cuidar de mí.
Danielle la miró. Ya estaba cansada de cargar con esa responsabilidad, del costo que Lucio le había puesto a su vida. Sentía que jamás podría terminar con su infinita deuda.
—Fue una promesa que no me dejaste cumplir. Ahora quiero seguir con mi vida y te quiero fuera de ella.
Las manos de Grecia insistieron, observó detenidamente a Danielle y encontró esa determinación que le dejaba en claro que no había nada que pudiera hacer para detenerla. Estaba decidida, pero ella todavía tenía un as bajo la manga.
—Está bien —aceptó, con un tono de voz más tranquilo—. Si eso quieres así será, pero a cambio quiero dos cosas y no intervendré más en tu vida.
Danielle la observó extrañada. Sabía que nada noble podría salir de aquella petición. La conocía demasiado bien para no saber que siempre lograba salirse con la suya.
—Primero, quiero que dejes de provocar a Gastón.
—Es lo único que te interesa, ¿cierto?
—¡No! Escúchame. Es peligroso. Más de lo que imaginas. No quiero que vuelva a tocarte. Así que promételo, no más provocaciones.
—De acuerdo, ¿y la segunda?
—Una última noche...
Los brazos de Grecia rodearon su cuello, esa cercanía era letal. Decir que no provocaba en ella una fascinación aún después de todo era una gran mentira. Había logrado contenerse, pero después de sentir su delicioso aliento golpear sus labios sus emociones estaban a flor de piel. Supo entonces que iba a ser imposible resistirse a esa última petición. De pronto, escuchó el sonido de unos pasos acercarse. Se dio cuenta de que no muy lejos de ahí Emilia caminaba sigilosamente observando aquella extraña escena. Alejó a Grecia tomando su rostro para darle un tierno beso en la frente, en un gesto fraternal que todos conocían entre ellas.
—Te buscaré —le susurró muy cerca del oído. Dando media vuelta para ir directo a donde estaba la rubia.
Emilia había observado la mayor parte del encuentro. En un principio no lo había considerado extraño porque conocía la cercanía de las hermanas. Sin embargo, la energía que ambas desprendían hacía parecer aquello una discusión de amantes.
—¿Todo bien?
Danielle asintió. Regalándole una sonrisa tranquila.
—Sí, lo siento. Me encontré con Grecia y quería que arregláramos las cosas.
Emilia continuaba asimilando aquella extraña situación. En un instante pensó en quedarse con esa versión, estaba curiosa. Sin duda la relación de Danielle con su hermana era profunda.
—Está preocupada, no quiere que provoque más a Gastón. Teme que el imbécil pueda hacerme algo. Como si no lo hubiera hecho ya.
Emilia le regaló un evidente gesto de "te lo dije" que Danielle logró interpretar a la perfección.
—Lo sé —contestó sin más—. Ya te lo prometí a ti. Nada de provocaciones.
Emilia hizo un gesto triunfal que provocó una risa genuina en Danielle.
Miró hacia ambos lados para asegurarse de que no hubiera nadie en el desolado pasillo, aprovechó para acercarse a ella y hacerle una caricia para después besar sus labios con mesura. Aquel beso tierno, acogido por la soledad de aquel corredor, se fue convirtiendo en algo más pasional. La respiración de ambas aumentó y fue como si algo demoníaco entrara en Danielle. Quizá el cuerpo de Grecia, sus caricias, su actitud; todo eso había despertado un deseo frustrado que ahora buscaba arremeter contra Emilia.
—No es un buen lugar para esto, ¿por qué no nos vamos? —Había hecho despertar a Danielle de su frenesí. La vio asentir sin más y tomarla de la mano dispuesta a salir de ese lugar. La detuvo después de un par de pasos—. Pero primero debo ir a llenar esta papeleta —continuó, un tanto sonrojada y emocionada al mismo tiempo.
Le mostró el documento y Danielle soltó una carcajada.
—¿Perros jugando Póker?
Llegaron al departamento y las manos de Danielle comenzaron a deshacerse de cada una de sus prendas. Emilia estaba sobre la cama, desnuda, con las luces encendidas sobre su cuerpo y la ventana de la habitación con las cortinas recorridas. Era la primera que se sentía así de expuesta ante ella.
Las manos tibias de Danielle se abrían paso entre sus piernas, se percató de esa penetrante mirada fija en su sexo y por algún motivo se sintió avergonzada. Un gemido repentino salió de sus labios después de sentir la lengua de ésta entre sus pliegues.
Comenzó a estremecerse, aquella caricia súbita y directa le había hecho recordar por un instante a la Danielle de sus primeros encuentros. Continuó devorándola con prisa hasta que su respiración se agitó.
Danielle se deshizo de su camisa y todo lo demás. Dejando expuesto ese increíble físico que continuaba haciendo estragos en Emilia.
—Voltéate —le ordenó con una voz seria.
Emilia obedeció. Cayendo en el inusual juego que esta le proponía. Por primera vez estaba cediendo el mando de Danielle y la sensación era delirante. Giró su cuerpo, dejando su trasero expuesto y sintiendo como esa insaciable boca bebía su néctar. Con las manos separó eróticamente sus nalgas mientras su respiración agitada rozaba con sensualidad más allá de su vértice.
Lo siguiente que sintió fue la boca de Danielle sobre su espalda y su cuello, succionando con una fuerza frenética que comenzaba a provocarle un intenso, pero delicioso dolor. Dejó que Danielle hiciera lo que quisiera, pero encontró esa conducta inusual e inesperada. Sus largos dedos entraron con firmeza muy dentro de ella. El movimiento violento y reiterante hacía que quisiera enloquecer. Sus gemidos se escuchaban por todo el departamento, quizá hasta la cocina o el recibidor. Los dientes de Danielle aferrados ahora a su espalda, su otra mano tomándola por el cuello como si intentara dejarla sin aliento.
Danielle había agregado de golpe un dedo más y las caderas de la rubia comenzaron a contraerse. La expresión de Emilia le indicaba que estaba a punto del éxtasis.
El dolor era ahora insignificante y el placer interminable. No iba a poder retenerlo demasiado. Aferró sus uñas al antebrazo de Danielle, corriéndose con fuerza. Su cuerpo se estremeció y sus rodillas y manos apenas la sostenían. Danielle la vio desvanecerse. Sacó delicadamente los dedos, volviéndola hacia ella, descubriendo su rostro y su pecho tan lleno de hemoglobina como nunca.
Danielle observó las marcas sobre su cuello y su espalda. Lanzó un largo suspiro mientras bajaba la mirada. Emilia estaría más que furiosa por la mañana.
—Tu turno —ordenó con la voz entrecortada. Yendo directo al vientre de Danielle.
La obligó a recostarse en la cama, observando su rostro caliente mientras le sostenía el cabello con fuerza. Sabía cuánto le gustaba ese cambio de roles, así que dejó que la dirigiera. Dejó que aferrara sus dedos a su melena rubia y la obligara a comerla hasta que ambas perdieran el aliento una vez más.
Por la mañana Emilia despertó con el cuerpo hecho polvo. Miró a la Danielle dormir plácidamente sobre su cama. Se había acostumbrado a aquella presencia, a su aroma, al taciturno sonido de su pecho. Ese día era laboral, así que se levantó de un brinco para preparar un poco de café y finalmente darse una ducha.
—¡¿Es una maldita broma?!
Danielle apenas abrió los ojos. Se reincorporó despacio una vez que vio a Emilia ir directo a ella con una toalla en la mano.
—¡Te odio, Lombardi! —gritó, lanzó la toalla directo al rostro de Danielle que apenas pudo esquivarla.
—¿Qué sucede?
Emilia se miraba al espejo, los hematomas de su piel eran realmente visibles, hiperbólicos y estaban por doquier.
Danielle soltó una risita, la escena era graciosa, pero reconocía que se había pasado ligeramente y era consciente de su error. La hermosa piel blanca de Emilia estaba cubierta de girones púrpuras desde el cuello hasta la espalda baja.
—Vamos, Diciembre, no exageres. Te ayudaré a quitarlos.
Danielle intentó llegar a ella, pero Emilia la alejó.
—Ya hiciste suficiente...
Lo que había hecho estaba mal, no solamente por los hematomas sino por el demonio que la había dominado en ese momento de intimidad. No solía ser así de ruda con ella, menos ahora que las cosas eran formales entre ambas y el cariño que sentían iba en aumento. Vino a su mente la imagen de la única mujer con la que había logrado un perfecto equilibrio entre el dolor y el amor. Un sentimiento de culpa la dominó por completo. Caminó hasta Emilia, rodeándola por la cintura para después besar su cuello y su mejilla con dulzura.
—¿Te lastimé? —preguntó, con un tono realmente serio.
Emilia titubeó. Había una hostilidad inusual en sus caricias la noche anterior, no iba a negárselo. De pronto se sintió curiosa por saber el motivo de su repentina actitud.
—No... Pero, parecías extraña, ¿estás bien?
Danielle asintió. No iba a decirle todo lo que la azotaba desde la noche anterior. Estaba arrepentida de haberla convertido en su receptora de emociones. Era por demás injusto y también el motivo por el cual sentía que tenía que salir corriendo de ahí.
—Bueno, iré a ducharme. Puedes prepararme el desayuno como parte de tu disculpa.
Emilia le guiñó un ojo, mientras Danielle le hacía una reverencia como si se tratara de una doncella.
Emilia no hizo más alarde, después del baño desayunaron juntas y finalmente cada una tomó su camino. Lo mejor era llevar las cosas en paz, saldría de viaje al día siguiente y no quería cargar problemas que podían evitarse.
Pasaba del medio día y Grecia se encontraba en su habitación, estaba alistándose para ir a la agencia a revisar los pendientes del día. De pronto, Amelia, el ama de llaves, llamó a la puerta.
—Señorita, disculpe que la moleste.
—¿Qué necesitas?
La anciana estaba de pie en el marco de la puerta mirando fijamente la silueta de la señorita mientras esta se sujetaba el cabello
—Su hermana está aquí. En su habitación.
Grecia dejó caer su coleta, quitándose de nuevo el saco que acababa de ponerse para salir.
—Gracias, puedes retirarte.
La mujer asintió y cerró la puerta con lentitud mientras regresaba a sus labores con el arrastre de sus piernas cansadas.
Grecia caminó hacia su exótico cuarto de baño. Roció una de sus delicadas y finas fragancias sobre su cuello y muñecas, y fue en dirección a la habitación de Danielle.
Abrió la puerta, sin necesidad de tocar. Encontró a su hermana observando por la ventana y volviendo su rostro para mirarla. Solas de nuevo, después de semanas de distancia y peleas absurdas, finalmente solo ellas en esa habitación que era su mundo.
—Viniste —susurró, mirando con alegría la presencia de Danielle.
Dejó su copa de coñac sobre la mesita y caminó hasta Grecia, quitándose el abrigo que le cubría del frío azotador de esas solitarias paredes.
—Esta es la última vez.
Ese par de ojos grises la miraban fijamente. Había toda una carga de deseo reflejada en ellos. Se preguntó si también tenía la misma expresión. Seguro sí. Recorrió con sus manos sus delicados muslos, subiendo lentamente el vestido que acababa de ponerse hacía un instante. Comenzaron a besarse con intensidad, sus lenguas se unían con prisa, mientras Danielle se deshacía de la ropa interior de su hermana dando un tirón. La respiración de Grecia se aceleraba, y así mismo la de la propia Danielle que la tomó por la cintura dejándola caer sobre la cama. Comenzó a recorrerla y acariciar su entrepierna mientras sentía el placer líquido entre sus dedos. La obligó a recostarse sobre ella, arrancándole la ropa con la misma fuerza que quizá ella había utilizado con Emilia la noche anterior.
Grecia, altiva y preciosa, estaba montada sobre ella, obligándola a perecer su pasión entre sus piernas. Danielle podía sentir el peso del cuerpo de Grecia sobre su pecho, aquella acción la dejaba sin aliento pero eso solamente aumentaba el placer de su añorado encuentro. Adoraba el poder que Grecia tenía para hacerla ir del infierno al cielo, pero no en esa ocasión.
Sintió el roce de sus dedos estirarse para acariciar su clítoris con suavidad, pero no iba a darle el gusto de poseerla. La obligó a acostarse sobre la cama, entrando de forma brusca y repentina en ella.
—Se gentil, Dany —musitó.
Sabía que no estaba en posición de darle órdenes. Alejó aquel par de manos que la buscaban con desesperación y sacó de bajo de su cama un sofisticado y erguido strap on. Grecia observó el grueso artefacto fálico. Su idea era un poco más romántica, pero si esa era la única forma de hacerlo entonces lo aceptaría.
—Esta vez seré todo menos gentil —aseguró, dibujando una sonrisa perversa en su rostro.
Cuando terminaron, Danielle contempló el exhausto cuerpo de su compañera y después miró el suyo. Ambas estaban bañadas en sudor a pesar de que la temperatura era lo suficientemente baja como para observar su vaho. Miró la fotografía que estaba sobre su buró, en ella aparecían ambas después de su último viaje a Europa. La tomó entre sus manos arrojándola con fuerza contra la pared.
Grecia la miró sobresaltada, mientras observaba como su hermana comenzaba a vestirse.
—¿Cuánto tiempo durará, Dany? —preguntó, haciendo énfasis en su repentino desplante infantil.
Danielle suspiró, terminó por abotonar su camisa y tomó su saco.
—Se acabó, Grecia. Ahora somos libres.
Sintió un nudo en el estómago, jamás la había visto llevar las cosas tan lejos. Ahora ese adiós era totalmente sincero. Antes de que saliera tuvo el impulso de ir tras ella. Levantó su mano para después bajarla y recostarse sobre la cama. Mirando el techo de aquella habitación que había sido su castillo por años. Un par de lágrimas rodaban por su mejilla. Volvería, casi podía asegurar que así sería...
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