XXIV
Danielle llevó a su acompañante hasta su habitación, ella sola se deshizo de sus prendas mientras recorría el lugar embebida por el lujo. «Es como todas», pensó, «solo buscan la opulencia». La tomó del brazo llevándola hasta el cristal templado. Justo ahí era donde prefería hacerlo, sabía que, aunque no lo admitieran, a todas les seducía la idea de sentirse expuestas. Elevó a la escultural castaña pegando su hermoso trasero al cristal, besaba su cuello cuando de pronto pudo verla. Emilia caminaba entre la multitud abriéndose paso rumbo a la salida. «¿Diciembre?» pensó «¿qué demonios hace aquí?». Se alejó de la castaña recogiendo su ropa del suelo.
—¡Oye! ¡Al menos déjame vestirme!
Danielle la arrastraba del brazo mientras la dirigía hasta la puerta en ropa interior.
—Lo siento. Tienes que irte. Llama a tus amigos y pidan lo que quieran.
La mujer se zafó de aquel agarre. Lanzando una mordaz bofetada que hizo que el rostro de Danielle girara ligeramente.
—Vete a la mierda —exclamó, bajando las escaleras hecha una furia.
Reconocía que tendría que disculparse en otra ocasión. Pero en ese momento sabía que tenía que apresurarse. Salió por la puerta trasera que daba directo a la contra calle para ganar tiempo y evitar a la multitud. Sabía que si Emilia atravesaba el lugar la perdería de vista debido a la cantidad de personas que transitaban en las calles. Finalmente llegó a la avenida principal y sus ojos verdes pudieron encontrarla. Emilia subió a su auto, estaba a punto de arrancar cuando logró alcanzarla.
—Diciembre... —Respiraba agitada—. ¿Pensabas irte sin saludar? —Esbozó una sonrisa haciendo una señal a Emilia para que bajara el cristal.
Miró fijamente a la rubia que sostenía enfática su volante y no parecía compartir la misma alegría por verla, pero no estaba en posición de reclamar nada. Se había comportado como una verdadera hija de perra. Esperaba al menos que le diera la oportunidad de explicarle la situación con un elaborado discurso que ya había practicado desde hacía semanas.
—Emilia, déjame explicarte, por favor, yo solo...
Observó que el cuerpo de Danielle tiritaba, no llevaba chaqueta y su camisa estaba entreabierta. En esas condiciones seguro podría pescar un terrible resfriado. Suspiró, había imaginado durante un instante que no merecía más que su indiferencia pero de pronto verla ahí de nuevo le dio una tranquilidad inefable.
—Sube —ordenó, una vez que había bajado el cristal.
Danielle sonrió y corrió hacia el lado del copiloto para finalmente entrar a la calidez de aquel automóvil. Emilia no la miró, aceleró por toda la calle principal con dirección hacia la nada y sin emitir sonido alguno.
Un silencio ensordecedor lo llenaba todo, Danielle miraba de reojo a Emilia que continuaba conduciendo por toda la avenida. Estaba segura de que no tenía en mente ningún destino.
—Déjame llevarte a un lugar. Cámbiate.
Emilia la observó de reojo.
—No voy a dejarte mi auto.
—Vamos —insistió, mirándola fijamente—, es un lugar especial que seguro te gustará. Podremos hablar ahí.
Emilia suspiró, apagó el motor recorriéndose al asiento del copiloto mientras Danielle bajaba del auto para tomar el asiento del conductor.
—¿A dónde iremos?
—Ya lo verás.
Llegaron hasta un increíble mirador desde el cual podía observarse la inmensidad de la ciudad. Emilia había escuchado a Lucía hablar sobre esos lugares y explicarle detenidamente para qué eran utilizados, pero jamás había estado en uno.
—Me trajiste a un mirador... ¿crees que voy a follar aquí contigo y todo quedará arreglado?
Danielle rio. Esa idea sonaba fabulosa y haría muy sencilla su reconciliación pero sabía que Emilia solo estaba siendo irónica. Tomó el abrigo que estaba en el asiento trasero y se lo extendió.
—Ven, caminemos un poco.
Bajaron, imaginó que caminarían al mirador que se extendía frente a ellas pero en realidad Danielle la llevó al lado opuesto en donde la oscuridad lo cubría todo.
—Está demasiado oscuro...
—¿Qué pasa, Diciembre? ¿Tienes miedo?
Emilia negó, suspiró resignada y continuó su andar junto a ella mientras se aferraba a su brazo para no caer.
Llegaron a un pequeño balcón de piedra con un viejo telescopio en un extremo y una solitaria banca. Emilia observó cómo la enorme luna de octubre bañaba todo con su brillo azul, también se podía apreciar perfectamente la inmensidad de las estrellas, las constelaciones y un poco de la vía láctea. Era todo un espectáculo.
—La oscuridad también esconde cierta belleza, ¿no crees?
—¿Qué es este lugar? —Emilia estaba seducida por el encanto de aquel escenario.
Mientras que Danielle se sentaba suavemente sobre la banca y se quedaba inmersa en el paisaje.
—Mi padre solía traernos aquí cuando éramos niñas. Fueron solo un par de veces, pero jamás olvidaría este lugar.
Emilia buscó sus ojos por primera vez en toda la noche, pocas veces la había escuchado hablar sobre su padre y los recuerdos de su niñez. Los ojos de Danielle coincidieron con los suyos, sintió como sus manos frías acariciaban el dorso de las suyas y una energía extraña la abordó.
—Te debo una disculpa por haber desaparecido otra vez.
—A estas alturas creo que más que una disculpa merezco una explicación.
Danielle entornó sus ojos hacia ella. Suspiró, sabía que ese era el momento perfecto para sincerarse de una vez por todas, dejando de lado cualquier mentira que desacreditara sus auténticas razones. Después de unas semanas pensarla se había vuelto inevitable y era absurdo intentar negar sus sentimientos.
—Tienes razón, estoy dispuesta a abrirte mi corazón y de esa forma tú podrás decidir qué haremos a partir de esta noche.
Emilia estaba confundida, ¿a qué se refería con abrir su corazón para que ella decidiera? Sintió como su pulso se aceleraba y la hermosa luna que las observaba brillaba con más intensidad.
—¿Qué quieres decir?
Danielle había llevado una mano a su rostro para despejarse el cabello, tenía la mirada fija en el suelo terroso que las rodeaba. Era la primera vez que la veía titubear y perder la seguridad de sus palabras.
—Emilia, no soy una buena persona, jamás lo he sido... y mi vida es un desastre... —Lanzó un largo suspiro intentado acomodar aquellas palabras—. El punto es que, no había reparado en todo lo que he hecho mal hasta que comenzamos nuestra simpática aventura.
Lo que Danielle decía, fuera de aterrarla comenzaba a preocuparla más. Podía ver en su expresión un gesto de frustración e incomodidad. Si había algo turbio que rondara su vida parecía que no era por su voluntad.
—Dijiste que no eras una criminal.
—Lo sé —continuó, volviendo sus ojos a ella—, pero mi vida está llena de ellos. Mis negocios son distintos a los tuyos, no hay forma de salir limpia completamente.
Emilia podía entenderlo, estaba segura que los mejores negocios no siempre eran los más limpios. Su padre solía decírselo por eso sentía que debía ayudarla, estaba segura de que encontraría la forma de liberarla de eso que la aprisionaba.
—¿En qué estás metida, Danielle?
—Lo único que puedo decirte es que hice lo que tenía que hacer para mantenerme a salvo a mí y a mi hermana. No estoy orgullosa de ello, pero era necesario.
—Eso no es una respuesta.
Esbozó una sonrisa nerviosa.
—Por el momento es todo lo que puedo decirte. Estoy intentando cambiar muchas cosas... ¿Sabes por qué? —Danielle se puso de pie, se hincó frente a ella tiritando y con la luz de la luna enmarcando su figura—. Porque quiero intentar ser la persona perfecta para ti. Pero necesito saber qué es lo que tú quieres.
Emilia la miró fijamente, no podía creer lo que estaba pasando. Danielle Lombardi estaba confesándose de la forma más inesperada y romántica de todas. Sintió avivar ese fuego extinto en ella, sus palabras comenzaban a ser tan tranquilizantes que sabía que ese sería el preámbulo de algo distinto. Levantó una mano para llevarla a su rostro y acariciarla con ternura.
—Quiero intentarlo... —le dijo, tratando de mantener la compostura de su voz— ...quiero una relación de verdad, no solo sexo de una noche dos o tres veces por semana. Quiero sentir que tengo algo a lo que aferrarme y...
Emilia no pudo terminar su frase. Los labios de Danielle estaban sobre los suyos, en un beso intenso que ahora era como un abrazo que se extendía por todo su interior. Todas las cláusulas de su contrato se habían incumplido y Emilia sintió que jamás había disfrutado tanto de un mal negocio como en ese instante.
Se aferró a Danielle mientras se levantaban lentamente sin despegar sus labios. Aquel beso duró un poco más que otros, lo suficiente para sentir como el frío de su cuerpo comenzaba a retomar su calor natural. Cuando se alejaron, Emilia enterró su rostro entre su cuello, acariciando su espalda y respirando el delicioso aroma que emanaba. Esa sensación de seguridad de nuevo volvía hasta ella.
—No voy a perdonarte que hayas llevado a esa mujer al penthouse.
Danielle empezó a reír, la había atrapado con las manos en la masa. La despegó de su cuerpo y encontró un semblante severo y sincero.
—Está bien, lo siento. Fue un impulso imbécil de mi parte. Pero, solo para que lo sepas me ha costado mucho dejarme llevar por mis instintos.
—¿La consciencia?
—No, tu recuerdo.
Danielle había tomado su mentón, dirigiéndose de nuevo hasta su boca. Sintió sus manos ágiles sobre sus caderas, subiendo ligeramente su falda. Podía sentir toda esa pasión contenida en su respiración. Era el momento de soltarlo todo.
—Vayamos a casa —le pidió Emilia, con la voz entrecortada por la excitación.
Subieron de nuevo al auto y regresaron a la ciudad, en el camino Emilia observaba a Danielle de reojo. Decidió hacer un movimiento que hasta ahora se había reservado, deslizó una mano sobre la palanca de cambios esperando el momento en el que cambiara la velocidad. Danielle la miró al sentir su tibio contacto, descubrió como una preciosa sonrisa juguetona se dibujaba en su rostro. No podía negarlo más, aquella mujer aceleraba su corazón con una facilidad que incluso ella desconocía.
—Sabes... quiero ser sincera también.
Danielle volvió a ella, bajó el sonido de la música mirándola de reojo.
—¿De qué hablas?
—Invité a una chica a mi departamento. La conocí en un bar, era la baterista de una banda e intenté acostarme con ella.
Danielle se había quedado seria. Tenía la mirada fija en el camino y por un instante Emilia imaginó que estaría muy molesta.
—¿Intentaste?
La rubia rio, en verdad parecía irritada.
—Me dormí justo cuando comenzábamos.
—¿Tan aburrido fue?
—No es el punto —intervino Emilia sin dejar de reír— lo que quiero decirte es que también lo intenté. Pero eras todo lo que tenía en la mente. Simplemente no podía sacarte de ahí.
Danielle detuvo el auto, se acercó hasta ella para mirarla fijamente con una expresión seria pero triunfante.
—Me encargaré de que así siga.
Al llegar al departamento era imposible poder contener lo que las envolvía, Danielle la tomó en brazos, llevándola hasta la pared en donde comenzó a acariciar su cuerpo y a amansar sus senos con suavidad. Había sido una noche difícil y sus sentimientos estaban a flor de piel. Acabar en los brazos de Emilia era la mejor forma de terminar con su terrible día.
—Quiero hacerte el amor... —le susurró la rubia.
Danielle sintió como su piel se erizaba. Recorrió el cuello de Emilia hasta llegar a sus senos. Abrió su blusa con rudeza y la llevó en brazos hasta la cama. Deshaciéndose poco a poco de cada una de las prendas que le quedaban. Recostada, comenzó a cubrirla de pequeños besos hasta sentir que se estremecía.
Emilia contempló aquel cuerpo firme y andrógino sobre ella, se deshizo de su camisa encontrando un enorme hematoma en el costado derecho de su dorso. Quería preguntarle sobre el origen de esa herida pero temía que su encuentro se arruinara por sus cuestionamientos. En ese momento solo estaba interesada en abrazarla y hacerla suya.
Cuando estuvieron totalmente desnudas una frente a la otra, Emilia sujetó las caderas de Danielle presionándolas con fuerza.
—Quiero sentirte... —susurró.
Danielle elevó una de las piernas de Emilia, acercando su sexo al de ella para propiciar un ligero roce. La rubia había comenzado a gemir, podía escuchar el sonido de sus vértices húmedos rozar mientras su compañera aplicaba una pinza a uno de sus pezones lamiendo su pantorrilla.
Danielle respiraba agitada, estaba concentrada en aquel placer que comenzaba a llevarla a su límite. Se inclinó para besar a Emilia, era un beso lento, como si no tuviera prisa a pesar del fuego que las envolvía. Los brazos de esta rodeaban su cuerpo y podía sentir sus pechos presionar los suyos. Se detuvo, contempló sus increíbles ojos azules despejando su cabello para admirarla aún más de cerca.
—Eres hermosa, Diciembre. —Vio sus mejillas sonrojarse de forma adorable. Sentía que podía hacer aquello toda la noche.
Continuaron besándose hasta que Danielle la obligó a voltearse por completo. Le pidió que levantara sus anchas caderas mientras la penetraba en esa posición con un par de dedos. Emilia comenzaba a enloquecer, se encargó de marcar el ritmo de su placer mientras Danielle sujetaba su cintura y succionaba su espalda con fuerza para dejar feroces marcas en su piel. Sintió que podía correrse, pero no era lo que tenía en mente. Se alejó. Giró su cuerpo y colocó un brazo alrededor del cuello de Danielle que le miraba desconcertada.
—¿En verdad puedo? —preguntó Emilia, absorta. Presionando con la punta de su dedo el clítoris de su compañera.
—Ya lo estás haciendo.
Ambas sonrieron, Emilia la estimulaba con precisión, descubriendo como sus gestor se volvían más lascivos, abría ligeramente la boca y sutiles sonidos de placer escapaban desde su garganta.
Estaban de rodillas sobre la cama, era la primera vez que se veían tan directamente, sus bocas no dejaban de besarse, sus manos de recorrerse. Emilia sintió como el placer subía hasta su cabeza, se aferró a la cintura de Danielle mientras se corría con fuerza entre sus brazos. Cuando terminó volvió su mano al sexo de esta, descubriendo que ahora estaba más húmeda. Se encargaría de hacerla llegar, quería verla explotar, gemir, observar de nuevo ese rostro contraído. Sujetó sus caderas, la acarició hasta que sintió como su clítoris se expandía y lanzaba un sutil gemido dejándose caer sobre la cama de nuevo.
La respiración de ambas estaba entrecortada, Emilia despejó el cabello del rostro de Danielle y encontró una expresión de dolor.
—Tu costilla... espera. —Emilia dio un brinco, se colocó su bata de seda y bajó deprisa las escaleras.
Danielle se quedó tumbada en la cama, el dolor era persistente, pero había una sensación más intensa recorriendo su cuerpo mientras se aferraba a las sábanas. El olor de Emilia estaba por todos lados y de pronto sonreía al pensar en el increíble momento que acababan de pasar juntas.
Regresó, llevaba consigo un vaso con agua y un par de píldoras que le extendió con una expresión preocupada.
—Es un antiinflamatorio y algo para el dolor. Necesitas cuidar esa herida, Danielle. —Empezó a acomodar sus almohadas y a arroparla mientras la observaba con gran ternura.
Danielle sujetó su cintura llevándola hasta ella.
—No me mal acostumbres.
—Estoy dispuesta a hacerlo si con eso me aseguro de que estarás bien.
Danielle sonrió, se recorrió sobre la cama haciéndole un lugar a Emilia entre sus brazos; quien se quitó la bata y se acurrucó sobre su pecho. La noche era tan fría que una lluvia ligera de agua nieve comenzó a caer. Emilia apagó las luces y cerró sus ojos.
—Descansa...
—También tú, Diciembre.
Por la mañana Danielle fue la primera en despertar, tuvo pesadillas que la habían perturbado toda la noche. De nuevo la imagen de su padre regresaba a atormentarla, pero ahora no solamente era él sino que también estaban Grecia y el estúpido de Gastón. Era increíble que ni siquiera durmiendo pudieran dejarla en paz. Suspiró, aliviada de que fuera solo un sueño y nada más. Se dio cuenta de que el dolor de su costilla había desaparecido. Observó a la chica que estaba a su lado, con ese sueño ligero y armonioso. Sus cabellos ondulados cayendo sobre su rostro, tenía esa elegante y sosegada expresión a pesar de que acababan de dormir más de diez horas. Acarició su mejilla con ternura. No ocultaría más lo que provocaba en ella, pero tampoco quería ir deprisa. Tenían tiempo, mucho tiempo para conocerse a profundidad y pasarla bien mientras las cosas avanzaban.
—¿Estabas mirándome dormir? —Abrió lentamente sus ojos, estirando su cuerpo mientras volvía hasta Danielle.
—Tal vez... —respondió, tratando de disimular mientras colocaba un brazo en su nuca y la miraba plácida sobre la cama—. Haces un ruido extraño con la nariz.
Emilia empezó a reír, colocando un cojín sobre el rostro de su compañera. Danielle estaba contagiada con su felicidad pero no iba a dejar las cosas así. La tomó de la cintura para acercarla a ella y finalmente ocultarse bajo las sábanas blancas. Emilia pasó la yema de sus dedos por el rostro de Danielle, repasando su cicatriz y la belleza que contenía. Con la luz del día ahora eran más notorias las marcas sobre su piel, un hematoma en su costilla, en su pómulo y una ligera lesión en la boca.
—¿Todo esto tiene que ver con tu repentina desaparición?
Danielle se llevó aquella mano que la recorría a los labios y acto seguido afirmó.
—¿Vas a contarme o tengo que seguir interrogándote para saber la verdad?
Negó con tranquilidad, se incorporó lentamente seguida por Emilia. Ambas estaban sentadas sobre la cama ahora.
—Solo prométeme que no se lo dirás a nadie, es importante. Te lo pido porque quiero protegerte.
Emilia aceptó. Comenzaba a preocuparse por ella aún más después de haber escuchado aquellas palabras. Pero lo juraría, nada saldría de su boca después de esa conversación.
—Tuve una pelea con Gastón Espinoza. El imbécil golpeó a mi hermana y no podía dejar las cosas así. Pero al final de cuentas la única imbécil fui yo porque Grecia sigue con él.
La rubia le observaba sin dar crédito. Prácticamente acababa de decirle que se había enfrentado cuerpo a cuerpo con ese sujeto que no solamente era un hombre sino un criminal.
—Danielle, eso fue muy arriesgado. Grecia y tú debieron denunciarlo y...
—Sabes que no habrían hecho nada.
Emilia conocía la poca fe que Danielle le tenía a la ley, pero haber actuado por su cuenta con un hombre como Espinoza podía traerle muchos problemas. Comenzaba a entender cada vez más las palabras que le había dicho en el mirador.
—¿De verdad tu hermana está enamorada de ese sujeto? Es repulsivo, ¿cómo puede estar siquiera a su lado?
—A mí también me sorprendió descubrirlo —continuó, recargando su cuerpo sobre la almohada de su espalda—. Pero bueno, las cosas son como son.
—¿Estás molesta?
Le tomó un poco de tiempo poder identificar su sentimiento real. Sobre todo porque sabía que no podía decirle toda la verdad con relación a lo que sentía por Grecia. No era el momento. Pero pensaba hacerlo una vez que las cosas se enfriaran.
—Estoy decepcionada, pensé que Grecia era una mujer inteligente. Ambiciosa pero inteligente.
—¿Qué piensas hacer?
—Ya lo hice —contestó, con una expresión sombría en su mirada—. Saqué a Grecia de mis negocios y renuncié a la agencia. No pienso seguir financiando la campaña de ese idiota.
Eso era una verdadera revelación. Significaba que el imperio Lombardi había sido dividido y que Espinoza había perdido una cantidad considerable de financiamiento para su campaña. Eso era algo que le preocupaba también. Dudaba que Espinoza se quedara tranquilo después de ese desfalco.
—Eso seguro lo hará enfurecer, Danielle.
Encontró en ella un gesto de genuina preocupación. Emilia no merecía pasarla así por culpa de ese sujeto. Tomó su rostro y le dio un beso suave .
—No te preocupes. No se atrevería a cometer una tontería ahora que las elecciones están cerca. Y con relación a eso solo te pediré algo. —Danielle la miró fijamente—. Lo que sea que Lucía esté planeando publicar no pueden hacerlo. Espinoza es un imbécil y no hay nada más peligroso que un idiota con poder. Deben ser cuidadosas.
—Estoy consciente de eso.
—Estoy hablando en serio, Emilia —reiteró.
Estaba consciente de los peligros que conllevaba estar detrás de las espaldas de un político como Espinoza. Danielle no tenía por qué temer.
—Lo último que necesito es que ponga su atención en ti o en tu periódico.
—Bueno, está en boca de todos los periódicos. Es un candidato y como dijiste las elecciones están cerca. 24/7 debe cumplir con sus lectores y mantenerlos informados, sobre todo si las acciones de los candidatos no son limpias.
Danielle podía entender el punto aunque no lo compartía lo suficiente. Tenía un par de ases bajo la manga que no le mostraría. Necesitaba tener el control de la seguridad de Emilia, por eso había contratado a un grupo especial para vigilarla día y noche. Esperaba que no la descubriera o si no estaría en graves problemas.
Después de un rato supo que lo mejor era dejar esa conversación por la paz para no arruinar su momento juntas. Danielle se puso de pie, tomó su ropa interior y caminó rumbo a las escaleras.
—Prepararé su desayuno, presidenta. Este día no tiene que levantarse.
Emilia sonrió, la siguió hasta que se perdió de su vista. Se dejó caer nuevamente sobre la cama respirando un aire distinto que la envolvía. Pensaba pasar el fin de semana justo así, junto a Danielle. Solo ellas dos y ese departamento en el cual, en ocasiones, podía ver al fantasma de su pasado acechándola. Sin duda, entre más tiempo pasaba con ella menos sentía su insistente presencia.
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