XLIV
Al día siguiente comenzó a empacar y buscar vuelos directos para volver a casa esa misma tarde. Había dejado a Julieta a cargo como la nueva directora del 24/7, y aunque sabía que era competente también sabía que era demasiado trabajo para una sola persona. No perdería más su tiempo en ese lugar.
Bajó a desayunar al restaurante del hotel. Empezó a hojear el diario local, tenía la costumbre de hacerlo en cada ciudad que visitaba. Era interesante saber las cosas que sucedían en un lugar en específico, sobre todo si era un pueblo pequeño como Santillana del Mar. Le pareció interesante saber que a aquella pequeña ciudad se le conocía popularmente con el sobrenombre de villa de las tres mentiras, puesto que según el dicho popular «ni es santa, ni llana, ni tiene mar». Esbozó una sonrisa, aquello de las mentiras comenzaba a recordarle a alguien en particular.
Estaba a punto de entregar su habitación, cuando una llamada de un número desconocido entró a su móvil.
—¿Diga?
—Emilia...
Reconoció esa voz, era Dalia.
—Lamento molestarte, pero creo que necesitamos vernos. Ayer yo...—Hizo una pausa lanzando un largo suspiro.
—No tiene por qué disculparse —intervino—. Yo...esperaba esa reacción, a decir verdad.
—Por supuesto. Pero debí darte la oportunidad de explicarme, me gustaría que volvieras a la florería, ¿crees que podamos vernos ahí?
Emilia aceptó, esa tarde ambas se encontrarían una vez más. No estaba segura de si lo mejor era pensar en ello como un borrón y cuenta nueva. Pero era imposible negar que aquello le daba cierta esperanza. Canceló su vuelo de regreso, ahora su estancia en ese lugar era indefinida.
Estuvo frente a la tienda durante un rato, había llegado media hora antes pero no quería importunar. De nuevo estar en esa situación la ponía nerviosa. Respiró hondo y entró despacio mientras la campana anunciaba su llegada.
Dalia, que estaba sobre una silla, se puso de pie casi de un brinco. Contempló fijamente a Emilia que se mantenía firme y la miraba temerosa. Novak no dijo nada y Alisa solo observaba intrigada aquella escena. Al parecer llevaban tiempo esperándola.
—Buenas tardes —saludó mirando a quienes acompañaban a su madre.
Ambos contestaron con cortesía. Dalia caminó despacio hasta ella, reparó por primera vez en el parecido que compartían. La joven era hermosa, tenía un porte tan elegante y a decir por sus ropas la vida le había dado todo. Solamente había algo dentro de esa mirada que no encajaba con su perfecta apariencia, algo que quizá ella también llevaba a cuestas.
—Hablé con Umberto y él me dio tu número. Dijo que no te molestaría.
—Por supuesto que no me molesta, al contrario, gracias por la oportunidad. —Sus ojos estaban sobre la mujer que tenía enfrente. Era mágico poder encontrar en sus rasgos tanto de ella misma.
Dalia acercó su mano a Emilia, en un intento por tocarla, pero la chica se había alejado de forma instintiva.
—Lo siento —se disculpó avergonzada—... esto es muy extraño.
Dalia podía entenderla. Para ambas la situación era por demás compleja. Sabía que haría falta tiempo y paciencia para que esas cosas se dieran de forma natural. Pero en ese momento necesitaba tocarla para poder sentir que aquello era real. Tenía que arriesgarse.
—¿Puedo abrazarte?
Emilia aceptó temerosa, mirando fijamente a la mujer que ahora debía llamar madre. Esperaba que aquel abrazo fuera mejor que en sus sueños de niña. Sintió el calor de Dalia recorrer su cuerpo, se aferró a su espalda mientras respiraba el aroma a flores naturales que tenía impregnado en su piel. La experiencia había superado por mucho ese anhelo de la infancia. Lo supo en el momento en que cerró los ojos y comenzó a llorar sin poder controlarlo.
Dalia acariciaba su espalda, mientras consolaba el llanto de una hija que no era más una niña pero que parecía tan indefensa como una. Se quedaron durante un largo tiempo de aquella forma, para reconocerse y saberse una cerca de la otra.
Después de un rato, el prolongado llanto de ambas cesó. Dalia recorrió con sus dedos los surcos que cubrían sus mejillas. Tomó ese rostro precioso entre sus manos y observó una ligera sonrisa que derretía su corazón.
—Eres hermosa... No puedo creer que seas tú...
Emilia sonrió. No pudo evitar sonrojarse mientras sentía un calor intenso dentro de su pecho. Hacía tanto que no recibía una caricia tan genuina, tan inocente, sintió que por primera vez estaba completa.
Novak y Alisa se acercaron hasta ellas, conmovidos con el reencuentro que presenciaban.
—¡Siempre quise una hermana! —Alisa la tomó de los hombros, analizando cada uno de sus rasgos—. Ya decía yo que te había visto antes, pues si eres idéntica a mamá. ¡Es sorprendente!
Emilia sonrió. Toda la vida había despreciado aquella frase por las consecuencias terribles que solía tener, pero ahora era como un soplo de alegría para su alma.
Novak abrazó a su esposa que lucía radiante. Después reparó en Emilia, saludándola con mucha cortesía.
—Estamos sorprendidos, pero felices de tenerte aquí, Emilia.
—También yo. Ni siquiera sé qué decir.
El hombre era bastante corpulento y alto, tenía una mirada bonachona y un aspecto intimidantemente atractivo. De nuevo el recuerdo de alguien volvía a su mente.
—Creo que necesitan un tiempo a solas —Novak intervino—. Seguro hay muchas cosas que querrán saber una de la otra.
Dalia asintió, mirando a Emilia como una pequeña niña ansiosa por su aprobación. Por supuesto que aceptaría, había esperado durante años ese momento.
Se despidieron de ellos y las acompañaron al auto, viajaron en silencio hasta un pintoresco restaurante que parecía una cabaña. En cuanto cruzaron la puerta una mujer se aproximó a ellas, saludó a Dalia hablándole en francés y la mujer le contestó con la misma fluidez.
—Por aquí.
Las dirigió hasta una terraza, el clima no era frío como en casa así que podían estar tranquilamente al aire libre. Se sentaron y durante un instante lo único que hicieron fue contemplarse.
—No puedo dejar de verte, perdóname. No es mi intención incomodarte. Intentaré no hacerlo.
—No me molesta, está bien. Estamos curiosas... siento que es bastante normal.
Dalia sonrió, mientras la mesera les llevaba sus bebidas.
—Ahora —continuó con una sonrisa en sus labios—, quiero que me cuentes cómo fue tu vida. Cómo fue tu infancia, tu adolescencia, todo.
Emilia bajó su mirada, dejando de lado su copa con agua. No sabía si era correcto decirle todo a su madre, no quería que sus desgracias del pasado perturbaran su presente. Sin embargo, no tenía ánimos de inventar una vida feliz.
—Fue... una pesadilla.
Dalia borró su sonrisa poco a poco al escuchar aquellas palabras
Emilia comenzó a relatarle su infancia, la dureza de Gloria desde su crianza, la indiferencia de su padre, el odio de sus hermanos y la marca social de ser una hija no legítima que había complicado su forma de interactuar con otros. Podía ver la expresión marchita en sus ojos y un sentimiento terrible de impotencia.
—Pero, no todo fue tristeza... también encontré el amor. El verdadero amor que me hizo ver la vida de otra forma.
La mujer había dibujado apenas una sonrisa. Sosteniendo la mano de Emilia entre las suyas.
—El amor es la clave de todo, cariño. Me duele mucho saber que tu vida ha sido tan difícil. Ningún hijo, merece cargar con los errores de sus padres. Y no me malinterpretes, jamás me arrepentí de haberte tenido. Cuando me enteré que estaba embarazada sabía que las cosas se complicarían de sobre manera, pero también sabía que serías la bendición de mis días. Sin importar lo que tu padre quisiera yo me haría cargo de ti. Porque te amé desde el primer momento que supe que estabas en mis entrañas.
Emilia sintió que el cuerpo se le adormecía. Sentía que aquello era un sueño y podría despertar en cualquier momento.
—No voy a mentirte, durante mucho tiempo odié la imagen que hicieron de ti —intervino—. Me dijeron que eras una.... prostituta. Una drogadicta que solamente me había arrojado al mundo y se había marchado con el dinero de papá. No sabes la cantidad de veces que lloré aferrada a mi almohada por la vergüenza que eso me producía.
Dalia fue hasta ella, la sujetó en un abrazo, besando su frente con ternura. No podía perdonar a Guillermo. Y aunque sabía que había muerto hacía tiempo, jamás perdonaría su memoria; no solo por haberle arrancado a su hija, sino por haber permitido que mancharan su amor.
—Te voy a contar algo, Emilia. Y espero que eso ayude a calmar tu alma.
La miró fijamente. Tenía muchas ganas de escuchar su versión de la historia.
—Cuando conocí a Guillermo fue amor a primera vista. Supe que no volvería a amar a nadie como lo amé a él. Porque, fuera de su dinero y su increíble fama, era un hombre sencillo. Atrapado en un matrimonio arreglado y fallido, infeliz por la vida que había construido. Yo abracé a ese hombre asustado, le di mi amor, mi comprensión.
»Me enamoré del Guillermo que se quedaba en mi departamento aún y cuando tenía goteras y ratas, el que preparaba el desayuno en las mañanas y los huevos revueltos siempre tenían cáscaras, el mismo que prefería ver una película aburrida antes de regresar a su tediosa junta de trabajo... Jamás quise su dinero. Si bien, hice mal en entrometerme en su matrimonio, no fui la culpable de su ruptura.
»Ellos, sin embargo, sí fueron responsables del dolor que ahora las dos compartimos... Lo que quiero decirte es que tu padre y yo nos amábamos y tú eres resultado de ese hermoso sentimiento. No quiero que nadie vuelva a hacerte sentir que tu vida no es deseada, porque no fue así.
Emilia no había dejado de llorar desde el inicio de la narración de su madre. Ahora podía sentir que respiraba, por primera vez en veintisiete años sentía que el aire entraba suavemente por sus pulmones y salía con tranquilidad.
—No sabes cómo necesitaba escuchar eso.
Dalia sonrió. Dejó caer su cabeza junto al hombro de Emilia, abrazándola con fuerza como si no quisiera soltarla jamás. Consolaría cada uno de sus dolores, ahora que la tenía junto a ella no volvería a permitir que nadie la hiriera.
Después de eso comenzaron a charlar sobre cosas más tranquilas, sobre su trabajo en el periódico, sus logros, anécdotas; tuvieron una breve charla en francés después de que le confesara que lo había estudiado por años durante su juventud. Una noche no sería suficiente para ponerse al tanto pero era un buen comienzo.
—Me dijiste que tuviste un amor, ¿puedo saber qué pasó con él?
Dalia había hecho una mirada cómplice. Emilia no estaba segura de querer ser cien por ciento fiel sobre esa historia. Jamás imaginó que tendría que salir del closet con su madre para empezar. Así que decidió cambiar los pronombres.
—Él... dirigía el corporativo conmigo. Duramos mucho tiempo juntos. Creo que al igual que tú con papá, supe que sería el amor de mi vida. Y así fue, hasta que... —Emilia se quedó inmersa, sintiendo la atenta mirada de su madre que incluso había dejado sus cubiertos de lado—. Tuvimos problemas y sucedió algo que terminó por separarnos. Nuestra relación terminó y aunque en ocasiones estábamos juntos él jamás pudo perdonarme. Así que después de cinco años tortuosos finalmente nos dejamos.
Dalia le regaló una sonrisa. Fallar en el amor no era algo malo, al contrario, ella misma sabía por experiencia que eso dejaba valiosos aprendizajes.
—Estoy segura de que cosas mejores vendrán. Además, con esa belleza, deben ser más de tres los que estén locos por ti.
Emilia suspiró. Solamente había alguien que le interesara en ese instante y estaba segura de que también la había perdido para siempre. El amor no era lo suyo.
Pasaban de las once cuando la dueña se acercó para decirle a Dalia que estaban por cerrar. Ambas se pusieron de pie disculpándose, salieron del restaurante pero ninguna de las dos quería despedirse.
—Mi hotel está muy cerca de aquí. Puedo irme caminando.
—Claro que no, yo misma te llevaré.
—En serio puedo...
—Solo obedéceme y entra al auto.
La chica se quedó mirándola fijamente, ¿acaso su madre acababa de reprimirla? compartieron una sonrisa cómplice caminando por la iluminada calle hasta llegar al auto.
Una vez que llegaron al hotel, Emilia se despidió de su madre pero la mujer la retuvo un poco más.
—Cariño, me gustaría que consideraras quedarte con nosotros. No me gusta que estés en un hotel cuando mi casa está disponible.
Aquello llenaba de dicha su corazón. Quería irse esa misma noche, pero, no quería verse desesperada. Aceptó. Por la mañana empacaría e iría a su casa si no era inconveniente.
—Buenas noches entonces.
—Buenas noches, hija.
Aquella palabra sonaba tan bien en su boca, la miró durante un instante en el que le regaló la expresión más tierna que jamás pudiera imaginar. Bajó del automóvil y entró al hotel sin más. Subió hasta su piso, se sacó los zapatos, tiró su bolso y se recostó tranquilamente sobre su cama. Su mente no dejaba de divagar. Por un instante tuvo temor de dormir, despertar y que todo fuera solamente un sueño. La palabra hija resonaba en el fondo de su cabeza, se preguntó cuándo estaría lista para poder decirle mamá. Poco a poco el sueño de meses de insomnio parecía cobrar venganza. Se quedó profundamente dormida sin darse cuenta. Sintiendo que su vida ahora era perfecta, o casi perfecta. Solamente le hacía falta un pedazo de su corazón para sentirse plena.
—Estoy preocupada. Siento que ni siquiera come apropiadamente.
Novak comenzó a reír, sujetando la cintura de su esposa para obligarla a voltear y verlo.
—Emilia es una adulta, ¿qué piensas hacer? ¿Sentarla en la mesa y hacer el avioncito?
—Hablo en serio, Novak. Hay una tristeza infinita en ella y no puedo evitar sentirme culpable.
—Mujer, ¿culpable de qué? Tú no sabías de su existencia.
—No, pero debí quedarme. Indagar, debía esperarlo de alguien como esa mujer.
Dalia estaba aferrada a su lava trastes. Cuando se percató de que su celular sonaba, era una llama de Emilia.
—Hola, ¿acabas de despertar?... sí, muy bien, ¿por qué no vienes a desayunar a la casa? Te prepararé algo delicioso, ya verás.
Alisa apareció de pronto, llevaba la mochila y estaba por irse a la escuela.
—¿Ella vendrá? —le preguntó a su padre y este asintió—. ¿Me puedo quedar? por favor, papá. Quiero conocerla.
Novak negó, pero Dalia tenía la última palabra. Sabía que sería bueno para Emilia convivir con quienes ahora eran sus hermanos. Aunque no estaba segura de si Adriano reaccionaría igual que Alisa que lucía bastante entusiasmada.
Emilia finalmente estuvo frente a la casa, a pesar de la insistencia de Dalia ella había llegado por su cuenta. Quien le recibió fue Novak con una sonrisa bonachona y su agradable personalidad.
—Bienvenida, Emilia. Buenos días.
—Buenos días, señor.
—Dime solo Novak, pasa por favor, deja que te ayude con eso.
Emilia sonrió algo apenada, le dio su equipaje y miró el interior de la casa. Las paredes tenían cuadros y retratos de sus hermanos, su madre y el hombre que le recibía con alegría. La casa no era espectacular ni ostentosa, pero parecía ser cálida y acogedora.
—Ven, tu madre está en la cocina esperándote.
Emilia caminó detrás de él hasta llegar a donde no solamente estaba Dalia sino también Alisa. La mujer fue a ella con los brazos extendidos aferrándose a un sincero abrazo que comenzaba a ser una leitmotiv entre ellas.
—¿Dormiste bien?—le preguntó.
Emilia asintió. Reparó en la chica que se acercaba a ella y le saludaba a la distancia pero con mucho entusiasmo.
—Mamá ha preparado desayuno para un ejercito asi que espero que tengas buen apetito
Emilia sonrió, se sentaron a la mesa y observó el rebosante plato de desayuno que tenía frente a ella. Examinó el de los demás, ni siquiera Novak tenía una porción tan abundante como la suya.
—Bon appétit —intervino Dalia, mirándola fijamente con una sonrisa en su rostro.
Comenzó a comer y para su sorpresa la sazón era realmente increíble. Terminó por devorar toda la porción sin problema aunque no estaba acostumbrada a comer de esa manera.
—¿Estás satisfecha? ¿quieres algo más?
—No, gracias. Estuvo delicioso. —Sintió que explotaría. Pero no podía desairar a su madre.
Miró su teléfono, pasaban de las diez de la mañana. No recordaba haber dormido tanto y tan bien desde que estaba con Danielle. Aquel nombre llegó a ella como una ráfaga de viento gélido y cortante. Intentó ocultarlo por meses, pero la ausencia de la chica era una herida que no lograba cerrar. Las cosas habían terminado de forma definitiva y no volvió a saber de ella después de su visita al departamento. En un momento de melancolía había visitado los clubs y la agencia pero ahora eran atendidos por otras personas. Ella al parecer solamente se encargaba de supervisar desde donde fuera que estuviera. Algunos rumores apuntaban a que se había marchado de la ciudad y otros que continuaba ahí pero no en la mansión Lombardi. Fuera como fuera, sabía que la distancia se encargaría de todo. Confiaba en ello, aunque a veces, solo a veces, la ráfaga de su recuerdo volvía a su mente como en ese momento.
Escuchó el sonido de las voces provenientes de la entrada, un chico alto, con el cabello oscuro y los ojos claros estaba frente a ella. Llevaba a un pequeño niño de rizos rubios y junto a él una chica tan blanca y rubia como el pequeño.
—Buenos días —saludó el joven, sin dejar de mirarla ni un instante. —No sabía que teníamos visita.
Dalia se puso de pie, yendo hasta él para tomarlo de la mano.
—Necesito hablar contigo en privado. Con los dos, vengan.
Rue y Adriano se miraron. Caminaron detrás de Dalia, que, junto a su esposo, les llevó a la sala de entretenimiento. Ahí les contó todo de inicio a fin. Adriano estaba tan sorprendido como todos, sin embargo Rue fue quien se acercó hasta su suegra para sujetarla en un cálido abrazo.
—Estoy muy feliz por ti, Dalia. No imagino tu sorpresa.
—Todavía estoy procesándolo, pero estoy feliz. Es como...un sueño —aseguró la mujer, expectante a la reacción ofuscada de su hijo.
Adriano titubeó. Aquello era realmente sorpresivo y por lo que le había contado su madre sobre su pasado era imposible que no dudara.
—Mamá, ¿estás segura? ¿No hay forma de que sea una especie de chantaje?
—En primera instancia pensé lo mismo pero, ¿cuál sería el propósito?
—No lo sé, dijiste que esa familia era terrible. Quizá solo quieren joder.
Adriano estaba ahora de pie, caminaba de un lado a otro como si quisiera tejer una compleja red de motivos por los cuales los Navarro continuaran torturando a su madre. Rue fue hasta él:
—Viste su rostro, ¿no? Es idéntica...
—Eso no dice nada —continuó— pudo ser una coincidencia, es gente con dinero, es fácil conseguir personas como ella que se hagan pasar por otras.
Dalia negó. Era imposible que algo así pasara, además Umberto lo había confirmado y por algún motivo continuaba confiando en él. Fue hasta su preocupado hijo, atrapando su rostro entre sus manos con ternura.
—Es mi hija, Adriano. Es tu hermana y vamos a ser felices todos juntos. Vino a buscarnos. Ella también vivió en engaños.
Pero el chico no parecía convencido. Sabía cuán importante era para su madre, y si todo resultaba ser una trampa volvería el sufrimiento. No quería eso, no quería que la crueldad de otros volviera a romper su corazón.
—Haz una prueba, solo para estar seguros.
—Hijo... —Novak había intervenido—. No seas drástico. Además, la chica no es una amenaza. Viene dispuesta a recuperar el tiempo perdido. Es una mujer ocupada, una mujer de negocios, ¿qué podría venir a hacer alguien como ella a Santillana del Mar?
El joven suspiró. Entendió que tenía que comenzar a tomárselo con calma, lo mejor era conocer a esa chica. Tratarla y él mismo ir sacando sus propias conclusiones.
Volvieron a la cocina pero nadie estaba ahí. Emilia y Alisa estaban con el pequeño Noah mirando televisión. El niño estaba sobre los brazos de su ahora tía. La miraba con gran fijación, como si intentara buscar a alguien más en su rostro.
—¿Edes amiga de la abuela? —le había preguntado.
Emilia no supo qué decirle, así que siguió el juego.
—Soy más como una hija para ella, por eso viene a visitarla.
El pequeño le esbozó una sonrisa, llevando hasta ella uno de sus juguetes favoritos.
—¿Quiedes jugal?
Emilia asintió. No tenía mucha paciencia con los niños, pero encontraba más que encantador a Noah.
Mientras jugaba con él, Adriano estaba de pie en el marco de la puerta. Sus miradas coincidieron y éste al fin pudo regalarle una sonrisa. Confiaba en el instinto de su hijo, nadie mejor que él para dejarle en claro que Emilia no estaba ahí para atormentar a su familia.
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