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XXIX

Los terribles efectos de la resaca habían terminado por despertarla, abrió los ojos y no le sorprendió encontrar a Danielle a su lado, con su respiración tranquila, su aroma y su cuerpo desnudo sobre su cama. Los recuerdos de lo que había pasado en el club comenzaban a llegar poco a poco. Incluyendo aquel frenético momento de placer en el callejón. Jamás, en toda su vida, habría imaginado hacer algo como eso en vía pública. Además, no dejó de pensar en cómo había surgido todo a partir de esa estúpida discusión. Sin duda, el sexo de reconciliación era el mejor y ahora lo sabía. Sintió como el cuerpo de Danielle se movía ligeramente. Cerró los ojos y se enredó en el cobertor fingiendo que continuaba dormida. Sintió los labios tibios de Danielle sobre su frente y se percató de que bajaba hasta la cocina a prepararle el desayuno como ya era costumbre.

Emilia se quedó en la cama repasando lo que había sucedido. Podía recordar a Danielle furiosa arrojando a ese pobre sujeto con fuerza, sus palabras hirientes y sus celos que hasta ahora desconocía. No estaba molesta, habían bebido demás y aquello simplemente había sido un error de ambas partes. Los celos las habían dominado y no quería hacer de eso una pelea prolongada.

Se puso de pie lentamente para bajar a la cocina y hablar sobre eso cuando una llamada entró a su teléfono. Era Lucía, por un instante pensó en lo temprano que era para una llamada, pero en realidad ya estaban a mitad de día.

Buenos días, lamento interrumpir tu fin de semana.

—¿Qué necesitas?

Pasó un poco de tiempo para que Lucía se animara a articular palabra alguna.

Llamé para disculparme. La otra tarde, en el estacionamiento... me comporté como una imbécil. Perdón.

Emilia se había puesto de pie, caminó hacia el balcón de su recámara, cerciorándose de que Danielle no estuviera cerca. Aquello podía ser la gota que derramara el vaso.

—Solo quiero que te quede muy claro que no fue personal y que no puedes seguir mezclando las cosas. Tu vida privada me tiene sin cuidado, pero lo que respecta al periodico es de mi total interés.

Sabía que sus palabras podían ser duras, pero esa era una regla que ambas compartían. Desde el inicio había sido determinante con respecto a la división de relación laboral y personal. Y aunque el romance de Melissa y Lucía había destrozado su corazón, despedirla por cuestiones personales iba en contra de su ética laboral.

—Tienes razón —intervino Lucía—. Me dejé llevar por la situación. Es por eso que quise disculparme. Te aseguro que no volverá a suceder.

Emilia miró hacia la puerta de su habitación.

—Olvídalo, ya no tiene importancia.

—Gracias, las cosas han sido muy difíciles últimamente. Supongo que exploté a la primera oportunidad que tuve y fuiste tú quien pagó por mis estupideces.

Conocía aquella voz seria y marchita. Las cosas entre ella y Melissa debían ser peor de lo que imaginaba. Solo una ruptura total podría tenerla de esa forma. Ya había pasado antes y ella siempre estaba lista, esperando las migajas de amor que podía ofrecerle. Ahora todo era distinto, ella no estaba más a la espera de cariño pero no significaba que no le lastimara su profunda tristeza.

—Solo olvidémoslo. Puedes tomarte unos días si lo necesitas, me haré cargo de todo.

—Te lo agradezco pero no hace falta. Tengo mucho que terminar todavía.... Emilia, gracias por no soltarme a pesar de todo.

Un sentimiento extraño y viejo comenzó a resurgir de su pecho. Miró de nuevo hacia la puerta y pudo verlo después de algunos meses. Aquel fantasma de su soledad rondando por la cama, en donde había dormido con Danielle durante los últimos meses. Se había recostado con una comodidad habitual, mirándola con esa sonrisa victoriosa y desagradable que fuera de aterrarla le provocaba náuseas.

—Lucía, ¿hay algo en lo que pueda ayudarte? —Aquellas palabras habían salido como un impulso del cual esperaba no arrepentirse—. Sé que las cosas entre nosotras no han ido muy bien, pero me preocupas.

...

—Bueno, en realidad me vendría bien una charla... como amigas. Claro, si no te molesta.

—No, está bien. Podemos vernos esta tarde.

Sabía que aquella reunión repentina era algo más que una charla entre amigas. No había forma de que una amistad naciera de ellas, lo habían intentado tantas veces y en todas habían fallado. Emilia lo tenía más que claro después de años de heridas incesantes.

—Hay un café al que siempre he querido ir. Te mando la ubicación por mensaje.

Emilia aceptó.

—Te veré ahí entonces.

Entró a la habitación, pasando de largo mientras aquel fantasma continuaba recostado sobre su cama, mirándola con esos ojos de seducción y deseo.

—Olvídalo. Jamás volveré a ese infierno.

Bajó a la cocina y encontró justo la postal que atesoraría el resto de su vida. Ver a Danielle preparando el desayuno en calzoncillos era una delicia, sobre todo si se contoneaba al ritmo de The Clash. Se detuvo en la entrada de la cocina y la observó detenidamente.

—Pensé que no tomabas tu desayuno con The Clash.

—No tenías nada más, prepararé mi playlist para la próxima —contestó, sirviendo el café.

Los ojos de Danielle le miraban expectantes, sabía que ambas tenían mucho de qué hablar con relación a los hechos de la noche anterior. Un silencio ominoso se hizo presente.

—Emilia...yo...—Sentía que tenía que ser ella quien diera el primer paso—. No estoy acostumbrada a hacer esto, pero, creo que es necesario. —Observó a su ahora novia, podía sentir sus penetrantes ojos azules expresar más de lo que imaginaba. Su comportamiento había arruinado aquel momento—. Me porté terriblemente anoche, mi reacción fue por demás inapropiada y... lo siento. Entiendo si estás molesta. No volverá a suceder.

Emilia continuó de pie, lanzó un suspiro posando sus manos sobre el respaldo de una de las sillas del comedor.

—No estoy molesta, Danielle, estoy asustada.

—¿Asustada? no entiendo.

—No me gustó lo que vi anoche, una Danielle agresiva, prepotente. Esa no es la persona de la que yo... —Se detuvo de golpe, observó el rostro extrañado de Danielle al escucharle decir aquella última frase—. ¿Es así como realmente eres?

—No —contestó con firmeza—, quiero decir, quizá un poco. No debí beber de esa manera, el alcohol puede llegar a sacar lo peor de mí. Sé que eso no justifica lo que hice, pero no sé qué hacer para remediarlo.

—Tampoco yo —intervino la rubia con tranquilidad— pero sí sé que no quiero ir por ahí con el temor de que en cualquier momento puedas golpear a alguien.

—Eso no va a suceder.

Danielle se había acercado a ella, tenía sus manos entre las suyas y sus ojos revelaban un sincero arrepentimiento

—Emilia, me conoces. No voy a negar que quizá los...celos, me dominaron más de lo que hubiera querido. Pero entiéndeme, ver a ese sujeto tocándote cuando tú evidentemente no querías me hizo perder la razón.

—Yo también me puse celosa de tus amigas y no por eso actué de forma irracional.

—Tienes razón. Y ese es mi gran problema. Siempre he reaccionado en base a mis instintos, fue algo que aprendí desde que era niña. No significa que sea un ser irracional y sobre mi prepotencia, supongo que en ocasiones la arrogancia se apodera de mí. Es mi peor defecto, es verdad.

Emilia sintió que su corazón se sobrecogía. Después de haber escuchado su historia no le sorprendía para nada que Danielle fuera una persona impulsiva. Prácticamente la habían criado para defender a su hermana y los negocios como un perro guardián. Y sobre su arrogancia, era consciente de que existía esa pequeña parte en ella. Había dejado ver un poco de la misma cuando le llevó las miles de flores al corporativo e insistió en llevarla a aquel lujoso restaurante. Sin embargo, en esta ocasión había utilizando su poder para humillar a ese chico. Sabía que tenía que trabajarlo.

—¿Por qué no olvidamos este incidente? Me parece que es la mejor forma de sobrellevarlo. Acepto tus disculpas y te pido que aceptes las mías. —Se acercó a ella, aferrándose a su pecho en un gesto usual entre ambas.

Danielle la rodeó, dejando caer un beso tierno en su frente.

—Puedo hacerlo, olvidar y perdonar. Solo no me pidas que olvide lo que pasó en el callejón.

La rubia comenzó a reír, había enterrado su rostro sonrojado entre los pechos de Danielle. No iba a confesarlo, pero llevaría eso en su mente para siempre. Había encontrado tan sensual su indecente encuentro que la loca idea de repetir ese juego era provocadora. Danielle estaba llevándola hasta un terreno de su sexualidad que necesitaba explorar aún más, no podía esperar para la siguiente aventura.

Se sentaron a la mesa para tomar el desayuno finalmente y con tranquilidad.

—Tengo que salir de la ciudad en unos días.

Danielle había colocado un pedazo de jamón en su boca, aquella noticia le extrañaba. Su hermosa novia no solía salir de la ciudad por cuestiones laborales.

—¿Trabajo?

—Sí, hay una convención de periodistas, es importante así que no puedo enviar a nadie más.

—¿Irás sola?

Emilia se llevó su taza de café a los labios. Quería sonar tranquila con lo que a continuación diría para que Danielle no se preocupara.

—Con Lucía.

Danielle asintió, era buena para ocultar sus verdadero sentimientos. Grecia solía decir que tenía los nervios de acero y era una habilidad conveniente. En esa ocasión así era, pero no significaba que la noticia no le hiciera querer regurgitar su desayuno. Esbozó una sonrisa, sobre actuando un gesto de melancolía.

—¿Por cuánto tiempo vas abandonarme?

La rubia sonrió. Se estiró para tomar a Danielle y darle un tierno beso que tenía un sabor a jamón con café.

—Sólo será una semana. No me extrañes mucho.

Lo que le pedía era imposible, extrañarla comenzaba a volverse un hábito. No recordaba la última vez que había dormido en su departamento. Existía una añoranza constante que le hacía desear volver a sus brazos noche tras noche.

—Quizá podría alcanzarte una vez que el congreso termine, ¿qué dices? merecemos otras pequeñas vacaciones.

—Suena bien.

Danielle acarició el dorso de su mano cuando de pronto su móvil sonó. Era una llama de instituto, le pareció inusual ya que por lo general era ella quien se comunicaba para cerciorarse cómo estaban las cosas.

—Diga... ¿Qué sucede?... no, no. Está bien, iré para allá...no, no dejes que se vaya. De acuerdo.

Emilia se percató del tono de preocupación en la voz de Danielle. La vio ponerse de pie de golpe.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Tengo que irme, surgió algo en el instituto.

—Iré contigo —Emilia dejó su plato de lado, bebiendo de un sorbo el café.

—No, no es necesario. Te buscaré cuando regrese.

—Por favor, déjame acompañarte. Prometo no molestar.

Danielle suspiró. En realidad, por la breve descripción que le habían dado la situación era bastante seria. Pero tenía debilidad por todas las peticiones de Emilia, darle un no rotundo era imposible. Además, ahora la conocía, una vez que se empeñaba en algo era difícil convencerla de lo contrario

—De acuerdo. Vamos a cambiarnos. Hay que darnos prisa.

Ambas fueron hasta la habitación, se alistaron y finalmente salieron del departamento. Emilia miró su móvil, decidió mandarle un mensaje a Lucía. Su café tendría que esperar.

Condujeron deprisa por la carretera hasta llegar al instituto. En cuanto bajaron Emilia decidió mantener su distancia en la situación. Entraron al recibidor y Alexa fue quien las recibió.

—Qué bueno que llegaste, Danielle. —Fue hasta ella y luego reparó en su acompañante. Era testigo de la formalización de su joven jefa con esa adinerada empresaria. Los rumores eran ciertos.

—¿Qué sucedió?

La mujer las pasó a su oficina y comenzó a narrarles la historia de cómo Kenji había llegado con esa menor de edad en brazos. Al parecer, la joven había entrado a su restaurante escondiéndose de su cruel padrastro.

—Hay evidentes signos de violencia y consumo de drogas. Quizá el hombre la golpeaba. Y lo más grave es que...está embarazada.

—¿Dónde están?

Alexa les pidió que le acompañaran y las dirigió hacia el ala médica hasta llegar a la habitación en donde Kenji, el médico y la psicóloga estaban al pendiente. Pudo ver entonces a la joven, era probable que no pasara de los dieciséis años. Tenía golpes en su rostro, sus brazos y era tan delgada que parecía inhumano. Estaba sentada en una silla, tenía los brazos sujetos a los descansadores y respiraba con dificultad. Kenji fue hasta Danielle una vez que se percató de su presencia. Salieron del consultorio y le dio un fuerte abrazo a su amiga y después saludó a Emilia estrechando su mano.

—Lo siento, Danielle, no sabía a dónde más llevarla.

—Hiciste lo correcto. ¿Cómo está?

—Nada bien. Están intentando estabilizarla, pero en su condición no es sencillo.

—¿Qué ocurrió con el padrastro?

—No lo sé —contestó el chico con rabia—. Debe seguir buscándola. Pero es un adicto también, no creo que dure mucho haciéndolo.

—Es menor de edad y hay alguien buscándola, Danielle. Nos meteremos en problemas —intervino Alexa que estaba a sus espaldas.

Emilia se acercó a la ventana del consultorio, podía ver a la chica luchar con sus pocas fuerzas para intentar liberarse. Era terrible y desgarrador ver a una mujer tan joven en esas condiciones tan injustas. Sintió que aquello le sobrepasaba.

—No podemos llevarla a la policía o a un hospital, le hablarán a ese hombre para que vaya por ella —enunció Kenji dirigiéndose a Alexa.

—Se quedará aquí —intervino finalmente Danielle—. Por lo menos el tiempo necesario para que esté lúcida y podamos hablar con ella, ¿de acuerdo? Contacta a la licenciada Aparicio, por favor, dile que es urgente y mantenme al tanto.

Aquellas órdenes llegaron directamente a Alexa que asintió. En realidad no estaba convencida de que fuera la mejor idea pero sabía que Danielle tenía sus modos. Fue hasta su oficina para comunicarse con la abogada que se encargaría de asesorarles. Danielle miró a sus espaldas, imaginó que Emilia estaría ahí pero la rubia continuaba ensimismada a algunos metros de ella. Se acercó.

—¿Te sientes bien?

—Es menor de edad, Danielle, Alexa tiene razón, puedes meterte en graves problemas.

—Lo sé, pero Kenji también la tiene, si la entregamos a las autoridades ese sujeto volverá por ella. Es el adulto tutor después de todo.

Escucharon un golpeteo proveniente de la habitación en donde se encontraban estabilizándola. Danielle corrió, observando la escena del médico y las enfermeras forcejeando con aquella joven que parecía poseída por el peor de los demonios.

—¡Sosténganla!

Habían intentado cambiarla a la camilla, pero la joven estaba realmente violenta y era imposible usar un tranquilizante. Un médico y dos enfermeras luchaban por poder someterla pero era como si hubiera sacado fuerzas desde el fondo. Se aferraba a todo lo que estaba a su paso hasta que Danielle intervino sujetando sus brazos en la parte superior de la camilla y mirándola fijamente.

—¡Suficiente, debes tranquilizarte! Solo vas a hacerte daño y lastimarás a tu bebé.

—¡Es mío y haré lo que quiera con él!

—Eso es cierto, pero escúchame. Queremos que estés a salvo. Ahora, por favor, trata de calmarte.

—Duele...en verdad duele... —La joven se había echado a llorar. Su voz era apenas un sollozo y se aferraba al antebrazo de Danielle. Encontrando el consuelo que le hacía falta.

—Lo sé, por eso déjanos ayudarte. —La soltó, encontrando su mirada marchita. Finalmente había podido colocarla sobre la camilla y estaba atándola para evitar que se lastimara más.

A pesar de su juventud había una marca de vida que no podía borrarse de su rostro de niña. Nadie podía imaginar la cantidad de cosas por las cuales había pasado a tan corta edad. Y lo peor estaba por venir.

Emilia estaba en el marco de la puerta, miraba aquella escena conteniendo casi el aliento. Había comenzado a temblar sin razón. Se dio media vuelta; no resistía más aquella imagen. Sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas así que caminó en dirección a la salida para poder respirar un poco de aire fresco.

Después de un rato Danielle llegó hasta ella, la abrazó por la espalda dándole un beso en la mejilla. Pero Emilia no podía borrar de su mente la imagen de aquella jovencita forcejeando y con ese semblante de dolor enmarcado en su rostro.

—¿Cómo sigue? —le preguntó, intentando sonar tranquila.

—Estará bien. Las primeras semanas son un infierno así que debe prepararse. Y debemos estar pendientes del bebé. Él también sufrirá.

Emilia suspiró. Aquellas palabras helaban su corazón aún más que el aire de esa gélida tarde. Danielle besó su frente y aferró sus manos a las suyas.

—¿Estás bien? Estás temblando. —Se había quitado el abrigo para colocarlo sobre los hombros de Emilia, quien intentaba dibujar una sonrisa.

—Quizá es la resaca —mintió. Esta vez siendo ella quien se aferraba al cuerpo de Danielle, dándole un fuerte abrazo para recobrar un poco de calor.

—Tenemos que regresar, tengo mucho trabajo esta noche.

Condujeron de regreso a la ciudad. Durante la mayor parte del camino Emilia no dijo nada. Su mente continuaba pensando en aquella joven. Era imposible no sentirse afligida e identificada con la situación. Durante toda su vida habían descrito a su difunta madre como a una prostituta, una drogadicta oportunista que había encontrado en su padre la realización de su patética vida. Ella había sido producto de su chantaje y su avaricia. Era la historia que día a día le repetían aunque no estaba segura a ciencia cierta si a esas alturas podía tener certeza de su veracidad.

—Diciembre, estás preocupándome, no has dicho nada desde que salimos del instituto.

Emilia continuaba mirando hacia la ventanilla. Su mente era un manojo de ideas y pensamientos que se entrelazaban sin llegar a nada. Desde su adolescencia el paradero de su madre y el motivo de su abandono habían dejado de atormentar su corazón gracias a la insistencia y consuelo de su padre. Pero sin él, y al presenciar la situación de aquella joven embarazada, aquellos sentimientos volvían a estar a flor de piel.

—Lo lamento. Estoy algo sensible. —Comenzó a limpiarse las lágrimas con la manga de su abrigo.

Fue entonces que Danielle decidió frenar justo ahí, en medio de la nada a mitad de la noche. Tomó las manos de Emilia mirándola fijamente.

—¿Qué sucede? Puedes decírmelo.

Emilia sonrió, con los ojos aún llenos de lágrimas y tratando de contenerse pero comenzaba a ser imposible.

—Es solo que... no puedo evitar pensar en mi madre. Ella, por lo que sé, era una adicta que iba por la vida seduciendo sujetos por dinero y droga. Y... no sé, me preguntó si...quizá las cosas no fueron así. Quizá ella sufrió también y no tuvo más opción que tener esa vida, así como aquella chica. A veces me gusta imaginar que no es la mujer que todos me dijeron que era. Y que alguna vez me amó lo suficiente como para dejarme a cargo de mi padre porque era consciente de que ella no podía darme una vida mejor...

Ahora las lágrimas salían sin poder contenerse. Era la primera vez que le externaba esos sentimientos a alguien más. Danielle comenzaba a ser especial en su vida. Más que su novia era su confidente, su mejor amiga y se había encargado de darle la confianza para abrirse totalmente.

Danielle la abrazó, acariciando su cabeza y besando sus mejillas. Estaba conmovida también. Ella conocía lo que era crecer con la ausencia de una madre. Y aunque no la recordara, sabía que en algún momento había existido aquella tierna mujer francesa que solía cantarle esa vieja nana palestina antes de dormir, era un distante recuerdo que jamás olvidaría. Sin embargo, Emilia ni siquiera la había conocido, no sabía siquiera si la imagen que tenía de ella era cierta o solo era un invento de su cruel familia.

—Lo lamento...dije que no daría problemas y estoy haciendo un drama.

Danielle negó. Pasando sus dedos por la sal de sus mejillas para limpiarle las lágrimas.

—No tienes que preocuparte. Es normal que toda la situación te causara estragos. No debí exponerte. Pero es bueno que externes todo lo que sientes.

Emilia asintió. Danielle estaba en lo cierto, ahora sentía un ligero alivio. No sabía por qué, pero la sensación era profunda.

Le sonrió, atrapó su nariz colorada entre sus dedos como parte de un juego íntimo entre ellas y arrancó el vehículo, mirando de reojo a una Emilia que ahora ocasionalmente le sonreía.

Llegaron de inmediato a la ciudad. Fueron hasta el departamento de la rubia y para su desgracia era la hora de despedirse.

—Descansa. Si necesitas algo no dudes en llamarme. Vendré.

Sus labios se encontraron en un apacible beso. Esperó a que Emilia entrara a su edificio cuando de pronto la detuvo al recordar su próximo compromiso social.

—Con todo lo que ha sucedido lo olvidé por completo. En dos días habrá una fiesta de caridad, me gustaría que fueras conmigo.

Danielle había ido hasta ella. Trató de pensar en su agenda. La convención de periodismo sería hasta la próxima semana así que estaba bien. No había nada que pudiera intervenir con aquel plan, solo su disposición, así que aceptó.

—Pero nada de alcohol.

Danielle le sonrió.

—Ni una gota. 

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