Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XVII

"No soy yo quien

te echa de menos,

igual que no eres tú

a quien yo echo de menos.

Somos una nostalgia

de otro tiempo

y otros nombres."

Elvira Sastre

...

Había hecho de la soledad y el rechazo sus mejores amigos. Eran quienes le acompañaban en cada momento importante a lo largo de su vida. Realmente podía sentir que estar sola era su condición obligatoria dentro de la familia y que ser rechazada era algo que merecía. Así le habían educado. Recibiendo los retazos de amor de un padre que tenía poco tiempo para compartir con ella, siendo una hija bastarda que jamás podría encajar en su perfecta familia. Para una niña, aquello era un verdadero infierno. Se había acostumbrado a celebrar sus propios logros y recibir malos tratos de quienes negaban tener su misma sangre. La idea de acabar con su insignificante existencia fue concebida a temprana edad, estaba decidida a hacerlo antes de convertirse en un adulto. Pero entonces la vida, por primera vez, le sonrió.

Desde su llegada a la mansión Navarro, la desgracia y el desprecio marcaron su camino.

Eva entró abruptamente a la oficina de su padre, tenía los ojos hinchados de tanto llorar y señalaba al viejo Navarro con gran énfasis.

—¡No puedes hacerlo! —gritó, apretando sus puños con fuerza—. ¡No puedes hacerle esto a mamá!

Guillermo comenzaba a desquiciarse con esa situación, se puso de pie y caminó hasta su hija, colocando una mano sobre el hombro de su hijo Umberto que también se había levantado y estaba dispuesto a ir hasta su hermana para hacerla callar.

—Ya está hablado —la profunda voz de Guillermo salió con fuerza—. Tú madre aceptó. Y si tú tienes problema con eso, entonces puedes ir buscando un departamento para ti sola.

Negaba, había comenzado a llorar con rabia sin quitar los ojos de su padre.

—¡Estás deshonrando a tu familia! ¿Cómo puedes hacernos esto? ¡traer a tu bastarda a vivir aquí, como si fuera una de nosotros! ¿No te da pena, papá?

Tomó del brazo a su hija, aproximándola hasta él para hacerle ver que su actitud era por demás infantil y absurda.

—¡Emilia es una Navarro! te guste o no mi sangre corre por sus venas. Y tanto tú como Dante tendrán que aprender a vivir con eso.

La rubia mujer negó, logró zafarse del agarre de su padre y caminó de regreso a la puerta. Se detuvo, mirándolo fulminantemente.

—Ella jamás será como nosotros.

Guillermo sabía que esas crueles palabras se convertirían en una fiel promesa. Aun y con la diferencia de edad, ni ella ni Dante parecían sentir el más mínimo afecto por la pequeña bebé que ahora era parte de ellos.

Emilia creció bajo los cuidados de infinidad de niñeras y la supervisión de su madrastra, Gloria. La mujer le había prometido a su marido encargarse de todos los cuidados, de ver por ella e intervenir en su correcta crianza a pesar de lo que eso podía ocasionar para su reputación. Guillermo le estaba agradecido, sabía que criar a la pequeña no sería fácil porque su traición había dejado una profunda herida en el corazón de su mujer.

Gloria cumpliría la promesa de hacer de ella una persona de bien, pero, de pronto, aquella niña se había convertido en la flor de su marido. Guillermo encontraba en su hija toda la paz que necesitaba. Había dejado de trabajar tiempo completo para dedicarse al cuidado de Emilia a sus apenas cinco años.

—No puedes dejar que solo mamá se haga cargo. Emilia vive encerrada como un animalito en la mansión. —Umberto se paseaba por la oficina de su padre, él más que nadie estaba preocupado por lo estricta que podía llegar a ser su madre con la pequeña—. Es tu responsabilidad estar con ella. Te recuerdo que fuiste tú quien le quitó todo.

Guillermo miró fijamente a su hijo, sosteniéndolo de la solapa de su saco como si quisiera enfrentarlo. Umberto sonreía, no sería la primera vez que algo así pasara. Se zafó del viejo y salió de la oficina con una expresión fría.

Navarro supo entonces que tenía que acercarse a su hija. A pesar de que el recuerdo de su madre y su propio dolor continuaba atormentándolo, sabía que Emilia no tenía la culpa de nada. De hecho, era quizá la más inocente de aquella situación.

Llegó a casa después de su enfrentamiento con Umberto y escuchó su voz provenir de la sala en donde una de sus nanas le vigilaba.

—¡Mi bella flor! —exclamó, provocando que Emilia se pusiera de pie y corriera hasta él, aferrándose a sus piernas.

Besó su pequeña frente y miró sus profundos ojos color cielo. No podía creer el enorme parecido que comenzaba a tener con su madre. Había estado evitando el contacto de aquella mirada tierna por temor a que su corazón volviera a sentirse herido, pero había cometido un error. Emilia fuera de ser la oscuridad que imaginaba se había convertido en la luz de su vida.

La infancia se fue entonces y los días luminosos se comenzaron a apagar poco a poco. Emilia era consciente ahora de lo incómoda que podía ser su presencia para todos en aquella mansión. Del rechazo y odio que tanto Eva como Gloria y Dante solían expresar de distintas maneras hacia ella.

Abrió rápidamente los ojos y cuando escuchó el sonido de la puerta abrirse lentamente se puso de pie, limpió su rostro bañado en lágrimas y descubrió la cruel sonrisa de Dante que estaba recargado en el marco de la puerta. Emilia tenía entonces diez años y al parecer su hermano disfrutaba de gastarle crueles bromas que no le parecían graciosas a nadie más que a él.

—Lo siento, te olvidé aquí, ¿cierto?

Emilia corrió hasta él suplicándole que le dejara salir, aquel viejo sótano en verdad era espeluznante. Su error había sido confiarle aquella pesadilla a Gloria. Solía tener sueños escalofriantes con ese lugar, la mujer le había contado todo a su hijo mayor que ahora inventaba también historias sobre fantasmas y demonios escondidos por toda la mansión.

—¿Sabías que los demonios solo atacan a quienes son concebidos en pecado?

Emilia negó, sintió las manos fuertes de Dante aferrarse a sus muñecas.

—Así es. Todo es culpa de la ramera de tu madre. Gracias a ella arderás en el infierno.

La niña había podido zafarse, salió corriendo despavorida y sollozando hasta su habitación mientras Dante se quedaba de pie, doblado de la risa.

—Ya es suficiente. —Su madre había aparecido, se sostenía ahora de un bastón y le miraba con desapruebo. —Eres demasiado viejo para molestar así a una niña.

El hombre la miró con desprecio, cómo se atrevía a decirle algo así si ella había propiciado su brillante travesura.

—Si no fuera porque papá regresa hoy de su viaje la dejaría toda la noche en ese lugar. —Continuó su camino sin decir nada más.

Gloria estaba de pie. Miraba el viejo sótano, pensando que ahí es donde debió haberla criado desde el primer día que sus ojos vieron la luz. Si tan solo no tuviera un corazón tan bondadoso habría sido fácil deshacerse de ella. Pero su pacto con Guillermo era más importante incluso que su propia felicidad.

***

Pasados dos años, la niñez había acabado para ella dejando terribles marcas en su memoria. Sin embargo, también le había dejado una belleza tan sublime que todos solían decir que la pequeña flor de Guillermo Navarro era la más hermosa de todas.

—Es idéntica a su madre... —Gloria estaba frente al ventanal, mirando a una Emilia adolescente en su clase de gimnasia.

Guillermo estaba sentado en el otro extremo de la habitación, cansado de escuchar lo mismo cada día.

—¿Y qué quieres que haga, Gloria?

La mujer pensaba en una y mil formas de deshacerse de ese precioso semblante de porcelana. Pero no iba a decirle ni una palabra a su marido.

—Quizá deberías empezar por reprimir sus desplantes. Ayer le dije que ensayara para su recital y me ignoró. Se encerró en su habitación y me dijo que odia tocar el piano, ¿puedes creerlo? Está retando siempre mi autoridad.

Guillermo suspiró. Realmente no encontraba la forma de poder vivir una vida tranquila, con un balance para que las cosas pudieran estar bien al menos una vez entre su mujer y su hija.

—Hablaré con ella. Pero también no seas tan severa. Emilia es una buena chica, no tienes que ser tan dura.

—Como se ve que no conoces a tu insoportable retoño. O como sueles decirle, tu flor. —Salió del despacho de su marido. Ahora tenía en su mente una idea que no podía dejar pasar. No iba a soportar un desplante más de Emilia y no quería volver a escuchar a alguien más hablando del parecido que tenía con su maldita madre. Sabía que eso aumentaría con los años y consideró oportuno crear un plan para que Guillermo aceptara mandarla a un internado de una vez por todas.

Y así fue, con el paso de los años el odio de Gloria hacia Emilia fue en aumento, esta sabía que todo aquel falso amor solamente era una pantalla y no le tomó mucho tiempo descubrir que jamás podría ser feliz bajo el yugo de su madrastra.

—También quiero ir.

—Por supuesto que no. —Gloria había llegado hasta ella, llevaba el bastón y hablaba con dificultad porque su enfermedad comenzaba a agravarse. Aun así, tenía energías de sobra para hacerle la vida imposible.

—Es mi padre. Tú misma has dicho que mi obligación es ver por él.

La mujer la había tomado del antebrazo, la presionaba con tanta fuerza que Emilia se dejó caer de rodillas frente a ella.

—Tu obligación es obedecerme. Gracias a mí es que tienes esta afortunada vida, ¿crees que es por él?

Emilia lloraba, sabía que era mejor callar ante las injusticias de su madrastra. Ella en realidad era quien se había encargado de todos sus cuidados. Su padre con el tiempo había vuelto a la empresa y sus gestiones después de una terrible discusión con Umberto, las cosas se habían roto entre ellos separándolos definitivamente. Ahora, Guillermo compartía poco tiempo a lado de su hija y en realidad era Gloria quien se encargaba de su educación y cumplir su promesa de hacerla una mujer de bien.

—También soy una Navarro. Quiero ir a su fiesta de cumpleaños.

Gloria le miraba fijamente. Sus ojos parecían el más profundo de los abismos. Aquella estúpida idea era algo que debía quitarle de la cabeza. Emilia no era nada. La herencia de su marido ya estaba distribuida entre sus tres hijos legítimos. Ella se encargaría de no dejarle más que un hoyo en la tierra a esa bastarda desobediente.

***

Guillermo había llegado de un viaje a su fiesta sorpresa, sus empleados, familia y amigos le esperaban en un hermoso recinto. Miró a su alrededor, sintió que alguien faltaba.

—¿Dónde está Emilia?

Eva se encogió de hombros y continuó charlando con uno de los invitados. Guillermo fue entonces hasta su mujer y ésta le hizo saber que Emilia se sentía indispuesta.

—Debemos ser cuidadosos, una gripa puede contagiar a todos aquí.

El viejo Navarro no estaba convencido, así que había tenido que acudir a quien menos quería para corroborar aquella información.

Umberto llegó a la mansión de su padre después de años de no pisarla, entró recibido por el ama de llaves que al verle le confesó que la pequeña flor de su jefe estaba en su habitación.

—¿Está resfriada?

La mujer había titubeado, lo afirmó pero estaba claro que solamente estaba envuelta por las amenazas de su jefa.

Umberto tocó a la puerta un par de veces, descubrió que estaba cerrada así que intuyó que nada bueno estaría pasando en aquella habitación. Abrió de un brutal golpe y encontró a Emilia recostada sobre la cama en medio de un charco de sangre. Le quitó las largas calcetas y comenzó a aplicar fuertes torniquetes para después sacarla en brazos.

Ese había sido el primer grito de urgencia para Guillermo. Sabía entonces que lo mejor que podía hacer era aceptar lo del internado. No porque su mujer se lo pidiera, sino porque encontraba en esa distancia la paz que su flor necesitaba.

Emilia pasó un año en aquella academia de señoritas, aunque extrañaba a su padre se sentía cómoda de estar ahí. Las clases eran buenas, había aprendido francés y un poco de cocina. Como era buena en el piano las monjas le pedían acompañarlas durante las misas de los fines de semana. Y aunque sabía que su habilidad para hacer amigas no era buena, muchas de ellas eran cordiales y tenía una buena relación con casi todas. Incluso, había descubierto que en esa academia las amistades entre mujeres siempre llegaban más lejos de lo fraternal.

—¿Son novias?

—Sí, algo así.

Rina Loom, era una de sus compañeras de clase más cercana. Emilia jamás había conocido a una persona tan libre y auténtica como ella. Hasta cierto punto era envidiable la ligereza con la que iba por la vida.

—Ayer quedamos en que iría a su dormitorio.

—¿Para qué?

Rina soltó una carcajada, dejando entrever su boca llena de pan de trigo. Emilia supo que su inocencia le había dejado en ridículo una vez más.

Unos días antes de su cumpleaños su padre le había dicho que tenía preparado un increíble viaje a las Bahamas, estaba emocionada. Era la primera vez que viajaría con él a otro país. Estaba haciendo sus maletas cuando la madre superiora le mandó llamar.

Emilia entró a la oficina y encontró a su padre frente a ella, corrió para abrazarlo y este acarició su cabeza dándole un tierno beso.

—¿Qué haces aquí, papá? Todavía no es mi cumpleaños.

El hombre negó, tenía una mirada melancólica y fue entonces que le confesó que Gloria, su madrastra, había fallecido a causa de su terrible enfermedad hacía un par de días. Emilia no dijo nada, no era como si estuviera feliz por eso pero descubrió que la noticia tampoco le entristecía.

Su estadía en esa academia se había terminado, sin Gloria en el mundo haciendo de su vida un infierno, Guillermo sabía que el lugar de su hija estaba ahora a su lado. Umberto había estado detrás de esa decisión. Creía que la joven tendría un futuro exitoso si su padre era lo suficientemente astuto como para formarla dentro de los negocios.

Emilia comenzó a asistir a un colegio cercano a la residencia en la que vivía con Guillermo. La vieja mansión de los Navarro ahora era de Dante y Eva y sabía que jamás podría regresar a ese lugar. Aunque la nueva residencia era perfecta, espaciosa, luminosa y con una increíble piscina, Emilia no tenía con quién compartir su tiempo. Hacer amigas en su nueva escuela era difícil, había entrado a mediados del semestre y nunca se destacó por ser muy extrovertida.

—Señoritas, ella es Emilia Navarro y será su nueva compañera. Sean amables, por favor.

Emilia levantó su rostro, observó al grupo de chicas que le miraba a detalle y caminó despacio hasta sentarse en un pupitre que estaba junto a otro vacío. Escuchó el cuchicheo de todas y comenzó a sentirse nerviosa.

—¿De nuevo tarde, Burgos?

Lucía estaba de pie frente a la puerta, llevaba el suéter atado a la cintura y tenía la corbatilla del uniforme mal colocada.

—Lo siento, profesora —se disculpó, llegando hasta la mujer para entregarle un papel con un garabato inscrito—. Déjeme decirle que hoy se ve radiante.

Algunas de las compañeras comenzaron a reír, la mujer le lanzó una mirada reprobatoria y le ordenó tomar asiento. Lucía se dejó caer junto al pupitre vacío que estaba a un lado de Emilia. Se percató de su presencia observando detenidamente su hermoso perfil y su cabellera rubia un poco más arriba de los hombros. Sintió como si una pelota de futbol golpeara su estómago. Emilia era la chica más hermosa que jamás hubiera visto.

—Burgos, necesitas enseñarme a falsificar la firma de mi madre. Yo también quiero llegar tarde todos los días sin recibir castigo.

Lucía había salido de su pequeño trance, hizo una expresión triunfante y lanzó la bola de papel en la cara de su compañera. Habían comenzado a reír por lo bajo.

—Hola, ¿eres nueva? Me llamo Lucía.

Emilia volvió su mirada, desde su llegada Lucía le había parecido peculiar. Era más alta que las demás, tenía el cabello lacio, oscuro y muy largo. Y una rudeza con la que no estaba familiarizada. Se lo confesaría años después, pero en ese momento, Emilia sintió como si eso fuera amor a primera vista.

Su pequeño crush fue en aumento. Era impresionante que a pesar de su actitud desarraigada, Lucía no solamente era la representante de grupo de su salón y una alumna de excelencia sino también una destacada jugadora de voleibol en el equipo de la escuela. Era común verla después de clases entrenando con con el equipo hasta las cinco de la tarde. Emilia solía quedarse a estudiar un poco más en la biblioteca porque había un ventanal desde el cual podía verse el entrenamiento.

Una tarde, después de quedarse a una asesoría de cálculo avanzado, Emilia observó al equipo de voleibol reunido en la entrada de la escuela. Al parecer el entrenamiento había sido cancelado y estaban planeado una salida al centro comercial.

—¿Por qué tengo que hacerlo yo? —exclamó Lucía, mirando de lejos a Emilia que al parecer estaba esperando a que fueran por ella.

—Porque es tu compañera de a lado, solo dile.

Lucía estaba resignada, en realidad tenía un poco de temor de acercarse a Emilia. Parecía por demás seria y recatada, no era como si tuviera un mal carácter pero no estaba segura de que tan buena idea fuera invitarla a salir con ellas.

—¡Solo ve, carajo!

Lucía tragó saliva, miró a sus compañeras y sin más remedio se dio la vuelta para ir hasta esa hermosa chica.

—Emilia... ¿Qué haces?

La rubia volteó. Sus increíbles ojos claros la miraron fijamente. Emilia tenía un impresionante teléfono celular en la mano. Lucía había visto anuncios con ese modelo ejecutivo. Estaba segura de que era el más reciente.

—Espero a mi chofer, al parecer tuvo un percance.

—Oh.

Emilia sintió que se sonrojaba. No podía creer que Lucía Burgos estuviera hablándole de repente. Observó sus largas manos, sus dedos y el millar de pulseras de hilo que tenía en las muñecas.

—Oye, vamos a ir al centro comercial, ¿te gustaría acompañarnos?

—¿Al centro comercial?

Lucía esbozó una sonrisa, aquello fue como si un rayo hubiera detenido su corazón.

—Sí, vamos a tontear y medirnos ropa que no compraremos y luego vamos por un helado, ¿qué dices?

Emilia miró de reojo al grupo de compañeras que cuchicheaban entre ellas y observaban expectantes. En realidad, esa tarde tenía clase de gimnasia y pintura, pero sabía que no podía dejar ir una oportunidad como esa. No podía darse el lujo de despreciar nuevas amigas. Además pasaría tiempo con Lucía, su corazón de pronto golpeaba con fuerza su pecho cada vez que pensaba en eso. Así que aceptó. Iría por primera vez a una salida de amigas y haría cosas de una chica normal de dieciséis años.

Lucía la dirigió hacia donde estaban las demás que comenzaron a saludar a Emilia y hacerla sentir como parte de ellas. Lo cierto, es que esa repentina curiosidad había surgido a través de un rumor que apuntaba a que Emilia era hija de un magnate empresario.

—Mi padre conoce al señor Navarro. Es quizá el hombre más rico del país. Emilia tiene tanto dinero que en realidad su vida está resuelta.

Anabel Larregui había comenzado a hablar sin parar sobre Emilia después de uno de los entrenamientos. Lucía acababa de salir de las regaderas, se encontraba de pie frente a su locker escuchando aquellas palabras.

—Aunque mi papá me dijo que Emilia es...¿cómo decirlo? Una hija no legítima de Navarro.

—¿Es una bastarda?

—Así es.

Continuaron con aquella conversación, Lucía no estaba interesada en escucharlas más. Realmente no le importaba lo que Emilia fuera, solamente buscaba poder acercarsele. No sabía por qué, pero tenía días sin dejar de pensar en ella. Quizá todo había comenzado cuando le había descubierto espiándola en los entrenamientos. Empezaba a sospechar que se quedaba a estudiar en la biblioteca para mirarla, pero no quería parecer demasiado pretenciosa.

—¿Alguna vez habías venido a este centro comercial, Emilia?

La rubia negó, miraba las tiendas y los aparadores. Nunca había tenido la necesidad de salir a comprar ropa porque la mayoría de los diseñadores o modistas iban personalmente a su casa para ofrecerle sus productos.

Lucía la miraba. Caminaban juntas y su delicioso aroma a flores comenzaba a envolverla de una forma irreal.

Hicieron justo lo que habían prometido, entraban a las tiendas para medirse la ropa y salir sin nada más que sus risas sonoras por todo el lugar. Emilia no entendía muy bien esa lógica, ir a una tienda para medirte ropa y no comprarla no parecía tener sentido. Pero al observarlas se dio cuenta de que todo era parte de la diversión. A eso se resumía el absurdo humor adolescente.

Entraron a una tienda departamental grande, Lucía estaba inmersa en una hermosa camisa azul que estaba sobre el maniquí. Emilia se acercó, descubrió que su entusiasmo se borraba al ver el alto precio.

—¿Te gusta?

—Es fabulosa, pero se sale de mi presupuesto.

Emilia comenzó a quitársela al maniquí, caminó en dirección a la caja y pagó aquella prenda con una brillante tarjeta de color negro.

—Seguramente se te verá increíble.

Lucía no podía creerlo, había tomado y pagado aquella camisa como si se tratara de un caramelo.

—Emilia, no puedo aceptarla.

—Por favor —suplicó, extendiendo la bolsa frente a ella—, no soy buena haciendo amigos. Lo cierto es que jamás he tenido una amiga, así que, no te ofendas. Te lo ruego.

Lucía descubrió entonces la realidad de esa expresión triste. Si lo que había escuchado era cierto, entonces Emilia debía sufrir el rechazo por parte de la familia de su padre. Ser la hija ilegítima podía convertirse en la pesadilla de cualquiera. Sobre todo si se trataba de una familia tan poderosa como los Navarro.

Emilia llegó a casa pasadas las seis de la tarde, no se dio cuenta de que su padre estaba llamándole desde hacía dos horas a su móvil. Estaba tan inmersa en su salida con Lucía y sus amigas que había olvidado decirle que estaría fuera.

—¿En dónde estabas?

—¡Papá! —Emilia corrió hasta él, abriendo sus brazos para aferrarlo con fuerza.

Guillermo parecía extrañado con esa inusual actitud, no recordaba haber visto jamás ese brillo en los ojos de su bella flor.

—Te estuve llamando, me tenías preocupado.

—¿En serio? no me di cuenta, estaba con unas amigas en el centro comercial.

—¿El centro comercial? —Observó a su hija asentir con entusiasmo. No podía ser severo con ella, estaba feliz de que estuviera haciendo amigas y esa preciosa sonrisa no se borrara de su rostro.

Emilia fue a su habitación, encendió su computadora y sacó el papelito que guardaba recelosa en el bolsillo de su falda. Lucía le había dado su correo electrónico, le dijo que sería provisional para estar en contacto en lo que convencía a sus padres de comprarle un teléfono inteligente como el suyo. Estaba feliz, de pronto, sintió como si aquella alegría pudiera hacer que su corazón estallara. Lucía Burgos se convirtió poco a poco en el motivo de su alegría. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro