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VI

Al llegar al edificio, Danielle le extendió su saco.

—Hace frío.

—No es necesario solo voy a...

—Llévatelo. Será otro pretexto para volverte a ver.

Lo tomó, era un poco amplio para ella pero bastante cálido. Además pudo percibir su delicioso aroma sobre ella. Sabía que la mejor forma de terminar con eso era con un gracias, un adiós a distancia y finalmente borrar su número de entre sus contactos. Pero lo mejor no es siempre lo que se desea.

—La pasé muy bien. Gracias por todo.

—De nada —contestó, sin dejar de mirarla—. La próxima vez pensaré en un mejor lugar .

Rieron, hubo un silencio después de sus risas que fue ensordecedor. Emilia se aclaró la garganta dándole un fugaz beso a Danielle en la mejilla, bajando del increíble Bentley del año para dirigirse hacia su puerta.

Antes de entrar, se detuvo. No podía simplemente dejarlo así. Había algo que la impulsaba a llevar las cosas al límite. De pronto la idea de estar sola en ese departamento, con una copa de vino o dos para terminar masturbándose en su sofá no sonaba tan seductora como invitar a Danielle y finalmente darle lo que buscaba. «Quién sabe, quizá esa sería la forma de deshacerme de ella también», pensó. Regresó hasta colocarse frente a la ventana del automóvil:

—¿Quieres subir?

Danielle aceptó aquella propuesta. Estacionó el auto y después de apagar el motor caminó hacia donde estaba Emilia. Por fin las cosas comenzaban a tomar un buen rumbo.

Subieron hasta el último piso del descomunal edificio, el departamento era sumamente lujoso, tenía una vista increíble, los muebles eran de caoba, las paredes blancas y había unas escaleras que daban a una habitación en medio que era parte del segundo piso.

—Bienvenida, toma asiento, ¿te ofrezco algo de beber?

—Coñac, por favor.

Emilia había dejado el saco de Danielle sobre el sofá, fue hasta el minibar para servir sus tragos, mientras ella se paseaba por la sala y parte del comedor admirando el paisaje, aquel lugar era demasiado grande para una sola persona.

Emilia llegó con su copa y la colocó entre sus manos para brindar, la miró dar un largo trago a su coñac mientras sus ojos la observaban con asombro y diversión. Al parecer alguien estaba buscando sus agallas en el fondo de aquella copa.

—Creo que será mejor que nos sentemos.

Se dejaron caer en el sofá, sintiendo como aquella atmósfera comenzaba a ser más y más tensa.

—El departamento es increíble. Esa vista es fantástica y tu decoración bastante sencilla pero elegante.

—¿Te gusta la decoración?

—Estudié diseño de interiores durante unos años. Así inicié con lo de los clubs y los bares. La decoración de un lugar es la que ameniza la estadía de las personas. Por ejemplo, yo me quedaría en este departamento para siempre. Me encanta.

Emilia sonrió, perdiendo de pronto la mirada en su copa y sus recuerdos. Lucía solía decir eso también. Adoraban la estructura de ese lugar, la forma en la que los rayos del sol tocaban sus paredes, las escaleras que llevaban a la habitación, la misma habitación que hacía eco de sus gemidos por todo el lugar. Le dio un sorbo final a su coñac y dejó caer su cabeza en el hombro de su acompañante. Estaba siendo atrevida pero el alcohol comenzaba a hacer lo suyo. Emilia se sentía con ánimos de un par de besos, algunas caricias; realmente las necesitaba y estaba segura de que Danielle no se los negaría.

Comenzó a moverse lentamente, hasta que su boca podía casi rozar con el mentón afilado de la chica.

—Lamento haber sido tan grosera en un inicio, pero soy mala relacionándome con las personas.

Danielle volvió para tomar con una de sus manos su barbilla.

—Perdonada, por milésima vez.

Emilia soltó una risita, escondiéndose detrás del hombro de su acompañante. Sin embargo, descubrió aquella mirada cautivante y llena de fuego. La misma que había visto aquella vez en el bar.

Fue hasta ella, tomándola por la barbilla para finalmente llegar a su boca. Sus labios se encontraron, la respiración de ambas se agitaba con fuerza y Emilia se dio cuenta de que esta vez no podría detenerse. Sus manos se aferraron a la espalda de la chica mientras ésta besaba su cuello hasta llegar al escote de su lindo vestido azul. Las manos habilidosas de Danielle llegaron hasta sus piernas, aferrándolas con sensualidad mientras las descubría lentamente.

—Estás temblando... ¿estás bien?

Emilia abrió los ojos con sorpresa. Ni siquiera se había percatado de lo que pasaba. Danielle se alejó lentamente de ella.

—Yo...perdóname. Es que...

—No te preocupes, ¿por qué no continuamos con nuestra charla?

En ese instante sonó el timbre. Emilia vio un tanto confundida a Danielle que solo se encogió de hombros, «¿quién podrá ser?». Debía ser una broma. Jamás tenía visitas y justo en ese momento alguien la buscaba.

Se puso de pie, fue hasta la puerta y para su sorpresa era Lucía.

—Sé que es tarde, pero necesito que hablemos...

Ni siquiera tuvo oportunidad de hacer algo para detenerla cuando ya estaba en la sala mirando fijamente a Danielle que acababa de colocarse su saco.

—Buenas noches —le dijo, con voz tranquila.

Lucía estaba avergonzada. Su boca se abría, pero no emitió palabra alguna.

—¿Qué es tan importante como para entrar así a mi casa y a esta hora? —Emilia se dirigió a ella.

—Lo lamento... No quise interrumpir...—respondió sin apartar su ojos de la invitada de su ex.

—No te preocupes, Diciembre —intervino, acercándose a ella—. Tengo que irme. Pasé una bella velada, te llamo después.

Danielle se inclinó para besar la mejilla de la rubia, alzando una mano para despedirse de Lucía, quien no hizo esfuerzo alguno por corresponderle. Solo hasta que se fue pudo dirigirse a Emilia.

—Así que es ella...

Hubo un silencio ominoso entre ambas.

—¿Qué quieres?

Por más que intentara ocultarlo, Emilia sabía lo difícil que debía ser para ella la situación. Reconocía la sensación por la cuál podía estar atravesando porque le pasaba lo mismo cuando la veía con Melissa o con cualquier otra mujer. Sus celos solamente eran prueba de algo, no solo ella seguía sintiendo ese amor que le quemaba las entrañas.

—¿No sería justo, verdad? Es decir, yo misma te dije que hicieras tu vida.

—Solo dímelo —suplicó Emilia, poniéndose frente a ella. Sujetando sus hombros como para hacerla entrar en razón—. Si me dices que lo tuyo con Melissa acabará, yo...sabes bien que yo...

Los ojos de Lucía estaban trémulos, pero a pesar de sus emociones negó.

—La amo, Emilia. La amo como jamás pensé amar a nadie, ni siquiera a ti. Pero entiéndelo, no significa que yo... no te quiera.

Las manos de Emilia la soltaron poco a poco. Pudo verla entonces, descubrió al terrible demonio en el que se había convertido aquella mujer que tanto amaba. Un terrible ser egoísta, incapaz de verla feliz haciendo su vida con alguien más. «¿Entenderlo?» pensó, cuando ella nunca había querido hacerlo. Intentó explicárselo de tantas formas pero simplemente no quiso escucharla. Lucía había optado por la tortura antes de arreglar las cosas y lo había soportado porque sentía que se lo merecía. Pero eso era ir demasiado lejos, era como si su miserable vida no fuera suficiente castigo para ella, ¿qué es lo que quería entonces? Ahora podía entenderlo, quería que hiciera lo que Danielle le impidió hacer aquella noche durante la fiesta del 24/7.

Dio grandes zancadas rumbo a la puerta y la abrió con furia.

—Te veo el lunes en la oficina.

Lucía subió la mirada, limpió sus ojos llorosos y salió con la cabeza en alto.

—Y otra cosa, no vuelvas a entrar así a mi departamento.

Emilia cerró la puerta. Se llevó las manos a la cabeza mientras se dejaba caer poco a poco. Había pasado un tiempo desde su última recaída pero finalmente había vuelto ese sentimiento de culpa y rabia. Se aferró a ella misma durante un rato llorando sin poder controlarse. Todo volvía a su mente otra vez: "La amo como jamás pensé amar a nadie, ni siquiera a ti".

—Esa maldita hija de...

Había pasado media hora. Miró su teléfono y se dio cuenta de que tenía un mensaje de Danielle:

"D. :¿Quieres que regrese?"

Sonrió al leerlo. Fue al baño y miró su rostro rojizo e hinchado se colocó un poco de agua mineralizada para desmaquillarse y bajar la hinchazón. Luego respondió aquel mensaje justo con la respuesta que Danielle esperaba leer.

Sintió como sus manos entraban por debajo de su ropa interior. Estaba un poco avergonzada por la situación, pero en poco tiempo Danielle se había encargado de que lo olvidara y encontrara la comodidad en sus caricias. Sus labios continuaban aferrándose a su cuello y su boca, vacilando entre una y otra. Decidió quitarle la camisa y finalmente descubrir el misterio de ese cuerpo formidablemente marcado y tatuado. Sus brazos eran fuertes y su abdomen lucía bastante trabajado. Debía gastar muchas horas de gimnasio para tener aquella bárbara anatomía. La concentración que la chica ponía en recorrerla y encenderla era enloquecedora.

—¿Estás bien? ¿Quieres que paremos?

Emilia negó, seguramente tenía dibujada una expresión de horror. No iba a negarlo, era la primera vez en cinco años que se relacionaba con alguien más. Estaba nerviosa, pero no quería que su compañera se diera cuenta.

—Estoy bien.

Danielle terminó por quitarse el sostén mientras continuaba sobre ella. No era como si lo necesitara, sus pechos se mantuvieron en su lugar con mucha sensualidad. Emilia la recorrió con sus labios, había probado la suavidad de su piel, el sabor de su saliva y estaba tan caliente que en realidad no podía pensar demasiado en nada más que eso. Danielle la aferró del cabello para finalmente llevarla hasta su boca.

—Ya no podré detenerme, señorita Navarro.

Las manos de Danielle se deshicieron en totalidad del vestido, de su sostén y su ropa interior con mucha habilidad. La miró, su belleza era impresionante. Tal y como había imaginado sus caderas eran una delicia y sus pechos proporcionados eran tan rubios como su precioso pubis.

La boca de la chica la recorrió de pies a cabeza, de nuevo esa lengua perversa se abría camino hasta que finalmente llegó a su propósito. Emilia sintió cómo el placer hacía que sus piernas temblaran, poco a poco perdía la razón y así mismo el pudor frente a esa desconocida que no parecía tener problema con la humedad entre sus piernas.

No supo en qué momento le pidió intensidad, pero mientras la chica la penetraba con sus dedos solo podía concentrarse en el delicioso y tortuoso placer que le producía. Danielle era diferente en mucho a Lucía, era aún más abismal la diferencia entre ellas a la hora del sexo. Mientras que su ex novia se concentraba en la delicadeza y el romanticismo adoctrinado que de nada había servido, Danielle verdaderamente estaba comprometida en buscar su exclusivo placer. Hacerla gemir sin descanso, sudar, gritar e intentar posiciones complejas solo para interrumpirle el orgasmo justo cuando sentía que su sexo palpitaba. De un momento a otro se había descubierto pidiéndole un poco más a su preciosa verduga.

Continuaron toda la noche, ni siquiera se percató del momento en el que se quedó profundamente dormida. Solo recordaba la voz de Danielle diciéndole que se recostara sobre ella y descansara para recuperar fuerzas. Pero sus ojos simplemente se habían cerrado sin más. 

Por la mañana despertó pasadas las diez. Sintió el cuerpo hecho pedazos cuando de pronto recordó el motivo de aquel malestar. Giró a su izquierda, esperando encontrarla ahí, pero no estaba. Se reincorporó. Fue hasta la cocina, el baño, no había rastro de su compañera de la noche anterior, así que imaginó que quizá se había marchado.

—Un adiós hubiera estado bien —dijo para sí y volvió a la cama.

Aspiró el aroma de la almohada que había usado Danielle. Aún tenía su perfume. El momento era delirante, se había entregado a alguien más después de tanto tiempo de aferrarse al recuerdo de un amor perdido. Había un sentimiento extraño en su pecho, pero trató de no darle importancia. De pronto el haber olfateado la almohada la hizo sentir ridícula y enferma.

Decidió ir al baño y darse una ducha, estando ahí todo vino a su mente con tanta claridad que comenzó a sonrojarse. Al final la pervertida había sido ella. Se llevó una mano a su entrepierna, estaba un poco hinchada y debido a esa sensibilidad era como si el placer no hubiera desaparecido. Sentía que cualquier movimiento podría encenderla.

—¿Qué demonios me hiciste, Danielle Lombardi?

Fue entonces que escuchó que alguien entraba al departamento. Dio un brinco del susto, caminó hasta ahí y descubrió a Danielle en el comedor dejando un par de bolsas.

—El almuerzo —dijo con simpatía—. Pensé que estarías hambrienta.

Emilia dio un paso hacia atrás cuando sintió que iba directo hacia ella, tomándola de la barbilla para elevarla ligeramente por la diferencia de alturas, y darle un beso.

—¿Te diste un baño? Pensé que me esperarías.

—Lo siento —contestó la chica, mientras la observaba hurgar entre las bolsas que traía—. Yo pensé que ya te...

—¿Me había ido? Oye, ¿qué clase de patán crees que soy? —Danielle la miró fijamente, deteniendo su maniobra de poner la mesa para el desayuno.

Emilia sonrió. Sabía que solía practicar el amor de una sola noche. Pero tanto como llamarle patán, jamás.

—Vi que tienes una cafetera, así que pensé que podrías preparar el café, traje jugo de naranja, fruta y panqués... ¿estás bien?

Se encogió de hombros, tallando su rostro hinchado y quizá poco atractivo a esa hora.

—Sí, es solo que... fue intenso, ¿no? Realmente no sé si me quede dormida haciéndolo.

Danielle rio. Mientras vertía sobre un tazón un poco de fruta.

—Eso fue exactamente lo que pasó, pero lo hiciste muy bien —continuó, guiñándole un ojo—. ¿Te duele algo?

La rubia negó. No iba a decírselo pero quizá se había excedido con eso de las complacencias. Estaría bien en un par de días.

—Tú pareces bastante bien... tienes condición para esto.

—Mucha práctica —contestó con intención.

Pero Emilia no iba a caer en su juego.

—Me imagino —dijo simplemente, mientras colocaba una uva dentro de su boca.

Se sentaron a la mesa cuando de pronto el teléfono de Danielle sonó. Era Grecia, su oportuna hermana estaba llamando a esa hora del día. Ni siquiera fuera de la ciudad era capaz de dejarla tranquila. Así que contestó.

—Buenos días, mi amor ¿Qué tal tu mañana?

Danielle dejó de lado sus cubiertos mientras Emilia continuaba comiendo sin dejar de observarla de reojo, ¿quién podría hablarle un sábado por la mañana a esa hora?

—De maravilla, ¿qué tal el viaje?

Estupendo, pero te echo de menos.

—Apuesto que sí...

¿Tú me extrañas?

—Siempre, ¿cómo estás?

Emilia fingía no estar al tanto, pero en realidad no podía evitarlo. Imaginó que era una conversación que buscaba evitar. No podía dejar de lado que quizá se trataba de una alguna novia o pretendiente.

Muriendo de aburrimiento...

—Mentira... —Danielle sonrió, mirando fijamente a la rubia que ahora parecía concentrada en su teléfono.

Por supuesto, en realidad saldré esta noche. Hay un nuevo club y quiero ver si es tan increíble como dicen.

—Debe serlo, esa ciudad tiene los mejores clubs nocturnos del mundo.

Lo sé, quizá podamos volver en nuestras vacaciones.

—Claro, suena bien.

...

¿Con quién estás, Dany?

La mirada de ambas se encontró de pronto, la rubia ya había terminado de comer y ahora la observaba con una sonrisa encantadora dibujada y una bata de baño que sencillamente dejaba ver más que un escote provocador.

—Solo estoy desayunando.

Grecia se mantuvo en silencio durante un instante.

¿Quién es?

—Podemos hablarlo cuando vuelvas, ¿te parece?

Grecia soltó una sonora carcajada, que Emilia no pudo evitar escuchar. «Así que sí es una chica», pensó.

No juguetees mucho en mi ausencia.

—Lo prometo.

Te amo...

—También yo, ciao.

Emilia estaba nuevamente concentrada en su móvil, contestando un par de mensajes laborales.

—Lo siento —se disculpó Danielle.

—Está bien... —contestó, tratando de sonar indiferente y tranquila.

Sin embargo había en su rostro un gesto de inquietud. Danielle imaginó que tendría que ver con su repentina llamada.

—Oye...No quiero sonar como una loca controladora ni nada, pero, ¿hay alguna novia por ahí de la que debería preocuparme? —No era una escena de celos, en realidad lo que buscaba era evitarse dramas. Si estaba en una relación con alguien, lo mejor era dejar las cosas como estaban sin meterse en problemas de ninguna índole.

Danielle sonrió, con una sonrisa resplandeciente que combinaba con el color de las paredes. Alzó su teléfono hasta Emilia y ésta pudo leer el nombre del contacto.

—Era mi hermana, es algo asfixiante a veces.

—Lo siento, no pensé que... —No sabía qué decir, estaba avergonzada. De nuevo la había juzgado premeditadamente—. Deben ser muy unidas.

Danielle suspiró, tirando su cabello hacia atrás para despejar su rostro.

—No tienes idea...somos lo único que tenemos después de todo. Debes saber de qué hablo, tienes hermanos.

Emilia hizo un mohín. En realidad, no lo sabía. La relación con sus hermanos no era la relación típica, había una fuerte línea que la separaba de ellos debido a lo que siempre llamaron la "impureza de su sangre". Emilia no era considerada una Navarro y tuvo que aprender a vivir con el rechazo constante de la que era su única familia.

—No somos muy cercanos, la verdad es que ellos ni siquiera me consideran su hermana.

—¿En serio? Siempre creí que tenías una gran alianza con ellos. Tú encargándote del corporativo y ellos de las demás empresas. Tu padre era un genio de los negocios, según he leído.

De eso no había duda, Guillermo Navarro había sido un empresario ejemplar. Después de su muerte los rumores sobre la legitimidad de sus negocios estuvieron en boca de todos. Se decía que Navarro había entrado desde hacía tiempo al lavado de dinero. Era probable que Emilia lo supiera y fuera un tema que le incomodara. Sin embargo, Danielle sabía que eran los hermanos de la rubia quienes estaban coludidos al negocio con los narcos y los políticos corruptos que ya no tenían jardín para sembrar sus millones.

—Era un hombre maravilloso. El corporativo fue su idea, un regalo para mí. Sabía que al morir mis hermanos harían una guerra por sus bienes, así que me dio esta enorme empresa para administrarla junto a Lucía. Él la adoraba, no sabía de mi verdadera relación con ella, pero, aunque lo hubiera sabido seguiría adorándola.

—¿Eso quiere decir que eres de "closet"?

Emilia hizo una mueca un poco abrumada y luego asintió:

—Lo hice para mi protección. Además, no me gusta que las personas se metan en mi vida privada. Pero supongo que tú no entiendes eso.

—¿Por qué lo dices?

—Vamos, mírate. Eres una tomboy. Solo un imbécil no se daría cuenta de que eres gay y aun así nadie se metería contigo.

—Tu exnovia tiene cierta energía, ¿no crees que eso lo hace sospechoso?

Emilia suspiró con tedio.

—En realidad ella se declaró hace unos meses cuando empezó a salir con su asistente.

«Bingo», pensó, Danielle. Había encontrado el talón de Aquiles de aquella encantadora rubia. Ahora sabía el motivo de su tristeza, de ese dolor que arrastraba a pesar de tenerlo todo. Un corazón roto era capaz de hacer de la vida el sendero más tormentoso.

—Nadie puede juzgarte tú eres la jefa. Pero, si comienzan a verte conmigo seguro todos sospecharan y supongo que no quieres eso.

Sus ojos se tornaron hacia ella. Recargándose sobre su brazo, mientras movía sutilmente una de sus manos. Danielle la tomó, acariciándola mientras se la llevaba a los labios.

—Me importa una mierda.

Ambas esbozaron una sonrisa. Danielle se puso de pie sin soltar su mano. Emilia se dio cuenta de sus intenciones en el momento en el que la sostuvo en peso y la llevó hacia la habitación.

—¡Espera! ¡Bájame! —Emilia reía, mientras poco a poco volvía a sentir la seguridad del suelo—. Tengo una junta importante en media hora.

Danielle encogió sus hombros, mientras presionaba ligeramente la nariz de la rubia entre sus dedos de forma lúdica.

—Entonces te veo luego. —Dio media vuelta, fue de regreso al sofá y tomó su saco.

Una parte de ella quería pasar un poco más de tiempo con Danielle, su compañía y su charla le resultaban bastante amenas. Además, la idea de pasar el día en ese departamento, sobre su cama y su cuerpo era el plan perfecto. Lo pensó durante un instante, pero luego, reconsideró su apresurado deseo.

Caminó hacia la puerta acompañada por Emilia. La contrajo por la cintura, deseaba tanto volver a hacerle el amor. Lo de la junta era solamente un pretexto, lo sabía perfectamente. Pero no iba a insistir, sus ansias habían sido satisfechas. Desde el primer beso y el sabor de sus lágrimas, supo que su relación iba a ser de esa manera. Y estaba conforme. Era justo el tipo de relaciones que a ella le convenían.

Sus labios se tocaron con un exquisito roce de sus lenguas.

—...Yo... necesito que estemos de acuerdo en una cosa. —Sintió los brazos de Danielle sujetándola por la cintura mientras ella  se aferraba a sus antebrazos—. Esto no es nada importante, ¿cierto? Es decir, no somos nada. Solo estamos pasándola bien, ¿no es así? Porque, realmente no estoy buscando una relación en estos momentos, no tengo tiempo y no me interesa formalizar.

Aquellas eran demasiadas explicaciones para algo que aparentemente no significaba nada. Danielle lo había entendido desde el primer momento. Emilia era una mujer firme, inteligente, sencilla, pero podía asegurar que no estaba lista para cualquier tipo de relación, menos para algo como lo que proponía. Iba a jugar su juego, en espera de que ella marcara sus límites o cayera en su propia trampa.

—Estoy totalmente de acuerdo —contestó sin más, robándole un rápido, pero cálido beso.

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