XXVI
Por la mañana Emilia despertó como siempre con los primeros rayos del sol. El color naranja que entraba por la ventana la hizo caminar hasta el balcón que tenía vista al enorme lago que las rodeaba. Se recargó sobre el barandal, sintiéndose abrumada con el apacible amanecer que le regalaba el bucólico paisaje. A pesar del frío, aquella imagen era lo suficientemente cálida como para resguardar la temperatura de su cuerpo.
Escuchó la puerta corrediza abrirse y Danielle salió de la habitación envuelta en el enorme cobertor que las había cubierto esa noche.
Danielle sabía que Emilia había salido únicamente con la bata y su camisón. Así que la rodeó por la espalda, abrazándola y arropándola mientras hundía sus labios entre su cuello.
—Pescarás un resfriado si sales sin ropa, Diciembre.
—Es una vista hermosa. Podría quedarme aquí por siempre.
—Puedes quedarte el tiempo que quieras.
Emilia giró para quedar rostro a rostro con ella, aferrándose a aquel abrazo que ahora calentaba hasta su interior.
—Podemos empezar con un par de días.
—Suena bien para mí —contestó, esbozando una sonrisa y recibiendo su beso de buenos días por parte de Emilia—. Todavía tengo otra sorpresa, ya regreso.
Danielle se quitó el cobertor dejándolo sobre el cuerpo de Emilia para entrar de nuevo a la cabaña.
Se quedó un momento más viendo aquella hermosa vista. No podía dejar de pensar en lo distinta que era su vida ahora. Con la llegada de Danielle habían pasado tantas cosas, pero una de las más importante es que sentía que al fin podía liberarse de su pasado. Después de años de sentirse rota, ahora finalmente había recogido sus pedazos y estaba frente a si misma intentando reconstruirlo todo.
Entró de nuevo a la cabaña, preparó la tina y se recostó sobre la deliciosa agua caliente cerrando los ojos. Escuchó que la puerta se abría y encontró a Danielle desnuda frente a ella.
—¿Te molesta compartir?
Negó, dejó que Danielle entrara despacio para acomodarse dentro de la preciosa bañera.
—Ven aquí —le dijo, pidiéndole que se recostara sobre su pecho—. Quiero lavar ese espeso cabello.
Danielle aceptó, colocó su cabeza sobre los pechos de Emilia sintiendo como sus dedos masajeaban su cuero cabelludo con delicadeza.
—¿Qué dice este tatuaje?
Tenía los ojos cerrados, sintió los dedos de Emilia sobre su cuello lo que provocó que se incorporara ligeramente. Lo mejor era no titubear, así que lo soltó sin desmesura.
—Grecia.
—¿Te tatuaste el nombre de tu hermana?
Danielle asintió, terminó por inventar una historia en la que ese tatuaje había sido una promesa entre hermanas y Grecia se había arrepentido en el último momento, justo cuando ella ya tenía su nombre grabado en tinta sobre su cuello. Sin embargo, la verdad era que en un arranque de celos, justo después de haberse involucrado con la esposa de uno de sus socios, a causa de una borrachera, Grecia le había llevado hasta el estudio más cercano para dejarle su imborrable advertencia: "Eres mía, Danielle. Jamás lo olvides".
Emilia estaba sorprendida, había sido una mala jugada y ahora Danielle tenía que llevar su nombre sobre su piel. Se preguntó si acaso no había otra intención. No pudo evitar pensarlo al recordar lo que le había contado sobre la forma en la que Lucio las crío. No sería extraño que Grecia creciera con la idea de que Danielle era de su "propiedad". Era una idea loca, estaba segura de que tendría que sacarla de su mente por el bien de su naciente relación.
Terminaron su baño, se alistaron de forma abrigadora y salieron al muelle para admirar el precioso bote que yacía sujeto del mismo. Emilia recordó lo mucho que a su padre le gustaba navegar; la pesca era otra de sus aficiones además de los vinos de larga cosecha. No tenía buenos recuerdos de cuando lo acompañaba en sus aventuras en bote, por lo general siempre estaba mareada y conteniendo las ganas de vomitar. Pero jamás podía dejar pasar una oportunidad para compartir con su padre.
—¿El bote venía con la cabaña?
Le preguntó a Danielle una vez que ya había puesto el yate en marcha y sostenía el timón dando un ligero giro.
—No, lo adquirí hace un par de días. Pensé que te verías bien y no me equivoqué.
Emilia le regaló una sonrisa, pidiéndole que la dejara navegar un poco. Danielle no tuvo problema. Iba detrás de ella, guiándola, mientras mantenía bajo control el viaje.
Decidieron permanecer un rato varadas en el centro de aquel inmenso lago. Mirando el esplendor de la belleza que las rodeaba. Los altos pinos rodeando el lugar, los rayos del sol y el sonido de algunas aves.
—¿Danielle?
Ambas estaban ahora recostadas sobre la proa, dejando que el sol calentara sus cuerpos. Emilia yacía acurrucada sobre su pecho, mientras ésta jugaba con su cabello rubio como era costumbre ahora.
—¿Sí?
—¿Te has enamorado alguna vez?
No pudo evitar sonreír ante aquella pregunta. No conocía a nadie que no hubiera caído en manos de esa terrible condición. Ni siquiera ella que tenía fama de casanova. Finalmente afirmó.
—¿Cómo fue?
—Caótico. Éramos muy jóvenes, y ya sabes, no mides las consecuencias de tus actos. Todo parece sencillo, pero conforme crecimos nos dimos cuenta de que no sería fácil. Ella no era como yo, decía que yo era la única con la que se sentía así.
—¿No me digas que te enamoraste de tu mejor amiga heterosexual?
Danielle lanzó un prolongado suspiro.
—Algo así... Seguimos a escondidas por muchos años, pero decidió iniciar una relación formal con alguien más y todo acabó, o al menos eso creí. De vez en cuando me buscaba, pero las cosas ya no son de la misma forma.
—¿Aún se ven?
Se percató del semblante curioso que se dibujaba en el rostro de Emilia. Tenía que ser cuidadosa si no quería revelar más de lo necesario y sobre todo hacerla enfurecer.
—Sí, bueno —titubeó —, hasta hace un par de meses. Decidí que no podía seguir así y afortunadamente comencé a tener otro tipo de intereses. Quizá ambas llegamos para salvarnos, Diciembre.
«¿Hace un par de meses?» Pensó. Era un poco menos del tiempo que ellas llevaban conociéndose. Eso significaba que continuaba viéndose con esa mujer incluso cuando ambas ya tenían aquella relación basada en encuentros sexuales. Ahora estaba curiosa, de pronto saber el nombre de la mujer que había podido enamorar a Danielle se convirtió en una intriga. Sin embargo, decidió no insistir más. No era propio hablar de ex amores cuando se intentaba iniciar una relación, o al menos eso había escuchado. Como fuera, tampoco era algo que en realidad quisiera saber.
Después de navegar durante toda la mañana en el yate regresaron a la cabaña, las sorpresas no habían terminado por ese día. Danielle le pidió a Emilia que se alistara, la invitaría a comer a la ciudad próxima que quedaba a solo media hora de ahí. Era un lugar pequeño, pero tenía lo necesario para convertirse en el epicentro de su entretenimiento.
—¿Conocías ya este lugar? —preguntó Emilia, admirando el paisaje semi rural.
—No, es la primera vez que estoy aquí. Se ve agradable, ¿no te parece? lejos del bullicio y la vida ajetreada en la ciudad.
—Pensé que te gustaban las metrópolis y los lugares enormes y elegantes.
Danielle conducía. Sonrió, bajando sus lentes de sol para que Emilia mirara sus ojos.
—Me gustan pero, no sé, de pronto me pareció un sitio acogedor. Compraría una casa aquí y tendría veinte hijos contigo.
—¡¿Veinte?!
Comenzaron a reír, después de unos minutos llegaron a un restaurante en medio de un precioso parque. No era elegante, pero Danielle sabía que Emilia tenía un gusto por las cosas sencillas. Así que entraron sin más. Tomaron una de las mesas sin un host que les recibiera mientras esperaban a la simpática mesera que llegaba a ofrecerles café y el menú.
En ese momento Danielle se percató de que un hombre iba directo a ellas, había hecho un movimiento para peinar su relamido cabello y posicionarse respetuosamente a algunos metros de su mesa.
—Danielle Lombardi, ¡qué sorpresa!, ¿qué te trae por acá?
Pudo recordarlo entonces. El hombre había envejecido y se encontraba tan lejos de casa como ellas.
—Qué tal, Fabricio. Qué gusto verte. Permíteme presentarte, ella es Emilia.
Le regaló una sonrisa y estrechó su mano a la del hombre, que la miró con sumo respeto y admiración como si supiera de quién se trataba.
—Mucho gusto
—El gusto es mío —contestó el sujeto haciendo casi una reverencia—. Por favor, cualquier cosa que necesiten no duden en pedirla. Es un privilegio tenerlas aquí, así que no se preocupen por nada, todo corre por cuenta de la casa.
—No es necesario —contestó Danielle, sonando ligeramente incómoda.
—Claro que sí, después de todo este lugar no existiría de no ser por ti.
—Muchas gracias, Fabricio.
—Es un placer, se quedan en su casa. Salúdame a tu hermana por favor.
El hombre finalmente se alejó, y Emilia observó curiosa a Danielle que ahora intentaba fijar su atención al menú.
—¿También le prestaste dinero para construir este lugar?
Danielle negó, manteniendo su mirada en la carta como si aquel sencillo menú fuera un complejo libro.
—No fue precisamente para levantar este restaurante pero, sí, le presté dinero hace un tiempo. Tuvo unos problemas con sus negocios y estuvo a punto de irse a la quiebra, es un buen sujeto, fue socio de mi padre alguna vez.
Subió su mirada para encontrar una expresión tierna y socarrona en los ojos en el rostro de Emilia.
—¿Qué sucede?
—Nada —contestó, colocando los codos sobre la mesa para llevar las manos a sus mejillas—. Solo creo que no eres tan mala persona como dices, Lombardi.
Danielle cerró el menú, estuvo a punto de replicar aquellas absurdas palabras cuando la mesera llegó, escogieron sus alimentos y la joven se marchó. La intención de Danielle era continuar con esa charla pero de pronto, otra mujer apareció frente a ellas. Se dirigió hasta Emilia e hizo un gesto de alegría al verla.
—¿Emilia? ¿Emilia Navarro?
No podía creerlo, incluso en aquella ciudad apartada ambas parecían tener bastante popularidad. Emilia reparó en la mujer de cabello negro que le regalaba una sonrisa de oreja a oreja. Después de un instante pudo reconocerla.
—¿Rina?
—¡No lo puedo creer! ¿Cómo estás?
Emilia le había devuelto la sonrisa, se puso de pie y se acercó para abrazarla y saludarla después de casi tres años de no saber de ella. Danielle también estaba de pie, había sido un gesto educado de su parte al ver que Rina se acercaba.
—Bien, ¿y tú? qué coincidencia.
—¡Lo sé! ¡Hace años que no te veía! jamás imaginé que te encontraría aquí.
—Solo estamos de paseo, ¿y tú?
—Mi esposo es de aquí, estamos de fin de semana con sus padres. —La mujer señaló la mesa que estaba al fondo, donde un hombre joven les saludaba en la distancia.
—Lamento mucho no haber ido a tu boda —se disculpó Emilia, un tanto avergonzada.
—No te preocupes, sé que eres una mujer de negocios, ¿qué tal tu periódico? es uno de los más importantes ahora, me da mucho gusto.
—Gracias, he trabajado muy duro y supongo que todo ha rendido frutos.
Emilia se dio cuenta de que Rina parecía mirar de reojo a Danielle. Era natural que estuviera curiosa por ella. Además, no era como si pudiera pasar desapercibida.
—Perdón, no te presente, ella es...
Repentinamente había comenzado a titubear, Danielle sabía que tenía que intervenir.
—Danielle Lombardi, un placer.
Se tomaron de las manos, Rina no era capaz de quitarle la mirada ni un instante. Danielle la observaba con mucha curiosidad. Era la primera vez que veía a Emilia saludar a una amiga. Estaba segura de que no tenía muchas, pero aquella mujer parecía tener un vínculo especial con ella.
—Bueno, me están esperando —dijo finalmente Rina, disculpándose—. Me dio muchísimo gusto verte, dame tu número y quizá podamos salir para ponernos al día. Emilia aceptó, intercambiaron teléfonos y acto seguido regresó a su mesa.
En ese momento su comida había llegado, comenzaron a degustar y Emilia encontró que había algo extraño en ese semblante y actitud serena de Danielle. En ocasiones la miraba, estaba segura de que en cualquier momento iba a soltar la bomba.
—Ya dilo, empiezo a conocer tus expresiones.
Danielle rio, pasó una servilleta por sus labios dándole un trago a su refresco de cola.
—¿De verdad no ibas a presentarme?
—¿Qué? Claro que sí, simplemente me impresionó verla.
—Tanto que me olvidaste por completo.
Emilia hizo un mohín. Dejando de lado sus cubiertos para hablarle muy en serio justo como ella lo hacía.
—Lo siento, soy algo distraída en situaciones así.
—No sé como sentirme, Diciembre, ¿acaso te avergüenzas de mí?
No podía creerlo, cómo podía decirle algo así después de que la había llevado como su acompañante a la fiesta del 24/7 y además, su naciente relación estaba en boca de todos. Era una tontería.
—¿Qué? ¡no! ¿Cómo se te ocurre?
Comenzaba a ser evidente que Danielle solamente buscaba molestarla. Así que ella también lo haría.
—Además —continuó—, ¿cómo se supone que te presente? no somos amigas pero tampoco somos novias.
—¿Ah no?
—Pues no, nunca me lo pediste.
Ahora era Danielle quien parecía molesta, arqueó su ceja dejando su plato de lado. Emilia se estaba saliendo con la suya.
—¿Entonces todo mi discurso romántico bajo la luz de la luna no significó nada para ti?
Emilia negó.
—Es distinto, fuiste sincera conmigo y me abriste tu corazón pero jamás formalizamos nada.
—¿Acaso tenemos quince años? ¿qué quieres? ¿flores y un peluche con una carta sujeta a un globo? No, espera, no te gustan las flores.
Danielle se había llevado su vaso a los labios, había dicho eso de forma tan indiferente y burlona que Emilia comenzaba a sentir que perdía el humor y el apetito. No le molestaba que no lo hubiera hecho, sino que lo dijera como si hacer esas cursis confesiones de amor fueran algo vergonzoso. Se puso de pie y dejó su bolso sobre la silla.
—Voy al tocador.
La observó caminar decidida, quizá se había pasado un poco al llevar las cosas tan lejos, pero sabía cómo arreglar el repentino berrinche de su chica. Estaba acostumbrada a ese tipo de desplantes.
Emilia entró al baño y vio a Rina que estaba frente al tocador retocando su maquillaje. Sonrieron y la mujer se acercó hasta ella mientras tomaba un poco de jabón para manos.
—¿Qué tal tu cita? es muy guapa.
Emilia volvió su mirada en el reflejo del espejo, sonrió. Rina podía estar casada pero todavía tenía sus gustos peculiares.
—No es mi cita, solo estamos... saliendo.
—Por Dios, Emilia, es lo mismo. ¿Qué pasó con...? ¿Luisa?
—Lucía —corrigió algo irritada por el repentino rumbo de la conversación— terminamos hace mucho.
—¿No era tu socia o algo así?
Emilia realmente no tenía ganas de hablar sobre eso. Habían pasado semanas desde que Lucía no rondaba por su mente, estaba dando lo mejor de si para que continuara de esa forma. Era una promesa que se había hecho.
—Es directora del periódico, pero nuestra relación laboral es independiente de lo otro.
—Eso debe ser difícil, compartir el trabajo con tu exnovia.
—En un inicio lo fue... —Se había ensimismado durante un instante. En realidad aquello no solamente había sido difícil sino un cruel infierno.
—Imagino que con semejante ejemplar olvidaste todo por completo.
Emilia continuaba pensando en sus palabras, sintió una sensación extraña al recordar a Lucía y su pasado. Rina había desenterrado un sentimiento desagradable y eso la irritaba un poco.
—Tengo que volver. Nos vemos después.
Su mente aún parecía en otro lado, se sentó sobre su silla y no se dio cuenta que Danielle se había puesto de pie para recibirla. Emilia tenía sus ojos puestos en su plato de comida que casi había terminado.
—¿Todo bien? —Pudo percatarse de su extraña actitud, parecía distante y pensativa. Imaginó que estaría molesta aun por lo de hacía un rato.
—Sí, ¿nos vamos ya?
—No —contestó con tranquilidad—, aún falta el postre.
Emilia se percató de que la mesera iba hasta ellas, tenía una sonrisa resplandeciente dibujada en el rostro y llevaba una rebana de pastel que colocó sobre la mesa. Lo observó detenidamente y descubrió lo que aquel detalle tenía escrito: ¿Quieres ser mi novia? con chocolate líquido sobre el plato.
—¿Te estás burlando de mi?
La mesera borró su sonrisa de pronto y se alejó despacio después de que Danielle, quien estaba ligeramente molesta con su reacción, le agradeciera. La cita empezaba a tener un rumbo extraño y la actitud de la chica no parecía mejorar la situación.
—¿Es en serio, Emilia? Estoy tratando de ser romántica contigo y sales con eso. No lo puedo creer... Señorita, tráiganos la cuenta y llévese esto por favor.
La mesera regresó tomando el plato pero Emilia intervino.
—¡No! Espera...
La inocente joven lucía más preocupada por la reacción de Emilia que la misma Danielle, pero finalmente se marchó.
—No quiero que hagas las cosas solo porque te sientes obligada por lo que dije.
—¿Crees que puedes obligarme a hacer las cosas? interesante... —Danielle recargó sus codos sobre la mesa y tenía las manos a la altura de su barbilla—. Diciembre, escúchame, si lo hice fue porque quería hacerlo. Tienes razón, si queremos que esto funcione necesitamos hacerlo bien. Con todas las formalidades necesarias. Estoy completamente comprometida con esto y contigo.
Sabía que Danielle hablaba en serio, no había titubeado y jamás dejó de mirarla a los ojos. Emilia sintió una punzada fuerte en el estómago. Miró de nuevo la rebana de pastel con esa perfecta caligrafía en el mensaje. Había sido muy dura con ella, quizá de forma instintiva había desmeritado su confesión como un reflejo de sus propias inseguridades. Se preguntó hasta cuándo Danielle se cansaría de ella y no pudo evitar pensar en lo que le depararía si es que su relación fracasaba. Era la primera vez que sentía la incertidumbre del amor.
—De acuerdo... Y mi respuesta es sí, por si tenías duda.
Danielle tomó su mano, se la llevó a los labios dándole un dulce beso.
—Otra cosa —intervino, una vez que se disponían a irse—, no tiene nada de malo que me digas lo que quieres. Por si no lo has notado somos muy distintas y no siempre vamos a estar en el mismo canal. Así que me ayuda que me digas las cosas. Sé que puede parecerte increíble pero no tengo mucha experiencia en esto.
Emilia sonrió, aquella propuesta le parecía por demás madura y encantadora.
—¿Primera vez?
—Sí, supongo que sí.
Emilia se acercó hacia ella, parándose casi en puntillas para poder besarla de forma repentina.
—Seré gentil contigo.
Finalmente salieron del restaurante, aún era temprano así que decidieron continuar con el paseo por la pequeña ciudad. Recorrieron sus calles y llegaron a una plaza en donde se detuvieron a comer helado, pasearon en un bote de pedales y finalmente caminaron hasta que el sol comenzó a ocultarse.
—No has dejado de sonreír desde que salimos del restaurante, ¿te sientes bien?
Estaban sentadas sobre una banca, mirando como la luz del día iba extinguiéndose poco a poco. Emilia sintió su rostro caliente, Danielle tenía facilidad para avergonzarla.
—Me siento perfectamente, ¿te molesta que sonría?
—Por supuesto que no, en realidad me encanta que lo hagas. —Danielle pasó su mano cerca de su mejilla, bajando hasta presionar su barbilla.
—¿Vas a ponerte cursi? —le susurró, mientras descansaba la cabeza sobre su fuerte regazo.
—Quizá, pero de verdad me gusta verte así.
Emilia se incorporó, aferrándose al brazo de Danielle, mientras ésta besaba su cabeza con ternura.
—No quiero que te emociones mucho, pero, creo que tienes algo que ver con eso.
—Ya lo sabía.
Emilia comenzó a reír. Era verdad que había pasado un tiempo desde su última risa genuina, desde que había compartido un fin de semana con alguien así y admirado una puesta de sol como la de esa tarde. Guardaría ese viaje en lo más profundo de su corazón.
—En serio. Hace mucho que no me sentía así, tan feliz, tan tranquila, tan...libre. Y todo gracias a ti.
Sintió el apretón de Emilia sobre su brazo, mientras buscaba su mano para entrelazarla. Estaba perdiendo el temple frente a ella. Como una barra de hierro derretida por un intenso calor.
—Es la primera vez que una mujer me deja sin palabras, ¿qué se supone que te diga?
Emilia despegó su rostro del cuerpo de Danielle, mirándola con un exagerado gesto de fastidio.
—No te estoy pidiendo un poema, Baudelaire.
Ahora era Danielle quien sonreía, alzó su brazo para poder rodearla y abrazarla.
—Voy a hacer lo que sea necesario para asegurarme de que esa sonrisa y ese sentimiento no desaparezcan. —La tomó con suavidad del cuello para finalmente besarla con fervor. Sintió el sabor de aquella saliva cálida, mordió ligeramente sus labios carnosos que comenzaban a dejar escapar un gemido constante y extasiado.
Decir que Emilia Navarro era todo lo que había dentro de su pecho habría sido una de sus tantas mentiras. Pero lo que comenzaba a sentir por ella era tan fuerte que se había propuesto no descansar hasta que aquella risa se convirtiera en el leitmotiv de sus días.
***
Pasaron el resto de la tarde en el balcón, escuchando música de The Clash y The Black Keys hasta que poco a poco las estrellas comenzaron a iluminarlo todo. Entraron al sentir el intenso frío de la noche, prepararon juntas la cena, se dieron una ducha y después de hacer el amor una vez más se fueron a dormir. Emilia despertó en la madrugada, la luna entraba por la cortina de la ventana alumbrando con fuerza. Miró el cuerpo desnudo de Danielle a su lado, parecía dormir tan plácida sobre esa cama cuando aquella palabra llegó a su mente: «¿Amor?» pensó. Solamente había sentido algo así una vez en su vida. Y ahora apenas podía recordarlo con claridad debido a las heridas constantes. El vaivén de su relación con Lucía le había hecho perder las esperanzas de volver a sentir algo tan real como lo que estaba construyendo con Danielle.
—Amor... —susurró, dejando escapar un beso tierno sobre su mejilla mientras se acurrucaba entre sus brazos—. Podría ser...
Por la mañana Emilia decidió encender su móvil sólo para cerciorarse de que las cosas estuvieran bien en el corporativo. Se disponía a bajar para ayudarle a Danielle a preparar el desayuno cuando una llamada de Lucía entró.
—Finalmente contestas. Pensé que tendría que llamar a la policía.
—No exageres, te dije que saldría de la ciudad, ¿qué sucede?
Lucía aclaró su garganta.
—Tenemos un problema. Salas publicó su reportaje sobre la fraudulenta agencia de seguridad que montó uno de los hijos del ex gobernador y evidentemente no fue del agrado de la familia. Así que ahora aparte de amenazas en contra de Salas, quieren iniciar una demanda contra el periódico.
Emilia suspiró. Estaba cansada de estar metida en ese tipo de problemas. Verdaderamente no existía el periodismo serio en ese país gracias a la gran tasa de impunidad y corrupción.
—No te preocupes, hablaré con Sánchez Bueno, él y papá tenían una buena relación, veré que puedo hacer. Por lo pronto encárgate de la seguridad de Salas. Volveré mañana mismo.
Podía escuchar la respiración de Lucía, imaginó que colgaría pero estaba segura de que continuaba ahí.
—¿Dónde estás? —preguntó de pronto. Con un tono de voz diferente que el inicial.
—Decidí tomar un descanso, tengo años sin tomar vacaciones.
—Estás con Lombardi, ¿cierto?
Sintió un nudo en el estómago. La pregunta no le sorprendía en absoluto, pero el tono de voz de Lucía parecía lastimero, incluso sereno y resignado. Hacía tiempo que no escuchaba esa intención en sus palabras. La hacía sentir intranquila.
—Sí, estoy con ella, ¿tienes algún problema con eso?
...
—Sabes perfectamente cual es mi problema con eso.
—¿Estás celosa? —De nuevo su voz se había apagado. Sintió temor de que lo admitiera, pero sabía que su orgullo era más grande—. ¿Sabes qué? te veo cuando regrese. —Colgó de golpe.
No se había dado cuenta de que Danielle estaba justo en el marco de la puerta. Llevaba un rato ahí y sin quererlo había escuchado lo suficiente como para saber lo que estaba pasando. Emilia la vio, dando un ligero salto al descubrirla.
—Me asustaste, no te escuché llegar.
Danielle esbozó una sonrisa cotidiana seguida de su tono más amable de voz.
—El desayuno está listo.
—Gracias —contestó con simpatía. Cerciorándose de aquella expresión apagada—. ¿Pasa algo?
Danielle suspiró. No era una mujer que se quedara con las cosas dentro. Emilia debía conocer esa parte si pensaba en lo suyo como algo futuro y constante.
—Dime algo, Emilia. ¿Todo esto es para darle celos a tu exnovia? Porque si es así no es necesario llevarlo tan lejos.
—¿Qué? no, Danielle, claro que no.
Su mirada no era compasiva ahora. De nuevo, aquellos ojos fríos estaban sobre ella. Era evidente que estaba molesta.
—Yo de verdad entiendo si aún tienes sentimientos por ella, pero no quiero que me hagas perder el tiempo.
—¿Perder el tiempo? ¿En serio? Entonces eso es nuestra relación para ti, una pérdida de tiempo.
—No, no fue eso lo que dije. —Danielle pudo notar lo explosiva que había sido su reacción. Por poco y no se reconocía. Pero al mirar el gesto de preocupación de Emilia había entendido que quizá habían llevado las cosas un poco lejos.
Un silencio ominoso se hizo por toda la habitación. Solamente el sonido de la lluvia tupida se escuchaba en aquella cabaña de ensueño.
No valía la pena, pensó Emilia, continuar con esa discusión solo por una llamada.
—Lo lamento, sé que no es eso lo que dijiste. Solo que...
—Está bien, también lo lamento. No fue mi intención hacerte sentir de esa manera.
—Creo que las dos sobre reaccionamos. Yo jamás te usaría de una forma tan ruin solo para obtener algo de alguien a quien ya no le importo. Quiero que quede claro que si estoy contigo es por mí. Porque me haces bien, Danielle Lombardi.
Emilia sujetaba su rostro, la miraba fijamente y sonreía con una expresión adorable mientras le decía aquello. «De nuevo este sentimiento», pensó. De pronto, sentir todo ese calor la motivaba, era como si pudiera cargar con el mundo entero cuando Emilia le decía ese tipo de cosas.
—Fue una pésima primera pelea —tomó las manos de Emilia para entrelazarlas y finalmente tomarla por la cintura en un juego de abrazos. Besó su cuello mientras ésta reía.
—Lo sé, no duró más de diez minutos.
—Habrá que hacerlo mejor la próxima vez.
—Estoy totalmente de acuerdo —puntualizó Emilia con una expresión animosa. Arrastró a Danielle a la cocina una vez que la sintió próxima y comenzaba a acariciarle los pechos. Lo mejor era bajar y desayunar un poco para aligerar el momento entre ambas. Habría tiempo para otras cosas, con Danielle siempre había tiempo.
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