IV
Despertó al sentir como el dolor le recorría todo el cuerpo, miró al lado izquierdo de la cama y encontró a Grecia durmiendo plácidamente. Nadie que la hubiera visto la noche anterior daría crédito a esa angelical figura. Se puso de pie, aunque era fin de semana tenía algunos pendientes que debía terminar en uno de los bares y en la agencia. Se dirigió a su habitación para darse una ducha y fue entonces que encontró los rastros de pasión que la chica había dejado en su piel.
—Esa perra...
Bajó a la cocina después de su baño y encontró a el ama de llaves preparándole el desayuno.
—Vi su auto afuera, señorita, me tomé el atrevimiento de prepararle el desayuno como a usted le gusta.
—Gracias, Amelia —contestó la chica con cortesía mientras se sentaba en la mesa—. ¿Ya despertó mi hermana?
—Aún no, pero no debe tardar. Me dijo que tenía un compromiso a medio día.
No le dio mucha importancia a aquel evento, su atención estaba inmersa en el periódico que la mujer había dejado sobre la mesa.
Danielle continuó con su desayuno mientras leía la primera plana, hasta que una idea surcó por su mente. Hizo un par de llamadas y luego colgó. Una sonrisa conforme se dibujó en ella mientras sorbía su taza de té, cuando sintió aquellos labios fríos en una de sus mejillas.
—¿Por qué no me esperaste? —preguntó, dejándose caer en la silla junto a ella. Llevaba aún su bata de dormir y pudo sentir la mirada indiscreta del ama de llaves sobre su diáfana vestimenta.
—Te veías agotada, así que pensé que sería bueno dejarte descansar.
Grecia hizo solamente un gesto para que Amelia le sirviera el desayuno. Un poco de fruta, yogurt griego bajo en grasa y un vaso de agua mineralizada junto a su té verde.
—Ya tendremos tiempo para eso en nuestras próximas vacaciones —continuó con mucho entusiasmo sin dejar de mirar a Danielle—. Estoy pensando en dos meses por Europa, ¿qué dices? Nos hará bien.
Asintió. Había ido incontables veces a Europa durante toda su vida. Pero siempre había algo que conocer del viejo mundo. Además, una vez que algo se metía en la retorcida cabeza de su hermana no había vuelta atrás. Para prueba, su escandalosa relación.
—Pero antes de eso tengo demasiado trabajo, saldré de la ciudad nuevamente en unos días. Quiero que te hagas cargo de algunas cosas. —Miró a su pequeña hermana asentir una segunda vez. La conocía, algo debía estar ocupando su mente como para mostrarse tan distraída. Tomó el diario que estaba a su lado abierto en la plana de sociales, en él había un artículo sobre la directora y fundadora del periódico 24/7—. ¿La conoces, Dany? —preguntó perspicaz.
—¿A quién?
—A Emilia Navarro —continuó, sin dejar de mirarla.
—Tuve el gusto de conocerla hace unos días, Gael me invitó a una aburrida fiesta que organizó la empresa.
—Ya veo...
—Una mujer bastante insípida para mi gusto —continuó, al darse cuenta del especial interés que comenzaba a tener por ella—. Por cierto, alguien de su periódico me pidió que le consiguiera una cita para una entrevista contigo, dijo que era sobre la nueva colección.
Grecia perdió total interés de pronto en la figura de aquella mujer para concentrarse esas palabras.
—¡Esas malditas aves carroñeras! La nueva colección les importa un bledo. Lo que quieren es información de Gastón, ya sabes, por el rumor sobre el desvío de recursos de su campaña.
—Te dije que no te involucraras con ese imbécil.
—Y yo te dije que es algo que nos conviene, Dany. Tus negocios no se limpian solos.
Danielle suspiró. Eso era un pretexto, nada que un buen soborno al jefe de policía y al ministro no pudiera arreglar. Sin embargo, Gastón se había convertido en una figura poderosa. Aunque no conocía bien el tipo de negocio que Grecia mantenía con él, no debía ser algo bueno pero si algo grande. Por supuesto que el periódico de Emilia haría lo que fuera para encontrar el origen de aquel inminente olor a mierda que emanaba el partido del próximo presidente. Esperaba que al menos su hermana fuera lo suficientemente inteligente como para aprovecharse de la situación sin salir afectada.
—Bueno, por lo menos hubieras conseguido a un político más astuto. Espero que al menos en otro aspecto lo sea.
Grecia frunció sus labios, mirando de reojo a el ama de llaves que continuaba en la cocina sirviéndoles té y calentando un pan tostado para Danielle. Nada la excitaba más que ver a su pequeña hermana muriendo de celos mientras ella tenía que cogerse a ese imbécil. Lo hacía por ambas, para asegurar sus negocios y tener tanto poder que nada ni nadie podría interponerse en su camino.
Danielle se puso de pie.
—¿A dónde irás? —preguntó Grecia, mirándola con sus ojos intensos.
—Tengo que revisar unas cosas en uno de los bares y pasar a firmar unos documentos a la agencia.
—¿Comemos juntas? —Una sonrisa seductora se dibujó en su expresión.
Sabía que ese verbo era con doble intención. Así que tenía que apresurarse si es que quería llevarle la sorpresa a Emilia y al mismo tiempo hacer feliz a su hermana.
—Por supuesto. —Sus labios llegaron a la frente de Grecia mientras tomaba su saco y caminaba apresurada para salir finalmente de la mansión.
Al llegar al corporativo le sorprendió ver aquel compendio de arreglos florales que rodeaban la recepción. Eran cinco hermosos jarrones de cristal que resguardaban la belleza de distintas, olorosas y llamativas flores.
—¿Qué es todo esto? ¿Julieta?
—Presidenta, buenos días. Son para...usted.
Emilia miró abrumada aquella habitación mientras algunos curiosos se acercaban a admirar de cerca el jardín de la presidenta.
—Venían con esta nota.
Julieta entregó la nota a Emilia que al leerla supo de inmediato de quién se trataba. La guardó en su bolsillo y caminó hacia su oficina.
—No las quiero aquí, regálale una flor a cada uno de los empleados hasta que desaparezcan.
La joven asintió. Estaba sorprendida de que su jefa se deshiciera de tan hermoso detalle. Solamente alguien verdaderamente interesado en ella tendría un gesto como ese. Sin embargo, siguió sus órdenes, así que comenzó a deshacer los arreglos para regalar las flores.
Emilia se recostó sobre el asiento de su oficina observando la tarjeta como si tratara de descifrar un mensaje oculto, cuando en realidad era muy claro: "Llámame, Diciembre". Volteó la tarjeta y detrás venía un número que debía ser de Danielle. Había sido una noche intensa y ella se había comportado como una niña miedosa. No tenía cara para volverla a ver cuándo había salido corriendo de su club.
—Buenos días, presidenta.
Lucía había entrado de pronto a la oficina. Por su expresión, imaginó que estaba de buen humor y eso no era exactamente una buena noticia para ella.
—¿Acaso olvidaste cómo tocar una puerta?
—Lo siento. Me sentí... ¿abrumada? por el delicioso olor que proviene de tu oficina —dijo, esbozando una sonrisa burlona—. Y...vengo a entregarte una parte de la investigación de Espinoza. Pienso pulir y sacar al menos un par de notas sobre eso. Ese sujeto va a tener que explicar muchas cosas si esto sale a la luz. —Dejó caer la carpeta con información.
Emilia continuaba fingiendo trabajar en su computadora, así que ni siquiera se atrevió a mirar los archivos.
—¿Es todo?
Lucía conocía esa expresión en su rostro. Estaba curiosa, preguntándose quién sería el pobre diablo que había tirado estúpidamente esa cantidad de dinero que ahora se repartía por la empresa como bocadillos de cortesía. Era la primera vez que le conocía un pretendiente así de espléndido.
—Todos, incluso Julieta, sabemos que odias los arreglos de flores.
—Bueno, ella no. Apenas nos estamos conociendo.
Lucía quedó paralizada No esperaba esa respuesta tan sincera y despreocupada. Intentó esbozar una sonrisa de felicidad, pero era como si de pronto su cerebro no conociera la relación entre aquella palabra y la emoción.
—¿Estás saliendo con alguien?
Emilia se detuvo, la miró fijamente. Estaba celosa. La conocía tan bien que era capaz de distinguirlo. Adoraba esos profundos ojos marrón, esa mirada tierna que fingía indiferencia y la forma en la que fruncía sus labios. Realmente la había amado con todo su corazón. Mentiría en ese instante si decía que no la amaba todavía.
—No es algo que te incumba.
Lucía reflexionó. En realidad, había sonado un poco amenazante su pregunta y estaba totalmente fuera de lugar. Ella ahora se encontraba en una relación formal con Melissa. Había tardado demasiado en sanar la terrible herida que Emilia le había dejado, así que preocuparse o tener interés por su vida privada sonaba ilógico.
—Tienes razón. Me retiro. —Salió, dando largas zancadas.
Emilia recargó su cuello en el respaldo de la silla. Sentía que la cabeza le daba vueltas, como si acabara de beber una botella de vino de golpe. Acarició su cuello, y abrazó su cuerpo. Los ojos de aquella mujer llegaban de pronto como una ráfaga de viento. Había sido ardiente, la presión con la que la sostenían sus manos, el aroma de su perfume, la suavidad de sus besos contrastando con la fiereza de su anatomía; y sin embargo, no había tenido el valor de terminarlo. Muy dentro de ella solamente podía pensar en Lucía. Su cuerpo, sus besos, sus caricias... era tan distinta. Lo había perdido todo por un arrebato, por despecho, por soledad, pero ya nada de eso importaba. El fantasma de su primer amor seguiría rondándola como un cruel castigo del cual no podría escapar jamás.
—Julieta, cancela todas mis citas de la tarde, por favor.
—Claro, presidenta.
Apiló las montañas de carpetas y las dejó sobre el escritorio. Tomó su saco para preparar su salida, hacia un poco de viento que anunciaba el cambio de clima en esa montañosa ciudad. Pensó que quizá un paseo podría despejar su mente.
Desde su entrada las miradas se posaron en ella, llevaba una camisa blanca y el saco en el hombro, el tatuaje de su pecho era notorio, así como el de su brazo. Le pareció curioso ver desde su llegada a personas con flores en las solapas de sus sacos o entre sus manos. Las reconocía. Caminó con decisión hasta donde estaba una joven castaña que se encontraba atendiendo una llamada.
Al notar su súbita presencia, Julieta la miró con asombro e hizo esperar a quien estaba en la línea.
—Buenos días. A sus órdenes.
Danielle le regaló una media sonrisa, se quitó las gafas de sol y la miró con simpatía.
—Disculpe, buenos días. Busco a la señorita Emilia Navarro.
—Lo siento, la presidenta salió hace un rato y es probable que no vuelva en todo el día. Pero si gusta puede dejarle un mensaje.
Danielle negó, miró a su alrededor y luego volvió sus ojos al escritorio de la joven asistente, que estaba lleno de aquella flores, las mismas que había escogido personalmente en un catálogo en línea.
—Lindas flores, ¿cree que pueda tomar una?
Julieta asintió, mientras Danielle tomaba una hermosa gerbera rosada.
—Solo alguien que no conoce a Emilia le regalaría algo como esto. —Lucía estaba de pie junto a ellas. Llevaba algunos archivos bajo el brazo que dejó en el escritorio de Julieta—. Pobre ingenuo, no tiene oportunidad.
Danielle la observó detenidamente. La mujer era bastante atractiva, alta, de cabello oscuro, lacio, y un poco más arriba del hombro, ojos pequeños y unos hermosos y gruesos labios rosas. Podría ser que... no tenía idea de quién era, pero su actitud daba mucho que pensar.
—No me gustaría estar en sus zapatos. Vergonzoso, ¿no cree?
Lucia asintió. Estaba un tanto confundida con aquella respuesta.
—Me retiro —continuó, colocando la flor en el bolso de su camisa—, no le comente nada a la señorita Navarro. Yo me comunicaré luego.
Pasó de largo, su mano se alzó solamente para despedirse de la simpática asistente de Emilia. Mientras sentía la penetrante mirada de aquella mujer sobre ella. Vaya que tenía agallas. En otra situación y quizá en otro lugar aquellas palabras habrían quedado en el viento y Lucía quizá dentro de su cajuela.
Bajó del elevador rumbo a la salida cuando de pronto ahí estaba, esa rubia. Caminando con una seguridad envidiable, sus ojos azules, intensos y fijos; sosteniendo un delicado maletín que golpeaba sus caderas mientras todas las miradas la seguían. Llevaba un saco negro, una blusa de botones color rosa y una falda recta con unos tacones altos. Era sencillamente hermosa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Emilia, sorprendida de verla.
No era exactamente la frase romántica que esperaba escuchar.
—Supongo que me vi tentada a admirar tu reacción con mi poco encantador detalle. Me quedó claro que fallé después de haber encontrado mi disculpa esparcida por todo el edificio. Sutil y cruel, si me lo preguntas.
Danielle no era de las chicas que tomaran aquel desaire con mucho sentimentalismo. Sin embargo, sí era del tipo orgullosa. Y ver que Emilia lo tomara con ligereza limitaba su camino hacia ella. Su desplante no iba a hacerla llorar por días y noches, con el tiempo, había aprendido a encontrar en la soledad y los encuentros casuales una mística felicidad incomprendida.
—Bueno, eran demasiadas, ¿qué querías que hiciera? Me pareció una buena opción.
—Lo fue. Además me dejaron muy claro que las flores no son tu detalle ideal. Y me temo que yo tampoco soy de tu agrado. Que tengas un buen día. —Dio la media vuelta, no diría más. Había aprendido también que quien se queda e insiste tiene menos probabilidad que quien insiste y se marcha. La rubia caería por su propia cuenta, y sería un placer entonces volver a tenerla.
Emilia iba rumbo a su oficina, no podía creerlo, Danielle la había dejado con un amargo sabor de boca haciéndola sentir la peor de todas por haber actuado bajo su razón. Pero no iba a convencerla de que su reacción era una grosería. Sabía perfectamente lo que buscaba y por un instante pensó que insistiría un poco más pero estaba equivocada. Era muy estúpido creer que una chica como Danielle seguiría buscándola después de ese "cruel desaire" como ella lo había nombrado. Seguramente había filas de mujeres que darían cualquier cosa por salir con ella. Después de todo no era como si fuera desagradable a la vista o a ninguno de los otros sentidos.
Aun así, estaba segura que no había nada de malo en su acción. Danielle había sido excesiva. Era la consecuencia de aquella arrogante facha de casanova.
Antes de entrar a su oficina su asistente la detuvo y se puso de pie para darle los mensajes más recientes.
—Presidenta...alguien vino a buscarla.
—¿Quién?
—Danielle Lombardi —Julieta se percató de aquella reacción indiferente en la presidenta.
—¿Dijo que quería?
—No, en realidad me pidió que no le dijera de su visita, pero me pareció prudente hacerlo. Quizá era importante.
—Gracias, Julieta.
Emilia tomó una de las flores que aún quedaban en el escritorio de su asistente. Entró a su oficina, la colocó dentro de un vaso y sin más decidió mandarle una fotografía a Danielle con una inscripción: "La próxima vez solo invítame a cenar".
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