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V

Habían pasado un par de días desde ese mensaje. Lo leyó al instante, pero su orgullo era tal que había decidido darse su tiempo para delimitar si la rubia era digna o no de un nuevo encuentro. Esperaba que al menos ese lapso le hiciera recapacitar sobre su comportamiento "grosero y vil". Rio, en realidad no le importaba en lo más mínimo. Pero en el fondo su obsesión estaba en aumento con aquel desaire. Danielle era una chica de retos y Emilia Navarro se había convertido en uno.

Tomó su móvil y decidió hacer un movimiento...

Estaba saliendo de su departamento rumbo al corporativo cuando vio la llamada entrante de Danielle. Aquello la había tomado por sorpresa y sin darse cuenta de pronto sintió que el corazón se le aceleraba.

—¿Danielle?

Señorita Navarro, espero no importunarte.

—No, claro que no. Voy de camino al periódico.

—Perdón por no haber respondido tu simpático mensaje, tuve demasiado trabajo estos días.

«Mentira», pensó. Aquella había sido una pequeña venganza de su parte.

—No, no te preocupes. Está bien, en realidad me alegra que llames, pensé que no volvería a saber de ti después de lo que sucedió. Quizá no fue la forma adecuada de actuar.

Supongo que solo hemos tenido un mal comienzo, dos en realidad, pero la tercera es la vencida, ¿qué dices? ¿cenamos esta noche?

Emilia sonrió y al darse cuenta endureció su reacción. Pensó que aceptar esa invitación era lo único que podía hacer para quitarse el extraño sentimiento de culpa.

—¿Te parece bien a las ocho?

—Perfecto, paso por ti.

Cuando colgó, se preguntó si en verdad aquello era una cita. Lo analizó durante un instante. Cancelar no sería problema pero estaba decidida, no podía seguir aferrada a la idea de que Lucía regresaría. Aunque la amaba debía seguir adelante. Ella lo había hecho después de todo, había olvidado por completo la vida que ambas construyeron juntas. Esa empresa y ese puesto que compartían eran solo cenizas de un fuego abrasador que, de forma lenta, seguía consumiéndola. Era la manera en la que Lucía se había vengado. Haciéndola creer que aún quedaba una esperanza para ellas, cuando en realidad lo suyo estaba tan desintegrado como su dignidad. Se había negado a tantos otros idiotas que solo representaban una pérdida de tiempo, esperando a que Lucía aceptara que sus sentimientos seguían ahí. Pero Melissa entró de pronto, convirtiéndose en la oportunidad que su ex necesitaba para saltar finalmente de ese bote en llamas.

Pensó en Danielle, ¿y si ella era su oportunidad? podía tener lo necesario para hacerla perder el miedo, cambiar de página y continuar. Aunque sabía perfectamente que la chica no buscaba una relación, estaba segura de que podría cubrir ciertas necesidades. Le daría lo que buscaba, lo había dejado muy claro aquella vez en el bar y era mutuo. Después de todo, tener con quien desfogar la pasión era un ejercicio que necesitaba practicar.

Aquella llamada rondo por su cabeza durante toda la mañana, la cantidad de trabajo era exorbitante pero le era imposible concentrarse. Últimamente sentía que necesitaba tomarse las cosas con calma y descansar. Recordó que la última vez que se había excedido había terminado en el hospital. Su padre había llegado antes de que despertara, estaba junto a ella en la sala de urgencias charlando como un par de viejos amigos. Justo como ella lo hizo en sus últimos días.

—Julieta, me voy a tomar el resto del día. —Emilia llevaba su maletín y su bolso.

—Sí, presidenta. No se preocupe.

Emilia fue hasta el elevador en donde Lucía y Melissa se encontraban sonrientes y tomadas de la mano. «Todo está bien», pensó. Entró al reducido espacio, sintiéndose incómoda de hacer de mal tercio.

—¿Te vas tan temprano? —preguntó Lucia al verla con el maletín.

—Sí, tengo un compromiso.

—... ¿Un compromiso o una cita?

Emilia no pudo evitar volver su mirada hacia ella. Por un instante fue como si Melissa no existiera en ese pequeño ascensor. Pero la joven estaba expectante, curiosa también por lo que Emilia diría y por las palabras de su novia.

Era demasiado temprano para iniciar una pelea, pensó en una y mil cosas que decir para provocarla, pero suficiente villana había sido al inicio de la relación de ambas como para continuar con esa fama.

Miró fijamente a Lucía, el placer de verla celosa era algo que guardaría, se lo echaría en cara cuando se cansara de su juego con Melissa y regresara a su cama dentro de unos meses, como siempre. Hasta entonces, sólo podía guardarlo en su corazón.

—Que tengan buen día —sonrió victoriosa y finalmente salió del ascensor.

Se tomó un largo baño, arregló sus pies, sus manos, cubrió su cuerpo con una crema perfumada, peinó su cabello y finalmente, cuando estuvo a punto de ponerse un hermoso vestido se dio cuenta de que no tenía ánimos de tanta presentación. Sería ella, como siempre y si Danielle no la encontraba lo suficientemente glamurosa entonces podría seguir su camino.

Le había mandado su ubicación por teléfono, así que después de estar lista y ver que faltaba media hora para las ocho decidió tomar una copa de vino para aligerar un poco su noche. Suspiró, mientras su mirada y su mente se perdían en el horizonte de aquella ciudad custodiada por esos altos y elegantes edificios. Su departamento tenía una increíble vista, por eso lo habían elegido. Ella y Lucía...

...

—¿Te gusta?

—¿Gustarme? ¡Me encanta! La vista es preciosa y todas las habitaciones son espaciosas y elegantes.

Los brazos de Lucía rodeaban su cintura, pegando sus labios a su cuello con delicadeza.

—Nos quedaremos aquí, ¿te parece?

Estaba confundida, aquellas palabras no terminaban de entrar en su cabeza del todo.

—¿Aquí? —preguntó.

Emilia asintió rodeando su cuello con ambos brazos.

—Este será nuestro refugio, tú y yo por siempre. Nadie más.

Los labios de Emilia comenzaron a besarla con intensidad. Ese día terminaron haciendo el amor en la estancia, continuaron con la sala, la cocina y finalmente en su habitación.

...

Ese lugar había sido su vida durante tantos años, permanecer en él también era una forma de no dejar ir. De aferrarse al dolor que le producían esos recuerdos. No había trabajado lo suficiente en el desapego de ese departamento porque sentía que los momentos de felicidad con Lucía aún vivían en cada uno de sus rincones.

Escuchó su móvil sonar, un mensaje de Danielle le notificó que ya estaba esperándola abajo. Se miró por última vez al espejo y finalmente se marchó para recibir a su cita.

El fabuloso y elegante automóvil de Danielle estaba estacionado sobre la acera, un lujoso Bentley Continental GT, la clase de automóvil que alguien como ella seguro conduciría. La vio bajar para abrirle la puerta. Al parecer, era la única que había optado por algo casual ya que el estilo de Danielle siempre era impecable y refinado: sacos y camisas, pantalones de vestir y zapatos bajos pero elegantes.

Estuvo a punto de arrepentirse y volver a casa cuando la escuchó dirigirse hacia ella.

—Te ves hermosa, ¿lista?

Emilia sonrió, no había vuelta atrás. Subió al lujoso Bentley y mientras observaba el elegante tapizado Danielle estaba ya del otro lado.

—Espero que nuestro destino sea de tu agrado. Es un lugar conocido, La Garufa. Sirve una langosta deliciosa y seguro que has escuchado hablar de sus postres.

—Sí, mi padre era muy amigo de Lían, el dueño. Incluso, creo que mis hermanos son socios.

Danielle la miró de reojo, era difícil poder impresionar a una mujer como ella. Eso la hacía aún más interesante y para ella el reto aumentaba poco a poco.

—Entonces debes estar harta de ese sitio.

Emilia asintió inconscientemente.

—Lo último que quiero es estar en un lugar lleno de personas superficiales que solo se preocupan por hacer dinero y saber cuál es el tenedor de la ensalada.

Danielle sonrió. Su plan se había ido a la mierda en solo una oración. Estacionó el automóvil y miró a Emilia con una irritada simpatía.

—Bueno, en vista de que no solamente saboteas mis detalles sino también mis citas, ¿qué propones?

Emilia abrió sus expresivos ojos con asombro. «¿Lo hice?», pensó. No se dio cuenta de que sus palabras sonaban bastante descortés. No podía creerlo. En realidad era como si estuviera con la espada desenvainada todo el tiempo. Quizá la costumbre, demasiados años de vivir aislada le habían nublado totalmente la habilidad de crear nuevos vínculos.

—No quise ser grosera...lo siento —dijo, mientras cruzaba los brazos y se sobrecogía—. Yo... está bien, La Garufa parece buena idea...Tú me invitaste después de todo. Fue solo un comentario.

Danielle soltó una carcajada. Realmente era encantadora. Era como si se tratara de una pequeña niña indefensa. Pero sin duda tenía carácter. No había nada que Danielle atesorara más que la sinceridad en una persona. Emilia lo tenía, quizá era un don natural, quizá la vida la había vuelto así. Pero era interesante, por primera vez en toda su vida alguien se negaba con firmeza y cordura a sus planes. «Cuántas agallas».

—Tengo en mente otro sitio que seguro jamás has visto.

Emilia aceptó. Realmente después de eso cualquier lugar estaba bien. Estuvo a punto de decirle en algún momento que no eran necesarios aquellos protocolos, que podían ir al grano como la vez del bar. Pero no quería volver a sonar inoportuna. No podía saber lo que pasaba por la cabeza de Danielle, pero, imaginaba que sus intenciones resurgirían conforme pasara la noche.

Llegaron a un establecimiento cerca de la zona del centro, el lugar no tenía elegantes cristales ni tampoco un valet parking para recibir los lujosos vehículos. Emilia vio el anuncio del lugar, un restaurante de sushi familiar. Se estacionaron y Danielle bajó primero para abrirle la puerta.

—Pensé que un lugar más sencillo sería de tu agrado.

Emilia miró a su alrededor. En realidad, la rusticidad de aquel restaurante era demasiado incluso para alguien como ella. Pero podía funcionar.

Entraron y algunas miradas se posaron en ellas. El sujeto que estaba en la cocina salió al ver a Danielle y le extendió una mano. Era un hombre joven, de veinte años si mucho, parecía contento de verla como si tuvieran una gran amistad de años.

—En seguida les traemos la carta —dijo, haciendo una reverencia, mientras mandaba a uno de los meseros para atenderles.

—¿Habías venido antes?

Danielle asintió.

—Kenji es un buen amigo mío. Lo conozco desde que tenía quince años.

—Vaya, parece que hay una historia interesante detrás de eso.

Sin duda la había, pero no estaba segura de poder contarla a detalle.

Había ayudado a Kenji como a muchos otros chicos a salir de su situación de calle. Kenji venía de una familia japonesa emigrante, sus padres fallecieron y sus hermanos mayores tomaron rumbos diferentes. El joven se había quedado completamente solo y durante un tiempo se ganó la vida vendiendo drogas.

—Le presté un poco de dinero y él levantó este lugar. Es muy trabajador y perseverante.

Emilia estaba sorprendida, miró al joven que iba y venía dando órdenes en la cocina. Ahora era el jefe de su propio negocio gracias a Danielle. Nunca lo había reflexionado, pero en realidad a pesar de que su situación filiar era un desastre, era afortunada de tener la vida que tenía. Por un instante pensó que conocía muy poco de la enigmática chica que tenía enfrente. Y por primera vez se sintió curiosa de saber más sobre ella.

—Es extraordinario, no todas las personas como tú son capaces de hacer algo así. En verdad es admirable.

Danielle negó:

—No busco ser admirable. Una parte de mí quiere expiar culpas. Además... ¿tú qué hubieras hecho?

Emilia lo pensó. Su reducido universo, antes de todo eso, se trataba solo del periódico y su relación con Lucía. Nada era más importante. Pero eso no la hacía apática.

—Lo hubiera convertido en mi asistente. Como con Julieta. Nadie creyó que llegaría a ser tan buena. Era distraída, torpe, con un título trunco, pero ha demostrado lo contrario con algo de fe. Quizá fuera de lo económico, creer en alguien es la mejor forma de ayudarle.

Danielle sonrió. Se preguntó cuánta fe necesitaría aquella rubia, porque, por más que intentara ocultarlo, una tristeza profunda permanecía en ella. Ahora estaba totalmente hipnotizada por esa extraña melancolía. Su curiosidad iba en aumento a la par de sus deseos. Llevar a la cama a una mujer herida era cobarde, pero también la más dulce de las mieles.

Después de un par de tragos y comida, se quedaron un poco más a charlar. Era increíble, Emilia jamás imaginó que tuvieran tanto en común y que mantener una larga y fluida conversación sería posible. Hablaron de cosas banales, negocios, pero sobre todo de sus torpes encuentros.

—En verdad fuiste cruel al botar todas las flores.

Emilia rio, llevándose las manos al rostro.

—¿Cómo creías que iba a poder llevarme todo eso? Además, si no hubieras ido jamás te habrías enterado. Fue tu culpa.

—¿Mía?

—Sí, por ir. Aunque una parte de mí te lo agradece, porque pude ver lo mucho que tu detalle afectó a Lucía.

—¿Lucía?

Había hablado de más quizá por la voluntad del alcohol y el calor de la charla. Sabía que era incómodo y estaba fuera de lugar hablar de un ex, pero ya la había sacado a tema de todos modos.

—Mi exnovia.

Danielle lo sabía. Estaba segura de que era la chica con quien se había encontrado en la recepción aquel día. Tenía esa actitud altiva, arrogante y desagradable que tanto odiaba de la gente adinerada. Emilia era todo lo contrario, estaba frente a ella comiéndose dos rollos de sushi y bebiendo cerveza, liberándose de esas reglas de etiqueta con las que se había criado. Además, ni siquiera se había esmerado en su ropa. Ese vestido azul de círculo le quedaba perfecto solo si se trataba de un picnic. Si pensaba que esas cosas solamente iban a decepcionarla, se equivocaba. Danielle de pronto se vio inmersa en su encanto natural, ni siquiera se dio cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo.

—¿Y por qué terminaron?

Emilia magulló un poco del sushi que aún quedaba en el plato. Sin darse cuenta había comido más que Danielle. Se sentía avergonzada.

—No...no quisiera hablar de eso. Discúlpame.

«Reciente», pensó Danielle. Regalándole un gesto apacible.

—No te preocupes, está bien. Hay cosas que toman un poco más de tiempo para sanar.

—Gracias por entenderlo.

Ambas sonrieron. Era la primera vez que correspondían una a la sonrisa de la otra. Era una sensación extraña, Emilia realmente estaba disfrutando aquella velada como jamás lo hubiera imaginado. Solamente quedaban ellas dos en el restaurante japonés. Kenji había bajado las luces y la atmósfera era en realidad bastante romántica e íntima.

Danielle acercó una de sus manos hacia ella. Emilia la miró, luego reparó en ese par de ojos verdes brillantes que la observaban con fascinación. Se atrevió, deslizó sus dedos por entre los de ella y se sujetaron durante un instante.

—Ese tatuaje... parece doloroso —continuó, inmersa en las apenas visibles líneas de la manga de figuras abstractas sobre la piel de Danielle.

—No dolió tanto...

La chica deslizó la yema de sus dedos hasta subir suavemente y acariciar su piel.

—¿Tienes otros?

Danielle sonrió, seducida por su ligero tacto:

—Vas a descubrirlos por ti misma.

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