II
La claridad del día penetraba con insistencia por toda la habitación, ese departamento era uno de los más lujoso de toda la ciudad. La mayor parte del tiempo, ese enorme lugar la hacía sentir tan diminuta y solitaria que había pensado en venderlo o subastarlo en una cantidad mínima. Lo único que quería era que los sentimientos y los recuerdos que aún permanecían en él desaparecieran. Pero al final jamás podía, quizá porque los recuerdos eran el reflejo de lo que había vivido y no tenía deseos de olvidar aquello que la había hecho feliz por primera y única vez.
Sintió la boca seca y un ligero dolor oprimiendo sus sienes. Había abusado considerablemente del alcohol una vez más. Un vicio que había surgido a partir del declive de su vida. Abrió poco a poco los ojos, colocando la almohada sobre su rostro para evitar la luz cuando de pronto su móvil sonó. Era un mensaje de Lucía:
"Lucía: No puedo creer que dijeras todas esas estupideces. Nunca dejas de decepcionarme."
Trató de recordar lo que había hecho la noche anterior. Y poco a poco las imágenes volvieron nítidamente a su cabeza. Había dicho tantas cosas, recordaba la expresión sorprendida y avergonzada de Lucía, a Melissa, su novia, con una expresión de terror en sus ojos y la mirada asombrada de los espectadores. Se había comportado como una imbécil, no podía culparla de estar furiosa.
—Mierda... —Dejó caer el móvil a un lado, encogiéndose sobre su cama como si aquello fuera una fortaleza, cuando de pronto entró una llamada.
—Presidenta, disculpe que la moleste a esta hora...
La voz de su asistente sonaba nerviosa.
—No te preocupes, Julieta, ¿qué sucede?
—... tenemos un pequeño problema con uno de los reportajes.
Emilia suspiró:
—...bien, iré para allá. Llegaré en una hora.
Se tumbó en su cama, mirando la bóveda blanca de su techo alto y lustroso. La habitación siempre era tan fría, como si guardara todo lo que rodeaba su vida. Había sido una mala noche para beber, debió haberse ido cuando sintió que aquella fiesta no era lo que necesitaba; «lo que necesitaba», pensó. Entonces recordó aquella cicatriz, la presencia de aquella mujer de aspecto hermoso pero severo. Era bastante alta y estaba segura, por la naturaleza del saco, que debajo de esa elegante ropa andrógina se ocultaba una increíble figura atlética. Envidiable.
—Danielle Lombardi...
La conocía, había asistido a algunos desfiles de moda que ella y su hermana organizaban. La agencia de modelaje Lombardi era una de las más prestigiadas del país. Muchas de las modelos más reconocidas habían trabajado para ellas antes de salir a la fama a nivel mundial. Y con su reciente incursión en el mundo del diseño ambas eran conocidas como iconos de la moda y los negocios. Aunque en realidad era Grecia Lombardi quien se había convertido en la imagen de todo. Su belleza era inigualable, su fortuna incalculable y con todo ese poder a tan corta edad había sido una de las solteras más codiciadas por un largo tiempo. Pero poco se sabía de Danielle, que prefería mantener un perfil bajo y se movía por otro tipo de ambientes; su trabajo estaba un poco más vinculado a la gestión de bares y clubs nocturnos que también formaban parte de lo que el millonario empresario Lucio Lombardi había dejado a sus dos hijas. No iba a negarlo, solo un idiota no consideraría a Danielle como una...
—Belleza...
Se puso de pie, se dio una ducha y salió deprisa del departamento para ir hasta el corporativo y resolver el problema inmediatamente.
Al salir del elevador esperaba que las miradas estuvieran sobre ella por lo ocurrido, pero no fue así. Todos estaban inmersos en lo suyo y era como si nadie recordara la noche anterior. O al menos eso intentaban aparentar.
—Buenos días, Julieta.
—Buen día, presidenta, disculpe que la haya hecho venir, pero nadie supo qué hacer...
—¿Qué fue lo que pasó?
Julieta era su asistente desde hacía más de cinco años. Había vivido el duelo de Emilia después de la muerte de su padre y su ruptura amorosa. Era bastante prudente e incondicional. Una mano derecha ejemplar. Tanto así que en ocasiones Lucía no podía dejar de lado que quizá la chica tenía alguna especie de crush con su jefa. Otro tema a discusión siempre.
—Hubo un problema con el reportaje de Salas, sobre el desfalco en Casa Blanca. Nadie sabe qué ocurrió, pero no salió a tiempo y el tiraje del día ya había sido publicado.
Emilia suspiró. El dolor de cabeza volvía a ella con fuerza y solo podía pensar en tomar un poco de agua fresca.
—Dile a Salas que haga los ajustes necesarios y prepara todo para que salga en el tiraje del lunes.
—¿De verdad?
—Claro, no debe ser problema.
—Por supuesto, que pena haberla hecho venir, ¿necesita algo?
—Descuida, tengo unas cosas que terminar, ¿podrías conseguirme un par de píldoras para el dolor de cabeza?
La joven asintió. Se puso de pie dispuesta a continuar su encomienda cuando de pronto Emilia la hizo detenerse.
—¿La directora está aquí?
La chica asintió, haciendo una ligera expresión de preocupación.
—Está en su oficina esperándola.
«Vaya», pensó. Imaginaba que estaría detrás del repentino error del reportaje de Casa Blanca solamente para hacerla ir. Significaba que estaba lista para desenvainar su espada por lo de la noche anterior.
—No te preocupes. Asegúrate de que nadie nos interrumpa —le pidió, para después dirigirse a su oficina.
Dio un largo suspiro justo cuando estaba frente a la puerta. Sabía lo que le esperaba. Conocía demasiado bien a Lucía y en lo que la vida, y su situación, la habían convertido. No era como si la culpara solo a ella, quizá su único error había sido permanecer y no resignarse a su pérdida. Ambas habían permanecido sólo para destrozarse, como un largo letargo de venganza.
—Buenos días.
La chica estaba sentada en su silla frente al escritorio. Parecía tranquila, su rostro perfecto era tan sereno que por un instante Emilia pensó en los viejos tiempos. En los que citarla en su oficina terminaba con su piel desnuda sobre el asiento de cuero que ahora ocupaba.
Lucía se puso de pie y le extendió sin más un documento.
—¿Qué es esto? —preguntó, fingiendo confusión.
—Mi carta de renuncia.
No era de extrañar, pero tampoco le preocupaba, desde hacía más de dos años intentaba hacer lo mismo pero por alguna razón continuaba ahí. La última vez que llegó a su oficina con la misma intención había sido apenas dos semanas atrás. Aunque ahora sí que existía un motivo para creer que aquel plazo se cumpliría.
—¿Y por qué no la llevaste directamente a recursos humanos? —Ni siquiera se molestó en tomar la carpeta, le dio la espalda y fue hasta la mesita para servirse un poco de agua.
El humor de Lucía cambió de pronto. No esperaba aquella reacción de su parte después de que era ella quien le había hecho pasar un mal rato. Era insoportable.
—Quería tener la cortesía de informarte primero. Pero me doy cuenta de que verdaderamente te importo muy poco.
Comenzaba a irritarse. Quizá la resaca la estaba sacando un poco de sus casillas. Lucía, fuera de haber sido su pareja en el pasado, era su socia, conocía perfectamente el periódico así como a sus empleados. Era fundamental para la empresa.
—Tienes razón, lo siento. —Tomó aquella carpeta y se dejó caer en su silla.
Sabía que la excusa del alcohol no iba a justificarla. Se había comportado como una mocosa insolente durante la fiesta, dejando en claro su lugar dentro de la empresa. Venía a su mente la expresión de Melissa aferrada al brazo de Lucía, esa joven con la que ahora salía era la menos culpable de todo, pero no podía evitar recargar toda su furia en ella. Era consciente de que Lucía no iba a dejarlo pasar. Todo explotaría en cuestión de segundos y ella terminaría arrastrándose para pedirle perdón, porque por más que lo intentaba, simplemente no podía dejarla ir.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué sigues haciéndome las cosas tan difíciles?
—No era mi intención. ¿Crees que quería exponerme así frente a todos?
—¡Pues lo hiciste! y no solo eso, me expusiste a mí y a Melissa ¡Eso no puedo permitirlo, Emilia, no puedo dejar que le hagas daño!
Aquellas palabras de pronto se convertían en dagas.
—¡¿Tanto te importa?!
—¡Claro que me importa! Es mi novia, la amo. Y tú tienes que parar con todo esto.
Era fácil saberlo con solo mirarla. Lucía no era la chica de antes, sombría, cruel, incluso había dejado de ir a su oficina por algo de sexo casual, a lo que se había reducido su relación después de su terrible error. Antes la recordaba ir y venir con distintas chicas, enviándole fotos o vídeos solo para hacerla hervir en celos. Luego comenzó a intentar relaciones que se rompían en dos o tres meses, como quien busca el amor de nuevo sin querer encontrarlo. Pero siempre volvía a su lado, a su cama; con el corazón hecho pedazos, esperando a que ella lo reparara de forma incondicional. Y de pronto ¿era ella quien seguía haciéndole daño?
—Sé que no es fácil, hemos pasado por tanto, pero es hora de terminarlo. Emilia, tienes que seguir con tu vida y tienes que dejarme seguir con la mía.
Aquello sonaba tan sencillo. Claro, teniendo a ese clavo que la había sacado del todo, aquellas palabras debían ser como una cucharada de miel.
—¿Eso es lo que quieres?
—Sí, por favor.
Todo estaba dicho. No podía seguir aferrándose más a ella. Sería difícil, no habría nada más difícil que esa prueba hasta ahora. Desprenderse de Lucía era como abandonar la felicidad, solamente sabía amarla, ¿qué sentido tendría la vida ahora? Recordó sus manos torpes e inexpertas sobre su cuerpo, la primera vez que habían hecho el amor. Habían jurado amarse eternamente, habían escrito un futuro juntas...ahora todo era cenizas. No quedaba nada más que recuerdos que fuera de ser alegres se tornaban nostálgicos. Y todo había sido su culpa.
—Está bien, voy a aceptar tu renuncia, pero tienes que darme tiempo. Necesito conseguir a alguien para el puesto y de verdad quiero que termines tu investigación sobre Espinoza. Has trabajado demasiado en eso, no puedes dejarlo así.
Lucía no podía creer la naturalidad con la que se había tomado aquello. Una parte de ella estaba conforme porque significaba que Emilia estaba dispuesta a dejarla continuar con su vida, pero la otra no podía evitar pensar que se trataba de una mentira solo para no prolongar aquella discusión.
—Fija el plazo, terminaré con eso y todo lo que tengo pendiente cuanto antes.
—Gracias... Me disculparé personalmente con Melissa.
—No es necesario.
Lucía dio media vuelta, pero antes de salir se detuvo súbitamente.
—De verdad no puedo seguir aquí —dijo con la voz titubeante.
En el fondo estaba tan destrozada como Emilia. También recordaba los momentos felices, no era sencillo renunciar al primer amor. La había amado como a nadie, con tanta fuerza que su traición le había hecho perder la cabeza y había gastado la mitad de su vida arruinando la suya a toda costa.
—Lo sé...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro