Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XXI

Grecia había vuelto a casa después de su viaje con Gastón. Estaba realmente cansada, soportar a ese idiota era una tarea difícil pero sentía que estaba por lograr su objetivo. Una vez que el plan finalizara no tendría que preocuparse más por él...

Entró a su habitación, se dio un largo baño, observando en su cuello y brazos las terribles marcas que aquel salvaje le había dejado. Se colocó una blusa con mangas largas y bajó al escuchar la voz de Danielle en el recibidor.

—Dany, que gusto poder verte. —Su pequeña hermana no parecía tener el mismo entusiasmo que ella. Pero aun así la saludó tranquilamente besando su frente—. ¿Pasa algo?

Danielle negó. Simplemente estaba cansada después de su extenuante jornada laboral entre la agencia y los clubs, sentía que necesitaba unas vacaciones. Hacerse cargo de todo mientras su hermana pasaba sus días con Gastón comenzaba a parecerle muy injusto.

—No he descansado bien, ¿qué tal tu luna de miel en yate? ¿Le diste la píldora azul?

Grecia carcajeó. Mirando sigilosa hacia ambos lados para cerciorarse de que Amelia no rondara por ahí.

—Aún no la necesita —aseguró, acercándose despacio hasta Danielle, deslizando suavemente una de sus manos desde sus pechos hasta su vientre. Aferrando sus dedos al botón de su pantalón—. Te sorprendería lo que es capaz de hacer.

—No creo que nada de lo que haga ese idiota pueda sorprenderme. —Endureció sus quijadas al sentir los dedos fríos de Grecia desabotonando su pantalón e introduciendo su mano para acariciar su sexo con precisión.

—Supongo que nada supera esto, ¿o sí?

Observó ese par de ojos grises fijos en ella mientras su respiración comenzaba a acelerarse. La tomó por los hombros para dirigirla hasta la habitación, cuando descubrió un gesto de dolor en su rostro.

—¿Te lastimé?

—No, estoy bien. Solo dormí mal y mi cuerpo debe tener alguna contractura.

No iba a caer en esa mentira. Después de abrir la puerta la empujó hacia la habitación, desabotonando de un tirón su blusa para descubrir aquellos hematomas en su vientre y sus costillas, algunos más en sus brazos y hombros. Además de un chupetón que iba desde su cuello hasta sus pechos.

—Tiene... ciertos gustos... —dijo con tranquilidad para restarle importancia.

Pero Danielle sentía como si algo le quemara las entrañas. Caminó hacia el otro extremo del lugar cerrando los puños con fuerza.

—¡¿Por qué lo hizo?! ¡Contéstame! —Su voz había salido con una potencia intimidante.

Grecia dio un pequeño sobresalto al descubrir su irracional comportamiento. Sabía que lo mejor era actuar serena e intentar tranquilizarla.

—Es un idiota. Estaba enojado. No lo hagas más grande de lo que es, ¿quieres? —Volvió a colocarse la blusa y caminó unos pasos lejos de Danielle—. Además, no es como si tú no dejaras marcas, cariño.

Danielle había llegado hasta ella de nuevo, tenía esa mirada trémula. Adoraba que se preocupara por ella de esa forma pero no podía dejar que perdiera la cabeza.

—¿En las costillas? —continuó, mientras Grecia la observaba—. ¿Como si fueras un saco de box? ¡¿Estás demente?! ¿Por qué lo hizo?

La chica suspiró. Sacó un cigarrillo de su bolso que colocó sobre sus labios con elegancia. Sabía que decirle la verdad a Danielle no era buena idea, pero era mejor que lo supiera para poderla persuadir antes de que Gastón le hiciera personalmente la invitación.

—Porque me negué a que fueras su "peleadora estrella''. Tiene una estúpida pelea en Las Vegas. Pensó que dejaría que mi hermanita se viera involucrada en ese circo, pero se equivocó.

Danielle conocía perfectamente el gusto de ese imbécil por las peleas, sabía que durante sus años de juventud había intentando incursionar como peleador de artes marciales mixtas. Por supuesto su fallido intento no había sido más que un patrocinio de su padre. Gastón no tenía la disciplina que necesitaba un deportista de alto rendimiento y después de tres años finalmente se había retirado. Fue entonces que se lanzó a la política, obligado e impulsado por su padre, Eliseo Espinoza. Un empresario conocido por sus negocios en la industria manufacturera y algunos otros de dudosa procedencia. Gastón no era el único metido en mierda, el viejo le había enseñado el oficio, pero era claro que él no estaba manejándolo con inteligencia.

Miró fijamente a Grecia. Si lo que Espinoza quería era una pelea, ella podía dársela. Pero antes tendría que escuchar sus condiciones.

—Si quiere que pelee para él, eso haré. Pero antes voy a asegurarme de establecer el precio de mis servicios. —Abrochó su pantalón y caminó en dirección a la salida cuando sintió las manos de Grecia aferrarse a su antebrazo.

—Me estás jodiendo, ¿verdad?

Danielle la miró fijamente, le dio un ligero empujón para regresarla a la habitación, cerró la puerta con llave y caminó hasta Amelia que aparecía de pronto en el pasillo llevada por el estruendo de su discusión.

—No le abra hasta que yo le indique.

La mujer asintió, aferrando la llave que su joven jefa le había entregado.

—¡Danielle! ¡Ábreme, maldita sea! ¡Regresa en este instante! ¡Danielle! ¡No cometas una estupidez!

No iba a poder detenerla, ni Grecia ni nadie. Era momento de que alguien finalmente le diera una cucharada de su propia medicina a Gastón. Lo que le había hecho a su hermana era imperdonable. Ese idiota no volvería a tocar a Grecia ni a ninguna otra mujer jamás.

Llegó a la enorme mansión de Gastón Espinoza, todo el perímetro estaba rodeado por sujetos uniformados con trajes negros y armas de largo alcance. Solamente un hombre con muchos enemigos era capaz de tener toda esa seguridad resguardándolo. Fue hasta que estuvo frente al portón de hierro que pudo darse cuenta del gran peligro en el que se encontraba. Aun así, sabía que tenía que estar tranquila, sin mostrar debilidad alguna. Tenía la mente en eso cuando un hombre se acercó a su auto.

—Señorita Lombardi, no sabía que el señor Espinoza la estuviera esperando.

—En realidad no me espera. Mi hermana me dijo que necesitaba de mis servicios así que decidí venir lo antes posible. ¿Le puedes decir que estoy aquí?

El sujeto asintió. Llamó por un intercomunicador y finalmente la dejó acceder. Estacionó el Bentley en el espacioso jardín y entró acompañada por el ama de llaves hasta la lujosa casa. Pasó por el enorme recibidor de donde colgaba una colección de armas, había una larga escalera que conectaba con la segunda planta de la mansión. Todo era espaciosos y sumamente elegante.

Finalmente llegó a su despacho. Gastón estaba sentado en la silla de su escritorio, fumando un puro y en realidad era como si estuviera esperándola.

—¡Danielle, qué sorpresa! Tenía mucho tiempo sin saber de ti, siéntate por favor.

Se levantó de su asiento y fue hasta ella con júbilo. La chica sonrió apenas por cortesía y tomó asiento justo frente a él. Que de inmediato, y sin preguntarle, le sirvió una copa de coñac dejándolo sobre el escritorio.

—¿A qué debo tan agradable visita?

No podía dejar de mirarlo, le resultaba repulsivo y su gesto irónico era descarado. Por supuesto que sabía el motivo por el cuál estaba ahí.

—Iré al grano —continuó Danielle mirándolo fijamente—, sé que eres un hombre muy ocupado y no quiero quitarte tu valiosísimo tiempo.

Gastón esbozó una sonrisa socarrona. Dándole un trago a su copa de coñac.

—Te escucho.

—Grecia me dijo qué quieres que pelee para ti. Y es por eso que estoy aquí, voy a hacerlo.

Los ojos del sujeto brillaron, imaginó que después de la aguerrida discusión que había tenido con Grecia no le quedaría más remedio que ser él quien le hiciera llegar su petición, pero se había equivocado, su preciosa novia finalmente había recapacitado. No pudo evitar pensar en cuánto dolor pudo haberse ahorrado si hubiera accedido desde un inicio.

Sonrió, regresó a su silla y se dejó caer dejando escapar un suspiro.

—Sabía que Grecia lograría convencerte, tiene un don de persuasión envidiable.

—El detalle... —continuó ignorando lo que este decía, odiaba tener que escuchar el nombre de su hermana salir de su asquerosa boca— ...es que tengo un par de condiciones para acceder totalmente. Espero que no sean problema para ti.

Gastón le miraba expectante, después de un instante negó. Él podía aceptar cualquiera que fuera su condición, dinero, joyas, propiedades, mujeres... Estaba dispuesto a darle todo a Danielle con tal de que peleara para él en Las Vegas.

—Será bajo tus términos, después de todo conozco tu fama. No te he visto pelear pero sé por buena fuente que eres excelente en el combate cuerpo a cuerpo. —Le regaló una sonrisa que Danielle correspondió, aunque ambos por razones distintas.

—Es muy simple, antes de pelear para ti voy a pelear contigo.

Gastón estaba sorprendido, apagó su rostro resplandeciente y escalofriante. Ahora entendía el verdadero motivo de su visita. Seguramente Grecia ya había llorado sobre el hombro de su hermanita que ahora buscaba venganza por su acalorada discusión.

Eso no tenía importancia para él. Danielle no tenía oportunidad, aunque fuera una talentosa peleadora era una mujer. Jamás podría compararse con su destreza y su fuerza.

—Si ganas no habrá problema, iré a Las Vegas y pelearé. Además, no tendrás que darme ni un quinto de tu jugoso premio.

—¿Y qué pasa si tú ganas?

Danielle esbozó una sonrisa retorcida.

—Si yo gano... le vas a quitar tus asquerosas manos de encima a mi hermana. Saldrás de nuestras vidas de forma definitiva sin importar el trato que tengas con ella —dijo con un tono de voz frío y sin apartar su oscura mirada de él—. Ah y claro, no pelearé para ti —sonrió, levantando el trago de coñac frente a él, como si fuera un brindis.

El rostro de Gastón no era amistoso ahora, al contrario, parecía sombrío, como si el odio hacia Danielle se intensificara minuto a minuto. Estaba cometiendo un error al exagerar la situación, no era necesario llegar tan lejos por el berrinche de una niña mimada. Su actitud hacia Grecia había sido meramente correctiva, la chica tenía esa odiosa costumbre de querer imponer siempre su voluntad, cuando era claro que él era el jefe.

Contempló a Danielle, con una mirada incrédula.

—Esto es una broma, ¿cierto? ¿Fue idea de Grecia?

—Nada de eso, candidato. Estoy hablando muy seriamente. Te quiero muy lejos de mi hermana. —Danielle se había puesto ligeramente de pie, colocando las manos sobre el escritorio frente a Gastón—. No quiero que vuelvas a tocarla en tu maldita vida.

Gastón hizo una señal con la mano, provocando que sus guardaespaldas se acercaran a ella. Danielle estaba lista, atenta a cualquier movimiento para comenzar aquella pelea de una vez. Estaba segura de que Gastón aceptaría, conocía a los hombres como él, orgullosos, arrogantes y sumamente machistas. No se negaría a una pelea con una chica aunque fuera ella.

El guardaespaldas acercó la silla de nueva cuenta a Danielle, se sentó tranquilamente sin quitar sus ojos de Gastón que ahora iba de su escritorio hasta la ventana.

—No sé si tienes idea de la magnitud del problema en el que te estás metiendo, Lombardi.

—No veo realmente cual es el problema. Me parece un trato bastante justo.

Gastón mordió su labio inferior y caminó directo hacia donde estaba Danielle.

—¿Qué pasa si no accedo a tus "condiciones"?

Suspiró, sintiendo cerca la repulsiva respiración del sujeto.

—En ese caso, supongo que me veré en la necesidad de ir con la policía y delatarnos a todos.

Gastón comenzó a carcajearse. No podía creer las estupideces que Danielle decía. En realidad comenzaba a serle un verdadero dolor de cabeza y él no se distinguía por su paciencia. Grecia había mantenido oculta a su hermana durante todo ese tiempo, sin embargo, Gastón sabía que aunque Danielle no figuraba en los planes que ellos tenían, podía estar al tanto de cada uno de sus movimientos. No le había parecido peligroso hasta ese momento. Sintió que aquella chica podía convertirse en una verdadera amenaza.

—No serías capaz. ¿Una niña rica y mimada como tú en la cárcel? no durarías ni un minuto y no te atreverías a hacerle algo así a tu hermana.

—Quizá en lo primero tengas razón, es un riesgo que estoy dispuesta a correr. En cuanto a Grecia, prefiero verla pudriéndose detrás de las rejas a dejar que continúe al lado de... arruinado su vida.

El hombre miraba fijamente a Danielle como para medir sus agallas, parecía tranquila y lucía como alguien que no tenía nada que perder; que estaba dispuesta a todo. Se alejó, pasando una mano por su barba y asintiendo algo ansioso.

—Bueno, Espinoza, ahora todo depende de ti.

El rostro de Gastón estaba endurecido, caminaba de un lado a otro por la habitación como meditando su respuesta. Pero tal y como lo había predicho Danielle, el sujeto eventualmente aceptaría. Con un ego más grande que su inteligencia era una presa fácil en su juego.

—Si eso quieres —dijo, con una repentina voz animada y espeluznante—, creo que puedo darme el tiempo de darte una paliza —finalizó con una sonrisa de oreja a oreja.

Estaba loco, sin duda. No podía creer cómo es que había permitido que Grecia terminara en las garras de un sádico como él.

—No puedo esperar por ello —contestó, poniéndose rápidamente de pie.

—¿Cuándo quieres que lo hagamos?

—Lo antes posible, tengo mucho trabajo en puerta con todo lo del festival. Mañana mismo estaría bien para mí.

Gastón hizo un gesto de sorpresa, mezclada con un poco de su alegría locuaz. La idea de poder estrellar sus puños en el precioso rostro de Danielle comenzaba a excitarlo de sobre manera. Aceptaría entonces enfrentarse a ella sin importar nada.

—Solo una cosa —intervino, antes de que Danielle finalmente se marchara— no voy a contenerme solo porque eres una chica.

Danielle esbozó una sonrisa retorcida.

—No deberías —contestó deteniéndose justo en la puerta—. Avísame la hora y el lugar.

Se marchó finalmente de la mansión de aquel psicópata. Las cosas habían tomado un camino peligroso, tener a Espinoza a sus espaldas era un riesgo que podía costarle su tranquilidad y la de los suyos. Pero confiaba en que solo necesitaría un movimiento, esa pelea era definitiva. Su plan era deshacerse de Gastón de una vez por todas.

Caminó despacio hasta su automóvil y aceleró cuidando que nadie la siguiera. Llegó a su departamento, no solía pasar mucho tiempo en ese lugar pero aquellas paredes eran como un refugio. Miró su teléfono, tenía cientos de mensajes y llamadas perdidas de Grecia, así mismo algunos de su querida Diciembre. Apagó su móvil, era lo mejor, por el momento tener contacto con Emilia podía ser arriesgado.

Sacó una caja de su closet, tomó los guantes que usaría para aquella pelea. Haría pagar a Gastón por cada golpe que le había dado a su hermana. Eso era lo que verdaderamente importaba ahora.

Finalmente estaba ahí, llevaba a un grupo de hombres escoltándola a pesar de que no era algo que disfrutara. En esa ocasión sabía que era necesario. Ir sola al encuentro con ese demente era suicida.

—Si ese sujeto intenta jugar sucio ya saben que hacer. —Danielle colgó su móvil.

Detrás de ella iban seis de sus custodios armados hasta los dientes sobre una lujosa camioneta color gris. Al estacionarse pudo observar el desolado lugar, parecía un taller abandonado desde la entrada y al fondo se extendía una enorme bodega. Ese debía ser el escondite de Gastón.

Danielle y sus escoltas bajaron de sus autos, desde su llegada habían sido vigilados por los hombres de Espinoza que rodeaban todo el perímetro. Aquellos sujetos eran el doble de sus hombres o más, realmente estarían en desventaja si las cosas se salían de control.

—Señorita Lombardi. —Uno de los sujetos estaba frente a ellos. Tenía la cara tatuada y era robusto y grande—. Sígame, por favor.

Los condujo hasta un enorme portón metálico que abrieron entre él y otros dos. Dentro pudieron ver el impresionante cuadrilátero justo en medio de ese basurero.

—¡Danielle! —Gastón se acercó hasta ellos extendiendo sus brazos, llevaba un ridículo conjunto deportivo color dorado—. Espero que seas buena perdedora.

Danielle no dijo nada. Estaba segura de que quien lloraría su derrota sería él.

—Lindo lugar, ¿es aquí donde torturas a tus enemigos?

Gastón carcajeó, llevándose el vaso de whisky de su mano a su boca aunque apenas pasaba de medio día.

—En realidad es un lugar nuevo que pienso abrir. Voy a entrenar a mis propios peleadores. Aunque me gusta tu idea...

Bajo aquella apariencia, Gastón no era más que un pobre diablo. Aún no podía entender qué era lo que Grecia había visto en él. Imaginó entonces que todo se reducía a una estúpida ambición, no cabía duda. Su hermana podía llegar a ser bastante imbécil cuando se trataba de poder.

—Veo que viniste acompañada, eso es inusual en ti. —Gastón le echó un vistazo al grupo de hombres que le seguían—. ¿Acaso me tienes miedo?

Danielle sintió que era suficiente de estúpidas habladurías, se colocó los guantes y comenzó a hacer estiramientos. Solo quería terminar con eso de una vez por todas.

—No, no, no, no —la detuvo—. Quítate los guantes. Vamos a pelear como los hombres...es un decir.

Había comenzado a reír y así mismo algunos de sus hombres ahora se le unían. Eran patéticos. No dijo nada, se quitó los guantes y los guardó en su maleta, eso haría las cosas más rápidas y fáciles para ella.

—Danielle, hay algo que debes saber.

Gastón extendió un documento, ella lo tomó y comenzó a leerlo. Al parecer se trataba de una carta de deslinde. Tenía cláusulas muy diversas y específicas, muerte súbita, daño craneoencefálico, fractura. Ninguno se hacía responsable de nada. Le pareció justo y muy conveniente, tomó el documento y lo firmó.

—Soy un hombre de negocios, sé que me entiendes.

Danielle se quitó la camisa, dejando al descubierto su cuerpo tatuado. Llevaba un top negro y debajo de los jeans una licra color rojo que dejaba ver también el increíble tatuaje que cubría casi toda su pierna. Subió al cuadrilátero y se colocó en su esquina.

—Qué magnífica forma, Lombardi, debes de tener a todas las putas a tus pies.

Gastón también había subido, se había quitado el ridículo traje dorado y ahora usaba un calzoncillo azul. No tenía mal físico, a pesar de su edad era un hombre conservado. Sin embargo, Danielle sabía que la práctica hacía al maestro. En ese sentido ambos estaban en desventaja.

El réferi subió hasta donde estaban. Mirando sorprendido las manos vendadas de ambos peleadores. Intuyó que quizá el hombre si era un profesional, pero estaba trabajando bajo las reglas de Gastón. Eso no tenía buena pinta.

—Cuiden los golpes bajos.

Los ojos de Gastón centelleaban, se había colocado el protector bucal y su expresión era demencial. Danielle tenía que concentrarse, mostrarse serena aunque el vértigo y la emoción por darle su merecido se intensificaran en cada segundo. Sintió el golpe en sus nudillos cuando el réferi dio la señal del saludo, que se convirtió en el preámbulo de aquella batalla.

Una campanilla sonó, Gastón fue el primero en atacar pasando muy cerca del lóbulo izquierdo de Danielle que había esquivado aquel ataque con agilidad.

—Buen movimiento, cuñada.

Danielle sabía que debía mantener la respiración. No había atacado ni una sola vez durante algunos minutos porque medía los golpes y las pertinencias de Gastón. Era lento, pero había mucha fuerza en cada ataque. La condición no era la misma pero su técnica estaba bastante pulida. Iba a ser un poco más complicado de lo que pensaba. Comenzó a dar algunos pasos, de arriba a abajo de un lado a otro, cansarlo era lo mejor que podía hacer.

Fue entonces que Gastón tiró un golpe certero. Dando finalmente en la mejilla de Danielle provocando una feroz herida en su pómulo. Sus gritos de júbilo podían escucharse por todo el lugar. Danielle sabía que era momento de comenzar. Intentó llegar por la izquierda, pero Gastón logró cubrirse y rematar justo en la mejilla que había atacado. Un chorro de sangre salió de su rostro y un grito de celebración del pecho del sujeto.

—¡Ríndete, ríndete y puedo terminarlo ahora!

Limpió la sangre que emanaba de su mejilla y levantó la guardia. Su especialidad eran las patadas, así que esperó a que se descuidara para tirarle una letal directo a la cara. Gastón continuaba fanfarroneando y fue entonces que su pie logró impactar en su nariz haciéndolo caer con fuerza hasta la lona. Danielle fue hasta él, aquel era el momento perfecto para acabarlo cuando de pronto el réferi la detuvo.

—¡Qué mierda! ¡Quítate!

—¡A tu esquina!

Danielle lo supo. Ese sujeto era tan imparcial como cualquier otro de los peones de Espinoza. Volvió a su esquina y uno de sus hombres llegó a ella para colocarle un poco de vaselina sobre su herida.

—¡A pelar!

Danielle volvió. Caminó un poco, esquivando los golpes de Gastón. Finalmente logró impactar una vez más en su rostro, el hombre movió su cabeza ligeramente como si luchara por no perder el conocimiento; escupiendo el protector que llevaba en la boca. Tenía el rostro rojo y el mentón bañado en sangre. No parecía ser el mismo imbécil altivo y arrogante.

—Perra, ¡voy a hacerte pedazos! —Estaba perdiendo los estribos.

Como siempre la habían subestimado. Danielle era una gran peleadora, su fuerza era impresionante e incluso superior a la de cualquier hombre, pero no era algo que la enorgulleciera, también había hecho cosas terribles. Hacerla menos, por ser mujer, había sido el error de cada uno de sus contrincantes y enemigos.

Intentó impactar una vez más en Gastón, pero el sujeto no estaba tan oxidado después de todo. Así que logró esquivarla y para su desgracia, inmolar un golpe directo en su costilla que la derrumbó. Un grito ahogado salió de su boca, «esa maldita costilla», llegó a su mente. Cayó de rodillas frente a su cruel contrincante, llevándose una mano al costado de su cuerpo.

El hombre sabía que era su oportunidad. No iba a perder frente a ella, remató sin dejar de golpear su cabeza y patear su cuerpo. Danielle esperaba que el réferi le detuviera pero no iba a pasar. Finalmente, logró sujetar una pierna de Gastón, halándola con fuerza para hacerlo caer y que su cabeza golpeara con la lona.

Gastón fue el primero en ponerse de pie, tenía el ojo hinchado y continuaba sangrando de la nariz con el pecho bañado de la misma. Danielle se percató de la dificultad que comenzaba a tener para respirar. Era su momento.

Se puso de pie de golpe. En ese instante sólo podía pensar en matarlo. Recobró fuerzas desde el fondo. Recordando el entrenamiento zen que había recibido durante sus años en oriente. Ese dolor no iba a perturbarla, podía controlarlo desde su interior.

Comenzó a danzar para colocar a Gastón justo en donde quería. El arrogante imbécil iría directo a ella. Imaginó que Danielle atacaría de nuevo, pero su sorpresa bajó los puños, colocándose rápidamente junto a él para abrazarlo. Doblar sus brazos, colocar una pierna entre las suyas y poder elevarlo en peso muerto para finalmente tirarlo sobre la lona.

Una vez ahí no dudó en subirse a su pecho. Intentó asfixiarlo mientras sus puños de fuego impactaron no una, sino tres o cinco veces en el rostro de Gastón. Sentía el ardor en sus nudillos y el sonido seco de sus huesos deshaciéndose entre sus manos. Pero no podía detenerse.

Todos miraban impactados sin poder creerlo. Uno de los hombres sacó un arma y le apuntó al réferi ordenándole que la detuviera pero era imposible, estaba en frenesí. Los hombres de Gastón decidieron intervenir mientras que los guardaespaldas de Danielle sacaban sus armas y subían a la lona. Imaginaron que la masacre comenzaría cuando Danielle escuchó una voz a lo lejos que le hizo parar.

—¡Ya basta! ¡Detente!—la voz de Grecia cruzó todo el lugar, llegó hasta ella tomándola del cuello y alejándola de Gastón—. Llevémoslo a un hospital, ¡rápido!

Danielle se puso de pie. Observaba a Grecia abrazar el cuerpo inerte del repulsivo viejo, tenía su cabeza entre su regazo y había lágrimas en sus ojos mientras intentaba limpiar la sangre de su rostro. No podía creerlo.

Una vez que los hombres cargaron y sacaron a Gastón de aquel lugar, Danielle fue hasta su hermana, tomándola del brazo con violencia.

—Vámonos, te irás conmigo.

La joven se zafó y negó. Podía ver claramente lo furiosa que estaba aunque se negaba a entender el motivo.

—Me iré con él. Me necesita.

—¿Es en serio?

—¡Déjame ir, Danielle!

—¿Todo es temporal? —Fue hasta ella, presionó fuertemente sus quijadas para obligarla a verla. Quería descubrir la verdad detrás de esa inesperada reacción. Soltó su rostro al descubrir la mirada inexpresiva de Grecia, era doloroso encarar su traición.

Hizo una señal a sus hombres para que la ayudaran a salir de ahí. Le ordenó a uno de ellos que condujera el Bentley. Con todos esos golpes apenas si podía mantenerse consciente.

—¿Al hospital, señorita?

—No, llévame a casa.

Una vez que estuvo en el vehículo sintió una impotencia terrible que comenzaba a hacerla temblar. Jamás imaginó que el amor que Grecia decía sentir por él fuera real. Se llevó una mano a la costilla, empezó a sentir mucha presión y era como si el aire le faltara.

—Diciembre... —susurró para sí. Mirando por la ventanilla como las luces de la ciudad comenzaban a aparecer como hermosas luciérnagas.

No sabía por qué estaba pensando en Emilia en ese momento. Una parte de ella moría por ir a buscarla, tocar su puerta, dormir entre sus brazos. Verla y que consolara aquellas heridas que iban más allá de lo físico. Pero sería estúpido. Lo último que quería era preocuparla. Sabía que verla así solamente generaría incómodas preguntas a las cuales no podría dar respuesta.

Su chofer iba tan rápido que comenzaba a ver los automóviles y las luces a su lado repetirse como fragmentos de una película antigua. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro