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XV

Miró su reloj, era tarde. Su visita a los clubs había empezado recién pero no tenía ánimos de estar en esos aglomerados lugares llenos de ebrios y gente ruidosa buscando un poco de desfogue, así que decidió ir a la mansión de su padre. Durante el camino no dejó de pensar en Emilia. Estaba acercándose peligrosamente a ella y debía ser cautelosa. Lo mejor era darle distancia y dejar que esos tontos sentimientos se desvanecieran de una vez por todas.

Entró a la mansión y encontró a Amelia en la cocina, la vieja y sigilosa ama de llaves le dijo que su hermana estaba esperándola en el estudio. Danielle exhaló con fastidio, lo último que quería era una serie de cuestionamientos absurdos por parte de Grecia y estaba segura de que justo eso pasaría. Agradeció a la famélica mujer y entró en el espacioso estudio de su padre. Habían dejado las cosas justo como él las tenía antes de su muerte, sus trofeos de golf, las cabezas de animales exóticos que él mismo había cazado colgadas en la pared y una sorprendente colección de katanas.

—Eres muy desconsiderada, hermanita. Desaparecer de la nada después de lo que te ocurrió, ¿acaso intentas volverme loca?

Danielle arqueó su ceja. Si estaba tan preocupada podía simplemente haber llamado o dejado un mensaje a su móvil. Podía intuir hacia dónde iba eso.

—Tenía un asunto que resolver.

Grecia comenzó a servirles un trago de coñac. Colocando el de su hermana sobre el escritorio de caoba.

—¿Diciembre?

«Lo sabía», pensó. No le extrañaba que Grecia ya estuviera al tanto de su viaje con Emilia. Solo esperaba que su curiosidad no hubiera ido demasiado lejos. Era como una bruja con una bola de cristal. Danielle sabía que tenía que ser sincera con ella para así evitarse problemas en el futuro. Había desarrollado una perfecta habilidad para las mentiras a medias. Solo así era sencillo escapar de las garras de su hermana.

—Sí, decidí darle otra oportunidad.

—Dejarías de ser tú si no lo hicieras —sonrió, llevándose delicadamente la copa a los labios carmín.

—Vino a mí casi suplicando que me la follara, ¿quién soy yo para negarle algo así? —Sacó su móvil, mostrándole la reveladora fotografía que Emilia le había enviado.

Grecia comenzó a reír, acercándose poco a poco a Danielle para mirar a detalle tan encantador retrato. Reparó de nuevo en su hermana, estaba cediendo ante los encantos de esa mujer. Y no era cualquier mujer, se trataba de una de las más poderosas y ricas del país. Había que ser imbécil para no imaginar el alcance de una relación así. Era imposible que pudiera ocultar su ambición, menos a ella que la conocía como la palma de su mano.

—¿No será que eres tú quien tiene más interés en esa peculiar relación?

Los brazos de Grecia rodearon su cuello, uniendo suavemente sus labios en un beso de segundos.

—Me conoces —contestó Danielle, con una voz tersa—, sabes que no puedo resistirme ante ciertos encantos de una mujer. —Observó sin discreción el escote de su hermana, dibujando una sonrisa en su fría expresión.

Grecia se alejó estrepitosamente para volver a la botella de coñac y servirse otro trago.

—Esa mujer es peligrosa, Dany. No quiero que nos metas en líos solo porque te gusta estar metida entre sus bonitas piernas.

Danielle comenzó a relajarse. Se dejó caer en el sofá de cuero mientras medía las palabras de Grecia. Solamente la había visto así con una chica con la que había intentado formalizar hacía algunos años. Le había hecho la vida imposible, así que tuvo que renunciar a ella por su propio bien. Algo le decía que la historia podía volver a repetirse.

—Por favor, Grecia. Emilia es inofensiva, ¿no será que estás muy celosa?

—¿Celosa? —lanzó aquella pregunta de forma retórica, dejando su copa de coñac en el escritorio—. ¿De alguien como ella? no digas estupideces.

Danielle carcajeó.

—No puedo creerlo, de verdad lo estás.

Grecia dio la media vuelta mirando hacia la colección de katanas ancladas a la pared.

—Desaparece de mi vista antes de que te rompa la otra costilla o termine por sacarte el ojo.

Danielle la observó fijamente, en realidad estaba preocupada. Grecia solía ser bastante segura, era sorprendente como Emilia Navarro lograba hacerla perder la confianza en la relación que las unía. Dejó su coñac de lado, se puso de pie y fue hasta ella, aferrando su tierna cintura para obligarla a girar levemente.

—No eres la más indicada para iniciar una escena de este tipo —le susurró en el oído, provocando que su piel se erizara—. Nada de esto se compara con lo que yo tengo que soportar. ¿Crees que es muy divertido verte al lado de nuestro "futuro presidente"?

—¿Ahora eres tú quien está celosa?

—Lo estoy —admitió, girándola por completo para después besarla.

Grecia se percató de que Danielle parecía muy seria, incluso su voz sonaba un tanto afligida. Se aferró de nueva cuenta a ella, presionando su frente con la suya.

—Lo hago por nosotras. Como todo lo que he hecho estos años —contestó, con una tierna y suave voz.

—Lo sé. Pero eso no lo hace más fácil.

—Todo es temporal, Dany, no lo olvides. Todo excepto tú y yo.

Aquella era una promesa que con los años se había vuelto un juramento. Cada una vivía su vida, sus amantes, su dinero, sus lujos, pero al final eran solamente ellas. Esa mansión reducida a la habitación de cualquiera de las dos. Su propio mundo, en donde las Lombardi no eran hermanas sino amantes eternas. Dos chicas que se habían enamorado con tanta intensidad que no parecía haber nada que pudiera separarlas, ni siquiera Gastón ni Emilia tenían el poder suficiente de hacerlas renunciar a su pecado.

El propio Lucio Lombardi se había encargado de hacerlas inseparables y ese, quizá, había sido su terrible error...

...

Después de meses de trabajo finalmente había logrado cerrar un prometedor trato con una de las más grandes empresas petroleras a nivel mundial. Tenía en puerta un macroproyecto que iba a revolucionar el uso de los gases fósiles y por supuesto todos sus negocios.

Era un trabajo que le tomaría años, por eso había decidido llevarse a su pequeña hija y a su mujer con él hasta la ciudad de Gaza. Grecia tenía apenas un año y su mujer, Atenea, le había sugerido llevarlas con él para estar unidos. Era lo mejor, que Grecia creciera junto a su padre y su madre iba a hacer de su infancia algo atesorable. Así que Lucio aceptó aun y cuando sabía que aquellos países de guerra eran impredecibles. Imaginó que nada pasaría, pero entonces pasó.

Unos años después de que se mudaron, la ciudad de Gaza fue atacada durante una emboscada de noche cuando apenas iniciaba el gran conflicto. Mientras los Lombardi y los Sefaradíes festejaban el trato al que habían llegado para el proyecto de los gases fósiles. Arab Sefaradíes no era uno de los propietarios con más pozos de petróleo pero era un hombre de familia como él, con una hija pequeña y una bella esposa que amaba con todo su corazón. Lucio se sintió identificado de inmediato y cerró el trato, prometiéndole que juntos iban a hacer de aquel proyecto algo extraordinario.

Mientras celebraban en casa de los Sefaradíes, un coche bomba explotó en la acera del edificio en el que estaban. El inmueble de departamentos se derrumbó con facilidad cayendo sobre ellos. Aquello era solo el inicio del gran número de atentados que comenzaban en aquella marítima ciudad.

Lucio despertó entre los escombros al escuchar el llanto de su pequeña hija. Logró zafar el pie de una roca y corrió desesperado hasta llegar a Grecia que lloraba desconsolada, con la cara bañada en sangre y tierra. Junto a ella estaba la pequeña Danielle, la hija de su socio Arab y su esposa Nadine, una chica francesa que había conocido en sus viajes por Alemania y después de años de romance habían vuelto a Gaza para reclamar la herencia del padre de Arab. La pequeña Danielle no lloraba, miraba desconcertada sin dejar de presionar la mano de Grecia.

Empezaron a escucharse disparos de metralletas, Lombardi tomó a las dos niñas cubriéndolas con su cuerpo, abriéndose paso entre las víctimas y los extraños que llegaban para ayudar. En ese momento todos se dispersaron y comenzaron a esconderse en los edificios y las calles. Lombardi logró escabullirse en un callejón, entre bolsas de basura y cadáveres, esperando a que esos sujetos armados simplemente se marcharan.

—¡Deja de llorar, carajo! —le había dicho a su hija, presionando sus tiernos brazos—. ¡Mírala, mira a Danielle! Ella no llora, se como ella. Se como Danielle.

Grecia ahogó su llanto en sollozos, la mano de la pequeña que ahora le acompañaba seguía aferrada a la suya y por un instante le tuvo envidia. Pero después de un rato se sintió segura y feliz de tenerla a su lado.

Pasaron dos semanas después del atentado, los cuerpos de los Sefaradíes aparecieron y así mismo el de Atenea, su mujer. Lombardi estaba devastado. No tenía nada más que hacer en ese horrible lugar que le había arrancado la vida. Sepultó el cuerpo de su esposa y sus amigos. Tomó a Danielle como suya, comprando papeles falsos para poder sacarla del país y finalmente se marcharon.

No volvieron a casa, viajaron durante algunos años por todo Europa para aparentar la situación. Pronto, Danielle había pasado de Sefaradíes a Lombardi, y su relación con Grecia era fraternal pero no lo suficiente.

Lombardi había descubierto cualidades en Danielle que no encontraba en otros niños de su edad. Arab se había encargado de darle una disciplina distinta como la que había recibido él. Con seis años Danielle tenía una habilidad deportiva increíble, usaba los sansetsukon y podía dar patadas con doble giro, una habilidad propia del taekwondo. La pequeña era una prodigio en las artes marciales. Por su parte, Grecia, era solo una niña mimada, llorona y demasiado sentimental para la situación que vivían.

Lombardi le dio todo el entrenamiento a Danielle. Estaba totalmente comprometido en convertirla en una máquina de matar, pero sobre todo de protección. Había visualizado el futuro de sus negocios en sus dos hijas. Mientras Danielle entrenaba, Grecia iba a las mejores escuelas, tomando clases de cálculo avanzado, diseño, piano, pintura y por supuesto de modales en las mejores academias de Reino Unido, Alemania, París e Italia. A sus quince años, dominaba cuatro idiomas incluyendo el materno, y el sentimentalismo absurdo que papá odiaba había desaparecido por completo, dando lugar a la firmeza de un carácter determinado. Mientras que Danielle se había convertido en la mejor atleta de alto rendimiento de cada país que pisaban con tan solo trece años de edad.

Volvieron a la ciudad natal de los Lombardi después de algún tiempo. Grecia tenía dieciséis años y Danielle catorce. Después de tejer bien su mentira nadie tuvo duda de que Danielle fuera hija de Lucio, las personas creyeron que había sido concebida durante su estancia en aquella ciudad y nadie se atrevió a cuestionar el paradero de Atenea porque había sido noticia mundial. Después de todo, Lombardi era un empresario reconocido.

La mansión se había convertido entonces en su nuevo hogar. Grecia no se sentía familiarizada con ella, no recordaba aquel lugar ni tampoco la ciudad. Ni siquiera recordaba a Amelia, que era el ama de llaves y quien la había cuidado desde su concepción. Para Danielle todo era totalmente desconocido. El idioma lo sabía gracias a que Lucio lo usaba la mayor parte del tiempo para dirigirse a ellas y era de esa forma como lo había perfeccionado. No recordaba mucho su lengua materna y poco a poco el recuerdo de sus padres se fue desvaneciendo, sin ninguna foto o algo que los mantuviera en su mente ese pasado se fue quedando atrás. Su vida ahora se reducía a algo muy simple, estar siempre junto a Grecia. Protegerla y aprender de papá sobre todo lo relacionado con los negocios que en futuro serían de su hermana.

A pesar de su amor genuino por los deportes, Lombardi consideró que era suficiente. Le había hecho renunciar a una oportunidad única de competir en las olimpiadas de natación solo para enseñarle a gestionar y manejar todos sus negocios nocturnos.

—Esto es de por vida, Danielle. Lo que les estoy dejando a tu hermana y a ti es un patrimonio. Deportista solamente serás algunos años. Aprende a discernir lo que te conviene de lo que deseas. Los deseos no siempre nos llevaban por el camino correcto.

Danielle no comprendió aquellas palabras entonces sino después, cuando fue lo suficientemente mayor como para aprender a sacrificar ciertas cosas y descubrir un universo de placeres que se abrían a ella a tan corta edad.

Grecia por su parte, se había convertido en una jovencita encantadora. Lucio, a diferencia de otros padres, sabía que casarla con un idiota millonario solamente era poner en peligro sus bienes. Así que jamás hubo una presión de su parte, aunque por su prematura belleza se convirtió en una de las mujeres más asediadas de aquel mundo de magnates y poder empresarial. Todos la deseaban, todos buscaban un poco de Grecia Lombardi en revistas, pasarelas y programas de televisión.

—No te enamores de un imbécil. Eres demasiado lista para cualquier patán. Piensa en el dinero, en el poder que te dará ser alguien en la vida. Danielle aprenderá sobre la gestión en los clubs y los bares, ¿y tú? ¿qué es lo que quieres?

Grecia lo sabía, le gustaba la moda y durante un tiempo había pensado en incursionar como modelo profesional. Su padre no parecía convencido, lo que él quería era que se encargara de sus negocios, pero decidió cumplirle el capricho a su pequeña princesa. Con el tiempo, Grecia se convirtió en una de las figuras más importantes del modelaje, lanzando una línea de ropa y modelando para los mejores diseñadores con tan solo diecinueve años de edad. Lucio la había subestimado, ahora estaba seguro de que nada podría detenerlas. Mientras que Grecia hacía crecer su imperio, Danielle se encargaría temporalmente de custodiar, bajo su yugo, lo que hasta ahora tenían. Ella podría enseñarle todo lo que necesitaba saber para asumir su lugar cuando él ya no estuviera. Lucio había marcado una definida línea entre ellas, la misma que siempre había existido desde que eran niñas. Aquella que dejaba claro cuál era el lugar de Danielle.

En ocasiones, mientras meditaba en su estudio, Lombardi pensaba que aquella tragedia, en la que la vida le había arrebatado a su mujer, había sucedido solamente para que tuviera ese perfecto balance en sus riquezas. Y, sobre todo, para tener quien cuidara de su única hija.

Con el paso de los años comenzaron a ser conscientes de sus sentimientos. El cariño que las había unido durante la infancia se convirtió en un fuego intenso. Danielle observaba a Grecia ser asediada por chicos que desfilaban en la mansión con flores, joyas, autos, solo para obtener un poco de su atención. Ella por su parte, no solía interesarse por ese tipo de relaciones. Los chicos jamás habían llamado su atención y por un tiempo ninguna mujer le pareció tan hermosa como su propia hermana.

Grecia podía darse cuenta de la forma en que Danielle comenzaba a verla y no era ajena a esa emoción. Sabía que en realidad no había ni una gota de sangre suya corriendo por las venas de Danielle. Sentir ese deseo por ella era casi tan normal como no sentirlo.

La popularidad de Danielle aumentó durante la pubertad. Las chicas del colegio se encontraban extrañamente atraídas por su cuerpo andrógino y su actitud fría. Grecia no era la excepción y no estaba dispuesta a compartirla con nadie. Danielle tenía la obligación de estar a su lado para protegerla.

Sabiendo esto, utilizó su mejor arma contra ella: la seducción. No perdía oportunidad para provocarla. Le gustaba pasear diáfana frente a ella, ir a su habitación a dormir durante la noche e incluso compartir la ducha a pesar de su edad. Nadie lo veía mal. Eran hermanas después de todo, dos chicas que vivían y pasaban el tiempo solas en esa enorme mansión.

Poco a poco Danielle comenzó a descubrir su gusto por las mujeres. Y sobre todo, fue consciente de la popularidad que había generado con el paso del tiempo. Inició una relación con una compañera de clases. La joven tenía un aspecto inocente y parecía bastante tímida pero le había enseñado a besar con lengua.

—¿Estás saliendo con ella? —le preguntó en cierta ocasión Grecia, mientras nadaban en la piscina.

Danielle lo aceptó fingiendo indiferencia. No le importaba que su hermana mayor supiera de sus gustos ni tampoco si se lo decía a su padre. Solamente las mujeres despertaban esos deseos en ella, no podía negarlo más.

—¿Vas a decirle a papá?

Grecia negó. Recogiéndose el cabello con una coleta mientras Danielle miraba su cuerpo mojado y escultural.

—Pero supongo que ya no podré dormir contigo ¿Qué pasaría si alguna vez quisieras tocarme?

Danielle la miró fijamente. Salió de la piscina de un brinco, golpeando el hombro de su hermana con fuerza mientras caminaba rumbo a su habitación. Se recostó sobre su cama, arrojando una pelota hacia el techo. Estaba molesta con ella. Había sonado como una verdadera estúpida.

Grecia entró, tocando antes la puerta. Danielle ignoró su presencia y eso le divertía. Sintió que su corazón latía con prisa cuando se dejó caer enseguida de ella mirando su rostro. Su hermanita tenía una belleza peculiar, pero lo que más le gustaba era esa expresión vacía. Como si no hubiera nada dentro de ella; solo una carcasa hermosa, arruinada por esa cicatriz que le había causado cuando eran niñas. Miró sus brazos, presionando el tatuaje que se había hecho a pesar de las advertencias de su padre, y deslizó su dedo hasta llegar a su atlético abdomen. «Si fuera un chico sería hermoso», pensó.

—Lo siento —se disculpó, pero no obtuvo respuesta. La observó seguir lanzando la maldita pelota hasta que pudo interceptarla—. De verdad lo siento, Dany, solo quería molestarte... hagamos las paces ¿quieres?

No hizo expresión alguna. Continuó con la mirada perdida en el techo de su habitación. Se dio cuenta de que las palabras de Grecia no le habían ofendido en lo más mínimo. Sino que, por un instante, la idea de tocarla mientras dormía sonaba bastante bien en su cabeza. Y hasta donde sabía eso no era algo que dos hermanas debieran hacer.

—Como sea. Tienes razón, debemos limitarnos ahora o... podría perder el control.

Grecia la observó sorprendida, ¿perder el control? ¿realmente ella creía que podía perderlo si continuaban compartiendo baño y habitación? Eso quería decir solo una cosa. Danielle la deseaba y tenía que contenerse cada vez que la veía. Un sentimiento que sin saberlo compartían.

—Pobre Dany, no debes frustrarte...Dime algo... —continuó Grecia, acariciando su mata de cabello espeso—. ¿Te gusto tanto como para perder el control?

Danielle negó. Se reincorporó al ver la intención en sus ojos, imaginando que solo se estaba burlando de ella. Pero Grecia la aferró de los hombros para recostarla de nuevo.

—No me molesta si es así. No me molesta si piensas en mí de esa forma...

Danielle la miró fijamente. Sintió sus pechos firmes sobre los suyos y fue como si le faltara la respiración. Sus labios se tocaron con suavidad, un beso tierno que había pasado la línea de su fraternidad.

Grecia había comenzado a besar su pecho, bajando suavemente hasta su vientre desnudo. A primera instancia Danielle parecía resistirse, pero conforme el placer se intensificaba se sentía más relacionada con la emoción.

Sus labios se encontraron una vez más y Danielle introdujo despacio su lengua dentro de su boca con una facilidad impresionante. Grecia estaba segura de que no era el primer beso de su hermana, así como ella tampoco era el suyo. Sin embargo, si era su primera vez. La dirigió cuidadosamente hacia el punto que quería y cuando Danielle sintió el sexo húmedo de Grecia escuchó como un gemido se escapaba por su boca. La chica estaba ahora sobre ella, moviendo sus caderas mientras Danielle la miraba absorta sin dejar de estimularla.

Las hermanas Lombardi habían iniciado el pacto de sus vidas. Después de lo que había despertado ese encuentro, llegaron a la conclusión de mantener oculta su prohibida relación. Grecia continuó saliendo con chicos, mientras que Danielle se convertía en una rompecorazones. Había tenido experiencias con todo tipo de mujeres: maestras, colegas, compañeras, incluso esposas de empresarios y socios que se relacionaban con los negocios de su padre. No había mujer que no pudiera poseer con su belleza y poder.

Aún inmersas en ese mundo de placeres y lujos, las Lombardi sabían que la prioridad era la familia. En todos los sentidos. Así que a pesar de sus incontables aventuras cada una existía en el corazón de la otra de forma incondicional. Nadie podía intervenir en su dinámica, en el pacto de amor que se habían jurado hasta la muerte. Sin embargo, hasta los planes más astutos tienen una falla. Y la de ellas había sido letal. Un simple descuido y las cosas se habían salido de control con consecuencias que aún ahora las perseguían como demonios.

Lucio había salido de viaje, un día normal para las Lombardi sin papá en casa. Danielle fue hasta la habitación de Grecia con unas cuantas copas encima. Se metió entre sus sábanas y le recibió gustosa a pesar de que olía a perfume barato de otra mujer. Dejó que Danielle le hiciera el amor a su antojo, cuando de pronto escucharon la puerta de la habitación abrirse lentamente.

Lucio estaba de pie frente a ellas. Había perdido su vuelo y no le quedaba más que esperar hasta el siguiente día. Miró a Danielle entre las piernas de su hija desnuda y sintió que perdía la razón. Cerró la puerta con fuerza mientras que Grecia comenzaba a vestirse para poder ir detrás de él y explicarle, pero su padre no parecía entender razones. Se sentía confundido, decepcionado, asqueado. Tomó a Grecia por el cabello y la arrojó hacia el sofá.

—¿¡Cómo pudieron hacerme esto!? ¡A mí! ¡Que les he dado todo! ¡tú! —gritó, señalando a Danielle que se acercaba hasta ellos—. ¡Perra malagradecida! ¡Debí haberte dejado en ese infierno para que terminaras como tus malditos padres!

—Perdóname. Nunca fue mi intención deshonrarte de esta forma, padre...pero la amo.

Lucio, incluso Grecia, estaban sorprendidos ante aquella declaración por parte de Danielle.

—¡Cállate! ¡No vuelvas a repetir eso! ¡Y no vuelvas a llamarme padre! ¡Quiero que desaparezcas de nuestras vidas, no volverás a verla y no volverás a pisar esta casa mientras yo viva!

Grecia intentó persuadirlo, pero en ese momento Lucio se desplomó. Se llevó una mano al pecho, encogiendo su brazo izquierdo mientras sus ojos y su boca se dilataban. Poco a poco se fue derrumbando frente a ellas. Danielle se inclinó a su lado, intentando reanimarlo mientras que Grecia lo observaba morir.

—¡Déjalo! —indicó a su hermana, que intentaba masajear su pecho—. ¡Que lo dejes, dije!

Danielle se puso de pie. Mirando el rostro de horror de Lombardi apagarse lentamente. Grecia lo miraba. Ese sujeto había sido su padre, quien se había encargado de darles todas esas riquezas que las rodeaban, pero también de convertirlas en máquinas de negocios que no podían llorar, ni fallar, ni tampoco enamorarse. Ahora conocía su secreto y eso podía tener graves consecuencias para su relación. No iba a permitir que le quitara lo que más amaba. No había nada que pudieran hacer ahora. Otro dictador había caído. Un pedazo de mierda que nadie extrañaría.

...

Pocas veces había tanta ternura en sus caricias como esa noche, la necesidad de un amor sincero las abrazaba en sus peores tormentos y estar juntas, era la mejor forma de sanar sus heridas.

Grecia despertó sobresaltada por una terrible pesadilla, la imagen de su padre moribundo la atormentaba desde su partida. Danielle no lo sabía, pero los sueños llegaban a ser tan nítidos que en algún momento llegó a pensar que el espíritu de Lucio deambulaba por la mansión buscando su venganza. Estaba tiritando entre los brazos de Danielle que al sentirla estremecer abrió los ojos lentamente.

—¿Estás bien?

Grecia afirmó. Se aferró con más fuerza a la espalda de su hermana, enterrando su rostro entre sus pechos.

—Tuve una pesadilla.

Danielle la consoló, acarició su cabello y besó su frente mientras cerraba poco a poco los ojos para volver a dormir. Pero Grecia había perdido el sueño por completo.

—¿Quieres hablar de eso?

Beso el pecho de Danielle, aspirando el aroma de su piel suave y tersa. La adoraba, cada parte de ella era su mayor tesoro. Estaba segura de que no podía amar así a nadie más. Fuera de los negocios y las riquezas, haberle dado a Danielle como parte de su familia era lo mejor que su padre había hecho por ella.

—Soñé que me dejabas —susurró, contemplando aquel rostro taciturno—. Que regresabas a Gaza a buscar a tu familia.

Danielle negó, tomándola por la barbilla para mirar lo que sus ojos grises escondían.

—Fue solo una pesadilla.

—Lo sé —contestó—. Pero parecía tan real. No quiero que te vayas, no me dejes nunca, Dany.

Danielle se acurrucó, acariciando su espalda y besando sus labios.

—No hay nada para mí en ese lugar. Todo lo que quiero está aquí. Siempre voy a cuidar de ti. Jamás voy a dejarte.

Grecia la observó conmovida. Aquellas palabras entraban con la fuerza de una bala en su pecho. Se aferró a ese abrazo, solo Danielle sabía que en realidad ese casco impenetrable no era más que una simple fachada. Por dentro, se sentía tan frágil como una mariposa. Una mujer solitaria y poderosa con un gran dolor a cuestas.

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