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XVIII

Sus días junto a Lucía eran un sueño del cual esperaba no despertar jamás, con el tiempo se habían vuelto inseparables. Emilia solía esperarla después de sus entrenamientos y al menos dos veces por semana Lucía iba a la residencia Navarro para hacer tareas o simplemente pasar el rato. Bastó poco tiempo para que comenzara a sentir cosas muy distintas por Emilia.

Estaban en los jardines del colegio disfrutando del sol de verano. Los ojos de Lucía estaban sobre las piernas de Emilia, esta última se encontraba recostada sobre una de las gradas de la pista de atletismo y mascaba una enorme bola de chicle que había comprado en una tienda de golosinas.

—¿Cuánta goma de mascar tienes en la boca?

Emilia sonrió haciendo una enorme bomba que Lucía pudo reventar con su dedo.

Ambas se echaron a reír, Lucía se acercó precipitándose. Miraba desde arriba a Emilia con solo centímetros de distancia entre ellas. No sabía cómo es que había tenido el valor de acercarse tanto a ella. Sus preciosas pestañas rubias cubrían esos hermosos ojos y sus mejillas comenzaban a sonrojarse ligeramente. Quería besarla, quería tocar esa boca por primera vez.

—¡Burgos!

Levantó el rostro preocupada. Miró a la chica que estaba sobre la pista moviendo su brazo de un lado a otro mientras le saludaba.

—¡El entrenador te está buscando! ¡Tenemos reunión!

Emilia se incorporó, mirando a Lucía que ahora estaba refunfuñando mientras recogía sus cosas.

—No tardará mucho, ¿nos vemos a la salida?

La rubia asintió, todavía podía sentir como su corazón latía con prisa y sus mejillas estaban tan calientes como los rayos del sol.

Aunque sabía que muchas cosas eran diferentes ahora, había otras que estaban destinadas a no cambiar jamás. La crueldad no era algo que solamente existiera en el corazón de su madrastra sino en la humanidad en general.

Se habían saltado un par de clases después del descanso de medio día, su único refugio a esas alturas eran los salones apartados junto al auditorio. Emilia llevaba una bolsa con chatarra. Lucía miró su estómago, desde que estaban juntas había subido un par de kilos pero su rubia compañera tenía una figura perfecta. Era envidiable. Entraron al salón y comenzaron su picnic.

—¿Verdad o reto? —le preguntó Lucía de pronto, aquel juego le pareció sumamente infantil, pero decidió seguir con ello.

—Verdad.

—¿Es verdad que alguna vez te has tirado un gas en clases?

Lucía comenzó a reír. Emilia afirmó, haciendo un gesto de esfuerzo como si quisiera forzar alguna flatulencia.

—Ahora tú, ¿verdad o reto?

—Reto.

Emilia hizo una expresión por demás seria. Se acercó hasta llegar a Lucía, mirándola fijamente a los ojos mientras sentía que las piernas comenzaban a fallarle.

—Bésame.

Lucía tragó. Apretó sus puños en la tela de su falda y descubrió a Emilia a escasos centímetros de ella. Sus mejillas volvían a ese tono rojizo y supo entonces que no podía más. Quería besarla, quería tener a Emilia Navarro entre sus brazos. Sintió como sus bocas casi rozaban cuando escuchó algunas voces provenir del exterior.

—Las vi venir hacia acá.

—¿Estás segura?

—Sí, eran Lucía Burgos y la bastarda Navarro.

Sus compañeras habían comenzado a reír. Lucía pudo reconocerlas, ambas estaban en el equipo de animadoras de la escuela. Miró de reojo a Emilia, tenía una expresión reservada pero estaba claro que aquellas palabras le producían una herida profunda. Una rabia extraña comenzó a invadirla, por un instante sintió que no debía hacerlo pero se sentía poseída por esa fuerza.

—Lucía, no...

Abrió la puerta de golpe, fue directo hacia una de ellas tomándola por el cuello de la camisa. La había levantado ligeramente del suelo y ahora la estrellaba con fuerza contra la pared.

—No vuelvas a decirle así, ¿¡me estás escuchando!?

Esa tarde, Lucía se había ganado dos semanas de aseo general en las aulas y no podía entrenar con el equipo de voleibol hasta nuevo aviso. Sus padres le habían castigado, tenía que salir del aseo a casa y de casa al colegio. Había sido un impulsivo error, pero no estaba arrepentida. En realidad, a esas alturas habría hecho lo que fuera por defender a Emilia.

—No tienes que quedarte a limpiar conmigo.

—Ya sé, pero quiero hacerlo.

—Emilia... —Le tomó por la barbilla, levantó su rostro y miró sus apacibles ojos azules llenos de lágrimas—... no llores. No me arrepiento porque sé que a esas dos no les quedarán ganas de volverte a decir de esa forma.

—No me importa —continuó la rubia, alejándose un poco del tacto de Lucía—, pueden decirme lo que quieran... pero sé cuánto amas entrenar con el equipo, yo me siento...

Lucía había soltado la escoba que llevaba en las manos, tomó a Emilia y la llevó hasta ella. Besó sus labios con ternura, presionando ligeramente sus brazos como si necesitara aferrarse a ella. Emilia cerró sus ojos, abrió despacio la boca y sintió como la lengua de Lucía entraba en ella. Aquella sensación era diferente a cualquier otra cosa que hubiera experimentado antes. Ni siquiera supo cuánto tiempo estuvieron así, fue como si todo el universo se hubiera detenido en ese instante. Levantó su rostro avergonzado obligada por el dedo de Lucía una vez que ese contacto se había extinguido.

—Fue mi primer beso...¿y el tuyo?

Emilia sonrió.

—También. —Sintió los dedos de Lucía acariciar su mejilla, llevando un mechón de su cabello detrás de su oreja. Estaba tan enamorada de ella que ese roce era suficiente para hacer que su mente se nublara. La aferró de la corbatilla y la llevó de nueva cuenta a sus labios. No quería volver a casa. Lo supo entonces, no quería volver a pasar un instante más sin Lucía Burgos en su vida.

***

—¿Puedo abrirlos ahora?

—¡No! Espera un momento.

—Emilia... ¿Estarás desnuda una vez que me quites esta venda?

—No.

—Qué decepción...

Emilia había descubierto sus ojos, estaban en una oficina con grandes cristales que daban una vista increíble a la ciudad. Acababan de terminar la universidad, ambas habían optado por estudiar periodismo y comenzar un proyecto editorial juntas, ese sueño estaba por volverse realidad.

—¿En dónde estamos?

Emilia alzó sus brazos, señalando todo el espacio con gran obviedad.

—Tu oficina.

Lucía parecía desconcertada. Su oficina era un viejo cubículo junto al hombre del correo y estaba lejos de ser un lugar como ese. Había conseguido un trabajo como editora en una revista de poco presupuesto para ganar experiencia y acrecentar su currículo.

Emilia sonreía al descubrir su impresión, caminó hasta ella sacando una carpeta del cajón del escritorio.

—Es nuestro propio periódico. Vamos a hacer las cosas a lo grande y no vas a tener que soportar a ningún jefe porque tú, señorita Burgos, serás tu propia jefa.

Lucía estaba más que sorprendida. Miró el documento y descubrió que el edificio estaba a nombre de ambas. Aquella promesa de estudiantes durante la carrera se había convertido en realidad.

—Esto es... —Estaba conmovida, sentía que las lágrimas corrían por sus mejillas—. Gracias... ¿No es una broma? porque estoy llorando y no quiero quedar como estúpida.

Emilia carcajeó. Negó, rodeándola con sus brazos para finalmente besarla con toda la pasión contenida que tenía en el cuerpo.

—Es nuestra vida juntas. No habrá nada que nos detenga.

Lucía hundió su mentón entre su cuello, besándola suavemente. Comenzó a deshacerse de la ropa de su compañera y sus labios la recorrieron de pies a cabeza. Observaba su hermoso cuerpo desnudo sobre el escritorio de una reluciente y lujosa caoba. Estaban inaugurando el lugar de la forma más hermosa.

En pocos años, el periódico 24/7 se posicionó como uno de los más importantes del país. La próspera inversión del empresario Navarro estaba dejando frutos gracias al increíble trabajo de su hija y la licenciada Lucía Burgos. Todo parecía ir tan bien que se comenzó a hablar de la prometedora carrera de la hija bastarda de uno de los empresarios más poderosos del siglo. Incluso sus hermanos parecían estar al pendiente, como aves de rapiña rondando a su alrededor, esperando el momento en el que el viejo finalmente muriera y todo aquel júbilo pudiera caer en sus garras.

—¿Tu testamento?

—Lo he modificado sin que tus hermanos se den cuenta. —Guillermo le había extendido una copia—. Los conozco demasiado bien. Sé que en cuanto muera querrán quedarse con todo, incluyendo tu periódico.

A Emilia le pareció que su padre estaba despidiéndose, no quería pensar en la idea de perderlo. Sin él en el mundo sentía que todo podía derrumbarse con facilidad. Pero el viejo Navarro tenía los días contados y aunque le dolía dejar a Emilia sentía que podía irse tranquilo porque ahora tenía a Lucía a su lado. Jamás hablaron sobre ello, pero era claro que el amor que las unía era más que una amistad. Y él estaba complacido con eso. Su felicidad era su mayor dicha.

—Estarás bien. Lo sé, yo voy a cuidar de ti, papá.

Se abrazaron durante un largo tiempo, Emilia jamás olvidaría ese momento. Su padre falleció un mes después de ese encuentro. Tal y como lo había predicho, sus hermanos volaron como aves de rapiña para reclamar el corporativo 24/7 pero el testamento era claro, Emilia no solo era la dueña del periódico y todos los bienes que pudiera generarle sino que sus hermanos estaban obligados a ser su benefactores. Aquello había despertado la ira de Dante y Eva, pero Emilia no era más una niña que se asustara con historias de fantasmas. Sabía que los únicos demonios siempre habían sido ellos y su madre.

Durante años su padre había estado creando un fondo de ahorro, eso no estaba dentro del testamento de nadie. Era un secreto que Navarro le había confesado a su hija en su lecho de muerte.

—Es por si alguna vez corrieras peligro en este lugar. Dentro del sobre hay documentos falsos para ti y para Lucía. Y una dirección donde hospedarse.

Emilia revisó los fondos de esa cuenta, eran millones de dólares destinados a un plan b, en caso de que sus tres hermanos quisieran atentar contra su vida. La muerte de su padre se convirtió en una profunda herida que jamás sanaría.

Las cosas en el periódico iban excelentes, la respuesta de los receptores había sido inigualable y en pocos años habían recuperado todo el capital invertido. Sin embargo, las cosas entre ella y Lucía comenzaron a irse en picada. Su padre se lo había advertido, mezclar las relaciones afectivas y el trabajo no siempre era buena idea. Y Emilia lo había aprendido de la peor manera.

—Son unos malditos, ¡no pueden hacerte eso! —Lucía estaba realmente molesta. La residencia era parte de su herencia. Todos sus hermanos eran dueños de grandes condominios no necesitaban aquella vieja casa.

Emilia no contestaba. Sabía perfectamente que en algún momento podría perderla. Su mismo padre se lo había advertido, aquello solamente era darle un hueso al perro. Sus hermanos estarían tranquilos de haberle quitado lo que el viejo le había dejado. Sabía que solo de esa forma no podrían escarbar más. Además, lo hacía por Lucía, en verdad temía que sus hermanos comenzaran a investigar y descubrieran que tenían acciones compartidas. Eran capaces de todo. En cuanto supieran quien era la socia mayoritaria del periódico no dudarían en intentar algo. No podía sacrificarla así. No podía ponerla en peligro.

—Emilia, ¿puedes explicarme esto? —Vio los papeles. La empresa así como el edificio y el departamento que compartían estaban a nombre de Emilia ahora.

—Tuve que hacerlo. Por tu seguridad.

Lucía la miraba fijamente. Estaba furiosa, no podía creer que Emilia se dejara doblegar por sus hermanos.

—Estoy contigo, las dos podemos contra ellos. No tienen la forma de quitarnos nada. No voy a dejarme intimidar. ¡Tú tampoco deberías hacerlo!

—¡No los conoces! ¡Son capaces de todo!

Ambas habían elevado la voz. Se miraban con fuego. Emilia no podía creerlo, ¿cómo es que su amor ahora estaba reducido a eso? jamás imaginó que el poder y el dinero tendrían un protagonismo crucial en su relación.

—¿Y si se deshacen de ti? Dime, ¿qué se supone que haga, Emilia? No solamente me dejarán destrozada sino también en la maldita calle. Porque, sin un heredero de tu parte todos los bienes van a ellos, ¿lo sabías no?

Emilia tenía todo arreglado, si algo llegaba a pasarle Lucía sería la única beneficiaria. Pero no podía dejar de lado que sus palabras calculadoras atravesaban su cabeza. De pronto sintió como si la empresa fuera lo único importante para ella. Para Emilia no era más que un pretexto para poder estar a su lado el mayor tiempo posible. La vida que habían soñado construir. Fue entonces que lo supo. Lo único por lo cual seguía respirando era ella.

—Si tanto quieres la empresa entonces arrójame por la ventana. —Emilia se puso de pie, lanzando los documentos al escritorio—. Así podrás reclamar mi testamento.

***

Habían pasado un par de días desde su acalorada discusión, Lucía sentía que necesitaba despejarse. Sus amigas le habían hecho una invitación para salir a un nuevo antro que acababa de abrir en la ciudad. Así que le pareció buena idea, hacía tiempo que no pasaba el rato con alguien que no fuera Emilia. La vida laboral y sus constantes discusiones comenzaban a crear pequeñas fisuras en su relación, ambas necesitaban un poco de tiempo para despejarse.

Llegó al club, era un lugar lujoso y muy llamativo desde su entrada, la música sonaba por lo alto y había mujeres hermosas por todos lados. Sabía que ese club debía ser de las hermanas Lombardi, que al igual que los Navarro eran una familia con mucho poder.

—¡Lucía! ¡Por aquí!

Encontró a sus amigas entre la multitud, tenía años sin ver a muchas de ellas y parecía muy entusiasmada con lo que pintaba la noche. Observó a una hermosa mujer que acompañaba a una de sus amigas. Se saludaron, dándose un usual beso en la mejilla. Lucía pudo notar su ligera intención, la forma en la que la veía comenzaba a ser intimidante pero no dijo nada. Dejó que la noche continuara y entre tragos y brindis fueron a la pista de baile. Lucía descubrió que la chica la seguía, se acercó hasta ella, colocando sus brazos alrededor de su cuello mientras continuaban aquel baile. No le pareció algo malo. Solo estaban pasándola bien después de todo. Los ojos de la joven estaban en ella, no supo en qué momento sus labios habían tocado los suyos.

—No vuelvas a hacer eso. —La alejó con brusquedad, caminó hasta sus amigas para despedirse y salió del club sin decir nada más.

Miró su teléfono, tenía llamadas perdidas de Emilia desde temprano pero había decidido ignorarla. Se estaba comportando demasiado ruin con ella. Acababa de perder a su padre y entrar en guerra con sus hermanos. Su actitud y sus reclamos era lo que menos necesitaba en esos momentos.

Había llamado a todos sus conocidos para dar con un florista que pudiera atenderle a esas horas de la noche. Finalmente había podido comprarle un hermoso ramo de Dalias, sabía que eran sus favoritas. Tanto, que se había tatuado una en la espalda. Al abrir la puerta de su departamento un penetrante olor a alcohol llegó hasta su nariz.

Sintió como si el aire le faltara, dejó caer las Dalias y corrió hasta su habitación sintiendo como un fuego extraño se anidaba en su garganta. Se llevó las manos a la cabeza, no podía resistir seguir viendo el cuerpo desnudo de Emilia rodeado por aquel sujeto. Un perfecto desconocido y ella compartiendo su cama.

Emilia abrió ligeramente sus cansados ojos de tanto llorar. Pero ya era tarde. Solo pudo escuchar los pasos apresurados y el portazo que hizo retumbar el edificio.

—...Lucía...

***

Y así fue como el fuego de su amor había sido reducido a cenizas. El idilio que creía eterno ahora estaba hecho pedazos, una montaña de escombros. Lucía había dejado el departamento, jurando a Emilia que jamás volvería a pisarlo de nuevo. Emilia habría dado toda su fortuna por el perdón de Lucía pero sentía que ya todo estaba perdido, pasaba la mitad del día lamentándose y la otra en el trabajo solo porque era el único lugar que ahora compartía con ella.

En poco tiempo, Lucía, había dejado de frecuentar la oficina, ahora si aparecía era solamente para humillarla y echarle en cara el asco que sentía por ella. Después de tres meses de ruptura las cosas no volverían a ser iguales.

—Por lo menos vuelve a trabajar. Te lo suplico.

Lucía tenía su mirada fija en el ventanal. En realidad parecía que no tenía interés en estar ahí.

—No dejes que el periódico maneje tanto amarillismo. Es de pésimo gusto.

—¿Estás escuchándome?

Lucia suspiró. Estar en esa maldita habitación juntas era algo insoportable. Emilia insistía en aquellas reuniones absurdas solamente para verla, estaba segura de eso.

—Por desgracia. Pero ya te dije que no quiero saber nada de ti ni del corporativo. Nada. —Estaba apunto de salir de la oficina, cuando Emilia la interceptó. De nuevo había lágrimas en sus ojos. Realmente estaba cansada de su patética actitud.

—Solo... te suplico que me des una oportunidad. Jamás volveré a...

—¡Jamás voy a darte nada! Ni tampoco voy a perdonarte. Te follaste a un desconocido en nuestra cama, en nuestro hogar, ¡como una puta ebria!

Emilia estaba de rodillas frente a ella. Se rehusaba a que todo terminara, no podía perder lo único por lo que valía la pena seguir viviendo.

—Por favor... solo vuelve, vuelve conmigo ¡te lo suplico!

Lucía la miraba con desprecio mientras sollozaba sin poder detenerse. Entonces se inclinó, tomando su rostro con sus manos como si fuera a consolarla.

—Esto está muerto, tú lo mataste. —Alejó a Emilia de golpe y salió de la oficina sin decir nada más.

Intentó localizarla pero Lucía se las ingenió para desaparecer del mapa, pasaron semanas sin que supiera de ella y su vida comenzaba a derrumbarse. Pasaba días en el departamento, sin comer ni beber nada. La situación era tan grave que le había provocado una anemia severa que casi le costó la vida.

—Papá estaría muy decepcionado de ti, pequeña flor.

Al abrir los ojos encontró a Umberto a su lado, mirándola como si estuviera cansado de esa terrible actitud. No podía entender por qué seguía salvándola de cada situación si tanto la odiaba. En realidad era exasperante.

—Sólo quiero morirme. Debiste haberme dejado morir.

El sujeto sonrió. Con una sonrisa casi espectral inclinándose hacia ella despacio.

—Lo haría, pero le hice una promesa al viejo.

Besó su frente, descubriendo que Emilia hacía un desdén. Salió sin decir nada más.

Emilia había cerrado sus ojos nuevamente, esperaba no volver a abrirlos jamás.

***

Después de un año la resignación había llegado hasta ella. Emilia encontró la forma de aparentar que estaba bien para continuar al frente de la compañía. Meses atrás el corporativo había sufrido un gran colapso pero, gracias al trabajo de Lucía finalmente se encontraba estable. Aunque no había ido ni un solo día a visitarla al hospital se había encargado de dirigir el periódico.

—¿Significa que vas a volver?

Lucía miraba el escritorio de su vieja oficina. Tenía que cambiarlo, había demasiados recuerdos en ese lugar. Asintió, sin siquiera mirarla.

—Temporalmente. En lo que encuentro algo mejor. Digo, si usted me lo permite, presidenta.

Emilia aprobó aquello sin pensarlo mucho. Estaba feliz de volver a verla por ahí. Nada le daba más dicha que poder mirarla aunque fuera durante las juntas o viajes de negocios. Quizá finalmente si su convivencia regresaba las cosas podrían recuperarse entre ellas.

Lucía bebió su taza de café mirando su reloj.

—Ahora me voy.

—¿A dónde?

—Tengo una cita. Estoy saliendo con la abogada que llevaba el caso de Martínez, el asesino del río, ¿lo recuerdas?

Emilia asintió, sin agregar expresión alguna.

—Es hermosa. Seguro te caería bien.

La vio salir después de decirle aquello. Esperó a que se alejara lo suficiente y tomó la taza vacía que estaba sobre la mesa lanzándola con fuerza hacia la pared. Tenía ganas de destruirlo todo, de destruirse a ella misma.

***

Para fortuna de Emilia su relación con esa abogada no duró más de unos meses, pero luego vinieron otras y otras. Lucía desfiló por una larga lista de relaciones "serias" de tres meses, sexo casual, un drama y listo. Ya no le parecía extraño recibir llamadas a medianoche para que escuchara a sus amantes gemir sobre la bocina, con el pretexto de que el móvil se había marcado por accidente.

Esa mujer no era más su Lucía. La joven graciosa y noble de la que se había enamorado a sus dieciséis años. Ahora solamente podía ver el odio en sus ojos, la promesa que le había hecho como si fuera una maldición. Le había jurado que jamás volvería con ella y estuvo a punto de darse por vencida pero, bien dicen que el amor primero no se olvida, se guarda en lo más profundo de las entrañas, se esconde, pero no se borra.

—Lucía, ¿estás bien?

Emilia sintió su cuerpo deslizarse por entre sus sábanas. Acariciaba sus senos con suavidad mientras intentaba abrirse paso entre su ropa interior.

Olía un poco a alcohol, pero no estaba dispuesta a negarle lo que buscaba. Se había dejado llevar por esas caricias que añoraba, volvería a ser suya para siempre. Esta vez no fallaría. Lucía le hizo el amor. Penetrándola con fuerza, utilizando una rudeza tan innecesaria que comenzaba a hacerle daño. Estaba acostumbrada al cuidado y suavidad de sus caricias pero sentía que no estaba en posición de pedirle misericordia. Si ese era el precio para poder tenerla de nuevo entonces lo pagaría. Sintió sus dientes sobre su piel, su boca succionando su cuerpo, dejó que hiciera lo que quisiera, incluso marcarle el cuello y los senos con chupetones explícitos. Cuando terminaron estaba agotada, de bruces contra la cama observando la bella expresión de su amada.

—¿Por qué volví? —se cuestionó, aún ebria. Mirándola fijamente—. No debería estar aquí...no debería...no...

Por la mañana, a primera hora, se había marchado. A partir de ese momento su relación se había reducido a nada. Lucía, ebria y con el corazón roto la buscaba solamente para descargar sus frustraciones y continuar castigándola sin piedad. Sentía que la traición de Emilia era ahora una maldición que jamás la dejaría volver a encontrar el amor. Emilia por su lado, había decidido jugar su juego, esperar paciente su momento para recoger las migajas de un viejo amor que estaba perdido. Aquel sexo vacío, a veces rutinario y sin sentido, era mejor que la soledad de aquellas paredes que rodeaban su miserable vida. No iba a negar que, a pesar de todo, una esperanza vivía dentro de ella. Imaginaba que en algún momento despertaría de ese sueño y volvería a ella con toda la bondad del primer amor. Pero entre más pasaban los años, más lejana encontraba aquella idea. El primer amor que había sido luz ahora era parte de su nueva oscuridad.

...

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