XLII
No imaginó volver tan rápido a aquella puerta, se mantuvo durante unos minutos frente a ella sin las agallas para tocarla. Pero tenía la obligación de hacerlo porque sabía que era necesario. Llevaba bajo su brazo la carpeta con la información que Navarro le había proporcionado. Era momento de que Emilia supiera la verdad sobre su madre.
Tocó un par de veces pero no hubo respuesta. Insistió luego de un rato, pero nada. Imaginó que la rubia quizá estaría fuera. Se dio la media vuelta cuando de pronto abrió. Sus ojos se encontraron, Emilia llevaba un suéter gris, tenía el rostro marchito, la nariz roja y evidentemente estaba descompensada. Danielle se preguntó cuál de las dos debía lucir más terrible.
—... ¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendida.
Todos sabían que después de la muerte de Grecia, Danielle había desaparecido. Ni siquiera se había ofrecido un funeral como tal y cuando Emilia fue a buscarla nadie quiso darle razones sobre su paradero. Imaginó entonces que estaba oculta en alguna de sus propiedades o en el extranjero.
El periódico había seguido de cerca el suceso en el que Gastón y Grecia habían perdido la vida. La versión que todos los medios habían manejado hablaba sobre un ajuste de cuentas que relacionaba al político con grupos delictivos y narcotráfico. Se dijo que la señorita Lombardi había estado en el lugar y momento equivocado. Pero después de haber analizado a fondo la información que le había dejado Lucía, sabía que en realidad Grecia no era una blanca paloma y estaba totalmente involucrada con los negocios de Espinoza. Sin embargo, Emilia había entregado sólo una parte de ese detallado informe por respeto a la memoria de la chica, pero sobre todo a Danielle.
Danielle tenía un rostro inexpresivo y solo se limitó a ser cortés.
—No te quitaré mucho tiempo, hay algo que quiero entregarte.
Emilia se percató de los documentos bajo su brazo. La dejó entrar. Danielle pasó sintiendo un nudo en la garganta, observando el ambiente desolador. La habitación totalmente oscura, desordenada y algunas botellas de vino regadas por todos lados. Mientras caminaban hacia la sala un silencio abrumador se extendió hasta que ambas estuvieron finalmente frente a frente.
Emilia no sabía qué decirle. Imaginaba cuánto debía estar sufriendo por la muerte de Grecia. Era desgarrador ver en su rostro la tristeza que llevaba a cuestas. Por un instante tuvo el ferviente impulso de ir hasta ella, abrazarla y consolar ese evidente dolor. Pero después de lo que había sucedido en la mansión Lombardi sentía que Danielle había creado una barrera entre ellas. Le había dejado en claro que su hermanastra era el amor de su vida y que las cosas no volverían a ser las mismas entre ellas. Por supuesto, eso no significaba que sus sentimientos se hubieran borrado de tajo. Amaba a Danielle Lombardi con cada parte de su ser y su alma.
—Lamento mucho lo de Grecia —dijo finalmente.
Danielle asintió.
—Gracias. —Había escuchado tantas veces esa frase que comenzaba a perder sentido. Nadie lo lamentaba lo suficiente, solo ella era capaz de conocer y reconocer ese terrible dolor.
La mirada de Danielle recorrió la habitación, realmente no quería tener que ver a Emilia, pero ya estaba ahí y sabía que no había marcha atrás. Sus ojos se quedaron fijos en la cuerda que colgaba sobre la barandilla de las escaleras. El nudo era perfecto. Estaba listo para sostener el peso de cualquiera que deseara acabar con su vida de la forma más cobarde.
—¿Es en serio? —se atrevió a preguntar, con un tono de voz distinto.
Pero Emilia no hizo alarde alguno y cambió el tema.
—¿A qué has venido?
Sabía que cualquiera que fuera el destino de Emilia no tenía el derecho de intervenir. Así que se limitó a extenderle la carpeta, dejándola sobre la mesa de centro que las dividía.
—Todo esto es información sobre tu madre.
Había un sorpresivo gesto de confusión en los ojos de la rubia. No podía entender, ¿a qué se refería con información de su madre? y si era así ¿por qué la tenía ella?
—¿Mi madre? —cuestionó, tomando los archivos para comenzar a hojearlos.
—Está viva, Emilia, y ahí encontrarás todo lo que necesitas saber al respecto.
La chica se quedó pasmada. Era imposible, su madre había muerto hacía años. Su propio padre se lo había dicho y le había enseñado al menos una vez la urna en donde sus restos descansaban.
—Sé que es difícil de creer, pero es cierto.
Emilia tragó saliva. Estaba nerviosa, se percató de que sus manos temblaban y se sentía de pronto sudorosa. No sabía qué encontraría, cualquier cosa que tuviera relación con su madre la ponía de esa forma.
Lo primero que vio fue una foto de ella y su padre. Ambos posaban en un restaurante celebrando lo que parecía un año nuevo. Emilia prestó especial atención en el rostro de aquella mujer. Jamás había visto una fotografía de ella y admirar su increíble parecido era estremecedor. Ahora entendía el desprecio de su madrastra cada vez que le decía que era el vivo retrato de su madre. Dentro también había una postal dedicada a Umberto Navarro. Estaba escrita a mano con una caligrafía perfecta. La postal retrataba un paisaje en Madrid con una hermosa puesta de sol. Comenzó a leerla detenidamente:
"Umberto:
Madrid es un lugar increíble. Hay tanto por ver y hacer que no sé por dónde empezar.
El trabajo es bueno y la paga no está mal. Realmente siento que puedo acostumbrarme al acento, pero sobre todo a la comida. Esta mañana desayuné una deliciosa torta española y quizá, el mejor café de mi vida.
Te extraño, ojalá estuvieras aquí.
Cuídate mucho, espero podamos vernos pronto.
No te olvides de mí. Y no olvides ponerle flores a la tumba de mi Emilia.
Con amor, Dalia."
Las lágrimas comenzaron a desbordarse por su rostro. Se llevó una mano a la boca para ahogar sus sollozos. Danielle mantenía su mirada fija en ella, tuvo que reprimir su deseo de consolarla.
—Tu padre, su esposa y Umberto le hicieron creer que habías muerto al nacer. Todo fue idea de la mujer de tu padre. Umberto y Guillermo lo aceptaron para proteger a Dalia de la furia de Gloria.
Emilia intentaba contenerse, sollozaba mientras trataba de entender cómo es que las personas que decían protegerla le habían hecho ese daño irreparable. Sobre todo su padre, la única persona que imaginó que en realidad la amaba. Todo había sido una mentira; sentía rencor, dolor, frustración, de pronto su corazón estaba lleno de rabia.
—¿Cómo es que sabes todo esto? ¿Por qué me lo estás diciendo ahora?
—Yo solo soy una mensajera, tu hermano me dio esta información hace unos meses, cuando Gastón intentó matarme. Me hubiera gustado dártela antes, pero las cosas se complicaron.
La chica intentó calmarse. No podía creerlo, tenía tantas dudas y tanto dolor. Su madre estaba viva, creyendo la historia de una hija muerta. Gloria jamás tuvo corazón, ella por su parte nunca pudo odiarla aún y con los años de rechazo y tortura, pero ahora era diferente. «Esa despreciable mujer» pensó. Ni ella ni su padre merecían su perdón.
—Todo está ahí. —Danielle la veía a los ojos—. Ahora depende de ti decidir qué harás al respecto. Tienes una oportunidad de empezar nuevamente, no hagas algo de lo que puedas arrepentirte.
Emilia continuó examinando la carpeta, inspeccionó toda la información. Tenía incluso una dirección exacta, fotos de la actual Dalia y de la familia que ahora tenía en aquel lejano país.
Danielle dejó que pasaran unos minutos para que procesara la información. Caminó hacia la escalera quitando la gruesa cuerda que pendía de los barrotes. Volvió sus ojos de nueva cuenta hacia la rubia que continuaba sentada en el sofá, con esas lágrimas surcando sus ojos. Hubiera deseado que las cosas fueran distintas entre ellas al darle esa noticia. Que su relación fuera el idilio que habían vivido en la cabaña y de esa forma sobreponerse juntas a la desgracia de sus vidas. Sabía que después de todo el daño no iba a ser posible, pero le reconfortaba que al menos Emilia tuviera un resquicio de esperanza en su vida. Finalmente no estaba sola.
Emilia siguió aquellos pasos con la mirada, se puso de pie, observándola a una distancia prudente cuando camino hacia la puerta. Quería detenerla, pero había demasiado dolor entre ellas como para esperar que lo suyo pudiera arreglarse. Ahora su amor era una moneda girando en el aire.
—Adiós, Diciembre —dijo, mirándola sobre su hombro por última vez. No sabía por qué aquel adiós se escuchaba como el último.
Umberto estaba en una reunión importante cuando de pronto su asistente le llamó para decirle que alguien le esperaba.
—Es la señorita Emilia, señor.
Lanzó un suspiró, imaginó que Danielle finalmente había utilizado su as bajo la manga. Tenía años esperando aquel momento. Le ordenó a su asistente que le hiciera pasar al despacho. Cuando llegó, la joven ya estaba ahí. Tenía un aspecto algo desmejorado, pero la belleza que había heredado de su madre estaba intacta.
—Supongo que preguntar el motivo de tu visita sería una estupidez de mi parte.
Apenas se acercó a ella, sintió como una bofetada impactó sobre su mejilla. Aquel golpe le había tomado por sorpresa, pero se limitó a sonreír. No era como si no lo mereciera.
—¡Eres un maldito miserable! ¡Tú y papá! ¿cómo puedes vivir después de lo que le hicieron? ¡Pedazo de mierda!
Era la primera vez que veía esa expresión en ella. Sabía perfectamente que lo que él y sus padres habían hecho no tenía perdón. Les habían arrancado la vida y no esperaba el perdón de ninguna de las dos. Sin embargo, deseaba al menos que Emilia le diera la oportunidad de explicarle un poco su posición.
—No sabes el alivio que siento de que al fin lo sepas.
—¡Eres un cínico!
Umberto caminó hacia ella, mirándola con sus intensos ojos azules.
—No es así —continuó— no estoy orgulloso de lo que hice, no tienes idea de lo doloroso que fue cargar con este secreto.
—¿Entonces por qué lo hiciste? ¿Por qué no me dijiste la verdad?
Umberto intentó acariciar la mejilla de Emilia, pero esta se alejó. No había nada que pudiera justificarlo, pero esperaba que con el tiempo su hermana pudiera entenderlo.
—Por amor...
Aquella respuesta le parecía confusa. Emilia jamás imaginó escuchar esa palabra en boca de aquel hombre.
—Que complejo es ese sentimiento, ¿no crees? Por un lado, estaba mi madre, sé que no fue tu persona favorita, la mía tampoco para serte sincero, pero, era mi madre. Cometió muchos errores, pero también fui testigo de todas las faltas que nuestro padre le hizo. No creo que haya sido feliz con un hombre que jamás dejó de traicionarla. Y por otro lado estaba ella...Dalia, la única mujer a la que he amado en toda mi vida.
Emilia sintió un hueco en el estómago, su mente era un lío. Ahora entendía esa extraña rivalidad entre él y su padre. Ese odio y recelo cuando se trataban o veían. Habían peleado por el amor de su madre durante años.
—Si la hubieras amado de verdad no habrías hecho lo que hiciste.
—Te equivocas. Fue exactamente por eso que lo hice. ¡Fui yo el único que la amo! ¡Ni siquiera él fue capaz de amarla así! Fui yo quien le ayudó en su embarazo, fui yo quién pudo convencer a mi madre de dejarla tranquila, fui yo quien le protegió todo este tiempo. ¡Él ni siquiera volvió a llamarle! ¡Tu madre tenía el alma destrozada y él jamás volvió a dirigirle la palabra! ¡Y aun cuando sabía que moriría estaba determinado a que la verdad muriera con él!
La voz potente de Umberto comenzó a quebrarse al final. Emilia observó cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y lucha por contenerse en vano.
—Pero no fuiste capaz de regresarle la vida, de decirle la verdad, al menos hacerle saber que yo estaba viva.
Umberto negó, dando la media vuelta para tapar su rostro.
—¡Entonces no se habría marchado y probablemente las dos estarían muertas!... —Se sostenía de su escritorio, respiraba agitado mientras desataba el nudo de su corbata intentando relajarse—. Tenía que hacerlo, Emilia. Era la única forma de mantenerla a salvo.
—¡¿Y por qué no me lo dijiste a mí?! —Fue directo a él sosteniéndolo de la solapa del saco, mientras comenzaba a sollozar—. Toda mi vida creí que me había abandonado...que no me quería.
No pudo evitar sostenerla entre sus brazos, ni siquiera cuando era niña había sido capaz de consolar su dolor. Pero ahora acariciaba su cabello con un gesto paternal mientras intentaba despejar las lágrimas de su precioso rostro. Sujetó su barbilla, para obligarla a subir la mirada y perderse en esos preciosos ojos que atesoraba con el alma.
—Ahora entenderás lo que un hijo es capaz de hacer por su madre... Hice lo mejor que pude para cuidar de ti, de Dalia y de ella. Sé que eso no compensa todo el daño y que jamás vas a perdonármelo, pero me alegro de que ahora lo sepas.
Emilia negó alejándose súbitamente de él caminando hacia su maletín.
—Te equivocas. —Sacó una carpeta y la extendió hasta sus manos—. Aquí tienes mi perdón.
Los ojos de Umberto comenzaron a brillar conforme analizaba aquellos papeles. No podía creerlo, era imposible.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Haber salido con una delincuente deja ciertos beneficios.
Aquellos documentos correspondían a las escrituras de las dos empresas que Eva y Dante habían mandado a la bancarrota. Ella, con ayuda de Ferrer, había logrado comprarlas y ponerlas a nombre de Umberto. Sus hermanos iban a ponerse furiosos cuando se enteraran de que los desterrados hijos de Guillermo Navarro habían logrado finalmente hacerse con parte de su imperio.
—Danielle no es una delincuente, es una buena persona.
Sus palabras le habían sacado de contexto. No podía creer que su hermano hablara así ella, era la primera vez que lo escuchaba dirigirse a alguien de forma positiva.
—Dejó que yo metiera mis manos en sus negocios solo para protegerte —sonrió—. Fue un trueque. Tu seguridad por sus clubs. No le importó darme entrada en sus bares solo para mantenerte a salvo. Esa chica de verdad te ama.
Se mantuvo en silencio, sintió que su corazón se agitaba. Pero ya era tarde para poder recuperar su relación.
—Eso ya no importa... Mis errores siempre terminan por alejar a las personas que amo.
—¿Lo dices por lo que ocurrió con Lucía?
Emilia le miró con asombro, ¿cómo es que Umberto estaba al tanto de esa situación? comenzaba a ser escalofriante.
—Tú no sabes nada de eso...
—Sé más de lo que debería. Lo que sucedió aquella vez no fue una casualidad. Eva le pagó a ese sujeto mucho dinero para que se aprovechara de ti. —Una vez más, esperaba que esa verdad también le ayudara a superar su doloroso pasado—. Ese infeliz en el bar fue otra de sus artimañas para lastimarte. Pero no te preocupes, me encargué de él. Pagó muy caro lo que hizo y después de eso a Eva no le quedaron ganas de intentar nada más.
—¿También lo sabías y nunca me lo dijiste?
—No pensé que fuera necesario. Imaginé que habían solucionado las cosas porque la vi en varias ocasiones volver a tu departamento. Lo sé porque a partir de ahí comencé a vigilar tus pasos.
Soltó un suspiro agotado. Aquella verdad, de haber sido oportuna, le habría ahorrado años de autoflagelación. Pero no iba a lamentarse más por eso, lo único que tenía en mente era dejar todo atrás. Volar directo a España y conocer a la mujer con la que compartía una eterna herida.
—Me voy —puntualizó, colgando su maletín sobre su hombro.
—¿Qué harás ahora?
Antes de salir se detuvo en la puerta para mirar a detalle al hombre que le había quitado todo y ahora se lo entregaba.
—Iré a buscar a mi madre.
Umberto la vio esbozar esa sonrisa suya, abrir la puerta y finalmente desaparecer de su despacho. Caminó hacia su escritorio abriendo con una llave oculta el segundo cajón. Sacó una fotografía de Dalia que le había robado de su departamento cuando se encargaba de cuidarla durante su embarazo. Posaba junto a un árbol de navidad abrazada a un perro mestizo y una pecera. Se sentó despacio, deslizando sus dedos por el borde del viejo marco.
—Espero que puedas perdonarme. Ahora es tu turno de cuidar de la bella flor.
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