Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

VII

Cuando llegó a la mansión, el ama de llaves le dijo que su hermana estaba tomando el sol en la piscina. Sabía cuánto le gustaba pasar el tiempo en aquel lugar así que no le extrañó.

—Por fin tengo el honor de verte.

—Lo siento, he tenido bastante trabajo. —Danielle se acercó hasta ella, besando su frente. Observando el color tostado de aquella piel suave y perfecta.

—Trabajas demasiado para ser la dueña de todo, cariño.

—Alguien debe hacerlo —contestó, provocando que Grecia prestara especial atención en ella.

—¿Qué estás tratando de decir?

Danielle sonrió, se dejó caer junto a la silla en la que yacía la figura escultural de su hermana, robando un sorbo de su bebida.

—Nada. Tienes suerte de que sea un día soleado. El invierno sigue aquí.

Grecia sabía que para su hermana el invierno no era un problema, dada su fama era imposible que pasara una sola noche sin el calor de un cuerpo cerca.

—También tienes suerte, mi amor.

—¿De qué?

Se inclinó despacio hasta llegar a Danielle. Sus labios se unieron en un arrebatado beso que las dejó sin aliento.

—De que no estuviera aquí... ¿vas a decirme su nombre?

Danielle rio, divertida y gustosa con la agonía psicótica de su hermana mayor. Siempre era lo mismo, pero esta era la primera vez que la sentía sutilmente insistente. La alejó de ella, para poder apreciar su gesto de locura.

—Lo sabrás luego —contestó, alejando las manos de Grecia de su pecho y su cuello poniéndose de pie—. Pero para tu tranquilidad no es nada serio.

Los ojos grises de Grecia penetraron en lo más profundo de su alma. En verdad la situación le molestaba y no podía entender porqué a esa magnitud. Todo apuntaba a que sabía perfectamente quién era su última adquisición, ¿quizá por primera vez se sentía amenazada?

—Me alegra —contestó con un tono de voz inocente. Cambiando su expresión de un segundo a otro—. Ve a visitarme a la agencia en cuanto termines de jugar, hay cosas que debemos hablar.

—Iré al bar y pasaré a la agencia después.

La chica aceptó, trató de besarla pero Grecia estaba en medio de una llamada con esa pose altiva y prepotente. No iba a caer en sus tonterías. Tomó su saco y se marchó de la mansión Lombardi.

Subió a su Bentley cuando de pronto llegó un mensaje:

"Diciembre: ¿Estás ocupada?"

La reunión había sido un rotundo éxito ese día, su actitud relajada era evidente para los ejecutivos y el personal del corporativo. No era que Emilia fuera un ogro malhumorado todo el tiempo, sin embargo, había una luz singular que la rodeaba desde hacía días.

Todos regresaron a sus puestos después de haber especificado unos cambios globales en las gestiones del periódico. Incluso ella, que llevaba a Julieta pisando sus talones.

—La junta fue un éxito, presidenta. Se espera un buen resultado.

Emilia y la joven entraron a la oficina, se sirvió una taza de café y le sirvió otra a Julieta que la tomó sin comprender el repentino gesto. Por lo general era ella quien se encargaba de eso. Su jefa se comportaba distinta y por un momento esa ligereza la animó a ser curiosa.

—Es agradable verla tan feliz, señorita. Disculpe que se lo pregunte, pero, ¿se debe a la persona que le envió las flores?

Emilia miró su taza, sonrió ligeramente lanzando un suspiro cuando descubrió la expresión de Julieta que quizá tenía ahora la respuesta a su pregunta. Comenzó a creer que su relajada actitud era vergonzosa. La línea personal que Julieta había cruzado no la hacía sentir cómoda. No solía mezclarse a nivel personal con sus empleados, era algo que su padre le había inculcado por meros formalismos laborales.

—No sé de qué hablas. Solo he tenido una buena semana, es todo —dijo, con un tono de voz cortante que por un instante hizo preocupar a Julieta sobre la imprudencia de su pregunta.

—Lo siento, presidenta. No quise ser...

—No te preocupes —la interrumpió con un gesto amable—, llévate tu café. Y continúa trabajando tan bien como hasta ahora.

La chica asintió. Dio la media vuelta y salió de la oficina tomando algunos documentos del escritorio de su jefa.

Emilia suspiró. Dejando su taza sobre la mesa. Se llevó una mano a la sien mientras contemplaba el inmenso paisaje urbano que se apreciaba desde su oficina.

No había visto a Lucía por ahí, ni siquiera había ido a la reunión de ese día. Al parecer había pedido un pase médico para retirarse. Quizá estaba enferma, «¿un resfriado?» pensó. «No». Era claro que la chica estaba evitándola, como ella en un inicio. Pero ahora, sentía que necesitaba verla. Por alguna razón tenía que dejarle en claro que lo que pasaba entre ella y Danielle no era algo definitivo.

Decidió llamarle por teléfono, esperaba al menos que le contestara.

—¿Lucía?

...

...

Podía escuchar una respiración, así que imaginó que la chica tampoco querría hablarle.

Presidenta...

Para su sorpresa era la voz de Melissa.

Ella no está, olvidó su teléfono en el departamento.

«¿Viven juntas?» pensó. Era demasiado pronto, llevaban saliendo apenas seis meses, esas cosas tenían que pensarse. Sintió que las manos le temblaban, quiso colgar, pero aquella reacción sería tonta, sin mencionar que dejaría entrever demasiado sus verdaderos sentimientos.

—Está bien. Le llamaré luego.

Colgó, aferrando el teléfono a su frente, arrepentida de haber hecho esa maldita llamada. Seguramente Lucía se molestaría. Tendrían una discusión porque Melissa había contestado su móvil aun a sabiendas de que era ella. Pero como siempre sería la culpable por llamar.

—¿Qué te sucede? —dijo para si, mientras se desplomaba sobre su asiento.

Cerró los ojos y de pronto las imágenes volvieron a ella. Esa fuerza con la que Danielle la sujetaba era incomparable. Le había tomado solo un par de minutos darse cuenta de sus puntos más vulnerables. Su lengua recorriendo sus pechos, su cuello, sus manos precisas y suaves, el olor de su sudor; transpiraba un aroma agradable para ella.

Danielle era una buena amante. Y sin darse cuenta su desempeño había sido el culpable de que sus días grises ahora tuvieran un poco de color.

Pensó en llamarle, pero realmente no quería ser inoportuna una vez más, así que le escribió un mensaje. Si estaba desocupada podía citarla en su departamento esa misma noche. Beber una copa de licor, el baño que le había negado aquella mañana; cualquier situación que pudiera llevarla una vez más a repetir ese momento.

Esperó y se dio cuenta de que el tiempo pasaba despacio. Danielle era una mujer de negocios, era muy probable que ya tuviera planes. Ella conocía perfectamente aquel mundo de juntas y citas imprevistas.

"D: Para ti...jamás"

Emilia sonrió, respondiendo al mensaje.

"En mi departamento a las 9, ¿te parece bien?"

...

"D: Te veré a las 9, Diciembre"

Estaba a punto de irse para tomar un baño y prepararse para ver a Danielle, cuando Lucía entró a su oficina. Llevaba una carpeta en sus manos y la arrojó al escritorio.

—Insistes en no tocar.

—Solo revísalos.

Después de un largo día sin noticias sobre ella estaba feliz de tenerla ahí, aunque no tuviera el mejor humor.

Emilia abrió la carpeta, observando el montón de información que relacionaba a las Lombardi con la campaña de Gastón Espinoza. Había fotos de Grecia entrando y saliendo del edificio donde trabajaba el equipo del candidato. Había números, cuentas, nombres de socios y giros millonarios destinados a tal campaña. Las Lombardi estaban metidas hasta el cuello en la candidatura de Gastón. Pero, ¿por qué? ¿qué podían necesitar ellas de un político corrupto como él?

—Es muy probable que haya algo oscuro detrás de todo esto.

Emilia continuó hojeando los archivos, por un instante imaginó que encontraría una fotografía de Danielle en algún lado pero por fortuna no fue así. Aquello era bueno, porque si la chica resultaba ser una criminal sería imposible que ocultara la investigación y dejaría que las cosas salieran a la luz. El prestigio de su empresa estaba de por medio.

—¿Ves a lo que me refiero? No sabemos qué tan relacionada está tu amiga, pero créeme cuando te digo que esto puede ser muy peligroso para ti.

—¿Ya la investigaste? —preguntó, dejando todo de lado. Mirando fijamente a Lucía para no perder detalle de su respuesta.

—Aún no —dijo sincera y fría—. Pero no dudo que esté vinculada.

—Ella no aparece en ninguna foto...

—Todavía —intervino aun de pie, colocando sus manos sobre el escritorio—. Sé que es mucho más sigilosa que su despampanante hermana. Es una chica lista, calculadora. Por eso debes tener cuidado.

Emilia sonrió. Dejando caer su cabeza en el respaldo de su silla.

—¿Sabes? Me da la impresión de que ya no lo haces solo por desenmascarar a Gastón —continuó la rubia con intención—. ¿No será más bien que quieres impedir que siga viendo a Danielle?

Lucía comenzó a reír. Negando reiteradas veces mientras cruzaba los brazos a la altura de su pecho.

—No te equivoques. Si estoy aquí es por la integridad de esta empresa, y siendo tú la cabeza de todo por supuesto que me preocupa que algo te pase.

Emilia se puso de pie, caminó hasta quedar a centímetros de ella. Su delicioso perfume entraba en su nariz como una bocanada de aire primaveral. Lucía parecía nerviosa, hacía casi un año que no tenían contacto de ningún tipo, ni una caricia, ni un roce de sus dedos, nada. De pronto aquel aire era difícil de respirar.

—No mientas. No puedes decir que la empresa te importa porque en un par de meses te habrás ido. Estás celosa...solo pídemelo y dejaré de verla. Solo dilo. Quiero que salga de tu boca. Una vez que me lo digas volveré a ser tuya, como antes.

Lucía estaba envuelta, seducida por esa cercanía. No podía creerlo. Los ojos de Emilia estaban cristalinos y su respiración se agitaba conforme pasaban los segundos y la distancia se acortaba. Quería tomarla, hacerle el amor en ese maldito escritorio como en cada reconciliación. La tomó por el cuello y sus labios se encontraron con deseo. Sus manos se movían histriónicas como quien recorre un camino que conoce de antaño, enmarcando la figura de Emilia como si la moldeara.

La rubia sentía que el pecho iba a explotarle, intentó deshacerse de la camisa de Lucía cuando de pronto esta se alejó. Apenas si podía retener el aliento y se había llevado las manos a la boca.

—Yo...no puedo. —Acomodó su camisa, ni siquiera volvió a mirar a Emilia que se contenía frente a ella recuperando el aliento.

Finalmente se marchó, dejándola ahí de pie en la inmensidad de aquella oficina.

—Si tan solo lo hubieras dicho...

En su departamento, el beso de Lucía aún rondaba por su mente. La situación ahora le era desagradable, ¿por qué había dicho todas esas palabras? «Que forma de humillarme», pensó. Siempre a disposición, siendo quien cede a toda circunstancia. Estaba avergonzada de si misma, decepcionada. Creyó ingenuamente que mantener su mente ocupada en alguien más podía hacer que amara menos a Lucía. Error.

Había pensado en llamarle a Danielle y cancelar su cita, pero en realidad la necesitaba. Quería que su mente se nublara una vez más, que su cuerpo y sus besos borraran aquel encuentro con su exnovia. Tenían un acuerdo después de todo, ya habían cruzado esa línea así que usarla no debería ser algo malo.

Se había dado un baño con una loción de rosas, esperaba que el aroma le gustara a su invitada. «Claro, ella ama las flores». Sonrió. Escuchó el sonido del timbre y fue a abrir. Eran exactamente las nueve, Danielle era una chica puntual.

La vio de pie frente a su puerta, con una camisa color ámbar, un jogger negro, un abrigo del mismo color y tenis; un poco de informalidad incluso le sentaba bastante bien. Llevaba en la mano una botella de vino. Emilia la hizo pasar, tomó la botella y la colocó sobre la mesita de la estancia. Sus manos se posaron sobre la camisa de la chica mientras besaba los tentáculos de aquel terrible calamar. Ni siquiera un hola fue necesario. Danielle imaginó que quizá había tenido un mal día. Ella tampoco tenía ánimos de charlar. Era como si de pronto ambas aceptaran el motivo por el cual estaban juntas en ese departamento.

Danielle la tomó entre sus brazos, deshaciéndose del vestido con rapidez mientras la arrastraba hasta la habitación. Sus ropas iban quedando como pétalos de rosa esparcidos por todo el lugar. Una vez recostadas sobre la comodidad de la cama no perdieron tiempo. Emilia dejó que Danielle hiciera lo que quisiera una vez más. Se aferró a sus ejercitados brazos mientras perdía el aliento cada vez que la chica la penetraba con sus dedos. Iba aumentando el número conforme continuaba el ritmo. Los gemidos de Emilia hacían eco por todo el departamento.

Una vez que logró correrse se aferró al cuerpo de su compañera, dejándose caer a su lado. Estaba exhausta. Sabía que la situación no era muy equitativa, Danielle se encargaba de hacerle el amor y convertirla en el centro de sus encuentros. Emilia jamás había participado de forma activa en su juego. Y estaba bien, lo cierto es que ese rol era el que más disfrutaba.

Danielle la miró, se dio cuenta de su extraño y distante comportamiento, se resignó a que su encuentro terminara ahí. No iba a forzar a Emilia a sus exigencias porque encontraba el placer en lo que ella quería darle. No iba a admitirlo, pero la idea de que fuera la rubia quien pusiera las reglas la seducía.

—¿Te vas?

Danielle asintió, dibujando una sonrisa.

—Tengo una junta muy importante mañana a primera hora.

—¿Junta de qué?

Aquella pregunta había sido inesperada. Esa preciosa mujer solía ser indiscretamente curiosa y eso podía exasperarla. Después de todo, darle explicaciones no era parte de su acuerdo.

—Con unos socios.

Por su tono de voz, Emilia se dio cuenta de que su pregunta había estado fuera de lugar. La vio colocarse los zapatos y acto seguido tomó su móvil y cartera para guardarlos en su jogger.

—Descansa, Diciembre.

Se acomodó el abrigo, amarrándose con una coleta el cabello para finalmente marcharse con la misma rapidez con la que había llegado.

Emilia se quedó en la cama, aquello fuera de haberle hecho sentir mejor había terminado por hundirla. En realidad, deseaba ver a Lucía. No podía quitársela de la mente. Le habría pedido que se quedara con ella, dos días, una semana, como en los viejos tiempos cuando volver una a la otra era inminente.

Se aferró a la almohada con fuerza. No podía contener sus lágrimas. Se había jurado no volver a llorar por ella, pero ahí estaba, sintiéndose miserable como una de tantas noches.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro