XXVII
Afuera una ligera, pero tupida lluvia, ahogaba a toda la ciudad. Había sido una semana difícil en el periódico encargándose de todas sus gestiones. Miró su teléfono, esperaba al menos tener un mensaje de la presidenta pero era evidente que su prioridad ahora no era el trabajo. Emilia estaba comportándose como una niña con juguete nuevo al ir detrás de Lombardi y descuidar sus deberes dentro del corporativo. No iba a permitirle más faltas, hablaría seriamente con ella para poner las cartas sobre la mesa.
Sintiendo todo aquello, no pudo evitar recordar la primera vez que había estado en el restaurante que ahora compartía con Melissa. Aquel lugar había sido testigo de su primera cita con ella y de una de las veladas más románticas con Emilia. Sabía cuánto atesoraba Melissa el recinto, pero para ella era difícil poder respirar cada vez que estaban ahí. Haber hecho de ese lugar parte de su romántica historia había sido su peor error.
—Le dije a mi madre que iríamos el próximo fin de semana, quiere que comencemos a buscar el lugar para la recepción...
Melissa hablaba sin detenerse. Ella, por lo tanto, desde hacía rato había perdido por completo el hilo de la conversación. Pero a veces asentía o emitía algún sonido para hacerse presente dentro del discurso.
—...está muy entusiasmada, no ha dejado de enviarme fotos de pasteles, ideas para las invitaciones... —Melissa detuvo su verborragia, observando detenidamente a su prometida. Conocía esa expresión, sabía perfectamente qué o quién debía estar pasando por su cabeza—. Por eso he decidido dejarte... ¿qué opinas, amor?
Lucía asintió. Lanzando un suspiro mientras volvía su atención al paisaje de calles encharcadas, de automóviles salpicando peatones y aquel cielo nublado que ahora cubría la ciudad.
—Por supuesto.
—¿Te parece bien que terminemos entonces?
—¿Cómo? —Lucía la miraba azorada, no sabía en qué momento había llegado a eso. Podía darse cuenta de que Melissa estaba furiosa.
—He estado hablando sola durante todo este tiempo, ¿qué te pasa?
La chica negó. Intentando tomar las manos de su novia entre las suyas, pero ésta estaba totalmente esquiva.
—Lo lamento, he tenido mucho trabajo...
—Lo sé —intervino, elevando ligeramente más la voz—, te recuerdo que soy yo quien lleva tu agenda.
Estaba actuando como una idiota. Su mente no podía dejar de pensar en tonterías y ahora estaba en medio de una discusión sin sentido por culpa de la irresponsabilidad de Emilia.
—No me siento bien, quizá voy a resfriarme.
Melissa asintió:
—Has estado enferma por cinco años y sabemos perfectamente que tu resfriado tiene nombre y apellido.
Lucía suspiró, dejando caer en el respaldo de la silla su cuello, cansada de tanta estupidez.
—No empieces, Melissa. Por favor, ni siquiera viene al caso.
—¿Ah, en serio? —estaba verdaderamente molesta, no podía creer que Lucía continuara negándolo—. Porque yo creo que viene muy al caso. Tu ex insuperable está de vacaciones con su nueva novia y curiosamente desde su partida tu humor es otro, ¿crees que soy estúpida? ¿qué no puedo darme cuenta?
Lucía volvió sus ojos hacia las mesas continuas que comenzaban a mirarlas. No iba a decir nada más solo para alimentar aquel desagradable espectáculo.
—¿Sabes qué? Olvídalo. Me quedaré con mis padres en lo que se te pasa el resfriado —Tomó su bolso con rapidez. Sintiendo como la mano de Lucía se aferraba a su antebrazo—. Suéltame.
Lucía lo hizo. Las miradas curiosas ahora estaban encima de ellas. Estaba avergonzada.
—No creo que sea buena idea continuar con los preparativos de la boda. Es evidente que no estás lista para dar este paso.
—Melissa... ¡Melissa!
La chica había salido del lugar, Lucía se sentó lentamente percatándose de las miradas curiosas. Observó al joven mesero que se acercaba hasta ella.
—La cuenta, por favor.
Se quedó un poco más pensando en lo que acababa de pasar, sabía que Melissa necesitaba su espacio, insistir haría las cosas más difíciles. La amaba, estaba segura de eso, amaba a Melissa con todas sus fuerzas. Tenía que entender que no había nadie más para ella. Pero la presencia de Emilia era constante en su vida. Ese pasado al que también ella se había aferrado estaba arruinado su única oportunidad de salir finalmente ese maldito tormento. Sabía que tenía que huir, apresurar las cosas y marcharse de una vez por todas del corporativo.
Llegó a su departamento, y Sushi, el pequeño perro mestizo que había adoptado junto a su novia, la esperaba cerca de la puerta. Solamente él, en ese espacioso departamento que habían escogido ella y Melissa una vez que formalizaron su relación.
Había sido sencillo quedar atrapada por su cariño. Después de todo, no solamente era una mujer joven y hermosa sino que también tenía un enorme corazón. Aunque su amor por Emilia había sido algo fuerte, jamás había experimentado ese tipo de romance rosa que su novia le ofreció desde el primer momento. Melissa no tenía problema con mostrar su afecto e incluso ponerle nombres cursis. "Mi amorcito" había sido el más reciente. Supo desde el primer instante que ella sería la indicada, la única que podría borrar su pasado de una vez por todas.
...
—La directora la espera en su oficina.
Estaba realmente nerviosa, no había podido pegar el ojo la noche anterior después de que le llamaran para una entrevista en el corporativo. Al fin el trabajo de su sueños tocaba a su puerta. Acomodó ligeramente su falda, estaba arrepentida de haberla llevado porque era corta y sumamente incómoda. Aun así, entró radiante y hermosa. Esperaba que aquella directora no fuera una vieja ufana y prepotente. Estaba cansada de ser rechazada en cada entrevista y en realidad necesitaba mudarse y rentar un departamento por su cuenta. Sin embargo, cuando sus ojos la miraron fue como si perdiera el aliento.
Lucía estaba sobre su escritorio, subió apenas la mirada al verla y le pidió que tomara asiento. Melissa jamás había visto a una mujer tan joven y hermosa al frente de una gran compañía como era ese periódico. Era impresionante.
—Trabajaste como recepcionista de un consultorio odontológico, en el archivo histórico y como capturista en un periódico digital.
Lucía observaba a la chica de reojo. Habría mentido si no admitiera que su belleza la había atrapado desde el instante que pisó su oficina. La falda corta hacía relucir sus hermosas piernas blancas y aunque se veía incómoda parecía segura de si misma.
—Aprendo todo con rapidez. Además, estudié un diplomado en multimedia y marketing digital.
Lucía estaba inmersa en su currículum. Era cierto, tenía bastante experiencia para ser alguien que no había terminado aún su carrera universitaria.
—¿Bebe café?
—Y agua.
Aquella respuesta espontánea hizo que frunciera su sonrisa. Era una entrevista después de todo y tenía que mantener la compostura. Sin embargo, al ver el rostro escarlata de Melissa no pudo contenerlo más.
—Bien, nos comunicaremos con usted señorita Vera.
La chica se puso de pie de golpe, estrechando su mano a la de Lucía. Se contemplaron durante un instante y finalmente la joven rubia se marchó tras disculparse.
Emilia llegó hasta su oficina después de un rato. Se sentó sobre el escritorio de Lucía, cruzando las piernas para exponer unas sensuales medias negras, mientras ella fingía estar inmersa en su trabajo.
—Era una chica linda, es tu estilo —le susurró, provocando que Lucía finalmente le prestara atención.
—No digas tonterías —contestó, mientras se ponía de pie y recorría las piernas de Emilia con sensualidad—. Además, si es mi estilo o no, no es tu problema.
...
Dejó a Sushi en el sofá, mientras se recostaba en su cama sin dejar de pensar en lo sucedido. Sentía que su relación con Melissa iba en picada. Que coincidiera con el tiempo en que Emilia había comenzado a frecuentar a Danielle Lombardi no era casualidad. Estaba cansada de eso, de tener que cargar con la maldición de Emilia Navarro por el resto de sus días.
Tomó el teléfono, tenía la excusa perfecta gracias a un asunto que había surgido con uno de los empleados relacionado con una escandalosa nota sobre el hijo de un ex gobernador. Así que decidió marcar llevada por un impulso inmaduro:
—Finalmente contestas. Pensé que tendría que llamar a la policía.
Después de un fin de semana mágico al lado de Danielle en aquella cabaña, Emilia volvió al corporativo. Lucía se había encargado de mantener en orden el periódico y ella había puesto solución a la situación de Salas. Era un alivio.
Caminaba hacia su oficina cuando descubrió a Julieta de pie junto a su escritorio para recibirle. Se regalaron un par de sonrisas y Emilia dejó un obsequio junto a su computadora, la chica hizo una expresión de asombro.
—¿Para mí?
Emilia asintió y se percató de la hermosa sonrisa que le regalaba. Era un detalle pequeño, una taza con un paisaje hermoso que se revelaba al calor del líquido que se vertía. No era la gran cosa, pero para Julieta era algo atesorable, jamás había recibido un obsequio por parte de su jefa. Emilia habría jurado que sus ojos se humedecían mientras se acercaba hasta ella y la estrechaba en un sutil abrazo. No le molestaba en absoluto, en realidad estaba de humor para esa cercanía. Cuando se alejaron ambas rieron, era como si de pronto un lazo amistoso creciera por primera vez.
Estuvo a punto de entrar a la oficina cuando de pronto Julieta intercedió. —Presidenta... Este... —comenzó a decir nerviosa. Al parecer aquel detalle la había dejado sin palabras—... la directora me dijo que le avisara en cuanto usted llegara... lo siento.
Emilia asintió.
—Dile que estoy aquí entonces.
Observó a su jefa entrar a su oficina con un semblante apacible. Sintió un sorpresivo alivio de que aquella noticia no cambiara su increíble buen humor. Así que le avisó a la directora sobre la llegada de la presidenta.
Pasaron unos minutos cuando de pronto Danielle Lombardi apareció en recepción. La chica llevaba tres vasos de café y parecía tan sonriente e impecable como su jefa.
—Hola, preciosa. Este es para ti —saludó extendiéndole uno de los vasos—. ¿Está la presidenta en su oficina?
La chica asintió, intentó explicarle a Danielle que la presidenta esperaba una cita cuando descubrió que Lucía iba directo hacia ellas. Y a decir por su expresión, no compartía el humor de las demás.
Danielle reparó en Lucía, quien llevaba un hermoso traje azul marino con tacones altos. Le hacía le daban mucho porte y destacar su monumental estatura; tanto, que podía mirarla directo a los ojos sin problema.
—Señorita Burgos, qué agradable sorpresa —le saludó, sonriéndole con simpatía.
Lucía estaba segura de que para ninguna de las dos aquella situación era agradable. Así que ni siquiera se molestó en corresponderle debidamente el saludo.
—Solo vine a saludar a la presidenta, así que con permiso. —Danielle se dispuso a entrar a la oficina cuando Julieta le interceptó.
Por orden jerárquica y de citas dentro de la apretada agenda de la presidenta solamente la directora tenía autorización para entrar a ese lugar. Aquello la ponía en una situación incómoda pero tenía que actuar bajo esa ley.
—Señorita Lombardi, la directora tiene una cita con la...
—Está bien —intervino Lucía, mirando fijamente a la inesperada visitante—, volveré en un rato.
Danielle correspondió esa mirada, regalándole de nuevo esa sonrisa que Lucía encontraba falsamente desagradable.
—Siempre tan comprensiva. —Dio la media vuelta. Ni siquiera se atrevió a tocar la puerta. Miró a Emilia paseando en su oficina sosteniendo una llamada que parecía importante.
—Sí... entiendo lo que está sucediendo.... Collazo, ¿qué puedo hacer yo? —Volvió su rostro al ver que era Danielle quien aparecía de pronto en su oficina y le hacía señas para que continuara con su llamada mientras ella colocaba el café sobre su escritorio.
Danielle miró de reojo hacia la puerta entreabierta. Lo había hecho de forma intencional, estaba segura de que Lucía no podría resistirse. Así que iba a darle un espectáculo digno de admirar.
—La situación de Salas es estable. Rivas está llevando el amparo con el que vamos a protegerlo... no, Collazo....
Las manos de Danielle se aferraron a su cintura, besaba su cuello, con besos tiernos mientras acariciaba sus piernas con deseo.
—Basta —susurró Emilia, tapando la bocina de su móvil. Intentando escapar de esos fuertes y habilidosos brazos—. Sí, sí, te escucho Collazo...
Los labios de Danielle repasaron una de sus orejas, besándola suavemente mientras se deshacía de los botones de su blusa para acariciar sus pechos. Emilia intentó zafarse pero una risita había salido de su boca.
—No, claro que no creo que sea gracioso... —Le lanzó una mirada reprobatoria a Danielle empujándola ligeramente contra el escritorio—. Claro que me tomo la situación con seriedad.
Danielle comenzó a alejarse. En realidad estaba apenada y podía ver algo de disgusto en la expresión de Emilia. Volvió su mirada hacia la puerta para cerciorarse de que esos ojos oscuros les estuvieran espiando.
Lucía continuaba ahí. Había visto toda la escena. Incluso después de colgar había sido testigo de esa expresión infantil en Emilia que golpeaba ligeramente a Danielle y luego se echaba a sus brazos en un beso candente. Era la primera vez que la veía besar otra boca y regalarle esa expresión a alguien más. Sintió como si un fuego incandescente quemara sus entrañas, un sentimiento de querer destruirlo todo se apoderó de ella. Miró de reojo a la chica que estaba a su lado, aparentemente inmersa en su trabajo.
—Ni una palabra a nadie —le advirtió, lanzándole una mirada irritada.
Julieta levantó su rostro, asintió y una vez que la directora Burgos se había marchado cerró suavemente la puerta de la oficina de la presidenta.
Emilia estaba por salir a comer cuando Julieta la vio detenerse de golpe en el pasillo. Regresó hasta su escritorio hablándole fijamente.
—¿Dónde está Melissa?
Su asistente se encogió de hombros. Tenía algunos días sin saber de ella. Pero lo que había escuchado entre rumores es que la joven estaba trabajando en el departamento de archivo.
—¿Y quién lo autorizó?
—Me parece que la propia directora.
Emilia estaba molesta. Aunque Lucía fuera la directora tenía que detallarle cada pieza que movía dentro del corporativo. No solamente porque fuera Melissa, a quien, obviamente había cambiado por cuestiones personales, sino porque no podía crear puestos fantasmas solamente a conveniencia.
—Julieta, comunícame a recursos humanos.
Emilia estaba frente a aquella oficina, tocó un par de veces y abrió después de no obtener respuesta. Lucía estaba al teléfono, tenía su móvil ocupado en una llamada y la línea de la empresa no dejaba de sonar sin parar. La rubia levantó la bocina solo para volverla a colgar. Mientras que Lucía volvía sus ojos hacia ella.
—Mira, surgió algo. Te llamo luego, ¿va? Gracias.
—Toqué varias veces y no respondías.
—Estoy muy ocupada, ¿qué necesitas?
Sin duda debía estarlo, sin un asistente organizando sus llamadas y su trabajo sería difícil tener tiempo incluso para respirar. Aquello era el colmo.
Lucía le pidió que tomara asiento. Emilia estaba al frente del escritorio y ella no podía dejar de pensar en lo que había visto esa mañana. Aquello comenzaba a ser irritante.
—Vengo a decirte que el asunto de Salas ya quedó solucionado —comenzó la rubia, haciendo una introducción al verdadero motivo de su visita—. Hablé con Sánchez Bueno y no van a proceder con la demanda así que no tienes de qué preocuparte.
Lucía la miró fijamente. Había un brillo diferente en ese par de ojos color cielo. Tenía años sin ver esa expresión tranquila y relajada. Algo que retorcía su interior.
—¿Obligaste a Salas a pedir una disculpa pública?
—Lo hice.
—¿Aun sabiendo que estaba en lo correcto?
Lucía no había dejado de buscar un pretexto para discutir con ella. Si lo que pretendía era joder la felicidad de su día no iba a lograrlo. No podía imaginar cómo se pondría cuando supiera la verdadera razón de su visita.
—Era eso o que siguieran adelante con todo el drama. No tenía opción, Lucía.
—Creo que estás perdiendo completamente el rumbo, ¿qué pasó con tu misión de hacer periodismo de verdad?
Emilia esbozó una sonrisa, cruzando los brazos a la altura de sus pechos, y meciéndose ligeramente sobre su silla.
—No voy a exponer a mis elementos ni la integridad de todo el periódico. Hay cosas que no se negocian. Es algo que he aprendido.
—Una nueva filosofía, qué interesante —continuó Lucía, mirando disimuladamente el delicado escote de su blusa. No pudo evitar pensar en las manos de Danielle Lombardi sobre ella—. ¿Lo aprendiste de tu novia?
Emilia puso los ojos en blanco. No podía creer lo que estaba haciendo. Aunque lo negara toda esa discusión era producto de sus enfermizos celos. No podía permitir esta vez que continuara con eso.
—Sí, quizá. Danielle me ha enseñado mucho en estos meses. Jamás me había sentido así con nadie más.
Lucía se aferró a su silla. Aquellas palabras eran como dagas, pero no iba a darle el gusto. Al parecer no solamente practicaba una nueva filosofía laboral sino también emocional. Tenía que cambiar de tema antes de explotar en cólera.
—La convención de periodistas es dentro de una semana, quieren que confirmemos nuestra asistencia.
Emilia se llevó las manos al rostro, había olvidado aquel evento próximo y de gran importancia para la proyección del periódico.
—Lo olvidé por completo.
—No te preocupes, no me molestaría ir sola.
Emilia realmente odiaba ese tipo de eventos, después de su ruptura se habían convertido en una insoportable situación. Antes, aquellos viajes eran un verdadero placer a su lado. Pero ahora, no estaba segura de tener la fortaleza como para soportarlos de nuevo.
—Te confirmo el lunes a primera hora.
Lucía asintió, continuó de nuevo frente a su computadora. Imaginó que sería todo lo que Emilia tenía que decirle, pero la chica continuaba viéndola fijamente.
—¿Necesitas algo más?
—Sí, en realidad eso no era el verdadero motivo de mi visita.
Lucía la miró confundida, no sabía a qué se refería tan de repente.
—Quiero que me digas, ¿qué está haciendo Melissa en el departamento de archivo?
«Demonios», pensó. La gota que derramaba el vaso sería esa conversación, no tenía ánimos de darle explicaciones sobre la situación ni mucho menos de escuchar reclamos por haber hecho un movimiento sin su consentimiento.
—Pidió su cambio hace unos días.
—¿Y tú lo autorizaste?
Lucía sabía que no tenía alternativa. No podía ocultarlo más a Emilia, pero debía hacerle ver que su poder dentro del periódico era tan fuerte como el suyo. No tenía por qué presentarse con esa actitud que encontraba arrogante.
—Claro que lo hice, soy la directora.
—Le diste un puesto que no existe dentro de la nómina. ¿Quién le va pagar? ¿tú?
La chica se había puesto de pie, caminó hasta el ventanal para evitar que Emilia continuara mirando sus ojos.
—Pensaba gestionarlo como puesto oficial.
—¿Y qué hace exactamente?
—Asiste a la secretaria del director.
Emilia soltó un largo suspiro, fue directo hacia ella para buscar de nuevo sus ojos. Pero era imposible.
—Lucía, no necesitamos una secretaria para la secretaria. Ochoa me dijo que solamente la tiene actualizando la base de datos. Algo que ya era parte del trabajo de su secretaria.
—¡¿Entonces qué sugieres?!
—¡Que vuelva a su puesto! —su voz salió con una potencia que incluso a ella le tomó por sorpresa. Observó el semblante de Lucía. Apenas se había dado cuenta de las grandes ojeras bajo sus ojos. La situación con Melissa seguramente estaba saliéndose de sus manos, acaso ¿era el final de otra de sus relaciones?
—No quiere estar cerca de mí y no puedo permitir que se vaya. Necesita el trabajo. Ella... —Lucía soltó un suspiro, recargando sus manos sobre su escritorio para tomar asiento de nuevo.
Emilia caminó quedando unos cuantos metros de ella para inclinarse y hablarle de cerca. Era claro que estaba pasándola mal pero no era la forma de solucionarlo.
—Bueno, en ese caso tiene que aprender a separar lo personal de lo laboral. Míranos, llevamos cinco años sobrellevando este infierno.
—Ella no es como tú. No la voy a obligar a hacer algo que no quiere.
Aquello la irritaba de sobremanera. Se alejó de ella mientras emprendía su camino de regreso a la salida. No iba a permitir que se saltara todos los protocolos sólo por esa mujer. El nepotismo era algo que no permitiría dentro de su empresa.
—Muy bien, como quieras. Pero necesitas una asistente.
—Me encargaré de eso.
Emilia no dijo más, cerró con fuerza la puerta de la oficina de Lucía y le indicó a su asistente que postergara un poco más su próxima junta. La chica asintió. Viéndola subir al elevador con destino al departamento de archivo.
Algunos de los empleados le miraban curiosos y sorprendidos de su repentina presencia, no era muy común verla en esa parte del corporativo, así que todos le saludaron cordialmente, incluso Ochoa, el director del departamento parecía sufrir con colapso nervioso al verla ahí.
—Presidenta, que sorpresa tenerla por aquí.
—Buenas tardes, licenciado.
Ochoa era un sujeto delgado y alto, con ojos hundidos y un aspecto desalineado. Sudaba a chorros y sus palabras se tropezaban unas con otras mientras miraba a su jefa con una contemplación de dioses.
—Disculpe el desorden, estamos haciendo un reacomodo total del archivo y...
—No, no se preocupe —intervino Emilia mirando aquel verdadero desorden. Tendría que poner manos a la obra en ese lugar—. En realidad estoy buscando a Melissa Vera.
El sujeto titubeó durante un rato, acomodando su retorcida corbata cuando recordó de pronto a la chica.
—Oh, sí. Es una chica muy lista, me extrañó que pidiera su cambio a un departamento tan poco activo. Está por ahí atrás, en el escritorio de la izquierda.
Emilia le agradeció. Caminó hasta llegar al fondo de la bodega en donde comenzaban los cubículos y los escritorios. Finalmente pudo verla, entre una montaña de cajas de papeles, archivando y metiendo datos a la computadora. Los ojos de Melissa se percataron de la presencia de Emilia, así que detuvo su labor y la contempló.
—Presidenta, buenas tardes.
—¿Qué estás haciendo aquí?
La voz de Emilia era seria, ligeramente contundente y correctiva. Melissa se había puesto de pie.
—Trabajando... —respondió un poco fuera de sí, sin poder ver siquiera a Emilia a los ojos—. Lo siento, quiero decir, supongo que se refiere al lugar. Solicité mi cambio hace un par de días. Lucí...la directora lo autorizó, dijo que no había problema.
—Aun así, nadie me notificó a mí —continuó Emilia, sonando esta vez un poco más autoritaria—. No puedes estar aquí. Necesito que regreses a tu puesto inmediatamente.
—Pero, presidenta, —intervino la chica, esta vez mirándola fijamente—...estoy haciendo bien mi trabajo, el lugar es un desastre y estoy organizando, no irrumpí en las labores de nadie y...
—Sé que estás trabajando, pero te equivocas, irrumpiste en las labores de Lucía que está saturada y no tiene a nadie coordinando su agenda. Además, este puesto ni siquiera existe. No puedo abrir un puesto en la nómina solo porque se te ocurrió cambiar de rubro laboral.
Emilia sonaba ahora como una madre reprimiendo a su pequeña hija. Miró los ojos ilustres de Melissa y se dio cuenta de que quizá estaba siendo muy severa, sin tener en cuenta los motivos por los cuales estaba en realidad ahí.
—Lo siento, no pensé que fuera a molestarle.
—Toma tus cosas y regresa a tu lugar.
Emilia dio la media vuelta. Realmente no entendía el motivo por el cuál se sentía sumamente molesta con esa situación. Quizá por el privilegio que Lucía le había dado ciegamente a Melissa. No quería que los demás empleados vieran que ambas dirigían la empresa de forma arbitraria. Y solo por compartir una relación con un empleado existía un privilegio. No era la forma en la que su padre le había enseñado a gestionar los negocios.
—Si eso es lo que desea, entonces tendré que firmar mi renuncia, señorita Navarro.
Miró de reojo por sobre su hombro. Melissa había colocado su gafete sobre el escritorio, y tenía una expresión de dolor que hasta ahora no había visto en su hermoso y joven rostro. Imaginó que Lucía debía haber hecho algo terrible como para ponerla en esa situación. Ahora comenzaba a sentirse curiosa con respecto a esa discusión.
Caminó de regreso a ella, tomando el gafete entre sus manos y hablándole en un tono más bajo para evitar que los demás continuaran escuchándolas.
—Si algo aprendí desde que era muy joven, es que no puedes mezclar tu vida personal con tu vida laboral. Es una combinación letal para tu crecimiento profesional. Es una pena que le des más peso a tus problemas personales con Lucía que a tu trabajo.
Melissa volvió su mirada. Sin duda imaginaba que la intención de Emilia de ir hasta ahí era solamente para burlarse de la situación en la que se encontraba su relación con Lucía. Finalmente tenía el camino libre de nuevo y no dudaría en ir hasta los brazos de su chica para consolarla como siempre.
—Lo siento, pero no puedo tomar ese puesto de nuevo. Lo mejor será que me vaya. Terminaré el trabajo pendiente y pasaré de inmediato a presentar mi renuncia.
—Como quieras. Aquí nadie te va a obligar a nada. Pero es una pena ver que tienes tan poco profesionalismo ante la situación.
El día finalmente había acabado. Miró su móvil, tenía un par de llamadas perdidas de Danielle que no había podido atender. El trabajo se había acumulado y al parecer también ella estaba ocupada ya que no había dado señales hasta ese momento.
Salió del edificio, caminaba por el estacionamiento rumbo a su automóvil cuando descubrió a Lucía recargada sobre él.
—Pensé que ya...
—¿Por qué lo hiciste?
Su tono de voz no era moderado. Tenía esa expresión de furia en el rostro que conocía a la perfección.
—Si es por lo de Melissa fue ella quien decidió renunciar.
—¡La orillaste a hacerlo! evidentemente se sintió presionada, ¡todo esto es tu culpa!
—No intentes culparme por sus problemas, le di una oportunidad y no quiso tomarla. No tengo porque hacerme cargo de los berrinches de tu novia ni crear puestos innecesarios solo porque tuvieron una discusión de pareja.
Lucía fue hasta ella tomándola del brazo con violencia y presionando con fuerza.
—¡Si lo estás haciendo solo para joderme yo...!
Emilia logró zafarse, esta vez no iba a tolerar un desplante más de su parte.
—¡Mi vida ya no gira alrededor de ti!
Lucía la miró fijamente. Parecía como si poco a poco cayera en cuenta de la tontería que acababa de hacer. Jamás imaginó que sería capaz de hacerle daño físico, pero en ese instante solo podía ver a Emilia acariciar su antebrazo con mesura.
—Yo...
—Sigues trabajando para mí —puntualizó, con tranquilidad en sus palabras— no voy a tolerar escenas de este tipo. Así que no vuelvas a hablarme de esa forma, ¿te quedó claro?
Lucía asintió. En realidad, le debía una enorme disculpa, no esperaba que Emilia la tomara en ese momento pero sentía que debía externarla.
—Lo lamento, presidenta.
Emilia la miró de reojo. No iba a alimentar esa estúpida discusión. Subió a su automóvil y aceleró con velocidad para salir cuanto antes de aquel lugar. Sentía el corazón latirle con rapidez. Aunque no le gustaba discutir con ella, decirle aquellas palabras le habían hecho sentir libre, como si finalmente estuviera soltando todo poco a poco.
Llegó a su departamento y le regresó las llamadas a Danielle. Estaba animada a pesar del día tan terrible que había tenido. Ver a su chica sin duda le sentaría bien y despejaría su mente de todo lo que pasaba con Lucía y Melissa.
—Diciembre, creí que no volvería a escuchar tu dulce voz.
—Y eso sería un suplicio para ti, ¿no es así?
Detrás de la bocina Emilia podía escuchar voces de mujeres que no dejaban de hablar.
—¿Con quién estás, Danielle?
—Con unas chicas.
Por un momento sintió que eso era demasiada sinceridad.
—¿Y puedo saber qué haces con tantas chicas?
Escuchó el sonido de la risa de Danielle detrás de la bocina. Esperaba escuchar una buena justificación, en el fondo imaginaba que sería difícil para ella soltar esa vida de casanova.
—Estoy con unos amigos en el Full Night. Para eso te llamaba, quiero que vengas conmigo.
Parecía la ocasión perfecta, aunque no era muy devota a las fiestas sentía que podía funcionar de distractor. Además, podría estar con Danielle. No encontraba mejor recompensa.
—Me daré un baño y estaré ahí en una hora.
—La estaré esperando con un whisky en las manos, señorita Navarro.
Emilia rio. Hablando despacio por el teléfono.
—Esta noche busco algo más fuerte.
—Espero no decepcionarla...
—Hasta ahora no lo ha hecho, señorita Lombardi. Te veo en un rato.
Emilia se dio un baño, maquilló naturalmente su rostro, se colocó un hermoso vestido color negro con un escote pronunciado y unas aberturas a los lados que dejaban entre ver su abdomen.
De pronto tocaron a la puerta. Era Danielle, con esa sonrisa tan impecable como su aspecto. Llevaba una camisa azul marino, un abrigo negro y una gruesa bufanda cubriendo su cuerpo.
—¿En verdad creíste que te dejaría ir sola?
Emilia le sonrió. Dejando que fuera ella quien se acercara y depositara en sus labios un delicioso beso que reiniciaría su día.
—Te ves preciosa.
—Y tú impecable como siempre.
Entraron al departamento envueltas en caricias y besos, Danielle había comenzado con el candente juego quitándole el abrigo de las manos, mientras le susurraba al oído con intención de seducirla al límite:
—Podemos quedarnos aquí, será más divertido.
Las escurridizas manos de Danielle comenzaron a acariciar su piel. Se había abierto camino hacia el escote de su vestido, aferrando los labios a su cuello con pasión. El delicioso aroma de Emilia la volvía loca. Intentó llegar más lejos pero las manos de la rubia la detuvieron.
—Creo que tengo ánimos para salir esta noche, volvamos temprano.
Danielle se detuvo. Escucharla decir eso era inusual, pero podía ver que su expresión era genuina. Le sonrió de oreja a oreja tomando el abrigo para ayudarla a colocárselo. Esa noche sería diferente a todas las que habían tenido hasta ahora e intentaría llevar a Emilia a otro nivel.
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