Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

III

Una semana pasó después de aquella discusión. Finalmente, las cosas comenzaban a enfriarse entre ellas. Era imposible no extrañarla, Lucía había sido luz en ese profundo túnel de oscuridad que era su vida. Había sido una semana difícil en la que coincidieron poco y para colmo, ese viernes en la noche, sintió que terminaría apuñalándose. Revisaba sus redes sociales cuando las fotografías de Lucía y Melissa aparecieron de pronto: "una velada romántica" era el título de la publicación mientras ambas chocaban su copa de vino en un famoso restaurante de comida italiana, al que ella misma había llevado a Lucía en sus mejores tiempos. Arrojó el móvil a la cama, dejando caer su cuerpo aferrando la almohada a su pecho. Quería gritar, salir corriendo de ahí, comprar el maldito restaurante y prenderle fuego para que jamás pudiera volver a ir con ella.

Su móvil brilló de pronto, lo tomó y se trataba de la notificación de una fiesta cercana en un bar de ambiente que acababa de inaugurarse hacía poco. No ganaba nada con quedarse en casa mientras todos se divertían. Era una mujer joven, dueña de una empresa y tan rica como pocos en esa ciudad. Se lo debía.

Se dio un baño de burbujas, perfumó su cuerpo con cremas y escogió un atuendo para la ocasión. Estaba dispuesta a todo. Cualquier compañía sería suficiente. Era hora de intentarlo. Subió a su auto y se dirigió hacia aquel bar, con la mente tan fría que por un instante dudó del final dulce que podría tener aquella velada.

Entró al bar y sus ojos se encontraron con muchos otros, tan fascinados como ella por el lugar y el ambiente. No había forma de que terminara sola esa noche, el sitio estaba a reventar y prácticamente todo el club estaba repleto de chicas hermosas. Aun así, jamás se había distinguido por ser una chica extrovertida. En realidad, no lo disfrutaba lo suficiente como para estar ahí más de un par de horas. Aquellos lugares le traían terribles recuerdos, podía verse buscando a Lucía y encontrarla entre la multitud besando y acariciando a una chica distinta en cada ocasión. Su expresión de satisfacción al verla ahí, buscando las migajas que le correspondían por antigüedad. Esos recuerdos eran una bomba de celos que aún la sofocaban.

Se sentó en la barra, porque según las películas, era el lugar en donde los mejores encuentros se daban. Esperaba tener suerte, si nada interesante se cruzaba en su camino volvería a casa pronto, tomaría un poco de té y finalmente esperaría el amanecer del siguiente día.

Pidió un whisky escocés y miró hacia la pista en donde todos disfrutaban de la fiesta y el baile. Miró su móvil y encontró una foto más de la pareja del año en lo que parecía ser un bar también, se besaban y en el pie de la fotografía decía: "¿en dónde estuviste toda mi vida?" aquello había sido un golpe bajo. Pensó en arrojar el móvil a la pista pero si golpeaba a alguien estaría en graves problemas.

De pronto se sintió estúpida, ¿qué demonios hacía en ese lugar? No quería estar ahí. Solo lo había hecho porque Lucía estaba pasándola bien. Pensó que quizá ella podía hacer lo mismo pero, en ese mismo instante, solo quería beber licor y emborracharse hasta quedarse totalmente dormida en la barra de aquel lugar.

—Todo lo que la señorita ordene corre por cuenta de la casa, Loreto.

Emilia subió la mirada y encontró aquel par de ojos verdes y esa cicatriz que había visto el día de la fiesta del periódico. Era ella.

—¿Acaso me veo como alguien que no es capaz de comprar sus propios tragos, señorita Lombardi? —preguntó tranquilamente mientras veía una media sonrisa dibujarse en la faz de la chica. Era una expresión bastante seductora.

Danielle tenía lo suyo, no se necesitaba ser muy lista para darse cuenta de que su aspecto rudo, pero elegante, cautivaba a más de tres en ese lugar. No iba a negarlo, incluso ella comenzó a sentirse atraída por su extraña belleza. Fue como si no pudiera dejar de mirarla.

—De ninguna manera —contestó con una voz suave—, no fue mi intención ofenderla. Simplemente quise tener una cortesía con usted. Después de todo, casi nunca tengo clientes tan distinguidos.

Emilia rio. Eso debía ser una gran mentira, el bar era elegante desde la entrada y quizá hasta el basurero. Seguro por ser el lugar de moda más de tres celebridades ya habían desfilado por ahí. No era estúpida, Danielle Lombardi estaba coqueteando con ella. Una oportunidad brillaba para ambas.

—Te lo agradezco, pero no es necesario. Y creo que tampoco es necesario que me hables de usted, no estamos en una situación que amerite tanta formalidad.

—Como gustes —continuó la chica recargándose sobre la barra para luego tomar un trago que la bartender había dejado ahí con anticipación.

Los ojos de Emilia la observaron un poco más, miró el escote de su camisa blanca con discreción. Había un tatuaje grande en su pecho que sobresalía, parecían tentáculos así que imaginó de qué iba; sin mencionar las letras finas poco legibles que surcaban su cuello a la altura de su oreja. Se preguntó si acaso serían los únicos que tenía, por su aspecto quizá tenía muchos más de los que imaginaba. Entonces sus ojos coincidieron y Emilia no pudo evitar sentirse expuesta.

—¿Esto? —preguntó, abriendo suavemente su camisa, dejando ver un poco más de su tatuaje y su piel—. Me gustan los calamares, no solo como alimento. Es un animal místico, inteligente, sensible... pero al mismo tiempo sumamente amenazante, me identifico.

Emilia rio. Esperaba no haberse escuchado demasiado descortés, pero por la expresión de Danielle estaba segura de que así había sonado.

—Lo siento yo... no era mi intención, es solo que, no pareces del tipo de chicas sensibles.

—Sensible... —Se acercó al oído de la rubia, rozando levemente su piel—. No emotiva. Por la forma en la que te encogiste al sentir mi aliento y la manera en la que aferras tus manos a ese lindo vestido que llevas, sé que has aprendido rápido la diferencia.

Emilia se alejó, volviendo sus ojos a la barra para pedir un trago más en un intento inútil por ocultar su asombro.

—¿En serio? ¿Ahora sabes leer a las personas?

—Siempre —contestó con ánimo, tomando uno de los bancos de la barra, como si intentara ponerse cómoda—. Es un don, incluso puedo adivinar tu mes de nacimiento con solo estos minutos de conocernos.

—Inténtalo —la desafió, extrañamente cautivada por aquel juego.

Danielle frunció el ceño, cruzando los brazos a la altura de su pecho, sin dejar de mirar a Emilia que sonreía incrédula y al mismo tiempo envuelta por la dinámica.

—Diciembre.

Emilia abrió sus ojos azules con asombro. Lo había hecho bien, en serio parecía tener un don. Pero aquello era simple, pudo haber leído esa información en cualquier lugar antes de conocerle.

—Eres buena. Y ¿qué más? ¿cuál es mi personalidad entonces?

La expresión de Danielle cambió de pronto y se inclinó para hablarle más de cerca.
—Bueno, eres una chica solitaria. A pesar de todo lo que posees te sientes sola. Incluso viniste a este lugar por un poco de compañía. De no haber llegado te habrías ido con cualquier idiota solo para pasar el rato, ¿me equivoco?

Emilia comenzó a sentirse incómoda. Nadie podría saber algo como eso, pero aquella solamente podía ser una tonta coincidencia. Cuántas chicas no entraban a un bar con esos sentimientos. Era un cliché.

—Te equivocas. Vine a esperar a unos amigos.

—¿En la barra? Quienes esperan a sus amigos en un bar generalmente buscan una mesa o reservan... no mientas, señorita Navarro. —Le miró mientras sonreía cínica—. Vi esa misma expresión de melancolía cuando llegaste a la fiesta y entraste a ese balcón. Jamás había visto un par de ojos tan lindos y tristes... —Deslizó tranquilamente sus dedos por la barbilla de la chica que se retiró al sentir el tacto sobre su piel.

Aquel movimiento había sido atrevido, podía funcionar con otras, pero no con ella. Estaba demasiado incómoda. No, la palabra adecuada era molesta. Pero eso no era problema. Porque en el fondo, por más que doliera, todos preferían la verdad a una mentira. Danielle estaba siendo honesta y eso, era sumamente seductor. Sintió un hueco en el pecho, subió la mirada para buscar los ojos verdes de la chica que estaban justo ahí.

—Tengo una pequeña habitación para mí en la parte alta, ¿quieres ir?

Estuvo a punto de negarse pero, por alguna razón, la sola presencia de Lombardi le hacía sentirse extasiada. Además, ese había sido su propósito inicial al salir de su departamento. No había marcha atrás. Aceptó aquella invitación.

Se abrieron paso entre la multitud que empezaba a abarrotar el bar. Se dio cuenta de lo nerviosa que estaba cuando subieron por unas largas escaleras de caracol hasta topar con una puerta negra que se abrió únicamente con una clave que la chica digitó.

Cuando entró, se dio cuenta de que aquella habitación no era pequeña en absoluto. Era un penthouse dentro del bar. Había una cama en medio, un equipo de sonido, un bar y una ducha lujosa de cristal junto a un enorme jacuzzi.

—Voy a pedirte que te quites los tacones. Este lugar es sagrado para mí.

Emilia observó que Danielle estaba ya descalza, así que lo hizo también. Había un ventanal del tamaño de una pared que tenía vista en totalidad al bar. Desde ahí debía vigilar su negocio.

—A veces hasta yo me canso del bullicio y vengo aquí. Es tranquilo, está acondicionado para que el sonido no se filtre y el cristal tiene una sola vista.

Danielle servía un par de tragos mientras ella daba un vistazo. Había discos de vinil, algunos cuadros elegantes en la pared y le pareció gracioso que entre todas esas piezas estuviera el conocido cuadro de los perros jugando póker.

—Interesante —dijo Emilia sosteniendo la copa de vino tinto de larga reserva.

—Fue un regalo de un viejo amigo. Tuve que aceptarlo.

—Mi padre tenía uno en su sala de juegos. Decía que era un reflejo de la obra de Orwell, ya sabes, que hay más relación entre hombres y animales de la que debería.

—Tu padre sin duda fue alguien muy culto.

—Lo fue.

—Lo siento... —se disculpó al mirar la expresión de Emilia.

La rubia solo asintió. Hacía tiempo que mencionar a su padre se había vuelto algo más sencillo. Tanto, que a veces temía olvidarse de él.

Sintió como las manos de Danielle llegaban hasta su copa para arrebatarla y colocarla sobre una repisa. Se acercó a ella con decisión, acariciando apenas su mentón para tomar su barbilla y llevarse sus deliciosos labios a la boca. Aquel beso fue intenso, podía sentir todo el calor de Danielle abordándola. La tomó de la cintura con fuerza. Emilia se dio cuenta de que no perdía el tiempo, Lombardi iba directo al grano.

La lengua húmeda de Danielle había trazado un camino hasta su boca. Sentía que tanta pasión le hacía imposible respirar, su saliva mezclándose con la de una perfecta desconocida le agregaba aún más adrenalina a aquel encuentro. Sentía como sus dientes la mordían ligeramente mientras intentaba liberar sus senos de la presión de su sujetador. Al sentir sus pechos expuestos, sus manos se aferraron a la camisa de Danielle, tiró súbitamente de ella para poder ver la totalidad del tatuaje del calamar gigante que llegaba hasta su hombro. Intentó desnudarla un poco más cuando de pronto la chica tuvo la fuerza como para tomarla en brazos y llevarla hasta el otro extremo de la habitación. Pegando su precioso trasero al cristal oscuro de una vista. Sintió como sus manos iban subiendo lentamente buscando con gran habilidad su ropa interior para deslizarla por entre sus muslos. «Demonios», pensó. Estaba demasiado húmeda como para darle marcha atrás a todo.

Poco a poco Danielle comenzó a bajar, subiendo aquel vestido casual hasta las caderas de Emilia que palpitaba deliciosa frente a ella. Tenía el rostro rojizo y respiraba agitadamente. «Está lista», pensó Danielle. Enterró su rostro entre aquellos hermosos pilares albos, dispuesta a hacerla olvidar toda aquella soledad que albergaba su corazón. Deslizó suavemente su lengua entre aquel jugoso vértice. Hasta que sintió las manos desesperadas de su compañera alejarla por completo.

—Yo...no...no puedo... —su voz salió entrecortada y sintió que en cualquier momento el llanto la haría perder la compostura.

No podía explicárselo a una desconocida. Pero de pronto los recuerdos de aquella noche, la noche en la que su destino había sido trazado, volvió con fuerza. Esa irracionalidad le había hecho perder lo que más amaba en la vida. Volver a sentirse de alguien más la había paralizado. Sabía que ya no importaba, que su relación con Lucía estaba más que perdida pero simplemente no podía entregarse a nadie más.

Danielle se puso de pie, limpió sus labios con el antebrazo de su camisa mientras veía a la chica caminar de prisa hacia la puerta de salida, colocar sus tacones y finalmente marcharse con la misma rapidez con la que había entrado. No había remedio, pensó. Algunas veces se ganaba mucho y otras se perdía todo.

Su móvil sonó de pronto, era su hermana.

Estoy esperándote.

—Enseguida bajo. —Colgó, fue hasta el sanitario y limpió su mentón con agua y un pañuelo para quitarse el sabor de aquella mujer que acababa de abandonarla. Estaba extasiada. Esperaba volver a verla, todo se trataba ahora de un "ajuste de cuentas".

Llegaron a la lujosa mansión del difunto empresario Lombardi, el lugar tenía diez habitaciones, un mini cine, cantina amplia, una habitación de juegos, piscina, un gimnasio y un enorme garaje donde se resguardaba su colección de automóviles que ahora le pertenecían a Danielle. Grecia se había quedado con esa propiedad, pero no tenía problema en compartir techo con su hermana. Después de todo la casa era enorme, bastante solitaria y aburrida para ella sola. Además, estaba acostumbrada a compartir su vida con ella.

Entraron hasta la habitación de la chica y de inmediato sus brazos se enredaron alrededor del cuello de Danielle. El cuerpo de Grecia era escultural, una castaña de un metro setenta y dos con unos ojos divinos, nadie podía escapar de sus redes, ni siquiera ella, su hermana. Buscó su boca con ansias, desde su último viaje no habían tenido oportunidad de pasar un momento recreativo juntas. Danielle la sostuvo en brazos y la dejó caer en la cama mientras desgarraba su vestido con rudeza. La respiración de Grecia se volvía lasciva y al mismo tiempo soltaba algunos gemidos vulgares solamente para provocarla. Esa noche no haría falta tanto esmero. Emilia ya se había encargado de iniciar aquel fuego que su querida hermana mayor apagaría.

Su boca entró despacio en la de ella y en ese instante aferró con una mano su quijada para llevarse aquel peculiar aroma a la nariz. Se detuvo al darse cuenta de lo que era. Sus uñas comenzaron a clavarse en la piel de Danielle que al sentir el ardor dio una retirada feroz azotando el brazo de la chica.

—¿Qué carajo te pasa?

—¿A mí? —preguntó, con esa penetrante mirada azul grisáceo—. ¿Qué demonios te pasa a ti? Ese olor...

Danielle cambió su expresión. Había olvidado lo astuta que era en toda situación, imaginó que algo como eso no tendría importancia. Pero su hermana era una maldita serpiente.

—Da igual —continuó, aferrándola de la nuca para dirigirla hacia donde ella quería—. Vas a comerme hasta que no quede rastro de esa maldita perra. —Esbozó una sonrisa escalofriante y conforme.

Era algo a lo cual Danielle ya estaba acostumbrada. Haría lo que le pidiera, al final de cuentas lo disfrutaba tanto como ella. Aquella era la forma en la que les gustaba relacionarse. Además, Danielle siempre encontraba la forma de vengarse. Esperaba que esta vez tuviera humor para un par de cuerdas. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro